Analía Pierini es una de las integrantes del círculo íntimo de la top model y brindó su testimonio en el documental de Paramount+ que retrata su vida
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“Me siento muy milanesa”, dice Analía Pierini y no se trata de un eufemismo gastronómico que remite a sus orígenes argentinos, sino a Milán, el lugar en el que reside. “Me encanta esta ciudad”, dice apostada en su apartamento del centro de ese enclave del norte italiano al que llegó en 1989 y que le deparó momentos buenos y otros demasiado conmocionantes, que supo sobrellevar con ejemplaridad.
En Milán conoció -azarosamente- a la top model Valeria Mazza, quien, al tiempo, se convirtió en una gran amiga, una hermana, vínculo que perdura hasta hoy. Pero también fue allí donde recibió la noticia que le confirmó que padecía esclerosis múltiple, un diagnóstico grave que la inquietó, pero no la amilanó. Hoy, Analía Pierini es un ejemplo de resiliencia y la protagonista de una vida que no sabe de límites, atravesada por viajes por el mundo y desafíos físicos a los que muy pocos se atreven. “Aterricé en Milán el 14 de mayo de 1989, el día que Carlos Menem ganó las elecciones presidenciales en Argentina”, recuerda esta mujer que viaja con cierta frecuencia a Rosario, ciudad en la que nació hace 57 años.
“Viví en Rosario hasta los diecinueve años. Si bien no sabía qué quería hacer de mi vida, siempre fui muy inquieta”. En esa búsqueda por alcanzar los primeros sueños y canalizar los despertares vocacionales, se mudó a Buenos Aires y se inclinó por la actuación, “sentía que actuando podía hacer y ser todo”. Trabajaba en una conocida casa de cerámicos, mientras estudiaba teatro con el director Carlos Gandolfo. De aquellos tiempos quedó la amistad con la actriz y directora Victoria Carreras, quien suele hospedarla cada vez que pisa Buenos Aires.
La hiperinflación la llevó a abandonar su trabajo formal. “Renuncié sin saber qué iba a hacer. Tenía el sueño de venirme a Europa, pero era irrealizable, ya que no tenía plata ahorrada”. Volteretas del destino, unos amigos de su madre le ofrecieron trabajo, por un año, en la sede que su empresa tenía en Milán. “Casi me muero, obviamente dije que sí. Si bien la oferta era por doce meses, sabía que no iba a volver”. Con cien dólares y mucha ilusión, partió para vivir una vida diferente y no exenta de dolores profundos.
Amiga estelar
Analía Pierini y Valeria Mazza nacieron en la ciudad de Rosario, pero se conocieron a 11.189 kilómetros, en la ciudad que alberga a un monumento de la lírica como el Teatro Alla Scala y el imponente Duomo, a metros de la paseo comercial Vittorio Emanuele.
Tal es la amistad, una verdadera hermandad, que la modelo y empresaria la invitó a participar con su testimonio en Valeria Mazza, un sueño dorado, el documental -recientemente estrenado en Paramount+- que repasa la historia privada y profesional de una de las figuras más relevantes del mundo de la moda en Argentina y en mercados como el italiano.
Dicen que las personas se cruzan con quien deben cruzarse, fenómenos causales que no saben de fronteras. Algo de eso hay en este cuento. Instalada en Milán, Analía Pierini sufrió un primer traspié cuando la empresa que la había contratado cerró y la dejó sin pasaje de regreso a Buenos Aires: “Aún estaba tramitando la ciudadanía italiana, así que nadie me daba trabajo”, recuerda.
-¿Cómo se inserta Valeria Mazza en esta historia?
-En ese momento, ya sin trabajo, leo un pedido de personal que aclaraba que la persona buscada debía hablar inglés y español. Era una suerte de agencia matrimonial, que posibilitaba que italianos se casaran con mujeres extranjeras. Cuando me presenté, me ofrecieron un viaje a Argentina para que yo publicara un aviso en el diario pidiendo mujeres candidatas a casarse e hiciera los trámites de vinculación con el Consulado.
-¿Qué decía el aviso?
-”Mujeres, si tienen interés en tener una relación y casarse con un hombre italiano, escriban y envíen una foto a la dirección que figura en este aviso”. Funcionó, ya que algunas parejas se casaron.
En ese interín, Pierini reclamó en la sede del Consulado Italiano en Buenos Aires el atraso de su ciudadanía. La persona que la atendió era un caballero “por demás gentil”, que le resolvió el tema en diez días. “A modo de agradecimiento, le llevé una caja de chocolates, pero él quería otra cosa, buscaba salir conmigo. Me hice la tonta y no le di trascendencia”.
Finalmente, una amiga de su madre le presentó a conocidos que estaban abriendo en Italia una oficina que iba a estar vinculada a Argentina y para la cual se necesitaba una colaboradora que hablase español: “No lo podía creer, iba a volver a Milán habiendo conseguido un trabajo de antemano”. Esa compañía era Socma, la empresa de la familia Macri.
Trabajando en aquella oficina, su jefe le contó que debía ir a recibir al aeropuerto a Valeria Mazza: “Yo no la conocía”. El hombre se desencontró con la modelo, lo que provocó que, días después, fuera la propia Mazza quien se comunicara con la oficina donde trabajaba Pierini: “La atendí, me contó que era de Rosario y nos pusimos a charlar”. Poco después, visitó la oficina y se conocieron personalmente.
-La amistad fue creciendo a la distancia.
-Ella venía a Milán varias veces por año para hacer desfiles y campañas, así que jamás dejamos de vernos.
-¿Cómo es el perfil más íntimo de Valeria Mazza?
-Para mí, siempre fue una hermana menor.
-¿Qué momentos compartían?
-Al principio, ella ya era conocida en Argentina, pero aún no en Italia, donde luego se convirtió en un fenómeno. Recuerdo que era muy difícil sacarla de noche, porque los hombres querían estar cerca; en esa época era un poquito pesada la situación con las modelos.
-Cuando Valeria Mazza ya fue una marca trascendente en Italia, ¿cómo era acompañarla en su estadía?
-Me llevaba para todos lados, era muy emocionante. Cuando ella llegaba a Italia, yo no me agendaba ninguna cita, dejaba la agenda libre y a disposición para cuando pudiera verme.
Desde ya, el vínculo también se extendió al esposo de la modelo y a sus hijos: “Los considero familia, me muero si no los veo. No puedo creer que los chicos estén tan grandes, tanto ella como Alejandro (Gravier) hicieron un gran trabajo familiar”.
A la hora de pensar en un anecdotario, llegan a su mente un sinfín de situaciones. “Valeria todavía no era famosa cuando fuimos a tomar el té al Grand Hotel et de Milán y nos instalamos en un sector que estaba absolutamente vacío. Sin embargo, nos dijeron en qué lugar debíamos sentarnos, sin poder elegir libremente. Al rato, llegaron Claudia Schiffer y su novio -el mago David Copperfield-, y se sentaron a metros nuestro, por eso nos habían impedido ubicarnos donde quisiéramos. Lo gracioso es que cuando salimos a la calle, todo el mundo confundió a Valeria con Claudia, los fotógrafos se abalanzaron sobre ella. Luego, Valeria hizo el famoso desfile de Versace y, de golpe, se convirtió en una celebridad muy popular”.
-Imagino que, una vez famosa, se complicaron las caminatas por la calle.
-Valeria siempre fue una persona accesible, pero fue complicado por su nivel de popularidad, incluso ahora, cuando grabamos el documental, mucha gente se paraba en la calle a observarla sin poder creer que estaba allí, a disposición”.
Superarción
Analía Pierini vive a quinientos metros del lugar donde reposa la pintura La última cena, rubricada por Leonardo Da Vinci, en el centro de la ciudad y con una ubicación privilegiada, bien ganada por esta mujer que afirma que “siempre hice todo sin plata, pero no postergué nada”.
En Valeria Mazza, un sueño dorado, Pierini brinda su testimonio cálido y de primera mano; y, en algunas escenas, se la ve caminar elegantemente -casi una segunda modelo- apoyada por un bastón, el único elemento que delata alguna dolencia, “me dio orgullo salir con el bastón”. Ningún espectador podría imaginarse todo lo que atravesó esta mujer de notable fortaleza espiritual: “Me enfermé de esclerosis múltiple en 1997″, cuenta sin vueltas y aclarando -coqueta al fin- que sólo utiliza el bastón para recorrer grandes distancias.
Cuando la esclerosis múltiple golpeó su puerta, contaba con 30 años y toda una vida por delante, una vida que se convertiría en un apasionante derrotero pletórico de vitalidad y muy lejos de toda convalecencia y conmiseración: “Por suerte, no me tocó la esclerosis progresiva, para la cual, en aquella época, no había muchas opciones. Lo que yo tenía sí contaba con medicina, aunque, por protocolo, me la dieron dos años después”.
-¿Quién y cómo te comunicaron el diagnóstico?
-Primero fue una sospecha, que finalmente se confirmó. Recuerdo a la doctora, entrando al consultorio y diciéndome, de manera muy dura, “esto es esclerosis múltiple”. Cuando pregunté qué me iba a suceder, me respondieron “no sabemos, hay que ver qué puede pasarte”, porque hay distintas formas de enfermarse, no son todos los casos iguales. Hay gente que está inmovilizada por esta enfermedad.
-El shock no habrá sido menor.
-Me tomó un tiempo acomodarme, en ese momento era “todo terminó”, en cierta forma me morí, pero yo no quería terminar. Justo me había enamorado y me sucedía todo eso; el primer año no pude trabajar y mi mamá me tenía que enviar plata desde Argentina.
-Luego del diagnóstico, ¿cómo transcurriste esos dos primeros años sin tratamiento farmacológico?
-Podía tener inmovilizada una pierna y luego, revertir el cuadro y que se paralizara la otra. Por suerte, sigo caminando y estoy fantástica, ya que hay gente que se enfermó después que yo y hoy no puede caminar, vive en silla de ruedas.
Cuando avanzó el cuadro se sometió a diversos tratamientos, algunos muy invasivos: “Me daba unas inyecciones que me hacían subir fiebre, estaba peor por la medicina que por la esclerosis, pero me ayudó a no tener ataques, a que no se inmovilizaran las piernas”.
Imparable
“Cuando dejaron de paralizarse mis piernas, busqué un sponsor y me di la vuelta al mundo”, dice suelta de cuerpo con la naturalidad de pocos. “Era mi sueño, pero necesitaba plata para hacerlo”. Con creatividad, bautizó a su aventura como “El viaje de la sanación”.
-¿En qué consistió esa travesía?
-Di la vuelta al mundo tocando ciudades en las que podía encontrar las asociaciones (vinculadas a la esclerosis) y viendo cómo vivía la gente en los diversos países y continentes. Fue increíble la experiencia.
El viaje tocó Moscú, Tailandia, Bangkok, Beijing, Tokio, Sidney, Auckand, Fishi, Los Ángeles y Nueva York. “Fueron cincuenta días alrededor del mundo”.
-Poco tiempo para semejante periplo.
-Es que no estaba del todo bien y, por otra parte, las inyecciones que me aplicaba debían estar refrigeradas, entonces la logística era bastante complicada.
Durante doce años se inyectó día por medio con las consecuencias de la fiebre acechándola luego de cada aplicación. Si bien era su lucha contra la enfermedad, lo cierto es que el tratamiento se hacía sentir: “No me daba cuenta de los efectos colaterales, tengo un carácter que me hace vivir la vida lo mejor que puedo, es que me olvido que estoy enferma, a pesar de tener mil problemas, pero la vida, para mí, es ésta, entonces adelante con todo lo que conlleva”.
-¿Nunca hubo lamentación?
-No.
Los efectos del viaje se hicieron sentir y debió permanecer algún tiempo inmovilizada. “En ese momento cambié de medicina”. El nuevo tratamiento era muy fuerte, pero se llevaba a cabo una vez por mes y sin efectos colaterales, aunque había riesgos de consecuencias serias que no le sucedieron. “No puedo creer que pasé doce años con aquel primer tratamiento que fue tan invasivo”.
-¿Cómo acompañó Valeria Mazza tu tratamiento?
-Siempre estuvo cerca, la primera vez que me internaron en un hospital vino a visitarme.
-¿Algún consejo, frase o palabra que te haya dado y que te marcó especialmente?
-Lo que me ayudó es que, justamente, ella no marcara diferencia. Se reía mucho cuando le contaba sobre mi viaje.
Aquel primer derrotero no fue el único. En el 2015 hizo el periplo transiberiano desde Moscú hasta Pekín, pasando por Mongolia, en un viaje sobre el famoso tren que cumple ese periplo. Le perdieron la valija, compartió el camarote con un desconocido y hasta durmió en campamentos con gente nómade, lejos de toda civilización. “Fue una gran experiencia”, reafirma.
-Pareciera que nada te da miedo.
-Tuve mucha suerte, cuando viajo conozco personajes increíbles. Es muy común estar comiendo en la misma mesa con gente que nunca vi y sentir que somos conocidos de toda la vida.
-¿Algún otro viaje?
-En el 2017 me fui al Amazonia, a la casa de un curandero.
-¿Un curandero?
-Sí, fui para hacer ayahuasca. Viví bajo un techo, sin paredes, e hice una dieta amazónica. Me acuerdo que Valeria me preguntó si me había hecho algún efecto y cuando le dije que no, me reprochó la decisión, “¿para qué carajo hacés esas cosas?”, me dijo, pensando que era una droga, pero, en realidad, se trata de una planta madre. En realidad, nunca busqué una sanación del cuerpo, sino en la cabeza, esa es la verdadera sanación. Para mí, lo importante es que no me traten como enferma. Cuando dicen “pobre”, me pregunto ¿por qué, pobre?, si cada uno tiene algo.
El año pasado visitó el norte de Noruega y, en el Círculo Polar Ártico, se dedicó a hacer snorkeling con orcas. Así es ella.
Muchas veces le aconsejaron escribir un libro con su historia de vida, pero se resiste porque no encuentra demasiado atractivo en su propio devenir. “Todo lo que hago es tan normal, me parece una boludez escribir mi vida”.
Pensando en su tratamiento actual, ese que ejecuta una vez por mes, reconoce que “voy muy bien, ya no tengo ataques, ni veo doble”. El éxito la lleva a anticipar que “posiblemente cambie a la medicina para la esclerosis secundaria progresiva, algo que debo hacer antes de cumplir los sesenta años, aunque mi médica no quiere que me afecte el pase de una medicina a otra, pero, como se dice habitualmente “el riesgo vale la candela´”, afirma esta mujer que hoy trabaja en uno de los bancos más importantes de Europa. “Formo parte del cupo que las empresas tienen que cumplir contratando a una persona con problemas de salud, pero conmigo se ganaron la lotería, porque hablo dos lenguas y me encanta ir a trabajar”.
Hoy su tratamiento es en base a una especie de suero, una transfusión con medicamento, que se realiza durante un par de horas y otras tantas de reposo, sólo una vez por mes.
-¿Qué cambiaría en la posible nueva modalidad?
-Se trata de un tratamiento con pastillas, voy a ser completamente libre de hospitales, sólo iría cada tres meses a buscar la medicación.
-¿De dónde sacás el optimismo?
-Soy un poco extraña…
-Me di cuenta.
-Soy kamikaze, voy para adelante. No hay nada que dure para siempre. La enfermedad me dio la dimensión de la muerte, pasé a tener otra vida. De ahí en adelante, siento que todo lo que estoy viviendo es regalado.
-Y Valeria Mazza acompañándote.
-Pocas veces he visto una familia tan linda como la de ella.
Se define en sus redes sociales como “Compulsive traveller - Photographer - Animal Lover - Sclerotic - History researcher – Dreamer”, y hay que creerle. Mucho de su vida está graficado en cientos de fotografías, resabios de sus estudios de cine, una vocación que mantiene firme.
-¿Algún mensaje para dar?
-Quién padezca algo similar que no dude en conversar conmigo, porque, cuando a mí me diagnosticaron, hablé con gente que era un bajón, me quería pegar un tiro.
-Sanaste, es un placer escucharte y un gran aprendizaje.
-Agradezco lo que soy, lo que puedo hacer y lo que tengo.
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