Maurizio Cattelan y el humor como musa
"Torno subito", decía el cartel, colgado en 1989 en la puerta de una galería en Italia. No era el anuncio del regreso inminente del galerista, sino la única pieza de la primera exposición individual de Maurizio Cattelan.
Tres años después, uno de los artistas más insolentes de todos los tiempos lo hizo de nuevo. Su participación en una muestra en el Castillo de Rivara, en Turín, consistió en una cuerda de sábanas atadas que colgaba de una ventana. Y en 1993 alquiló su codiciado espacio en la Bienal de Venecia a una agencia publicitaria, que lo usó para promocionar un perfume. Trabajar es un mal trabajo se tituló su provocativo gesto.
"No tenía nada que perder", confiesa Cattelan en el documental Be Right Back (Ya vuelvo, 2016), dedicado a su vida y obra, en el que es interpretado por el curador Massimiliano Gioni. Este último está casado con Cecilia Alemani, curadora de Art Basel Cities: Buenos Aires, que traerá a Cattelan a Buenos Aires el próximo 6 de septiembre.
En un parque de Palermo montará Eternity, un "cementerio temporal para los vivos", que reflejará una vez más su obsesión por la muerte y el fracaso. En abril último montó otra versión de la misma obra en la Academia de Bellas Artes de Carrara, donde estudiantes de arte realizaron lápidas en honor a artistas como Jeff Koons, René Magritte y Marcel Duchamp. Sobre su propia tumba ficticia se veía la escultura hiperrealista de un perro haciendo sus necesidades.
Algunos críticos señalan como su alter ego el Pinocho –personaje italiano y mentiroso– que presentó hace una década "ahogado" en una fuente del Guggenheim de Nueva York. Para entonces ya había provocado fuertes reacciones al crear una escultura de cera que representaba al papa Juan Pablo II aplastado por un meteorito (1999) y al colgar de un árbol en Milán tres figuras que parecían cadáveres de niños (2004), entre otras obras del mismo tenor.
"The End" decía la lápida que cargaba bajo el brazo al anunciar su retiro en 2011, cuando colgó del techo del Guggenheim el centenar de obras realizadas hasta entonces (entre ellas, varios caballos tratados con taxidermia). "La instalación parece una ejecución masiva", escribió la curadora Nancy Spector sobre la insólita retrospectiva.
Unas 4000 personas por día asistieron entonces a la despedida que no fue. Cinco años más tarde, el Guggenheim volvía a recibir filas de interesados en ver una obra de Cattelan, instalada esta vez en el baño del museo. Consistía en un inodoro de oro, que muchos interpretaron como un homenaje a la Fuente de Duchamp. "América da la misma oportunidad a todo el mundo –dijo su creador al diario español El País–. Da igual lo que comas, un almuerzo de 200 dólares o un hot dog de solo dos: el resultado, cuando vas al baño, es el mismo"
Autodidacta, hijo de un camionero y de una empleada doméstica, Cattelan nació en Padua en 1960. Trabajó en una oficina de correos, en una cocina, en una morgue y como diseñador de muebles. Hasta 1997 vivía con un presupuesto de cinco dólares por día.
En 2016, la casa de subastas Christie’s vendió por 17,2 millones de dólares una escultura suya que representaba a Hitler arrodillado, mirando al cielo en posición de oración. Para entonces Cattelan se había convertido en el gran bufón de la corte del arte contemporáneo, y ya había conquistado los principales museos del mundo.
Su camaleónica personalidad lo llevó a impulsar luego una revista, Toilet Paper (Papel Higiénico), y la galería Wrong (Equivocada), sin fines comerciales, con Gioni como socio. Consistía en una puerta siempre cerrada en Chelsea, que alojó obras de unos cuarenta artistas. Jamie Isenstein, por ejemplo, instaló un cartel que decía "Regreso en..." y un reloj cuya hora se mantenía siempre quince minutos en el futuro.
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