A los nueve años, se vio obligada a dejar su hogar y migrar a Chile; triunfó en el circuito internacional de la música clásica, pero regresó al lugar donde pasó su niñez con un proyecto entre manos
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A medida que el nivel del mar sube y el clima cambia, la isla que Mahani Teave llama su hogar y la cultura que contiene se encuentran cada vez más amenazadas. La Isla de Pascua, o Rapa Nui, es una de las islas habitadas más remotas del mundo, un pequeño territorio de 164 kilómetros cuadrados en el Pacífico Sur.
La tierra más cercana es la isla Pitcairn, un territorio británico de ultramar, a 2000 km de distancia; y Chile -que tiene jurisdicción sobre Rapa Nui desde 1888-, que se encuentra a 3800 km al este.
Las praderas ondulantes que se extienden hacia abajo desde el lomo volcánico están salpicadas con más de 900 moai, las figuras monolíticas de piedra con las que la isla se hizo famosa en todo el mundo. Pero la pianista Mahani Teave, quien triunfó en el circuito internacional de música clásica, es parte de una cultura vibrante y viva que abarca mucho más que las famosas estatuas talladas por sus ancestros.
“Siento que los niños rapanui aprenden a caminar solo para poder bailar y hablan para poder cantar”, dijo Teave, de 37 años.
En 2016, fue una de once rapanui que establecieron la Fundación Toki, una organización cultural que mezcla la educación clásica, tradicional y ecológica para ofrecer oportunidades a la juventud isleña en una sociedad que es fuertemente dependiente del turismo.
Niños de hasta dos años de edad toman clases preliminares y los mayores aprenden piano, chelo, violín, trompeta y teoría musical. Algunas lecciones se enseñan en el idioma rapanui, y los estudiantes también aprenden ukelele, re’o riu (un canto ancestral) y takona (pintura corporal), así como ori y hoko, dos bailes tradicionales.
Teave nació en Hawái, después de que su madre estadounidense hubiera viajado a Rapa Nui, donde conoció a su padre, quien era músico. La familia se trasladó a Rapa Nui cuando era niña. “Nunca me sentí aislada”, contó Teave y agregó: “Cuando te crías en un lugar como ese, se vuelve tu mundo y se siente tan grande. Todavía hay lugares en la isla que no conozco”.
Cuando tenía 6 años, Teave tomó clases de ballet y quedó cautivada por las partituras clásicas que escuchaba mientras practicaba sus movimientos, aunque las clases terminaron abruptamente cuando la maestra de baile se mudó al extranjero.
Pero resuelta, Teave convenció a una pianista jubilada para que le diera clases, practicando durante horas después de la escuela y, al tiempo, temiendo que la maestra pudiera poner fin a las lecciones y regresar a la paz de la jubilación. A los 9 años, Teave se mudó a Valdivia, en el sur de Chile.
“Abandonar la isla fue una experiencia amarga y la eché de menos mucho”, recordó y amplió: “No podía entender por qué alguien tenía que abandonar su hogar y su gente para hacer algo tan natural como tocar música”.
Después de eso, Teave fue Estados Unidos a estudiar con el pianista estadounidense de origen armenio Sergei Babayan, antes de mudarse a Alemania.
Aunque en su carrera tocó en algunas de las salas de concierto más famosas del mundo, la vulnerabilidad de su cultura y la falta de oportunidades en la isla fue lo que la hizo regresar a Rapa Nui en 2012 para fundar una escuela de música.
“Mientras estaba en el extranjero, pensaba mucho sobre el alcoholismo, el abuso de drogas y otros problemas sociales que hay en Rapa Nui, y como todos estos tenían mucho que ver con la falta de oportunidades”, contó y manifestó: “En mi mente pertenecía a una cultura que estaba en vías de extinción y siempre sentí que debía haber una escuela de música en la isla”.
Uno de los estudiantes de Teave fue Rolly Parra, que se había mudado a la isla a la edad de seis años con su padre, un oficial de la Armada de Chile que estaba destacado allí. Empezó a aprender piano en la escuela para luego ganar el codiciado premio Claudio Arau, en Chile, en enero de 2017.
“Mahani me inspiró y yo copiaba todo lo que ella hacía”, dijo Parra y añadió: “Si ella tocaba una sinfonía de Chopin, yo trataba de hacer lo mismo, y si la escuchaba tocar particularmente duro o suave, entonces yo lo hacía también”.
La propia carrera de Teave tomó un giro inesperado en 2018 cuando David Fulton, un coleccionista de instrumentos raros, visitó Rapa Nui durante una gira mundial y quedó sorprendido al saber que ella nunca había grabado un disco propio.
Fulton le ofreció financiar una grabación y fue así como “Odisea Rapa Nui” se lanzó en enero, llegando a los primeros puestos de la lista de clásicos de la prestigiosa Billboard en Estados Unidos. El disco recorre algunos de sus temas preferidos de Bach, Liszt, Handel y Chopin, y termina con una poderosa interpretación de “I He a Hotumatu’a”, el himno de Rapa Nui. Todos los ingresos de las ventas del disco van a la Fundación Toki.
De vuelta en la isla, Teava y sus colegas contribuyen a los esfuerzos de Rapa Nui para volverse sostenible y libre de desperdicios para 2030.
“La visión ancestral del mundo rapanui enfatiza nuestra conexión con la Tierra, a la cual pertenecemos y de la cual somos responsables”, explicó.
Voluntarios de todas partes del mundo tardaron un año y medio para construir la escuela, con los desperdicios dejados atrás por los turistas o con lo que llevaba a la isla la marea, incluyendo toneladas de cartón, latas, botellas y llantas. Es autosuficiente con sus propios paneles solares y recolectores de agua de lluvia.
El trabajo ecológico de la fundación tomó un significado particular durante la pandemia de coronavirus, que dejó entrever el futuro sombrío de una isla extremadamente dependiente del turismo y de la importación de alimentos: cuando se suspendieron los vuelos desde Santiago en marzo del año pasado, el desempleo se disparó y las reservas alimenticias se agotaron.
Además de las actividades culturales y las iniciativas para recoger basura, la líder del proyecto ecológico de la fundación ayudó a coordinar 500 parcelas comunales y a fomentar el uso de los tradicionales jardines de piedras que protegen a los cultivos de la erosión y conservan la humedad para aliviar la escasez de alimentos.
“Ya estamos enfrentando muchos de los desafíos que van a afectar al mundo en la próxima década”, afirmó Teave y concluyó: “Si podemos hacer que esta isla sea 100% sostenible, entonces Rapa Nui puede convertirse en un ejemplo a seguir en el mundo”.
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