Luna Paiva, guía de lujo en el proceso que da nacimiento a una obra de arte
Una cronista acompañó a la joven artista en su ámbito de trabajo y observó de cerca cómo se hace una escultura en bronce
El mundo del arte siempre fue una incógnita para mí. Un ámbito cercano por algunas aproximaciones que tuve gracias a un tío que pinta y a una hermana que se definía a sí misma como una “artista conceptual”, y sin embargo siempre lo miré de lejos, de reojo, con ese respeto exagerado que se tiene por aquello que uno admira, pero no termina de entender muy bien. Estaba nerviosa. Me habían invitado justamente ahí, a jugar de visitante en ese terreno resbaladizo que para mí es el arte y fui con la certeza de que iba a encontrarme incómoda, viendo de lejos –aunque estuviera a escasos metros– cómo se hacía una obra de arte.
Pero todos mis miedos se desvanecieron con las primeras palabras que intercambié con Luna Paiva, uno de los nombres que pisa fuerte entre la nueva camada de artistas jóvenes: sus plantas en bronce son una marca registrada que participaron de varias muestras en distintas galerías de Europa. Pero fue su última colaboración con la marca de ultralujo Hermès la que acaparó gran parte de la atención en los medios especializados internacionales: la tienda de la firma francesa en Barcelona la convocó para armar un jardín dorado en su vidriera, y enseguida el nombre de Luna floreció, como sus plantas. Acá, en Buenos Aires, también es posible admirar su trabajo desde la ochava vidriada de Bonpland 721, en Villa Crespo: ahí, en la Galería Slyzmud, una enorme criatura que emula un cactus viviente acapara toda la atención de cualquiera que pasa por ahí.
La propuesta, entonces, era pasar un día con ella, en su ámbito de trabajo, y ser testigo privilegiado de cómo nace –y se hace– una obra de arte. ¿El punto de encuentro? Fundición R. Buchhass, en Florida Oeste, un taller que está a cargo de tres hermanos que conforman la cuarta generación de fundidores. Ellos, junto con varios empleados, llevan adelante el mítico lugar donde se les dio vida a varios de los monumentos más emblemáticos del país como a varias de las piezas que conforman el Monumento a la Bandera, en Rosario, o el de Eva Duarte, en Recoleta. También allí Olmedo, Gardel y Pugliese alcanzaron la inmortalidad en bronce. Y artistas de la talla de Marta Minujín materializaron varias de sus obras más icónicas. ¿Acaso alguien olvida sus famosas cabezas facetadas? Muchas de ellas salieron de ahí.
Llegué antes de las 11 y Luna se asomó por entre la reja para salir a mi encuentro. Desde la calle, a través de los barrotes, alcancé a ver un destello de fuego. La cosa se ponía interesante. Entramos. Mis ojos se clavaron en un inmenso tótem, esos que eran objeto de devoción y adoración en el pasado. Sin dudas era de Luna. Un rápido recorrido visual me permitió ver dentro de ese galpón inmenso una vaca y un caballo en tamaño real, varias vírgenes, algunos bustos y otros tantos trofeos. Parecían abandonados, condenados a una existencia sin otro destino que el olvido.
De pronto, un nuevo resplandor me sacó de esa especie de trance en el que caí sin remedio. “No mires directamente al fuego que te puede hacer mal a los ojos”, me avisó Luna. Entonces, volví mi mirada al tótem, que emergía en el centro de ese templo de bronce y pensé en el poder energético que le atribuían en el pasado. No sé por qué, pero yo sentí en ese instante que algo de ese poder ancestral caía sobre mí.
Mientras miraba la obra de arte a medio hacer, Luna me explicó los pasos previos de esa enorme estructura que alcanzará, una vez terminada, los 3 metros. “Cada pieza la diseñé en mi estudio. Ahí también hice los modelos sobre una malla de metal que cubrí de arcilla. Una vez terminado el modelo lo traigo acá y continuamos con el proceso del bronce”, describe la joven artista, que desde hace unos seis años eligió ese material para hacer la mayoría de sus obras. “Todo este lugar me fascina, paso mucho tiempo acá. ¿Viste cuando todo converge? Para mí la escultura en bronce resumió todas mis búsquedas en su tridimensionalidad y materialidad”, dice mientras enfilamos hacia lo que sería la sala de cera, donde la vida de una escultura de bronce comienza. Entramos. Lo primero que me sorprendió fue el olor a cera quemada (olor que a las mujeres nos resulta especialmente familiar) que invadía la sala. “Todo arranca acá con la cera. El artista trae en yeso o epoxi u otro material el modelo de su obra y acá se hace un molde y después un modelo en cera. Más tarde se hace el encofrado y se vierte el bronce fundido dentro del modelo. La cera se derrite por el bronce caliente y queda la escultura”.
La naturalidad con la que Luna se movía en medio de ese terreno ajeno, fabril, explicando en detalle cada etapa del complejo trabajo, me sorprendió. En realidad, no era lo que decía, sino cómo lo decía. En su voz había un atisbo de pasión. Por un momento me hizo acordar a esos pocos profesores que admiraba de chica porque sentían amor por su profesión y eso se traducía en la manera en la que transmitían el conocimiento. Bueno, ella era como una profesora de arte que me estaba explicando cómo hacer una escultura. Un lujo que viene a redimir las pésimas clases que soporté a lo largo de mi escolaridad.
Por último, llegamos a las pátinas. Negro, verde o marrón son los ácidos que se aplican para corrosionar –si se quiere– el dorado natural del bronce. Así contado todo el proceso parece sencillo, pero la realidad está muy lejos de eso. Mientras Luna me explicaba los pasos, yo no pude evitar imaginar que así era como los artistas del Renacimiento hacían sus obras. Mis sospechas eran ciertas. “La fundición por cera perdida fue el primer método de fundición, en el siglo IV”, me confirma Rudy, uno de los tres hermanos y mano derecha de Luna en la fundidora. Con él, ella trabaja cada una de sus obras y es el que analiza cómo se sostiene la pieza, la manera de ensamblarla y qué medidas de seguridad hay que observar. “Con Rudy nos entendemos, además le encantan las plantas”, dice Luna, y me da pie para preguntarle de dónde viene esa fascinación por el reino vegetal.
“Me interesa la planta en un contexto incómodo, la naturaleza en la adversidad. Plantas en lobbies, plantas en bancos, plantas sublimes en canteros abandonados, atrás de rejas, detrás de vidrios. Me interpela el contraste, la planta que tiene que dar vida o, peor aún, embellecer –explica y de nuevo percibo ese atisbo de pasión en su voz–. Les saco fotos, utilizo la fotografía para crear. Con distintas fotos armo la criatura. Hay imágenes que empiezan a repetirse, plantas en lobbies, plantas y ascensores enchapados en bronce, los botones, las manijas de los edificios, el bronce en todas sus formas y las plantas. Inconscientemente voy registrando un lenguaje, un acertijo, una serie de combinaciones. Ahí es donde digo que todo converge”.
Después de la fundición nos fuimos a Villa Crespo, donde descansa el Transformer, otra de sus criaturas. “Quería una planta animal que se apoyara en sus propias ramas/patas. Una especie en transformación. Un híbrido mutando en una abstracción. Me pareció que estaba bueno alejarla de la naturaleza”, me comentó mientras íbamos camino a la galería. Llegamos. Y ahí estaba su criatura, que se me presentó un poco amenazante, tal vez por su tamaño, tal vez porque no se sabe muy bien qué es.
Pero ahí, parada frente a ese ser mutante de resplandeciente dorado, me di cuenta de que no había nada que entender. Y que ese miedo a no saber interpretar qué hay adelante sin duda nos vuelve vulnerables. Y, también, libre.
Transformer, la muestra
Hasta el 29 de septiembre está abierta la muestra Transformer, donde Luna Paiva exhibe una de sus más logradas obras. Además de la escultura en bronce que da nombre a la muestra, hay dibujos en tinta. En Galería Slyzmud, Bonpland 721, Villa Crespo.
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