El carnet de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires fechado en julio de 1975, que ilustra el comienzo del epílogo de este libro, muestra a una jovencita de mirada y sonrisa filosas. Ana Basualdo fue cronista en esa década de la revista Panorama, cuya floreciente redacción se describe como una pieza de museo que ya no se verá en estos días: planteles numerosos y bien pagos, tiempo para escribir, crónicas de extensas páginas con más texto que fotos, y publicadas semanalmente en todos los quioscos.
La primera parte de El presente, editado por Sigilo, resume un poco esa trayectoria, iniciada en un momento en que el país iba entrando en un período de violencia paraestatal hasta culminar en la última dictadura feroz. "Los artículos aquí reunidos, precisamente por su índole periodística, dan testimonio de una historia a pie de calle, de una trama cotidiana –política, artística, social– de aquellos años sobre los que el telón cayó bruscamente", señala Edgardo Dobry en el texto que cierra el libro.
El 8 de noviembre de aquel 1975, Ana Basualdo abandonó Argentina para dirigirse a su España actual. La semana anterior a su partida había sido secuestrada durante 24 horas por un grupo de la triple A. Ya en España, siguió con "esa hermosa artesanía" –tal cual ella define el periodismo reporteril– y continuó escribiendo exquisitas crónicas para diferentes medios, como La Vanguardia o la revista barcelonesa La Maleta de Portbou, en la que sigue colaborando. En 1985 publicó el libro de cuentos Oldsmobile 1962, y aunque prefiere no catalogarse como escritora, ese conjunto de relatos fue elogiado por Ricardo Piglia.
La segunda parte de El presente compila su trabajo en las redacciones europeas, en el que aparecen, entre otros temas –como los paseos y cafés–, Julio Cortázar, Bioy Casares y hasta el espíritu de Amy Winehouse, mezclados con auténticas lecciones sobre el arte de escribir crónicas.
La función de la crónica, dice Ana Basualdo, "es el registro hojaldrado de un momento –novedoso, revuelto– de la realidad social. El relato objetivo no existe, pero sí el rigor".
"La prosperidad es como una especie de guaranguería, ¿no? Hay que hacer olvidar muchas cosas para convertir en queribles a esos personajes prósperos", le escucha decir a Bioy Casares, sobre los personajes que prefiere abordar y anota. Se asesora con Manuel Puig sobre la estética camp, muy de moda en el 71, y elabora una lista jugosa de objetos y personalidades que lo representan, como el satén o la diosa Isabel Sarli. Merodea, en 1974, el hiperbólico set de filmación de Nazareno Cruz y el lobo, entre extras ansiosos por ser entrevistados, brujas, perros, y donde registra a un Leonardo Favio que jamás pierde la dulzura para con sus actores y actrices en el intenso trabajo. Es el mismo Favio que tres años antes, en el texto que inaugura el libro, se considera el mejor director de cine argentino del momento, y que para sus detractores dispensa un simple "No tienen swing".
Pero poco ilustran los breves ejemplos, las crónicas merecen que se las lea en forma completa, ya que es en su materialidad total donde brillan los destellos de una experiencia en la que aquel presente vuelve a presentarse, fresco, con la magia de la escritura. La función de la crónica, dice Ana Basualdo, "es el registro hojaldrado de un momento –novedoso, revuelto– de la realidad social. El relato objetivo no existe, pero sí el rigor". Y, ciertamente, la autora sabe dejarles el espacio a esos huecos inexorables de lo real, que hacen tan vívidas a las personas, las ciudades o confiterías que alguna vez supo ver y escuchar.
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