Vivía en Tierra del Fuego, hasta que un día decidió volver a su lugar de origen; una muerte en pandemia la llevó a descubrir el sentido de su regreso
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Una mañana, Río Grande amaneció más fría que de costumbre. Hacía 25 años que Ana María Galarza vivía en aquella ciudad y, si bien quería al pueblo y su provincia, la tierra fueguina, de a poco, comenzó a sentirse extraña en su piel, tal como le había sucedido a su llegada, cuando apenas tenía 17 años.
Ana había nacido y se había criado en Resistencia, Chaco. Jamás olvidará el día en que su madre le anunció que volarían al fin del mundo, Tierra del Fuego, un lugar remoto, aunque intrigante para el espíritu inquieto que supo aflorar desde su infancia.
Despedir a su barrio, a sus amistades, fue desgarrador y, sin embargo, su partida le permitió descubrir la amplitud de su país, una Argentina que, años más tarde, se animó a recorrer casi en toda su extensión.
En Río Grande, Ana María terminó su educación, exploró el mundo de los deportes, el ciclismo y el montañismo, trabajó y tuvo un hijo, vivió una típica vida sureña hasta esa mañana, dos décadas y media después, en la que supo que era tiempo de volver a su lugar de origen, Chaco.
“Decidí volverme contra todo pronóstico. Para mí, la etapa en la hermosa Tierra del Fuego, una provincia que me dio tanto, estaba concluida. Siempre sentí que no era mi lugar, tenía en mi mente lo que me había costado dejar mi ciudad, Resistencia, a los 17 años. Mis calles, mis amigos y todo lo que lloré por el camino”, revela hoy, al recordar su historia. “Nadie me alentaba en mi decisión. Me daban un año, me decían que no iba a soportar vivir en Chaco. Me llenaban de mitos y creencias y de `para qué vas a volver para allá, no hay nada que ver, nada para conocer, es un lugar muy feo”.
Ana María no sabía bien para qué volvía, solo sabía que todo su ser la empujaba a hacerlo. Y fue un día, cuando la pandemia y la muerte golpearon su puerta, que develó cuáles eran los motivos que la habían llevado de regreso a una tierra de la que se había alejado por años, pero que siempre había sentido como propia.
Regresar a Chaco, el “lugar feo donde no hay nada”, pero que esconde un tesoro
Divisar Resistencia por primera vez, tras una ausencia tan prolongada, fue como tocar el cielo con las manos. Ana María, quien en los últimos años había realizado mucho turismo aventura y había desarrollado un espíritu intrépido, llegó entusiasmada, dispuesta a empezar una nueva vida en el lugar que la había visto partir: “No me asustaba nada”, recuerda. “Sentía que era lo que tenía que hacer o no lo iba a hacer nunca más”.
Resistencia estaba muy distinta a como la recordaba y, mientras la recorría, respiraba profundo y miraba al cielo, agradecida de poder disfrutar de ese sol. Una alegría inmensa la invadió al recorrer nuevamente su barrio de la infancia y allí reencontrarse con rostros del pasado, como el de Delandi, su mejor amiga de la vida: “Era lo que necesitaba en ese momento”.
Fue al poco tiempo de su llegada que decidió aventurarse por El impenetrable, una región de bosque nativo de más de 40 mil km2. Cuando apenas era una niña, su abuelo, que había trabajado en aquel territorio, le había contado infinidad de vivencias que la atrapaban y disparaban su imaginación. Conocer el paraje era un sueño pendiente, que cumplió en aquel regreso, Ana María se enamoró del lugar y, de a poco, comenzó a entender el propósito de su retorno.
“Con mi regreso a Chaco comprendí aquello de que la vida pasa por otro lado”.
Con el paso de los meses, aquellos hábitos que habían quedado desdibujados en el tiempo, regresaron a Ana María hasta ser parte de sus propias costumbres. Pero en un comienzo, la mujer observaba maravillada los rincones de su ciudad natal como si se tratara de otro mundo: podía ver a la gente sentada en una plaza al atardecer; a los chicos compartiendo juegos al aire libre, muchas personas caminando, corriendo o circulando en bicicleta. Las mañanas, sobre todo, emergieron especiales ante la mirada fascinada de Ana María. Desde muy temprano podía ver a sus vecinos en la vereda sentados, con mate en mano, listos para recibir el diario o para comprar algunas verduras o frutas de las verdulerías ambulantes: “Estaba encantada de ver lo bien que me hacía observar esas cosas simples que ocurren todos los días”.
“Es muy cotidiano en una zona cálida provincial, pero era algo que no veía en Río Grande”, explica Ana María. “Asimismo, pronto comencé a relacionarme con algunas familias que todos los domingos se juntaban a comer un asado o compartir alguna comida, ¡todos tan alegres!”.
“Aun así, no lo podía explicar ni a mis amigas de Chaco ni a las de Tierra del Fuego. Me repreguntaban una y otra vez: ¿estás segura de lo que hiciste? E insistían con que Chaco es horrible, muy caluroso y sin lugares lindos para conocer”.
“En los hábitos y costumbres simples, en lo cotidiano, me encontré disfrutando de mi decisión tomada y eso me hizo sentir muy plena”, continúa pensativa. “Con mi regreso a Chaco comprendí aquello de que la vida pasa por otro lado. Me llevó tiempo aprenderlo, no fue de un día para el otro, pero lo aprendí. Pero, a pesar de ello, seguí escuchando: vos te conocés casi toda la Argentina, ¿qué vas a encontrar en Chaco?”
Una muerte dolorosa, un camino de sanación y la revelación de un Chaco diferente y bello
En el Chaco había mucho más y Ana María lo descubrió de la manera más impensada. Todo sucedió justo antes del comienzo de la pandemia, allá, a principios del 2020. Su madre, que continuaba en Río Grande y allí se había jubilado de enfermera, convalecía gravemente. Juntas llegaron a la conclusión de que era tiempo de que también regresara a su provincia, a su suelo para transitar sus últimos tiempos de vida: “Fue, sobre todo, una recomendación de su médico de cabecera”, cuenta. “Murió en plena pandemia, en Resistencia, en mayo del 2020″.
Como hija única, a Ana María le tocó enfrentar la situación sola: su hijo no podía viajar desde Tierra del Fuego para acompañarla y su sobrina segunda, que estudiaba en La Plata, tampoco. Eran tiempos donde no se podía despedir a los seres queridos: “Nunca renegué la muerte de mi mamá, sabía que era inminente. Lo que me provocó dolor fue no poder estar con ella. La última vez que la vi con vida fue el 8 de marzo del 2020″, dice conmovida.
Los amigos de Ana María, preocupados por ella y por el dolor que la envolvía, le sugirieron que aprenda a remar, que recorriera los ríos del Chaco y se refugiara en la naturaleza. Como deportista y amante de la naturaleza, la mujer comprendió que sería su mejor camino.
Y, allí, en su travesía de sanación, Ana María descubrió un Chaco totalmente diferente y bellísimo: “Al día de hoy, además de recorrer distintos lugares del Chaco, estoy conociendo mucho más El Impenetrable, de hecho, me conocen como `la señora que recorre El Impenetrable´”, cuenta con una gran sonrisa.
“Tengo una página (@temuestro_otrochaco) que creció muchísimo y fue reconocida de interés provincial. Allí muestro mi provincia en su costado menos conocido, tanto en su naturaleza como en relación a su gente”, continúa la mujer chaqueña, quien también tuvo varias apariciones en medios de sus provincias, Chaco y Tierra del Fuego, y fue invitada a disertar en la 22a Feria del Libro Chacú-Guaranitica, organizada por Editorial La Paz, donde fueron invitados países como México y Paraguay.
“Volví a Chaco para vivir mejor”
Diez años pasaron desde que Ana María regresó al Chaco. Aún recuerda con una sonrisa las dudas de sus allegados, mientras le resuenan las palabras “Chaco es feo”.
En un comienzo, su retorno respondió a una necesidad inexplicable, pero, atrás de aquella sensación, se escondía un propósito: descubrir la belleza oculta de uno de los rincones más olvidados de la Argentina.
La muerte de su madre todavía duele, pero las heridas están sanando. Hoy, Ana María, que está a punto de lanzar una cruzada junto a UNESCO, siente que, en el intento de sanar su alma, su camino cobró sentido.
“Es mucha hermosura la que se esconde en mi provincia. Con UNESCO buscaremos construir un museo en un lugar tan histórico y representativo como es La Cangayé, donde se encuentran unas ruinas no visibilizadas. Allí se realizaron las primeras reducciones del hombre blanco hacia el aborigen, en principio pacíficas, motivo por el cual se considera el lugar donde nació el Chaco y desde donde surgió el avance del hombre blanco sobre El Impenetrable para llegar a fundar posteriormente Formosa y después llegar a Salta”, explica. “EL Dr. César Fontana, dueño del campo donde están dichas ruinas hoy es su custodio y siempre dice: Las ruinas de La Cangayé no están descuidadas, están olvidadas”, continúa Ana María, quien desde su página intenta reavivar parte de la historia a través de su fotografía y su trabajo como rescatista etnográfica.
“Mi experiencia me enseñó, sin ninguna duda, a ver la vida de otra manera: cada uno debe hacer lo que desee, sin lastimarse y sin lastimar a nadie. Aprendí mucho más a dar, pero ese dar que significa ayudar al otro y sentirse plena en ese acto”, reflexiona. “Aprendí a tener sueños y a no escuchar las limitaciones del otro, en especial cuando me decían `vos estás loca´, `no tenés edad para pensar así´, `sos una mujer grande para tener tal sueño´, tenés que pensar en ser abuela, en ver cómo te jubilás´”, agrega entre risas.
“Pero sé y siempre supe, a pesar de todas esas opiniones, que volví a Chaco para vivir mejor, ese mejor significa estar en paz y tranquila, disfrutando de lo simple, de la naturaleza, algo que no todos comprenden. Y, para muchos, es imposible ver otro Chaco, pero mis vivencias me demostraron que hay mucho para conocer, disfrutar, redescubrir en muchos lugares de mi provincia”.
“El camino de la vida no es fácil, pero este que elegí me da mucha satisfacción, mucho más que la que sentí viviendo en Tierra del Fuego. Muchos perdimos tanto en esta pandemia, pero aliento a todos, en especial a las mujeres, a no quedarse en la victimización, sino luchar por sus sueños, ayudar y salir a la vida para honrar a quienes tanto quisimos”.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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