El 18 de febrero de 1950 se inauguraron seis frescos del artista César Bustillo en el hall del Gran Hotel Provincial de Mar del Plata , titulados Los vientos del país, que integraba las obras de urbanización de Playa Bristol, proyectadas y dirigidas por su padre, Alejandro Bustillo, reconocido arquitecto argentino –también pintor–, partícipe involuntario de muchas (muchísimas) postales reunidas en álbumes familiares de decenas de familias argentinas.
La sede central del Banco Nación frente a la Casa Rosada (la obra que más le gustó de todas las que hizo), el Monumento a la Bandera, en Rosario, y el hotel Llao Llao son algunas marcas que dejó la arquitectura de Alejandro, un manierista enemigo de la vanguardia moderna. Como el último representante de los exponentes clásicos, tuvo la capacidad de implantar las obras en el paisaje sin hacer notar que allí antes no había nada. Dicho de otra manera, un simbolista, un mago de la arquitectura.
César [21 de noviembre de 1917 - 7 de abril de 1969] estaba en la misma senda. En 1948 comenzó la ejecución de los murales del Gran Hotel Provincial, tarea que le ofreció su padre cuando terminó de construirse el Complejo Bristol (el hotel, el casino y la rambla). Dicha tarea le demandó a César seis meses de trabajo. La técnica que utilizó es la que se llama "al fresco", tarea realizada dentro de las diez primeras horas de fragüe sin retoques posteriores. Tratado como si fuese una gran acuarela, no usó otro complemento que hubiese desvirtuado "esta noble, simple y difícil técnica", según sus propias palabras. Más que un trabajo, se trató de una hazaña, ya que corría a pintar detrás del trabajo de un albañil que avanzaba muy rápido.
Seis días después de la presentación, el diario La Capital publicó: "Es necesario desde todo punto de vista del buen gusto eliminar del hall del Hotel Provincial las enormes decoraciones que exhiben sobre grandes paneles figuras monstruosas, de concepción tan retorcida como impresionante. No condicen esos decorados ni con el ambiente al que pretenden servir ni con el gusto del público".
Bustillo había teñido las paredes de cuerpos con musculaturas hipertrofiadas en una promiscua lucha de clases, inspirado en los vientos que sacuden todo el año la vida de los marplatenses. Como una Mar del Plata mitológica imaginada por Tolkien, César elevó figuras extravagantes con Eolo, dios de los vientos, para que se uniera a diosas fenomenales americanas: la sensual Tórrida, la gélida Antártica, Cordillera y Nube, de las cuales nacieron las Eólidas.
"César fue un naturalista. En su taller de Plátanos [partido de Berazategui, donde nació] tuvo un contacto estrecho con la naturaleza. En esos frescos convoca a todo el país. Si bien las Eólidas describen figuras de los puntos cardinales, introduce otras escenas, como el cuadro de los pescadores, que enaltece el valor de la gente, la actividad del pescador de la ciudad. Mar del Plata se resume en ese grupo de hombres que trabajan en el océano, en el puerto. Pero también representó a los gauchos en su amor por lo clásico y lo criollo", señala Liliana Porfiri, directora general de Patrimonio e Identidad cultural del municipio de Berazategui, sobre lo desmedido de la obra. Porfiri es autora de ¿Quién es yo?, (EdiBer, 2009), el libro donde capturó pensamientos y frases de César, "una forma de devolverle la palabra y el pensamiento".
Falsos movimientos
César no podía imaginar que un karma familiar desandaría su obra. Alejandro fue rechazado por la comunidad marplatense porque, gracias a la construcción del Complejo Bristol, la rambla, con su esplendor de Belle Époque, epicentro de la burguesía de entonces, cambió pudorosamente su fisonomía por el turismo de masas. Con aquellos murales, Cesar legó el rechazo que padeció su padre con la construcción del hotel.
César iba contra la corriente y las consecuencias de sus actos solitarios le acercaron nuevos enemigos. A finales de los años 40, el muralismo recién empezaba en la Argentina, luego de la fama lanzada por la obra Ejercicio plástico, de Siqueiros. Los artistas argentinos Berni, Castagnino y Spilimbergo, entre otros, promovieron el muralismo, pero lo hacían en conjunto y detrás de algún compromiso social.
Bustillo, en cambio, trabajó solo. Y estar a cargo de los murales por ser el hijo del arquitecto del hotel terminó por condenarlo. Los problemas no se limitaron a las publicaciones de la prensa. Tras las críticas, las autoridades locales le pidieron que vistiera los desnudos de sus pinturas con taparrabos. César colocó los andamios, pero solo simulaba que lo hacía, aprovechando la hora de mayor afluencia de público para que lo vieran trabajar, pero haciéndose el tonto, haciendo falsos movimientos. Todos los personajes estaban desnudos, incluyendo el propio Bustillo, que aparece con pose recia, jalando de una cuerda, en un cuadro de pescadores.
Durante algunos años las aguas estuvieron mansas, pero en febrero de 1954, cuando se acercaba la realización del Primer Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, José De Bernardi, asesor artístico del Hotel Provincial y fervoroso defensor de los frescos de Bustillo, celebró el encuentro cinéfilo con el muralista. "Por fin los artistas del mundo podrán admirar a un artista argentino", recopiló Ana María de Mena en su libro César Ave-Los muros de Bustillo. Pero el mismo día, Raúl Apold, subsecretario de Comunicaciones, fue a observar los murales. "Que los tapen. Al general Perón le gustan las cosas naturales", ordenó en una extraña alusión al cuerpo humano ante la visita del general al festival. Dos días después desplegaron grandes lienzos sobre las pinturas. "Perón no dijo eso, además nunca llegó a saber de los murales", rectifica Porfiri sobre lo sucedido.
Esos lienzos cayeron en septiembre de 1955, al igual que Perón. Pero la denominada Revolución Libertadora, cuatro meses más tarde, volvió a cubrirlos, esta vez por disposición de Emilio Bonecarrere, interventor de la provincia. Ese día, César Bustillo se había alojado en el Provincial para restaurar los daños producidos por la afrenta anterior, pero tuvo que hacer sus valijas y retornar a Plátanos.
En 1956, el gobierno de la provincia oficializó la polémica al designar una comisión encargada de dictaminar sobre los valores de la obra y su futuro. Jorge Romero Brest, Juan Ballester Peña, Héctor Basaldúa, Manuel Mujica Lainez y Julio E. Payró presentaron sus informes a partir de noviembre de 1957. Los juicios a Alejandro y César Bustillo constituyeron las piezas de un expediente oficial de la Libertadora.
En 1957 intimaron a Bustillo a presentar antecedentes de los murales, la confirmación de su autoría, las atribuciones sobre sus derechos y bajo qué contrato orden o licencia realizó la obra, "a fin de someterla a consideración de la Dirección General de Asuntos Legales". César respondió siete días después. En su carta, detalló minuciosamente cada respuesta. Anunció que su trabajo fue ad-honorem, confirmó su autoría y su ejecución ("las considero hijas legítimas del amor y el sacrificio con el que las realicé") y expuso la palabra, sapiencia y galardones de su padre en función del otorgamiento de las paredes para la obra artística.
En una segunda carta expresó sus ideas sobre el arte y el patrimonio cultural de una nación. En esas líneas también expresó sus inquietudes por los ataques recibidos: "¿Qué razón mueve al gobierno que lo interpela y al Estado provincial a tomar decisiones extremas sobre una obra patrimonial?". Es una tercera carta, firmada conjuntamente con su padre, se dirigieron al ministro de Hacienda –Capitán de Fragata Don Eusebio Cortés–, dando respuesta y ejerciendo su derecho a defensa frente a la lectura de los expedientes e informes escritos por los intelectuales citados para juzgarlos.
Aún reconociendo que la obra estaba llena de defectos juveniles, los Bustillo se preguntan: "¿Por qué no? ¿Quién no los tiene?". Las idas y vueltas continuaron un tiempo más, hasta que el debate, al menos en público, cesó. En 1962 dejaron a los murales al descubierto, aunque abandonados a su suerte. El daño estaba hecho. Pero la historia de los frescos continuaría.
Amigo de la naturaleza
César Bustillo nació en Plátanos, a la vera del arroyo Las Conchitas. Fue el mayor de ocho hermanos. Sus padres se casaron en 1916 y vivieron muchos años junto a la estación de Plátanos de la línea Roca, en el hoy desaparecido chalet Claveles, que fue un regalo del padre de la novia.
La experimentación permanente lo llevó también a abordar la escultura. Trabajó la piedra, la madera y el bronce. No fueron muchas las ocasiones en las que participó en muestras de arte, aunque estuvo en algunas exposiciones individuales –en Galería Witcomb, por ejemplo– y otras colectivas, como la de Wildenstein, junto a artistas nacionales como De la Cárcova, Daneri, Forner, Pettoruti, Soldi y Spilimbergo.
Su atelier (o su galpón, definición más acorde a la pobreza que lo rodeaba) de la calle 43 se convirtió en museo, con los cuidados de Gregorio Serventi, un amigo cercano a la familia. Vivió ahí sus últimos años, con dos ventanas sin vidrios, un espacio donde alojar una cama y los libros, y un baño que consistía en un sanitario, su descarga y un lavamanos a la vista de todos. Este pequeño mundo privado quedó intacto por años, con la boina que siempre usaba colgada donde él la había dejado por última vez.
"De mi tío recuerdo muy poco, porque yo era muy chico cuando murió. Pero que mi abuelo haya confiado en él para hacer esos frescos no fue solo por la relación filial. Para mí, y me hago cargo de esto que digo, Alejandro fue mejor pintor que arquitecto, pero tuvo que vivir de algo y eso fue la arquitectura. César tuvo un enorme talento que recién ahora se reconoce, pero antes de hacer esos frescos del Provincial él ya había hecho un trabajo similar, aunque en menor escala, en la capilla de Plátanos, ilustrando a las personas que lo rodeaban. César tenía incorporado el afán familiar de exponer las obras como algo eterno. Era un brutalista extremo", concluye Fernando Bustillo, nieto de Alejandro, hijo de Jorge, arquitecto como todos ellos y representante del estudio familiar que cumplió cien años en este 2019.
Cuando César murió (por una enfermedad degenerativa, a los 52 años) sus restos fueron acompañados por tres hojitas de un árbol de su Plátanos natal. Afectado por la persecución permanente, se había recluido a pintar y a hacer esculturas. En esos tiempos cautivos, sus trabajos se volvieron oscuros, tal vez presagiando el final de su vida. Su enfermedad ni siquiera le permitía dominar bien los materiales.
En 2001, Celina Seré, viuda de César, y sus ocho hijos donaron ese taller al municipio de Berazategui y entraron en contacto con los funcionarios locales. "Están sus manuscritos, sus esculturas, sus óleos y sus herramientas de trabajo. Todas las cosas, en el mismo sitio que las dejó él. En el municipio habíamos armando una muestra sobre su trabajo y la familia creyó en nosotros. En estos años, restauramos el atelier y trabajamos en la conservación del material. Fue un trabajo arduo", recuerda Porfiri, quien también publicó Alejandro Bustillo. La Estancia, relatos fotográficos (EdiBer, 2018).
De 1962 en adelante, los frescos del Provincial se mantuvieron en pie, aunque sin protección. En caída franca por falta de mantenimiento, el hotel quedó cerrado en 1998. El cambio de siglo lo encontró destruido, con sus largos pasillos curvos cubiertos de agua, la escenografía perfecta para montar un policial de los hermanos Coen. Hasta que la cadena NH, asociada con el empresario de medios local Florencio Aldrey Iglesias, ganó un concurso de licitaciones para reabrirlo 2004 (la concesión recién fue entregada en 2008). El hotel convocó a un especialista para restaurar los frescos, que ahora lucen a la vista de todos, como lo quiso César. Es el deseo lo que tarde o temprano quiebra la contención de los fanáticos.
Agradecimientos: Marisa Leguizamón, Alejandro Novacosky, Municipio de Berazategui, Estudio Bustillo. El Museo Taller César Bustillo está ubicado en la calle 43 e/ 156 y 157, Plátanos. Abierto al público todos los días.
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