Veinte años después de su estreno (en junio de 1998 en los EE.UU; en octubre de ese año en la Argentina), The Truman Showsigue siendo valorada como una gran película y admirada como oráculo. Su legado incluye la consagración dramática de Jim Carrey, la predicción del auge de los reality shows y del fin de la privacidad. También sirvió para bautizar a un trastorno mental que afecta a personas que piensan que son los protagonistas de un reality show creado para entretenimiento de otros y quieren escapar de esa situación imaginaria.
Desde que Carrey se puso en la piel de Truman, un hombre que ignoraba que su vida era una puesta en escena que estaba siendo filmada y emitida por televisión, los reality shows coparon la TV, presentando una realidad manipulada para convertirse en espectáculo, mostrando desde el día a día de gente encerrada en una casa sin hacer nada durante meses hasta personas desnudas intentando sobrevivir en una selva. En estos 20 años, una familia se hizo famosa y millonaria presentando en televisión su ostentosa vida y sacándole rédito económico a sus escándalos. Hombres y mujeres buscaron al amor de su vida frente a las cámaras, o simularon hacerlo, humillándose por conseguir la rosa que los mantuviera en la competencia por el corazón del candidato en cuestión. Y en un golpe de efecto digno de un productor sin escrúpulos, un empresario que se hizo (aún más) famoso despidiendo por televisión a personas que querían trabajar en alguna de sus empresas se convirtió en el presidente de los Estados Unidos.
La privacidad se fue devaluando a medida que los reality shows se convertían en un fenómeno exitosísimo y terminó de destruirse como concepto con la aparición de las redes sociales en las que, voluntariamente, millones de personas exponen sus cuerpos, a sus hijos y a sus mascotas. Ficciones como las que narra la serieBlack Mirror se ocupan ahora de pensar y advertir sobre el futuro que nos espera, tal como lo hizo Truman, aunque con mayor conciencia de que hasta lo más extremo puede llegar a suceder. Porque ya sucedió.
A fines de los 90, las redes sociales no estaban ni cerca de existir y los reality shows apenas tenían algún precedente aislado. Cuando el director Peter Weir leyó el guión de Andrew Niccol le pareció una maravillosa ficción especulativa, con inspiración en The Twilight Zone, aquella serie de antología de fines de los 50 que compilaba relatos fantásticos. Pero tenía sus dudas respecto de llevarla a la pantalla grande. "Me preocupaba la credibilidad de la historia. No había suficientes precedentes", explicó a la revista Newsweek el director australiano, conocido por Testigo en peligro y La sociedad de los poetas muertos. Weir consultó con varios amigos sobre el guión y todos opinaban que la premisa era demasiado imaginativa, porque nadie querría ver algo así en televisión.
Sin embargo, el proyecto siguió en marcha. Se hicieron modificaciones porque el guión de Niccol era más oscuro y el protagonista más triste, lo cual para el director hacía más difícil de creer que los televidentes disfrutaran de ver el programa. El realizador decidió crear para Truman un ambiente que reflejaba el ideal de la vida en los suburbios norteamericanos de los 50, pero adaptado a la época. El personaje viviría en Seahaven, una isla donde el sol brilla permanentemente, todo es prolijo, ordenado y no existe la pobreza; un pequeño mundo contenido en un set construido dentro de un enorme domo, ubicado en el corazón de Hollywood, con una luna que esconde la cabina de control presidida por el creador del programa, Christoff (Ed Harris).
El elegido para interpretar a Truman fue Jim Carrey, quien hasta entonces se había dedicado con exclusividad a comedias alocadas como La máscara y Ace Ventura: detective de mascotas, con una incursión en el terreno de la comedia negra con El insoportable. Su interpretación de Truman le permitió demostrar la vulnerabilidad y sensibilidad que se escondían detrás de sus muecas y le abrió las puertas para actuar en otro tipo de películas. El siguiente film que protagonizó fue El mundo de Andy, la biografía del comediante Andy Kaufman, dirigida por Milos Forman. Para este trabajo Carrey utilizó un método que lo llevó a identificarse con el papel de una forma extrema, situación que fue plasmada en el documental Jim y Andy, que se estrenó en Netflix en 2017. De alguna manera, el actor terminó teniendo su propio reality show sobre los borrosos límites entre su persona y el personaje.
Tras su estreno, The Truman Show recaudó casi 265 millones de dólares en la taquilla internacional, recibió tres nominaciones al Oscar y se convirtió en un fenómeno de la cultura popular con alcance global. La idea de un programa que mostrara el día a día de un hombre que ni sospechaba que vivía dentro de una "realidad controlada" aún parecía imposible, al menos para la inmensa mayoría.
Un poco en chiste, un poco en serio, quienes habían visto la película empezaron a comentar ante ciertas situaciones que lo que les sucedía parecía armado, "como The Truman Show". Algunos años después, esta sensación se convertiría en patología para algunas personas y el psiquiatra Joel Gold le pondría el nombre Truman Show Delusion a esta forma de psicosis. Gold atendió el caso de un hombre que creía que el atentado al World Trade Center, en septiembre de 2001, había sido simulado para el reality que él protagonizaba y tuvo que viajar a Nueva York para ver con sus propios ojos las consecuencias del hecho. Según explica el psiquiatra en diversas entrevistas, este tipo de delirio siempre existió, pero se vio acrecentado junto con la aparición de The Truman Show, la TV realidad y las redes sociales.
El concepto de reality show todavía no se había popularizado cuando la película de Weir llegó a los cines, aunque la televisión ya había coqueteado con la idea de contar la realidad como si fuese una ficción y la cobertura de ciertos eventos, como el juicio a O.J. Simpson, sugerían que la audiencia disfrutaba con el morbo que produce el drama real.
En 1973 se estrenó An American Family, un ciclo experimental de la televisión pública de los Estados Unidos (PBS) que presentaba las cotidianidad de una familia norteamericana. El productor Craig Gilbert utilizó el estilo del cinema verité, corriente del cine documental basado en la grabación de situaciones y diálogos sin intervención del realizador, para adentrarse en la vida de los Loud. La idea del productor era mostrar a una típica familia de la época, pero en el camino se encontró con un melodrama que no esperaba. El matrimonio Loud, que había cumplido su 21º aniversario, se desintegró; el patriarca enfrentó una crisis en su negocio; y el mayor de los cinco hijos contó frente a las cámaras que era gay, en una época en la que la homosexualidad aún era un tema tabú. Aunque los doce episodios fueron vistos por 10 millones de personas, todo quedó como un experimento y los reality shows no se convirtieron en una parte importante de la producción televisiva hasta los 90. Recién en 1992 la señal MTV estrenó The Real World, una serie inspirada en An American Family, en la que un grupo de jóvenes que no se conoce entre sí convivía en una casa durante varios meses. Varias cámaras capturaban lo que sucedía entre ellos y luego era editado para crear una narrativa atrapante.
Un año antes de que The Truman Show llegara a los cines se estrenaron en la televisión holandesa y sueca, respectivamente, Gran Hermano, que tomaba la premisa general de The Real World agregándole algunos elementos nuevos y exponiendo a los participantes a las cámaras las 24 horas (su creador, John De Mol, se basó en 1984, la novela de George Orwell); y Expedición Robinson, una competencia con pruebas de supervivencia. Las versiones norteamericanas de ambos ciclos se produjeron recién en 2000 y los formatos se expandieron luego a más de 50 países, incluyendo a la Argentina.
Está claro que The Truman Show no inventó los reality shows, pero sí predijo su auge y advirtió sobre algunos de sus peligros. La fascinación del público por acceder a cada detalle de la intimidad de una persona se haría manifiesta en la década siguiente cuando millones de personas comenzaron a imitar de forma inconsciente los comportamientos de esos espectadores que en la película siguen con fervor la vida de Truman (los guardias de seguridad, la pareja de señoras mayores; el hombre que siempre está en la bañadera mirando la TV).
Ese interés voyeur (y también de empoderamiento de los personajes, desde un punto de vista más filosófico) se agigantó luego con la aparición de las redes sociales. A partir de la llegada de Facebook, seguida por Twitter, YouTube, Instagram y otras, las personas comenzaron a mostrar sus vidas a desconocidos. Famosos y ciudadanos comunes decidieron que el mundo necesita saber a dónde viajan, qué comen y a quiénes aman. Hay diversas razones que pueden llevar a alguien a compartir sus vidas de esa manera, pero para muchos se trata de un intento desesperado por alcanzar la fama. No están lejos de parecerse a Meryl, la esposa de Truman, interpretada por la gran Laura Linney, una mujer que renuncia a su libertad para ser parte del programa más exitoso del mundo.
Otra de las acciones de Meryl se convirtió en algo corriente tanto en la TV como en las redes sociales: la publicidad no tradicional. En una escena, la esposa de Truman intenta dar fin a una discusión seria, ofreciéndole una taza de Mococoa, "hecha con granos naturales de cacao de las laderas altas del monte Nicaragua, sin edulcorantes artificiales". A Truman ese comportamiento le resulta extraño y le pregunta a quién le está hablando. La respuesta que queda sin pronunciarse es, por supuesto, a los televidentes y potenciales consumidores.
Es cierto: ya la utilizaba Alberto Olmedo y su "Savoy, savoy". Pero esa forma de vender un producto, simulando utilizarlo y disfrutarlo, era una novedad cuando se estrenó la película. Hoy la televisión la tiene completamente incorporada, y también las figuras de Instagram, YouTube o Snapchat. Personas con millones de seguidores convierten sus posteos en una vidriera en la que desfilan ropa, muestran los fabulosos resultados al usar ciertos productos de belleza, recomiendan bebidas o lo que sea, siempre que la marca les pague. Ahí es donde reside el negocio de las redes sociales, que cuentan entre sus estrellas a muchas surgidas de los propios reality shows; las Kardashian son el caso paradigmático.
Dado que los participantes de los reality shows y aquellos que buscan la fama en las redes sociales son conscientes de la exposición de sus vidas, lo que parecía disparatado en la película de 1998 hoy se puede ver casi como inocente, aún tomando nota de la increíble clarividencia respecto de estas formas de entretenimiento del futuro. Ni el guionista ni el director del film podían adivinar que veinte años después la familia Kardashian construiría un imperio basado en su vida cotidiana y cimentado sobre la filtración de un video sexual de una de las hijas, Kim, que luego fue editado y vendido con su bendición, a cambio de regalías.
A diferencia de quienes renuncian a su privacidad en el intento de hacerse famosos, Truman es una víctima de la megalomanía de Christoff; un bebé adquirido por una empresa para ser criado ante los ojos del mundo, convertirse en un producto de entretenimiento y generar ganancias. La advertencia de The Truman Show sobre la falta de ética de hacer pública la intimidad de una persona que no sabe que está siendo filmada resuena en nuestra época en la que cualquiera puede filmar a otro con su teléfono celular y publicarlo en internet para que lo vea todo el mundo.
Con una vuelta de tuerca de una oscuridad apabullante, el episodio "White Bear" de Black Mirror retoma esta advertencia de The Truman Show, pero la adapta a estos tiempos. La serie británica de antología se centra en las (en general negativas) repercusiones que la tecnología de consumo masivo tiene en la vida actual. El espejo negro del título se refiere a la pantalla del teléfono, la computadora, la tableta o el televisor, que nos devuelve nuestra imagen envuelta en la oscuridad. Charlie Brooker, creador, productor y guionista de todos los episodios de Black Mirror, cita a la película de Weir como una influencia directa sobre la serie.
"Es una fantasía paranoica basada en un pensamiento que todo el mundo tuvo alguna vez: ¿cómo sabría si soy la única persona real en el mundo? Muchos de los episodios de Black Mirror tienen que ver con la autenticidad. The Truman Show es la expresión máxima de eso", explicó Brooker al sitio Vulture.
Más allá de la influencia general que la película tiene en el trabajo de Brooker, quien antes de Black Mirror creó la serie Dead Set, una parodia de un reality show tipo Gran Hermano cuyo set era atacado por zombis, la historia de "White Bear" está directamente basada en la idea central de The Truman Show. El episodio comienza con una mujer que despierta en una casa y no recuerda quién es, ni dónde está. Cuando sale, se encuentra con un hombre armado que la empieza a perseguir a los tiros mientras grupos de personas filman lo que sucede con sus teléfonos y nadie responde a sus pedidos de ayuda. Pronto la mujer se encuentra con una joven que la ayuda a escapar y le explica que una extraña señal que invadió las pantallas convirtió a las personas en sádicos capaces de cualquier crimen o en espectadores pasivos. El plan de la chica es que ambas vayan a White Bear para poder destruir uno de los transmisores de la señal. Mientras tanto, la mujer tiene algunos recuerdos aislados y guarda la foto de una niña que todo parece indicar que es su hija. Una sensación inexplicable le indica que ir a White Bear no es una buena idea. Después de pasar por situaciones de extremo peligro, las dos llegan al lugar.
Acá entramos en el terreno del spoiler, pero es imposible hablar de las relaciones del episodio con The Truman Show sin hacerlo. Porque hacia el final se revela que la mujer es la protagonista de un reality show que pretende hacer justicia a través de un elaborado esquema de tortura. La mujer fue cómplice de su novio en el secuestro y asesinato de una niña, la de la foto que pensaba que era su hija. Mientras el hombre la prendía fuego, ella filmó todo y no hizo nada para ayudarla. Su castigo es vivir todos los días esta puesta en escena en el Parque de Justicia White Bear, llamado así por el osito blanco que era el favorito de la niña asesinada. La mujer es sometida a esas situaciones de violencia una y otra vez, mientras un público que asiste a la "función" la filma. Al final la pasean en un vehículo transparente para que la gente le grite y le tire cosas. Luego la llevan de nuevo a la casa y la hacen ver las imágenes de la niña quemándose, mientras un aparato le borra la memoria para comenzar todo de nuevo al día siguiente.
La conexión entre este episodio de Black Mirror y The Truman Show es sencilla: ambos parten de la idea de un sujeto que es protagonista de una puesta en escena sin que lo sepa. Pero sus diferencias demuestran cuánto cambió el panorama de la cultura popular y la sociedad en los últimos 20 años.
Cuando se estrenó el film de Weir, lo que se planteaba parecía una exageración, una distopía que mostraba un mundo en el que una empresa podía comprar a una persona y ofrecerla como entretenimiento, como si se tratara de un animal en un zoológico (que, por otro lado, ya casi no existen). Salvando algunas cuestiones esto terminó siendo una profecía. El episodio de Black Mirror también parece descabellado y demasiado subrayado en su denuncia de una sociedad que disfruta de filmar y ver la tortura, enmascarando su sadismo en una supuesta búsqueda de justicia pero, ¿es realmente imposible que algo así suceda?
En una análisis de Black Mirror publicado en la revista New Yorker, Troy Patterson propone clasificar a la serie como una "cacotopía". Según el autor, algunos académicos indican que la cacotopía es una distopía, pero que se concentra específicamente en el declive moral de una sociedad. Los conflictos morales que planteaba The Truman Show en 1998 se fueron acentuando, especialmente después del 9/11. La esperanza es que dentro 20 años Black Mirror sea recordada como una muy buena serie, paranoica, pero no profética.
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