La pálida luz de una estrella agonizante en el cielo nocturno
Desde hace unos meses, algo está ocurriendo en el hombro de Orión. A los griegos ya les fascinaba esta constelación que asociaron a la leyenda de un cazador gigante que muere envenenado por la mordida de un escorpión. Fácilmente localizable en el cielo nocturno gracias a Alnilam, Alnitak y Mintaka, las tres estrellas que forman su famoso cinturón, más conocidas por todos como "las tres Marías", los astrónomos no puede dejar de observarla aguardando un inminente desenlace. Su astro más particular, Betelgeuse, la estrella rojo pálido ubicada en uno de los hombros del cazador, resplandece erráticamente preanunciando su muerte. En realidad, su color característico siempre indicó, desde que fuera descubierta por un astrónomo árabe, que se trata de una estrella moribunda, de menor temperatura que las azules. Pero desde hace un tiempo su pérdida de brillo se ha acentuado. Aunque es una de las más brillantes de la galaxia, desde noviembre perdió el setenta por ciento de su luminosidad en una agonía acelerada que para los astrónomos conducirá, más rápido que tarde, a una supernova, es decir, a una colosal explosión.
Dado su tamaño, unas 900 veces superior al Sol, y a su relativa cercanía a la Tierra –650 años luz–, de producirse esa explosión estelar podría ser observada a simple vista desde nuestro planeta y los científicos estiman que el destello en el cielo tendría una luminosidad similar a la de la luna, por lo que sería visible incluso en el cielo diurno.
El célebre Neil deGrasse Tyson, director del planetario Hayden en Nueva York y discípulo de Carl Sagan, convocó a los astrónomos aficionados a monitorear el brillo de Betelgeuse, que hoy se encuentra en su mínimo histórico y en pocas semanas cayó del séptimo puesto entre las estrellas más brillantes al vigésimo primero.
Incluso The Economist, en un artículo titulado "¿Habrá pronto una supernova cerca de la Tierra?", anticipaba el mes pasado que el destello de la explosión podría ser visible durante semanas a plena luz del día pues sería tan luminoso como lo es la luna en el cielo nocturno. Pero algunos astrónomos creen que aunque la supernova será inevitable, podría ocurrir en un plazo tan corto como los próximos cien mil años.
La contemplación del cielo y sus fenómenos ha cautivado desde siempre a los humanos, que buscamos en ellos rastros de nuestro propio origen y certezas sobre nuestro destino. Al elevar la vista tomamos conciencia de nuestro lugar en la inmensidad del universo. Resulta extraño saber que los astrónomos especulan, en realidad, sobre algo que ya ha ocurrido hace siglos, pero cuya luz simplemente aún no ha llegado hasta nosotros. Vemos el pasado sin conocer cuánto de lo que contemplamos todavía está allí. En nuestra pequeñez nos consuela saber que nosotros también brillaremos con un pálido fulgor cuando ya no estemos aquí.