La increíble historia del hotel abandonado en el corazón de la Patagonia que hoy está en ruinas
Se trata del establecimiento Futaleufú, una edificación que se construyó en la década del setenta con el objetivo de alojar a los profesionales de la Central Hidroeléctrica
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En plena Cordillera de los Andes, un hotel que vivió sus épocas doradas en la década del ‘70 posa en ruinas sobre el frío suelo patagónico. Ubicado a 45 kilómetros de Esquel, el sitio se convirtió en un atractivo turístico gracias a su aterrador escenario. Abandono, graffittis y un silencio incómodo son las tres características que lo definen. Sin embargo, su historia ahora desoladora no siempre fue así, sino que tuvo un momento de gran esplendor. “La obra era imponente”, expresó Luis Moscovakis en diálogo con LA NACION, un exempleado de la empresa Agua y Energía, encargada de su construcción.
Corría el año 1978. En la provincia del Chubut, una enorme y maravillosa obra finalmente llegaba a su fin y se inauguraba al público tras 7 largos años. Se trató de la Central Hidroeléctrica Futaleufú, creada con el propósito de dar energía a la planta de aluminio Aluar de Puerto Madryn. La construcción incluyó -a su alrededor- el diseño de un llamativo hotel al que lo acompañaba un paisaje de ensueño: montañas nevadas, centenares de árboles y un hermoso río de agua cristalina, tal y como la imagen sacada de un cuento. Si bien la primera intención cuando lo construyeron era alojar a los directivos de la obra y grupos de trabajadores extranjeros, acabó con un triste desenlace cuando todos partieron para sus respectivos lugares de origen y abandonaron el imponente lugar.
“Fueron ingenieros y arquitectos de Agua y Energía de Buenos Aires los que se pararon en ese lugar y dijeron ‘qué hermosa vista tenemos para hacer un hotel’. Claro, a 40 kilómetros tenías las cascadas Nant y Fall, toda la belleza del Río Grande y el Río Futaleufú”, relató Luis al recordar la época en la que trabajó allí.
Aquella idea peculiar y a la vez sorprendente por el terreno en el que iba a realizarse, finalmente se concretó. El mega emprendimiento contaba con dos pisos, un estacionamiento en el exterior, tres casas privadas para los trabajadores de mayor nivel y una residencia para los huéspedes. “La obra era muy imponente, yo había ingresado hacía poco tiempo y hacía de chofer de un profesional veterano de AySA. Hicieron todo a lo grande. Se hizo para los profesionales, preferentemente para extranjeros que llegaban de empresas como Melco y Neyrpic”, remarcó.
Las personas llegaban en los vehículos característicos de la época, desde un Fiat 600, hasta un Chevrolet 53, Ford, Opel, entre otros. Al ingresar, los huéspedes se encontraban con un amplio recibidor y una hermosa puerta de madera. Una vez ahí había una recepción y unas escalinatas que los guiaban a una enorme sala de estar.
Por otra parte, había un fogón empedrado que se destacaba en una pared blanca de la que hoy no quedan rastros. También había una puerta vaivén en la que ingresabas al comedor y en la que también estaba la cocina, la caldera y un ascensor. Cabe mencionar que este último era algo poco habitual para esa época y la zona, ya que los pueblos aledaños no contaban con una gran cantidad de habitantes y todos estos avances tecnológicos producían un asombro difícil de describir.
“Luego de hacer todo ese recorrido, te encontrabas con las cinco habitaciones de servicio. Seguías caminando y tenías que dar una vuelta en U, que precisamente te llevaba a la zona de las cocheras. Por el lado del segundo piso, un largo pasillo daba pie a varias habitaciones con una vista privilegiada y baño en suite.”, enumeró Luis.
De la noche a la mañana, el lugar se convirtió en el centro de visita para las familias que llegaban desde lejos a ver a sus esposos, padres o hijos, todos trabajadores de esta inmensa construcción. “Además de que la función principal del hotel era alojar a las personas involucradas en la obra, sus familias también venían con destino a la Represa Futaleufú y de paso a conocer la zona, con lugares de ensueño que había en Trevelin y Esquel”.
Entre los recuerdos que guarda en su memoria, Luis comentó uno que aún mantiene muy presente: unos obreros suecos instalaron en el hotel nada más y nada menos que un sauna, algo insólito y extraño para aquel entonces. “Era muy raro en ese momento, nos reímos cuando lo vimos “, sostuvo.
Había 15 empleados en el hotel, quienes además de atender a las personas alojadas, realizaban otro tipo de servicios: “El lugar fue sede para realizar cumpleaños, casamientos y todo tipo de celebraciones. Era muy requerido y llamaba la atención de todos”.
Del lujo y el esplendor al abandono y el olvido
A medida que la obra de la represa Futaleufú terminaba, el hotel comenzó poco a poco a deteriorarse. Cuando todo acabó, los profesionales y obreros dejaron el lugar en el que vivieron tantos años y volvieron a sus hogares.
“Recuerdo que en algún momento se arregló un sector para que viva una contratista que llegó para hacer una mejora, y la fecha en la que se comenzó a deteriorar coincide con el momento de la inauguración de la represa, en 1978. Lo más triste fue cuando empezaron a cargar las cosas. Yo me preguntaba ‘¿dónde va todo esto?’, y me decían que se llevaban todo para otras provincias del país. De hecho, en Córdoba estuve de vacaciones en un camping y encontré el calentador del sauna del Futaleufú, sabía que era ese porque lo recordaba de memoria. Cuando pregunté, efectivamente me dijeron que se trataba del mismo”, explicó Moscovakis.
Aunque intente no quedarse con lo negativo de la época, para Luis el Hotel tenía todas las posibilidades de ser un lugar increíble y capaz de perdurar: “Da pena. Fueron 4 personas que dijeron ´qué lindo, construyamos el hotel acá'. Llegabas y no tenías para donde ir, ya que tenías que hacer el mismo camino para ir a la obra o para ir a Trevelin. No era un hotel de paso”.
Luego de todo lo que ocurrió, el Hotel Futaleufú pasó a pertenecer a la Municipalidad de Trevelin, ciudad ubicada a 12 kilómetros. Aunque en un principio la idea de los funcionarios era venderlo, no hubo un comprador y poco a poco recorrió un camino de deterioro y vandalismo por parte de los visitantes que, curiosos por ver lo que había, entraban sin autorización.
Para el 2009 el lugar quedó en manos de la provincia del Chubut y hubo varios proyectos que se presentaron, pero que nunca perduraron: desde instalar una cárcel, un espacio de aguas termales y hasta un polo tecnológico. Desde hace varios años es parte de los atractivos de la zona y miles de personas llegan para conocer su historia. En teoría, al hotel solo pueden acceder aquellas personas que trabajan en la Hidroeléctrica, pero los lugareños y turistas ingresan habitualmente y un sinfín de youtubers llegan van para capturar increíbles fotos y videos que muestran cómo luce en la actualidad.
Al pasar por su entrada ya no queda ni un rastro de la madera que antes llamaba la atención. Varios carteles, vidrios rotos y ladrillos conforman un paisaje que se detuvo en el tiempo, sumado a la escena lúgubre de paredes intervenida con pintadas, un pasillo largo y escaleras sin sus respectivos barandales.
El desorden y el abandono colman el espacio. En el lugar donde antes se encontraban las habitaciones, se puede ver que todo fue robado y que las duchas contienen roedores muertos en su interior, sumado a que en todos los sectores hay polvo, telas de araña y una oscuridad absoluta. En la cocina, una campana cuelga por el techo y evidencia un claro signo de deterioro. Las ventanas rotas se fusionaron con el polvo que dejaron los años de dejadez y se entremezclan con las lajas esparcidas por el suelo. Todo en medio del imponente paisaje cordillerano.
De esta forma, lo que era un lugar maravilloso, en la actualidad es lo más parecido a la casa de una película de terror. No obstante, la estructura que hoy queda en pie fue -indudablemente-será testigo mientras siga allí de una época clave para la localidad, y de un pasado que escribió un capítulo importante en la historia del sur de la Argentina.
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