La huella prehistórica de nuestros miedos
A mediados de los 60, Bruce Chatwin era una estrella del mercado de subastas de Londres. Tenía 25 años, era "hermoso hasta lo imposible" (así lo describió un merchante) y dirigía Sotheby’s como experto en impresionismo y antigüedades. Estudiaba Arqueología en la Universidad de Edimburgo, carrera que abandonó a comienzos de los 70, cuando empezó a escribir artículos sobre arte y diseño para el Sunday Times. Un día entrevistó a la arquitecta irlandesa Eileen Gray en su casa de París. En la pared colgaba un mapa de la Patagonia pintado por ella.
–Siempre quise ir ahí –le dijo Chatwin.
–Yo también –respondió Gray, que tenía 93 años–. Andá por mí.
Chatwin sacó un aéreo y le mandó un raro telegrama de renuncia a Magnus Linklater, director del Times: "Me voy a la Patagonia".
Allí comenzó su vida como novelista y escritor de viajes, un Rimbaud moderno que operaba en la triple frontera de la fabulación, la poesía y la antropología. Diez años después de la publicación de En la Patagonia (1977), Chatwin lanzó su cuarto libro, The Songlines, una investigación sobre las tribus originarias de Australia. Tal como rescata el ensayista inglés Al Alvarez en su libro La noche (editorial Fiordo, traducción notable de Marcelo Cohen), Chatwin arma allí una hipótesis aventurada pero cautivante alrededor de una bestia del Plioceno que se especializaba en cazar primates: el Dinofelis, también conocido como el "falso dientes de sable". "El Dinofelis era un felino menos ágil que el leopardo o el guepardo, pero de contextura mucho más robusta –escribe Chatwin–. Tenía dientes asesinos rectos, semejantes a dagas (...) Podía cerrar la mandíbula inferior de un solo golpe y, puesto que se movía con cierta torpeza, debía cazar sigilosamente y por la noche".
Segun la teoria de Chatwin que retoma Alvarez, el falso dientes de sable es el padre de nuestros "miedos ocultos", la fuente de un terror arcaico que persiste en el miedo instintivo de un niño a la oscuridad. Con los siglos el Dinofelis se extinguió y el Australopithecus triunfó en la batalla evolutiva, pero la humanidad no olvidó el trauma: "convirtió a esa bestia que mataba de noche en el Príncipe de las Tinieblas, y al miedo en moral". Científicamente, dice Alvarez, la teoría tiene poco sustento, pero poéticamente funciona como etiología del bien y el mal: "Si la criatura no hubiese existido, habríamos tenido que inventarla, porque corresponde a fuerzas poderosas de la mente humana".
No hay que viajar tan lejos para encontrar rastros de ese tipo de predador nocturno. Hace dos años, el equipo del museo arqueológico de Miramar encontró en las barrancas cuatro pisadas de dientes de sable (ya no falso), el Smilodon, un félido de 300 kilos que habitó América en el Pleistoceno. Son las primeras huellas de la especie que se encuentran en el mundo, y su "datación relativa" es de más de 30.000 años.
"Es muy difícil encontrar huellas de este tipo –dice Federico Agnolin, paleontólogo del Museo Argentino de Ciencias Naturales–. Los huesos resisten, pero una huella tiende a desaparecer, es muy difícil que se fosilice". Después de dar con este jackpot arqueológico, los exploradores comenzaron un proceso de validación supervisado por comités internacionales, que culminó con la publicación reciente de un artículo en la revista científica Ichnos. "Es clarísimo que se trataba de un tigre diente de sable –dice Agnolin, uno de los autores–. El dientes de sable pertenece a un grupo de felinos muy raros. Era muy robusto y gordo, no era un cazador de velocidad como puede ser el chita. Se quedaba esperando, agazapado".
Agnolin leyó los diarios patagónicos de Chatwin. También conoce la historia del falso dientes de sable, precursor del Smilodon, y relaciona la teoría especulativa del inglés con el linaje americano de nuestros verdugos prehistóricos. "En esa época, hace decenas de miles de años, además del dientes de sable estaba el oso gigante de las pampas, había lobos… En las cavernas donde se refugiaban los primeros argentinos hay pinturas del león de la Patagonia (Panthera leon atrox), y miden 1.50 metros de largo. Imaginate que te entraba uno de esos a la cueva, de noche".
Chatwin se lo imaginó una y mil veces. En 1989, dos años después de acuñar la hipótesis sobre nuestros miedos prehistóricos, fue aplastado por un predador por entonces tan misterioso y letal como el falso dientes de sable. Chatwin murió de sida a los 48 años. Acababa de publicar una colección de relatos titulada ¿Qué hago yo aquí?.
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