Hartos de las redes
Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, WhatsApp... Muchas personas comenzaron a "apagar" sus perfiles porque sienten que los agobian y estresan
"Un día entré en el Face y creo que borré tres o cuatro contactos de gente superindeseable. Reflexioné dos segundos y dije «no, esto no tiene sentido». Busqué la opción de borrar cuenta, y lo hice. El mismo día cerré también Foursquare y Twitter", cuenta Gabriel Kaptan, camarógrafo de 36 años, que un día se cansó del estrés que le causaban las discusiones sobre política en las redes sociales, y les dijo adiós a aquellas aplicaciones de las que reconoce haber sido un usuario "intenso". Al día siguiente Gabriel no enfermó, tampoco perdió contacto con el mundo ni con sus amigos; muy por el contrario, descubrió que "de repente, ¡tenía tiempo libre!" Lo suyo no era una adicción, pero sí un "pasatiempo" muy absorbente que atravesaba toda su jornada laboral o de fin de semana: "Llegaba del laburo y me sentaba delante de la compu para ver cómo se actualizaba Twitter cada 20 segundos", recuerda. Pero Gabriel no necesitó ayuda terapéutica ni el consejo de ningún gurú del bienestar para darse cuenta de que la tensión y la ansiedad que le generaba la violencia verbal a la que estaba expuesto en las redes era motivo más que suficiente para decir adiós.
Los tiempos cambian rápido. Si hace poco más de una década la novedad era la historia de los primeros usuarios que se conectaban a Facebook, hoy es al revés: ya se empiezan a escuchar las voces de aquellos que se alejan de las redes sociales en busca de un poco de tranquilidad. Para muchos, la vida "virtual" tiene indeseables efectos colaterales sobre la vida "real". Un reciente estudio realizado en Dinamarca por la ONG The Happiness Research Institute halló que a la semana de dejar de usar Facebook los participantes se sintieron más felices y menos preocupados, al mismo tiempo que experimentaron un incremento de su vida social y una mayor satisfacción con su posicionamiento en ella. Por el contrario, los participantes del estudio que siguieron utilizando redes sociales mostraron un riesgo 55% mayor de sufrir estrés.
Pero, ¿qué tiene de estresante la vida dentro de la pantalla? "De a poco las redes sociales se han convertido en ámbitos donde nos dedicamos a juzgar al prójimo en forma terminante por cualquier cosa que diga con la que no estamos de acuerdo, por si habla o interactúa con uno u otro que nos cae mal o que nos parece una porquería, por la falta de esa abusiva corrección política que parece que estos tiempos requieren para pasar el desafío de la blancura de las opiniones aceptables", escribió Mariano Heller esta semana en su columna Hastío de redes, publicada en el portal www.nueva-ciudad.com.ar.
En su columna, Mariano -@marianoheller- advierte ciertos extremos a los que llega hoy la crítica en la red: "Te juzgan no sólo por lo que decís sino también por tus silencios". Y agrega: "En definitiva creo que lo que quiero es cerrar todas las cuentas de redes sociales que tengo, porque lo que durante bastante tiempo fue un ámbito de intercambio muchas veces interesante y rico se convirtió en un lugar espantoso".
Lo paradójico es que a pesar de la aparente corrección política detrás de la cual se embanderan muchos al postear en Facebook o Twitter, la violencia verbal alcanza niveles impensados en el cara a cara. "En algunas redes, como Twitter, el ingenio abre las puertas a la impunidad, a lo que se suma el anonimato que habilita a tirar la piedra y esconder la mano. En este sentido, el nivel de violencia es mayúsculo y eso genera rechazo que, de manera creciente, se irá organizando en una suerte de filosofía que avale el salir de ese universo de pura pelea", opina Miguel Espeche, jefe del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, que señala que "las intuiciones acerca de lo pernicioso de la violencia disfrazada de «libertad de expresión» validarán que muchos opten por salirse de ese territorio, pero lo harán con crecientes fundamentos desde lo ideológico".
Gabriel Kaptan recuerda a la distancia las agresiones que eran moneda corriente en sus intercambios virtuales: "De repente alguien posteaba una nota en Facebook sobre cualquier cosa, y ahí empezaban las discusiones, en las que todos comentaban y opinaban debajo, tomando posiciones con un nivel de confrontación y de agresión innecesario -dice-. Creo que lo que más me alejó a mí era tener que leer comentarios de amigos de amigos, gente que sin conocerme subestimaba mis opiniones. Recuerdo que en un momento empecé a sentir palpitaciones, como un ataque de ira... «Esto me está afectando la salud, basta, es demasiado», me dije".
Pero como sugiere Adriana Guraieb, psicoterapeuta de la Asociación Psiconalítica Argentina (APA), el nivel de violencia de las discusiones en la Red es inversamente proporcional al real compromiso con el motivo de la disputa. "No poner el cuerpo, no estar frente al otro, muchas veces determina un menor grado de represión en la palabra y menor compromiso en general. De tal modo que los enfrentamientos pueden ser más intensos, aunque también efímeros, sin el compromiso ni las expectativas que significan estar frente a frente", afirma, y agrega: "Las redes sociales son muy buenas para compartir enlaces, imágenes y videos, pero a la hora de una discusión profunda cada uno queda en su zona de confort y tan sólo con un clic se elimina la discusión y, a veces, también la relación".
La vida de los otros
Pero no hace falta hablar de política para que las redes sociales se conviertan en ese conventillo virtual en el que muchos disfrutan asomando la cabeza por encima de la medianera -aquí, basta con ver sucederse en el timeline las fotos compartidas en Twitter, Facebook o Instagram-, para criticar qué hace o qué deja de hacer aquel cuyo jardín parece lucir (filtros mediante) siempre más verde que el propio.
La envidia no es un invento de la Edad Moderna, pero no hay dudas de que hoy se nutre de las imágenes de la vida maravillosa que se exhiben en las redes. La encuesta de The Happiness Research Institute muestra que mientras que siete de cada diez prefieren postear en Facebook fotos de sus más "grandiosas" experiencias, cinco de cada diez reconoce sentir envidia por las "maravillosas" imágenes que los otros postean en esa red.
"Despues de un tiempo variable de observar los triunfos y logros ajenos, esto no hace más que sumir a quien «espía» en una caída de la autoestima y un incremento de la envidia por no tener aquello que el otro posee -resume Adriana Guraieb-. Sentimientos de frustración y soledad son comunes, lo que redunda en una experiencia de profunda insatisfacción".
Afortunadamente, hay quienes ponen el freno a tiempo: "Siempre fui muy activa en redes, de subir fotos y de estar en contacto con mis amigos, pero el quiebre de decir «no quiero más» lo tuve cuando en mi trabajo anterior empezó a haber puterío en torno a si tal gastaba tanta plata, de dónde la sacaba, a partir de las cosas que posteaban en Facebook... -cuenta Daniela Bossio, de 29 años, que hoy es encargada de un registro automotor-. Eso coincidió con el momento en que me echaron del trabajo, y no quería que nadie se entere de nada de mí, era como apagar mi vida".
Daniela asegura que no sólo ganó privacidad, sino también tranquilidad. Reconoce que al haberse apartado de Facebook dejó de lado prácticas que le eran comunes, como stalkear a los chicos con los que salía. "Hoy estoy saliendo con un chico que vive en Mar del Plata y si tuviera Faceboook seguramente estaría viendo qué hace o qué no hace -cuenta-. Él tiene sus amistades allá y prefiero que haga su vida, sin enterarme. Necesito tranquilidad, y eso Facebook no me lo da".
Soledad Murugarren, por su parte, dejó las redes sociales cuando advirtió el tiempo que perdía en función de la mirada de los otros: "Cerré la cuenta a poco tiempo de haber vuelto de un viaje, durante el cual me di cuenta de que pasaba más tiempo sacando fotos para subir a Facebook que disfrutando de lo que hacía -dice esta licenciada en Letras de 35 años-. «¿Qué estoy haciendo?», pensé. Estoy viviendo para el otro. Sentí que me estaba ahogando en mi narcicismo".
Soledad lleva seis meses sin Facebook, en los que se encontró con más tiempo para leer, meditar o hacer gimnasia -"antes, ante cada segundo de aburrimiento entraba a Facebook", recuerda-, y está evaluando salirse de Instagram: "Antes era algo más artístico, ahora se llena de cosas como gente que se filma caminando...".
El uso del tiempo
En algunos casos, los motivos que llevan a algunos a alejarse de las redes sociales son bastante más banales. "Cuando me perdí el capítulo estreno de la séptima temporada de The Walking Dead hice todo lo posible para evitar que me lo «espoileen» hasta que pudiera verlo, lo que recién pude hacer casi una semana después. Es por eso que decidí evitar todas las redes sociales en que era sumamente activo, Twitter principalmente, hasta ver el capítulo -cuenta Agustín Biasotti, de 43 años-. Esa semana, que era particularmente intensa desde lo laboral, descubrí cómo antes había estado perdiendo productividad al chequear Twitter cada cinco minutos."
Esa es la misma razón que llevó a Analía Hernández, arquitecta de 56 años, a alejarse de Facebook, plataforma en la que había abierto un perfil para su estudio: "No entré más a Facebook porque me representaba una pérdida de tiempo -asegura-. Entraba para ver una cosa que necesitaba por trabajo y terminaba viendo fotos del cumpleaños de alguien que ni siquiera me interesaba. Si bien era una página con fines laborales la gente subía cosas personales y se mezclaba todo, se perdía el límite entre lo laboral y lo personal, lo que le saca profesionalismo. Así que me bajé; no cerré la página, pero ya no la visito más".
"Uso frecuentemente las redes sociales por mi trabajo, y noto que a veces me resuelven, facilitan y alivian la tarea cotidiana, pero al mismo tiempo me insumen cada vez más tiempo de lo esperado", cuenta Laura Orsi, médica psicoanalista de la APA, que se lamenta por quedarse a veces pendiente de los likes, comentarios y retuits. "Creo que es inevitable. ¿Hasta qué punto somos capaces de soportar la indiferencia cuando no se genera la respuesta que buscamos?"
El primer capítulo de la nueva temporada de la serie inglesa Black Mirror plantea una distopía donde la valoración de las redes sociales se transforma en un "puntaje real" para la vida de las personas. Y la competencia virtual, en un medio de subsistencia. ¿La distopía futurista que plantea Black Mirror podría ser anticipatoria de lo que nos espera?
Para quienes han nacido al abrigo de las redes sociales, los códigos pero, sobre todo, las necesidades de comunicación por estos medios son otras. "Los adolescentes buscan un espacio de libertad y autonomía, y las redes sociales cumplen esa función, porque desde su percepción allí están sólo sus amigos. Ven a las redes como un territorio propio", advierte Roxana Morduchowicz, autora de Los chicos y las pantallas, que afirma que las redes sociales son el espacio donde los chicos construyen su identidad.
Las redes, es innegable, siguen creciendo y extendiendo ese espacio al que algunos se asoman a espiar, donde otros buscan alguien con quien pelearse, mientras una buena parte -¿la mayoría?- se interrelaciona con amigos y conocidos. Los que se alejan quizás vuelvan, quizás no. "No sabemos cuánto tiempo demorará en acomodarse la hipnosis colectiva que significan las redes sociales, que convocan a mirar más la pantalla que la realidad circundante. No hay que pelearse contra esa hipnosis, sino dejarla que cumpla su ciclo -opina Espeche-. Veremos luego qué queda y qué se diluye".
Producción de Natalí Ini
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