Pascal Rostain, autoproclamado “rey de los paparazzi” los siguió hasta la isla de Maui, en Hawái, y obtuvo la exclusiva de un romance que hizo suspirar al todo el mundo
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En el cofre de la princesa de Mónaco hay un anillo de oro blanco con un brillante “de compromiso” que en su interior tiene grabadas las letras “C-G”. La hija mayor de Grace Kelly lo usó durante las últimas cuatro décadas. Jamás tuvo que dar explicaciones: para sus tres maridos y para el mundo, las letras “C-G” son sus iniciales. ¿Hace falta aclarar que, además de llevar varios títulos de nobleza y merecer tratamiento de Su Alteza Real, se llama Carolina Grimaldi? Sin embargo, detrás de aquella piedra -por la que pagaron 25 mil dólares- hay una historia de amor que hizo suspirar al mundo.
Las primeras fotos del romance fueron tomadas por el francés Pascal Rostain, autoproclamado “rey de los paparazzi”. Fue, durante años, una de las cámaras más efectivas de Paris Match. Se hizo fotógrafo persiguiendo el sueño de retratar la realidad, mostrar el hambre en el tercer mundo y contar las guerras. Siempre en blanco y negro. Pero un colega veterano le enseñó a cazar famosos y terminó encandilando actores de Hollywood con su flash.
El romance de la princesa y el campeón comenzó el domingo 11 de abril de 1982, nueve días después de la recuperación de las Islas Malvinas. Aquella tarde, Guillermo Vilas venció al checo Iván Lendl y ganó el Abierto de Montecarlo por segunda vez (podría haber sido su tercera consagración en el principado, pero el año anterior, en 1981, la final se canceló por lluvia cuando Vilas y el estadounidense Jimmy Connors estaban 5-5 en el primer set, tenía el saque el argentino, pero quedó “sin definición”). La familia Grimaldi, a pleno, aplaudió desde el Palco Oficial. Sin embargo, el gran Willy recién cruzaría palabra con la hija mayor de Rainiero algunas horas más tarde, esa misma noche, durante una celebración en la disco Jimmy’z.
Carolina ocupaba una mesa central junto a su hermana Estefanía. Cuando vieron entrar al campeón, a medianoche, lo invitaron a sentarse en su mesa. Las crónicas de la época dicen que hablaron de literatura: Vilas les contó de sus poemas y Carolina le anticipó que estaba por editar un libro con entrevistas a celebridades de todo el mundo. Tomaron Dom Perignon. Se despidieron a las seis de la mañana con la promesa de seguir la charla pronto, “en algún lugar”.
Guillermo volvió a París, a su departamento, en el 86 de la Rue Foch. En solo una cuadra, la calle concentraba algunas de las fortunas más importantes del mundo. En el número 80, vivía Cristina Onassis, única heredera del armador griego Aristóteles Onassis. Del otro lado, junto al número 88, estaba el pied-à-terre parisino del príncipe Raniero y su amada Grace Kelly (quienes estaban a punto de convertirse en los nuevos suegros del tenista).
Apenas llegó a su casa, Vilas envió una caja de bombones -de la tienda Fauchon- a su última novia, Gabriela Blondeau, junto con una carta definitiva en la que ponía punto final a su relación, que llevaba meses terminándose.
Entonces sí, sin compromisos, el martes 13 tuvo su primera cita con Carolina de Mónaco. Comieron en el restaurante chino Le Mois y regresaron juntos al departamento de Vilas. Cuando despertaron, descubrieron que había un ejército de paparazzi montando guardia en la puerta. El mundo ya sabía de su relación, ahora solo faltaba una imagen que los llevase a las tapas de las revistas. Paris Match, que era líder mundial en este tipo de primicias, soltó a su mejor sabueso: sí, Pascal Rostain.
Guillermo siguió con sus obligaciones alrededor del mundo. Jugó amistosos en Madrid y en Reno, Nevada. El miércoles 9 de junio, se encontró con Carolina en el aeropuerto de Los Ángeles. Juntos tomaron un avión a Honolulu, capital de Hawái. Y de ahí se embarcaron en un bimotor rumbo a Maui, una isla formada por dos volcanes que se unen por un itsmo, un verdadero paraíso. Alquilaron un Mercury rojo, convertible, y se alojaron en el hotel Pioneer Inn, de una estrella y media, cuya habitación más barata hoy cuesta 240 dólares la noche. ¿Quién podría hallarlos ahí?
Se quedaron en Hawái dos semanas. Guillermo encontró un vacío excepcional en su agenda: apenas se desató el conflicto bélico entre Argentina e Inglaterra, declaró que no participaría en Wimbledon, que ese año comenzó el 21 de junio. Al mismo tiempo, donó 200 millones de pesos al Fondo Patriótico Malvinas Argentinas. Durante su estadía eterna, Carolina tuvo tiempo de cortarle el pelo en la playa a su novio.
Nunca trascendió cómo Paris Match obtuvo el dato, quién le dijo que Guillermo y Carolina estarían en aquél discreto hospedaje de Maui. No es un lugar en el que alguien buscaría a un campeón de tenis y, mucho menos, a una princesa. Sin embargo, cualquiera que conociese en detalle la vida de Guillermo Vilas podría haberlo adivinado: a ese mismo “hotelucho” había llevado a sus tres novias anteriores. En 1981, estuvo ahí con Gabriela Blondeau. Y, en 1978, llevó a la paulista Elaine Haddad. Pero el descubrimiento, el viaje inaugural, lo hizo en 1977 junto a Mirta Massa, poco después de su consagración como Miss Internacional 1967.
En distintas entrevistas, Pascal Rostain aseguró que llegó al Pioneer Inn por casualidad. Sabía que Vilas y Carolina estaban en la isla, pero nadie le dijo con precisión en qué hotel podría encontrarlos. Se preparaba para salir a buscarlos en la mañana siguiente cuando los cruzó en el pasillo y descubrió que ocupaban la habitación vecina a la suya.
Esperó el momento adecuado y, cuando los tuvo frente su lente, se hizo un festín: los fotografió en el mar, besándose, dando vueltas por la isla con su automóvil… El mayor desafío, contaría luego, resultó no ser descubierto en un paisaje tan desierto.
En 1988, Pascal Rostain y su colega Bruno Mouron publicaron el libro “Paparazzi, cazadores de estrellas”. Allí pasaron revista a sus exclusivas más importantes. Y, por supuesto, no podía faltar el caso Carolina y Guillermo: “Fue un gran golpe que me hizo conocido en el mundo paparazzi. Era la princesa número uno, después de su divorcio de Junot, y Vilas en esa época era… ¡wow! Hubo fotos vergonzosas que cuento en el libro que jamás aparecieron en Paris Match”, reveló Rostain.
-¿Por cuánto dinero se vendieron esas fotos?, le preguntaron.
-No lo sé, yo era empleado de Paris Match. Lo que sé es que ellos las vendieron en 47 países.
El jueves 24 de junios de 1982, las fotos aparecieron en tapa de Paris Match. Guillermo y Carolina se enteraron tres días después, cuando aterrizaron en París. Se los adelantó Ion Tiriac, entrenado de Vilas, quien los recibió en el aeropuerto de Orly. En los días siguientes, se reprodujeron por todo el mundo.
Cinco meses duró el romance del campeón y la princesa. Raniero y Grace Kelly jamás aprobaron la relación. No objetaban a Vilas: creían que era muy pronto para que Carolina, quien acababa de divorciarse de Philip Junot, comenzase una nueva historia de amor.
Pero el final del noviazgo que hizo suspirar al mundo llegó de la forma más brutal. El 14 de septiembre de 1982, Grace Kelly murió luego de sobrevivir por algunas horas a un accidente de tránsito: perdió el control de su auto cuando regresaba de su casa de campo en Roc Agel, Francia, hacia el palacio Grimaldi, corazón de Mónaco. El Rover P6 cayó treinta metros por una ladera.
Una semana después del accidente, Carolina y Vilas se vieron por última vez. Luis Hernández, uno de los periodistas deportivos que mejor conoció a Guillermo Vilas, lo contó en El Gráfico, en 1989: “La reunión fue cerca de la medianoche, en una escondida posada en la bajada de la cornisa entre Montecarlo y Niza. Hacía apenas siete días que Grace Kelly, princesa de Mónaco, había perdido la vida en un accidente automovilístico, acompañada de su hija Stephanie. Vilas era el novio de la descendente mayor, Carolina, quien tomó el lugar de su madre en el principado. Las obligaciones reales habían alejado a la pareja y el oculto encuentro había sido pactado por ambos para definir su situación ante el acontecimiento. Carolina llegó sola, en un pequeño Renault 5, mientras Guillermo la esperaba en el discreto reservado del fondo del local previamente convenido. Nervioso, jugando con el estuche de raso azul que envolvía el regalo esperado y comprado en Tiffany a un costo de 25.000 dólares. Era el anillo de compromiso que en su interior tenía grabadas las iniciales de ambos: C – G. Se lo entregó con un beso y comprendió lo que ella le decía: “Debemos esperar, ahora tengo que asumir el papel de mi madre y ser la primera dama del principado, como me lo pidió mi padre…”. Él entendió, ella volvió a subir hasta Montecarlo.”
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