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“¿Quiere probar un bomboncito?”, consulta María Asiria Álvarez detrás del mostrador de madera y fórmica de su pintoresca tienda, ubicada sobre la Avenida de Mayo al 826. La coqueta señora de pelo castaño y sweater rayado azul y blanco, toma con una pequeña pinza de metal un chocolate con mousse coronado con almendras. “Estoy segura de que este le va a encantar”, afirma sobre su manjar.
Su percepción no falla: con el primer mordisco Lucio sonríe. “Me llevo una cajita surtida de medio kilo”, dice el cliente y comienza a seleccionar de una prolija vidriera sus preferidos: con dulce de leche; avellanas; crema de chocolate con licor; coco y mousse de chocolate con naranjas, entre otros. Asiria prepara el pedido con una dedicación absoluta. No se le escapa ningún detalle. Luego, envuelve la cajita color carmín con un colorido papel y un delicado moño dorado de tela (que ella misma diseñó).
Su bombonería “A los Holandeses” es una verdadera institución: fue fundada en 1938 y parece detenida en el tiempo. A lo largo de sus más de ocho décadas en el barrio de Monserrat ha traspasado generaciones. Doña Asiria, con sus 77 años muy bien llevados, es la encargada de continuar con esta dulce tradición en pleno centro porteño.
Una peculiar vidriera escondida entre bares y cafés
La tienda es pequeña y suele pasar desapercibida: se esconde entre los cafés, bares y comercios de la concurrida Avenida de Mayo. Quien la descubre es inevitable que detenga su marcha, durante varios minutos, para observar su peculiar vidriera con figuras de chocolates (desde ajedrez, camisas, herramientas, pasando por petacas de licor hasta pelotas de fútbol); latas de bombones con paisajes y flores; cajas con forma de corazón y decenas de peluches (muchos de ellos musicales).
Sin embargo, la magia sucede al ingresar: enseguida se percibe el inconfundible aroma del cacao, aparecen las carameleras repletas de confituras (idénticas a la de los almacenes de antaño y confiterías) y las surtidas vitrinas con variedad de bombones para todos los gustos. Además, la estética y decoración del local es sumamente particular: se mantiene intacto a través de los años con pisos originales, paredes con empapelado floreado y una singular escalera caracol de hierro.
Una familia lejos de los nazis
La historia de la bombonería comienza a escribirse en 1938. Cuentan que sus fundadores fueron una familia de origen polaco judía que se había radicado en Buenos Aires escapando de la persecución Nazi. “Según lo que me han contado el nombre es en honor a los Países Bajos que se declararon neutrales al estallar la Segunda Guerra Mundial. Previamente, en los años 30 aquí había un bar automático”, relata Asiria. Luego, a partir de 1942 el asturiano Avelino Álvarez, se puso al frente del emprendimiento.
Su sobrina cuenta que él era aficionado del chocolate y la repostería. “Cuando se vino de España trabajó durante muchos años en confiterías y panaderías de Mar del Plata. Hasta que en la década del 40 encontró este pequeño local y compró el fondo de comercio. Mantuvo el nombre original para continuar con la tradición. Ahora vamos por la tercera generación familiar”, afirma, mientras acomoda las cajas de ¼ y medio kilo.
Asiria es oriunda del pueblo “El Condado” en Asturias, España. Ella recuerda como si fuera ayer el día, que junto a su familia, dejó atrás su querida tierra y emigraron rumbo a Argentina: tenía apenas seis años. “El tío Avelino nos estaba esperando en el puerto de Buenos Aires. A los pocos días, mi padre Luis comenzó a ayudarlo en la bombonería con la atención de los clientes. Es que en aquella época se trabajaba muchísimo.
Los fines de semana era impresionante la cantidad de gente que salía de paseo por la avenida de Mayo para asistir al cine, teatro o los bares. Eran los días de mayor trabajo y se armaban largas colas en la puerta del local. Se acercaban decenas de hombres con sus trajes y coquetas señoras con vestidos y sombreros. Se le decía “La Avenida” era el punto neurálgico y comercial de Buenos Aires. Incluso abrían muy temprano: a las seis y media de la mañana”, detalla. En la década del 40, para las Fiestas llegaban muchos españoles a la tienda en busca de los clásicos que le recordaban a su tierra: marrón glacé, polvorones, mantecados, turrones y yemas (dulce elaborado con yema de huevo y azúcar). Además, en aquella época había cuatro bombonerías históricas por la zona. “Lamentablemente somos la única que sobrevivió”, dice, apenada.
Su lugar en el mundo
Para Don Avelino la bombonería era su lugar en el mundo. Era el primero en llegar al negocio y el último en retirarse. “Era un obsesivo de la buena materia prima. Siempre decía que la calidad no se negocia. Trabajó hasta los 80 acá”, recuerda Asiria, quien continúa con su legado.
En aquel entonces ella era su niña mimada y todos los sábados pasaba a saludarlo por el local en compañía de su madre Aurelia. “A mi me encantaba venir. Siempre me acuerdo de una señora que cada vez que me veía decía: “quiero que me atienda la niña”, rememora. Asiria, que apenas llegaba a la alta caramelera, le preparaba su pedido: un paquete con dulces llamado “Oruzú”, con sabor a eucalipto, anís y menta. A los veinte años la jovencita comenzó a interiorizarse cada vez más en la atención al cliente. “Mi tío me enseñó a preparar los moños. Después aprendí a preparar las cajas y bandejas. Siempre me encantó la decoración y las manualidades”, asegura, quien al tiempo sumó su gran creatividad en los diseños de papelería y bolsas. Además, incorpora novedosos peluches musicales y cajas de lata especiales de distintas partes del mundo.
Los icónicos: Cubanitos, higos con dulce de leche y naranjitas
“¿Cómo anda Asiria? Me alegra verla bien”, dice Carlos, un habitué que visita la bombonería desde hace más de veinte años. Tras detenerse frente a la caramelera le solicita unos icónicos “Cubanitos”, vienen rellenos con un praliné de almendras, chocolate y luego bañados al caramelo. “Son mi debilidad, no los cambio por nada”, asegura, mientras disfruta el dulce. También se tentó con otras especialidades: los higos con dulce de leche y las naranjitas.
Sobre el mostrador se encuentran tres carameleras de cristal repletas de almendras confitadas. “Tienen aún más historia que el local. Las compró mi tío en un remate de una antigua confitería. A los clientes les encantan e incluso me preguntan si se venden. Enseguida les digo que “no”, afirma, entre risas. También hay bombones de fruta glacé de ananá, frutilla, durazno, pera, frambuesa, mandarina, naranja, banana, damasco y guinda. “Son de pulpa de fruta”, asegura Asiria. Su favorito es el de damasco. Los más pequeños tienen debilidad por las gomitas surtidas, las lentejas de colores y las mini galletitas bañadas en chocolate.
Bombones de estilo Suizo: “Una linda forma de agasajar a alguien”
En el centro del local se encuentran, prolijamente dispuestos, la variedad de bombones de estilo suizo (pequeños y con gran presentación). Hay con leche, amargo, blanco, con frambuesa, dulce de leche, coco, almendras, praliné, mousse de chocolate, menta, licor de café, entre otras especialidades. Asiria tiene debilidad por el “Ameretto” con mousse de chocolate y licor de almendras. “Busco innovar con los sabores. Acá no vas a encontrar nada que no me guste a mí”, asegura, quien a diario prueba la mercadería para controlar la calidad.
En épocas de Pascuas, el Día de la Secretaría, de la Madre, el de Los Enamorados, Primavera y para Navidad suelen ser las fechas más concurridas del año. Patricia, una de las empleadas históricas, asegura que para San Valentín suelen formarse largas filas en la puerta del negocio. Los bombones con peluches musicales han acompañado centenares de nacimientos, bautismos y cumpleaños, entre otras celebraciones. “Me gusta preparar obsequios especiales y diferentes”, admite Álvarez y muestra un muñeco de una rana que habla y canta. En otro de los estantes tiene un caquelon para preparar una deliciosa fondue de chocolate, licores o latas con diseños exclusivos. En tanto, reconoce que muchas habitués conservan las latitas para guardar botones o incluso como costurero. Para Asiria los bombones son un clásico que jamás pasa de moda. “Es una linda forma de agasajar a alguien. Además uno siempre queda bien. Es muy difícil que a alguien no le guste el chocolate”, dice, entre risas.
Por su local han traspasado más de tres generaciones. “El otro día se acercó un señor mayor que me hizo emocionar ya que se acordaba de un muñeco de pañolenci de Bambi que su padre le había comprado acá. Siempre lleva chocolates y confites para sus nietos”, cuenta. También atesora anécdotas de clientes que le pidieron consejos para conquistar a su enamorada con los bombones. Con varios cosecha una relación de amistad. “Son años aquí en el barrio”, agrega. Por la bombonería han pasado periodistas, figuras del espectáculo, deportistas y escritores de todas las épocas. Desde Jorge Porcel, Lolita Torres, China Zorrilla, Nelida Lobato, Víctor Laplace, Pascual Pérez, Fernando Bravo, Alfredo Leuco hasta Jorge Bergoglio (antes de convertirse en Sumo Pontífice). “Cuando venían personalidades al país siempre pasaban por la Avenida de Mayo”, dice Asiria y recuerda que vio de lejos al ex presidente Dwight D Eisenhower. Charles de Gaulle a los astronautas Neil Armstrong y Michael Collins y a la reina Sofía. A lo largo de toda su historia el local ha atravesado todas las crisis: desde la hiperinflación, la del 2001 y la que dejó la pandemia del Covid. Álvarez reconoce que la Avenida de Mayo cambió drásticamente en los últimos años. “Está cada día más difícil para todos los comerciantes. En la zona hay muchas manifestaciones, protestas y acampes. Incluso muchos comercios cerraron. Además, varios de nuestros clientes fieles que eran los oficinistas ahora trabajan a distancia desde sus casas”, expresa. Cerca de su local hay varios carteles de “se vende” o “alquila”. “Ahora se ven de a poco más turistas, pero la estamos remando para salir adelante”, agrega. Para el Mundial está pensando sumar figuras de chocolate con forma de pelota de fútbol y una copa envuelta en papel dorado.
“Para mí el chocolate es especial. Te da alegría y produce bienestar. El poder hacerlo y darlo a otras, la verdad que me hace sentir bien”, concluye Asiria, quien hace más de 80 años endulza a los paladares más exigentes. “¿Te gustaría probar un bomboncito?”, dice, como si fuera un mantra, cada vez que un cliente ingresa a su emblemático local.
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