A sus 46, habiendo recién renunciado la dirección del ballet estable, habla sobre su pasado, pero también sobre su futuro: “me llegaron propuestas del American Ballet y del English National Ballet”, asegura
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En 1985, Coca Cola auspició un concurso de danza que se volvió emblemático, no por la competencia en sí, sino por el resultado. Durante las tres etapas eliminatorias, se presentaron frente al jurado, en el escenario del Teatro de la Ribera, tandas de bailarines profesionales de todas las edades, la mayoría de entre 18 y 35. Lo más esperable era que el premio se lo llevara un bailarín profesional, con experiencia, perteneciente a una de las principales compañías de danza del país, pero no fue así. La ganadora fue una niña de 10 años, de flequillo negro y rodete ajustado, una estudiante del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, llamada Paloma Herrera.
“Fue increíble. Después de eso, salí en un montón de medios. Antes de presentarme, mis papás les parecía medio una locura la idea. No entendían por qué mi maestra me quería presentar a un concurso tan importante, sin límite de edad. Y, cuando gané, no lo podían creer”, cuenta Herrera, ahora de 46 años.
Su historia en el baile había empezado solo tres años antes, en el estudio de Olga Ferri, ex primera bailarina del Colón, a pocas cuadras del teatro más importante del país. “Mamá, yo quiero bailar con zapatos en punta”, le había pedido la niña de siete años a su madre, que nada sabía de baile. Ella la anotó, por recomendación de un conocido, en el aquel estudio.
-Te destacaste enseguida.
-Enseguida. Desde el principio, Olga me tuvo como su alumna especial. Y desde el primer día que tomé clases, para mí fue pasión, pasión, pasión. Ahora veo chiquitos de siete años y no puedo entender cómo pueden ser capaces de tener una pasión tan grande. Yo a los siete años ya estaba segura de que iba a ser bailarina de grande. No había duda. No faltaba ni a una clase. Era la primera en llegar y la última en irme, y eso lo mantuve toda mi carrera. Ese estudio se volvió mi lugar en el mundo; Yo no podía entender como mi mamá no estaba celosa, porque para mí lo que decía Olga era palabra santa. Cuando cumplí ocho, me dijo: “te tenés que presentar al teatro Colón”, y eso hice -recuerda Paloma, desde el balcón de su departamento, en Palermo Hollywood.
Allí se instaló hace seis años, cuando volvió a vivir a la Argentina -luego de haber brillado durante 25 años en el American Ballet Theater de Nueva York- y aceptó la dirección del ballet estable del Colón, puesto al que acaba de renunciar. Su carta de renuncia fue tan contundente y explicativa de la situación que atraviesa el teatro desde hace décadas -paros, problemas jubilatorios y falta de bailarines- que generó un gran revuelo a lo largo del país.
Herrera despliega sobre el piso de madera del living su archivo personal: pilas de fotos y cientos de recortes de diarios y revistas locales e internacionales, que recorren su vida desde los ocho hasta la actualidad. A sus 46 años, la ex primera bailarina del American Ballet tiene una apariencia similar a la que se ve en las fotografías de su niñez, en los salones de ensayo del Colón. No solo porque el paso del tiempo ha sido bondadoso con ella, sino también porque lleva el mismo peinado: su clásico rodete medio, tirante y con gel. “No es una cuestión de costumbre -dice, entre risas- es que si me lo suelto parezco la pantera rosa cuando sale del secarropas, puro frizz. Tardo horas en plancharlo”.
“El Colón fue mi segunda casa”
-¿Recordás la primera vez que pisaste el Colón?
-Sí. Fue cuando fui a hacer la audición para la escuela, con mi mamá. Fue increíble. Era todo un evento. Había más de 100 chicos de entre 8 y 11 esperando para presentarse. Y muy pocos terminaron quedando para cada año; era una selección enorme. Había etapas: una preselección física, una evaluación médica y la última, que era de improvisación. Y en cada etapa iban eliminando. Todos los chicos que estaban en el mundo de la danza querían entrar al teatro Colón, era un sueño.
Herrera entró al teatro -al que renunció el 1 de febrero último- a los ocho. Ya a los 11, luego del concurso Coca Cola, audicionó para el papel de cupido principal en Don Quijote -un rol “muy difícil “, afirma Paloma, que se le daba a un solo estudiante del instituto- y quedó seleccionada. “Mis papás siempre dicen que para ellos fue uno de los momentos más emocionantes de mi carrera. Era muy chiquita, bailando un rol tan importante, ¡y en el teatro Colón!”-
-¿Qué significa el Colón para vos?
-Es un lugar muy especial. Yo siempre digo que fue mi segunda casa. Porque a los 15, cuando terminaba la escuela del Colón, me mudé a Nueva York y mi primera casa fue Metropolitan Opera House. Pero el Colón fue la segunda. Fue donde me formé, y fui muy feliz, donde me hice amigas que tengo hasta el día de hoy. Yo no fui una bailarina argentina que hizo su carrera en el exterior. Durante mis 25 años en el American Ballet, volví siempre a bailar acá como invitada, casi siempre en el Colón. A mí me encantaba venir. Por eso, mi relación con el público argentino es tan profunda, porque siguieron mi carrera paso a paso.
-¿Cómo fue la decisión de irte a vivir a Nueva York sola, a los 15 años?
-En verdad, no la tomé. En el 90, bailé en una gala y me vio el maestro Zaraspe, que es argentino pero vive hace muchísimos años en Nueva York. Y él pidió hablar con mis papás para que me hicieran saber que él podía hacer que me consiguieran una audición para ir a perfeccionarme seis meses a Estados Unidos. Mis papás me llevaron, me instalaron en una residencia de estudiantes y me quedé. Pero siempre me decían: ‘esto solo lo hacés si realmente querés’, ‘si extrañás, te volvés’. Para mí, fueron seis meses increíbles, que me abrieron la cabeza por completo. El día antes de volverme a Buenos Aires, había una audición para entrar al American Ballet. Yo nunca pensé que iba a quedar, porque tenía 15 años y era argentina. Solo fui a la clase para tener la oportunidad de bailar con los bailarines profesionales de la compañía. Y después de la clase, ese mismo día, me dijeron que me daban contrato para la compañía. Toqué el cielo con las manos, literalmente. Volví a Buenos Aires a pasar las vacaciones con otra cabeza. Sentía que con tan solo entrar había cumplido mi sueño. Rendí libre las materias del Colón, porque quería mi título después de tantos años ahí, y me volví a Estados Unidos.
-Te escuché decir en la televisión esta semana que, en ese entonces, la situación del Colón era igual a la de ahora.
-Los problemas estuvieron siempre, desde que yo estaba en la escuela. Siempre. Los problemas de base eran los mismos: como los bailarines del Ballet Estable se jubilan a los 65, no había recambio, no había oportunidades para los que egresábamos de la escuela. Yo, por suerte, no sufrí la situación de quedarme en la nada porque me fui seis meses antes a Nueva York. Pero para el resto no había oportunidades. Al igual que ahora, se tenían que ir del país. Años más tarde, me acuerdo que vine al país para bailar como invitada en el Colon, llegué y me tuve que volver a Nueva York porque habían cancelado las funciones por un paro, una huelga salarial. Pero bueno, cuando lo ves de afuera es diferente a cuando lo ves desde adentro- se lamenta.
En la última semana, tras su renuncia, su nombre figuró en todos los portales de noticias del país. Su carta de retiro se viralizó en las redes, a través de publicaciones de una gran cantidad de usuarios, muchos de ellos, incluso, sin conocimiento alguno sobre el ballet.
La autora de la carta admite estar muy sorprendida con el revuelo que se generó. Quería dejar bien en claro las razones detrás de su renuncia, pero nunca se imaginó que iban a estar llamando para aparecer en canales de televisión. “Yo soy muy bajo perfil. Me hicieron infinidad de notas desde los nueve años hasta hoy, pero nunca me interesó la fama”, asegura.
Entre su archivo personal de fotos y recortes de notas, Herrera destaca una, y la muestra: es una tapa de la revista del New York Times, donde se la ve haciendo una pose de ballet en la mitad de una calle de la Gran Manzana. “La historia detrás de esta foto muestra como soy yo en ese sentido -dice-. Casi no la hago, porque coincidía con el horario de mi ensayo y yo no quería faltar. La gente de prensa del American Ballet me decían: ‘pero es la tapa del New York Times’, que era lo más de lo más. Pero yo, con 18 años, les decía: ‘si es en mi horario de ensayo, no voy’. Así que esta foto la sacaron a las seis de la mañana -cuenta y se ríe- cortaron toda la calle para poder hacerla. Siempre fui perfil bajo porque nunca quise ser famosa, solo bailar, porque es lo que más amo”.
Así, siempre con el ballet como foco principal, vivió toda su carrera. Durante sus 25 años como bailarina profesional, la argentina, que consiguió la green card por ser considerada un “extranjero de gran talento”, se dedicó a buscar la perfección. “Nunca llegué, porque la perfección en verdad no existe. Pero esa era mi aspiración: acercarme cada vez más a eso que no existe. Es mejor pensarlo así. Porque si uno piensa que ya llegó a la perfección, ¿cuál es el punto de seguir? Yo siempre intenté acercarme lo más posible”, afirma.
-La presión por mejorar, ¿era solamente propia?
-Salía todo de mí. Mis papás jamás me presionaron. No eran los típicos padres de bailarina, porque ellos nunca estuvieron vinculados al mundo de la danza. Por ejemplo, de chica, si me enfermaba, que no pasaba muy seguido y siempre por suerte caía un fin de semana, el lunes mamá me decía: ‘todavía conviene que te tomes un día más de reposo’. Y yo le decía que no, que yo iba a ir igual a los ensayos. Jamás falté, pero porque yo no quería. Amaba ir.
-En esos 25 años en Nueva York, ¿pensaste alguna vez en volver al país?
-No, jamás. Fueron 25 años muy felices. A los 19, ya había sido primera bailarina. Fui la más joven en llegar a ese puesto en la historia del American Ballet. Era todo lo que había soñado. Me dieron todo lo que yo podía soñar en bandeja
-En bandeja, no…
-Obviamente lo trabajé un montón -se ríe-. Pero yo jamás hubiera imaginado algo semejante. Uno cuando sueña, sueña llegar a la luna. Bueno, para mí llegar a la luna no era nada en comparación con la carrera que tuve. Obviamente, amo mi país y volví un montón a visitar a mis seres queridos y a bailar. Siempre me hacía el tiempo para volver a la Argentina. Mis padres son la luz de mi vida y venía cada dos por tres a visitarlos. Pude mantener una relación maravillosa con mis amigos y mi familia. Además, mis parejas generalmente eran de acá. Tuve muchísimos años en pareja a distancia, yendo y viniendo por el fin de semana. Estaba todo fríamente calculado. El viernes, viajaba después de los ensayos. Y, después del fin de semana, llegaba a las seis de la mañana a Nueva York y me iba directo a ensayar.
-¿Fue difícil tomar la decisión de retirarte de la danza?
-Yo sabía que quería retirarme joven; sabía que quería dejar la marca en mi mejor momento. Desde los siete años sentí una gran pasión y siempre pensé: en algún momento esto va a tener que calmar, van a bajar mis ganas de bailar. Pero yo hice todos los roles, bailé en todos los teatros, bailé con todos los bailarines posibles, y sin embargo, siempre estuve feliz. Siempre logré sentirme inspirada. Y sentía pánico a que me pasara lo que le pasaba a bailarinas más grandes, que las escuchaba decir: ah, estoy cansada, ya no quiero más esto…”. Entonces me propuse retirarme en mi mejor momento, porque me quería quedar con el recuerdo de siempre querer bailar, salir al escenario. Y así fue: hasta mi último día hice mi clase a full. Corté en mi mejor momento, no solo con el público, sino también conmigo misma.
Herrera hizo una gira de despedida con varias funciones en distintos teatros del mundo, y la última fue en el Colón. “Estoy feliz de despedirme en mi casa”, dijo durante la conferencia de prensa previa, en el Salón Dorado del teatro que la vio nacer como artista. Después de su gran despedida, se mudó de vuelta a Palermo, su barrio de la infancia.
-¿Por qué decidiste volver al país?
- Me pareció lo más natural. Yo estaba allá solamente por mi carrera, porque para mí era el lugar más maravilloso para bailar. Entonces, lo obvio era que si dejaba de bailar me volviera. Adoro Estados Unidos y Nueva York, voy cada dos por tres, visito, pero no creo que sea un país perfecto. Cuando vine acá, sabía que tampoco iba a ser perfecto, pero valoré otras cosas. Puse en la balanza otras prioridades: mis afectos.
En 2016, se instaló en Buenos Aires y pasó un año sin ningún compromiso fijo, pero siempre manteniéndose vinculada con su gran pasión. “Fue un año maravilloso. Viajé un montón dando cursos y clases de danza, no solo en Nueva York, también en otras partes del mundo. Pero no tenía algo fijo. Fue un año súper gratificante. Hice realmente lo que me gustaba, viaje a los lugares que quería. Hice los cursos que me gustaba dar. Se abrieron un montón de puertas: escribir mi libro, armar el tema de mi perfume. Estaba feliz de poder ver a mi familia, salir, disfrutar, estar con amigos. Caminar por la calle y pensar: si se tuerce un pie, no hay problema -sonríe.
-La oferta para ser directora del ballet estable del Colón, en 2017, ¿la aceptaste en seguida?
-No, la verdad que no. Cuando me propusieron el cargo lo pensé un montón. Porque sabía cómo era y sabía que era super intenso. Y yo había tenido una vida como bailarina super intensa: había bailado desde los siete años y no había parado ni un día hasta los 40. Tenía ganas de tener tiempo para mí, estar más tranquila, disfrutar de mi país. Yo estaba fantásticamente bien. Pero, a la vez, sabía que como directora podía hacer una diferencia. Hice toda mi carrera afuera, sé cómo se trabaja allá, y al mismo tiempo soy argentina y conozco mucho al Colón. Entonces sabía que podía hacer una diferencia. Y sabía que el teatro lo necesitaba.
- ¿Cómo resultó la experiencia?
-La verdad es que empecé con todas las pilas, hice todo lo que estuvo a mi alcance para poner la compañía a tope. En ese tiempo, crecí un montón. Yo trabajé toda la vida en un lugar donde nunca hubo ni medio conflicto. Nunca viví, en 25 años, el paro de un ensayo. Jamás. Fue siempre mucho trabajo, pero placentero. Entonces el Colón fue mucho más intenso de lo que yo esperaba. Había reclamos salariales, paros. Todo lo que yo pude hacer desde la dirección artística, lo hice, y estoy super contenta con lo que logré. La compañía pasó a estar en otro nivel, porque empezamos a traer producciones maravillosas. Las funciones pasaron a estar totalmente sold out, cuando antes, con el ballet, eso no pasaba, solo cuando venían bailarines de afuera. Las cosas de base que no pudieron cambiarse, que no dependen de mí -como la jubilación de los bailarines, razón por la que la compañía tiene 100 bailarines pero bailan 50-, me excedió. Las condiciones no están puestas para que yo pueda seguir.
-Y, además, también está el hecho de que el director administrativo te dijo quienes iban a ser los primeros bailarines, los solistas…
-Si. Yo le dije: ‘tomá mi silla, tomá. Si vos querés poner los roles, tomá mi silla, yo me voy’. Yo no me quedo en una dirección artística si otra persona hace mi trabajo. Es muy simple. ¿Para qué estoy sino? No creo en esa cosa de la queja. Cuando uno no está contento, se tiene que ir. Mi vida siempre fue así. Uno tiene que ser feliz. Y acá me pasó lo mismo: si no están dadas las condiciones para que yo pueda trabajar como directora artística, doy un paso al costado. Elegí irme.
- Hoy, ¿tenés algún plan a futuro?
-Al día siguiente de haber renunciado, me llegaron propuestas para la dirección del American Ballet y del English National Ballet. Eso fue muy gratificante. Es increíble que en el resto del mundo en seguida lo valoran. Pero mi vida personal hoy está acá. Por mi pareja, por mi familia, por mis papás, que están grandes. Si tomo un trabajo en el exterior, tendía ser uno que me permita ir y volver, y un puesto de dirección es full time.
-Hoy, entonces, ¿priorizás tu vida personal por sobre la profesional?
-Sí. A los 15 años, me fui de acá sin ningún problema. Pero son otros momentos de la vida. Antes, mi carrera era lo más importante. Hoy, tengo otras prioridades.
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