Luego de un tratamiento de fertilización asistida, nació Joaquín; Candela y Vanina fueron pareja, pero ahora conviven como amigas
- 9 minutos de lectura'
El color preferido de Candela es el verde. Lo viste, lo elige para el barbijo, la bufanda, la mochila. También se lo acerca a su hijo. Se rodea de verde: los parques y plazas son lugares favoritos para ella y su familia. El verde y los libros.
La combinación perfecta para María Candelaria Mejuto, Candela o Cande para sus conocidos, es recorrer las plazas con su pequeño Joaquín, de 5 años -a veces también se suma Vanina- y soltar libros, dejarlos en un banco, en una mesita o en un cantero para que otras personas los tomen, los lean y los vuelvan a soltar.
Esa tarde en Parque Centenario Joaco, como le dicen en la casa y en el Jardín, se puso a jugar con otro nene que paseaba con su papá.
- ¿Con quién estás vos?
- Con mi mamá y Vanina
- ¿Tenés dos mamás?
- ¿Dos mamás? No, tengo a mi mamá y a mi madrina
“Me morí de amor”, dice Candela cuando repasa ese diálogo infantil, una tarde de otoño en su barrio porteño de San Cristóbal, en la plazoleta Irene Orlando donde también viene a soltar libros siempre que puede. Al lado de un señor que duerme en un banco acaba de dejar Fuenteovejuna, de Lope de Vega (editorial Kapeluz). Trae otros títulos de ficción como para seguir soltando.
En su cuenta de Instagram, Palta con huevo 42, se pueden ver fotos, videos y leer testimonios de los recorridos que siguen los libros. La idea que tuvo Joaquín fue sumarle adentro de cada ejemplar un dibujo hecho por él, con un cartelito que dice que si lo encontraste lo leas y lo vuelvas a dejar en el espacio público.
De corte carré, pelirroja, con algunas mechas rosadas, detrás del barbijo con dibujos de enredaderas se adivina una nariz pequeña; sus ojos son marrones, miel o verdosos, según cómo les llegue la luz. Habla y trae la energía de un aula, la calidez de un hogar también. “Soy maestra bibliotecaria”, dice. Primero estudió para ser maestra de Jardín de infantes, luego de adultos, después bibliotecaria y, por último, de primaria. “Siempre supe que lo mío eran los libros, un legado de mi papá, que era un gran narrador, pese a ganarse la vida como contable”, dice. “Y también supe que quería compartirlos con niños”.
Se formó durante años para que esas pasiones tramaran su vida. Hoy tiene dos cargos como bibliotecaria en colegios públicos de la ciudad de Buenos Aires y trabaja en proyectos con todos los grados para articular la lectura según las distintas edades.
Cuando a los doce años supo que le gustaban las chicas, su mamá –además de enojarse mucho- lo primero que le dijo fue que no iba a poder ser madre. “Tanto que te gustan los niños…”, le lanzó. Pero para Cande no existía esa traba. “¿Por qué no voy a poder ser madre? Yo sigo siendo mujer”, le respondió entonces. Después de eso ya no se preocupó por el tema, para la maternidad faltaba. Ella estaba en otra, recién descubría a Sandra Mihanovich y Celeste Carballo, de quienes sería fan. “Ahí empezó el destape”, dice, y se ríe. Se adivina una sonrisa grande, el barbijo se estira, se sube un poco. “Me acuerdo cómo se enojó mi mamá cuando mi papá me regaló el primer casete de Sandra y Celeste”. Mujer contra mujer.
Un poco después Candela perdió a su mejor amiga. “Cuando le conté que me gustaban las chicas ella le preguntó a su mamá y andá a saber lo que le dijo, pero ella me terminó diciendo: ‘No puedo hablar más con vos porque seguimos caminos distintos’. Era una amiga, amiga”, dice. Repite lo que eran y pareciera que algo de aquello no se va a borrar nunca.
Otra de las amigas esenciales en su vida es Vanina –ese en realidad es su segundo nombre, y prefiere que su apellido no se publique. Se conocieron en un foro de citas hace unos doce o trece años, cuando aún no llegaban a los 30. Empezaron a salir, estuvieron de novias un par de años, pero una vez que se separaron como pareja siguieron siendo amigas.
Cuando a los 36 años Cande decidió empezar el tratamiento de fertilización asistida, Vanina estuvo desde el comienzo. Por cuestiones de la vida, cuando ella quedó embarazada su amiga no pudo seguir pagando el alquiler y ella le ofreció mudarse a su casa familiar. Hacía poco más de un año que había muerto su mamá –el papá de Cande había fallecido cuando ella era adolescente- y había lugar para las dos y, también, para recibir a Joaquín. “Le dije: ´Venite que nos acomodamos y después vemos´. Resulta que sigue en casa todavía”, dice, se ríe como si contara una travesura. Cuando nació Joaquín le ofreció ser la madrina. “Era la mejor persona para eso”, dice Cande. Esa es hoy la familia de ambas.
Vanina la acompañó en el proceso de fertilización, que no fue simple: trámites, estudios, demoras, pinchazos, más pinchazos. Cuando decidió ser madre, primero fue a su ginecóloga, que no le supo informar cómo era el tratamiento. Entonces se acercó a la Obra Social de la Ciudad de Buenos Aires (Osba), donde le anticiparon que por lo general se presenta un recurso de amparo. “Era todo complicado”, dice Cande, desacostumbrada a tratar con abogados.
Como no sabía cómo seguir se acercó a la Defensoría del Pueblo LGTB, donde Flavia Massenzio y su equipo la asesoraron. “Ahí empecé presionando y llamando permanentemente a la obra social hasta que se destrabó el trámite. Luego vino lo del centro de fertilidad, una instancia en la que también se enfrentó con trabas y le costó que le autorizaran un turno. “Siempre te hacen sentir que si sos una mujer sola mejor no sigas adelante. Un poco por eso y otro porque la obra social prefiere impedirlo, claramente, no hacerse cargo”, dice.
Cuenta que se hizo una serie de estudios, que se vencieron por la tardanza de los papeles que habilitaban el proceso. “Fue una batalla de esperar y luchar, hasta que finalmente me pude hacer de vuelta los estudios, presentarlos y ahí empezó realmente todo lo que vino”.
Cuando dice todo, habla de un tratamiento de alta complejidad: fecundación in vitro (FIV). Consiste en la unión del óvulo y el espermatozoide en un laboratorio; es decir, la fecundación se hace fuera del cuerpo de la mujer y luego se introduce.
Vanina está frente a la computadora. Desde allí trabaja como diseñadora gráfica y también es un espacio de juego con Joaquín. “Somos compinches. A veces, Cande nos dice que es como si tuviera dos hijos”, se ríe, al otro lado del teléfono. Ella describe las bondades del Minecraft, un juego de bloques con el que se entretienen ambos y que, según Vanina, es positivo en el desarrollo de Joaco. “Lo veo jugar con los bloques de verdad: antes era una cosa, desde que juega con Minecraft es otra, siento que impacta muy bien en su desarrollo”. Fan de la tecnología, no es de las que piensa que todo en la época pasada fue mejor.
“Es la persona por la que haría cualquier cosa. Es raro porque hace cinco años no existía”, dice y se ríe, parece feliz de ese vínculo de madrina, tía, amiga que tiene con Joaquín. “Es el amor más puro, el que no se va a acabar nunca. No sé cómo es ser madre, descarté la idea. Ser madrina es otra cosa, con una responsabilidad distinta”, dice.
Con entusiasmo y algo de sorpresa agrega: “Ya se le pegaron varias cosas mías con esta corta edad. Sin duda, hago parte de la crianza, está mucho conmigo y le interesa lo que yo digo”. Aunque aclara: “A la última palabra siempre la da la madre”. Con Cande y Joaquín siente que encontró su rol en esta familia elegida.
Marcelo Bruno es el compadre de Vanina. Como padrino de Joaco también está atento en la crianza. Si bien no está presente en lo cotidiano, como llevarlo y traerlo de la escuela o al médico, por su ocupación full time –dirige las escuelas primarias del gobierno de la Ciudad- sí es una persona de consulta permanente para Candela.
“Yo no soy un padrino baboso, soy más como un padrino espiritual”, dice, en una videollamada por WhatsApp desde el bar de su oficina. “Hablamos todos los días con Cande, ella me va contando cosas y yo le digo: me parece que acá tenés que enfocar por este lado, manejate por acá, o fijate que esto no me gusta cómo lo están llevando. Intento ayudar en la educación de Joaco”. La empatía entre ellos surgió de compartir el amor por la docencia: hace años Marcelo fue profesor de Candela.
Alguien se acerca y le recuerda una reunión. Su día es así, de “correr y correr”. Y cree que, en parte para crecer en su trabajo y también por los prejuicios con la homosexualidad no concretó su deseo de ser padre. Ahora, con 56 años, ya se siente más abuelo que papá. Con sus dedos llenos de anillos, que bailan en el aire al compás de sus gestos, dice que cuando llevó a terapia, hace más de 20 años, su deseo de paternar su psicóloga le dijo que si su “elección” era ser gay esa opción quedaba descartada.
“Viste que uno se guía por los psicólogos”, se justifica. Por ese entonces le había propuesto a su pareja adoptar, pero no tuvo buena recepción tampoco y dejó el tema a un lado. “Se me fue el tren de la paternidad, pero tengo ahijados”, dice. Además de Joaquín es padrino de su sobrina, que estudia psicología y lo tiene como tío, padrino, referente.
“Te vas a reír, pero adopté un perro hace un año y pico. Y ahora le traje la hermana. Y me está volviendo loco la hermana. Ahora entiendo lo que es tener pibes”, dice, se ríe a carcajadas. Entonces vuelven a acercarse para recordarle que lo esperan en la reunión. Saluda y dice que queda disponible para cuando se lo necesite.
“Está súper presente. Marcelo es mi mentor”, define Cande a su amigo, padrino de su hijo. Ese nombre de varón resalta en una comunidad de mujeres –docentes, en su mayoría- que la ayudan en la crianza: a Vanina, le siguen Silvia, Luján, Graciela, Gabriela e Isabel. También cita las enseñanzas de su madre, a quien no evoca por su nombre. Una especie de matriarcado que abraza esa crianza amorosa, consciente, presente que lo contiene a Joaquín.
Es mediados de abril y Cande cumple años. Lo celebra con un sorteo de libros en Instagram y con una visita a un pelotero donde ella, su hijo y la madrina juegan como en la infancia.
Más notas de Familias
Más leídas de Lifestyle
“Para vivir 100 años”. El secreto del desayuno de Valter Longo, experto en longevidad
Se terminaron las dudas. Cuántas calorías tiene una palta y cuál es la cantidad recomendada para comer en una dieta balanceada
Según expertos. Cuáles son los alimentos que ayudan a reducir la flacidez corporal
Modo selfie. Máxima volvió a salirse del protocolo y tuvo una divertida actitud durante una actividad