En 140 años, sobrevivió a las turbulencias políticas y las crisis económicas de la Argentina: “La clave es saber bailar al ritmo de la música que está sonando”, dice la tataranieta del fundador
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Don Bonifacio Giesso, nacido en Génova en 1851, llegó al puerto de Buenos Aires con un oficio: era sombrerero. Se radicó en La Boca, cuando comenzaban a formarse los conventillos, junto a la creciente y pujante colectividad “zenéixi” (el gentilicio genovés en dialecto ligur que, con el tiempo, derivaría en “xeneize”, como se hacen llamar los hinchas de Boca Juniors). Está probado, a través de documentos, que abrió su primera tienda en 1884. Era un pequeño taller en la calle Cuyo, en el centro de la ciudad. Allí tenía como vecino a Domingo Faustino Sarmiento, quien solía visitar el local para que Bonifacio le arreglase el moño.
La fecha de fundación de la empresa, en este caso, no es un detalle: que haya sido creada en 1884, o incluso antes, convierte a Giesso en una de las marcas activas más antiguas de la Argentina. El listado incluye, entre otras, a Editorial Estrada (1869), LA NACION (1870), Estudio O’Farrel (1883), Testorelli (1887), Quilmes (1890).
Eran momentos de abundancia para la Argentina, en el aire había una promesa de progreso primermundista. En poco tiempo, Bonifacio Giesso acumuló una fortuna tal que pudo comprar una casa en Buenos Aires y otra más en Mar del Plata, el destino preferido por la aristocracia porteña.
En ese círculo conoció a Demetria Gratarolla, también genovesa, también sombrerera. Recuerda Ana María Giesso, su tataranieta: “Demetria sabía hacer gorras, y casualmente, su familia también tenía locales de ropa para hombres”. Tuvieron ocho hijos: cuatro varones y cuatro mujeres. Uno de los varones murió muy joven, otro estudió Medicina y a los otros dos hermanos, Fernando y Alfredo José, Bonifacio los ayudó en distintos emprendimientos. Desafortunadamente para las hermanas, en esa época no tenían ningún derecho jurídico, por lo que nunca tuvieron el mismo trato. Pero eso no las privó de una buena vida.
Don Bonifacio Giesso murió en los primeros años del siglo XX. Su hijo Fernando falleció poco después. Así fue como la parte más importante de la herencia, la sombrerería con su local de la calle Cuyo (que ya había sido rebautizada con el apellido Sarmiento), quedó en manos de Alfredo José. Sin embargo, a diferencia de su padre, que confeccionaba y trabajaba los sombreros a la perfección, se dejó llevar por el goce, algo que generó cambios gigantescos en la empresa.
Un nuevo siglo y una crisis
Para Mariano Rodríguez Giesso, actual presidente de la empresa familiar que ya atravesó cinco generaciones, Alfredo José “se dedicó más a vivir que a laburar”. Era un hombre de fortuna. Junto a sus hermanas y su hermano médico, habían heredado propiedades, negocios y las influencias de su padre. Y en el nuevo siglo, ellos parecían ser los reyes del mundo.
Detalla Ana María: “Tenían palco en el teatro Colón y no se perdían una ópera. Mi bisabuelo Alfredo José amaba viajar. Hay fotos en Egipto, por toda Europa... Y cuando se iban, agarrate Catalina, porque eran meses. Viajaban en barco y compraban en las tiendas más exclusivas. Incluso en una ocasión le trajo un reloj Cartier a cada vendedor de Giesso”.
La empresa caminaba prácticamente sola. “E incluso crecía”, asegura su actual presidente. En 1930, Giesso empezó a vender camisas hechas a medida. Era costumbre de época que, al comienzo de cada temporada, los clientes se mandaban a hacer 12 camisas de seda a medida.
Alfredo José se casó y enviudó pronto. Tuvo dos hijos: Alfredo Fernando y María Emilia. Como vivía de fiesta, solía dejar a esos dos chicos al cuidado de sus cuatro hermanas solteras. “Cariño de mujer no les faltó. Eran muy exigentes y muy modernas al mismo tiempo. Cada verano, cuando no se iban a Europa, las cuatro hermanas subían al auto con los dos sobrinos y hacían retiros de tres meses en la casa de Mar del Plata, que no era un palacio, pero que tenía una galería, un jardín y una vista privilegiada”, según describe Ana María. Eran chicos cuidados en un mundo caudaloso. Tanto que Alfredo Fernando no se vistió solo hasta los 11 años, cuando murió Rita, su niñera.
La tienda histórica de Giesso fue demolida a principios de la década del 30 para abrir paso a la Avenida 9 de Julio, “la más ancha del mundo”. Cayó junto a 900 edificios, repartidos en 33 manzanas que fueron reducidas a escombros. Mudaron el local a la calle Corrientes, que también se había ensanchado. La mudanza inauguró una etapa difícil para la empresa, que sufrió el golpe de la Gran Depresión. Al mismo tiempo, Alfredo José enfermó de gravedad.
“Su hermano Gregorio, el médico, fue el primero en darse cuenta de que mi abuelo estaba enfermo por tantos excesos... Se acercó Alfredo Fernando, mi padre, y le dijo: ‘Pibe, vos vas a tener que encargarte del negocio. Tu papá se va a ir’”, relata Ana María.
Alfredo José murió en 1934. El negocio que le había dado la posibilidad de recorrer el mundo y disfrutar de una gran vida, ahora tambaleaba. Su hijo Alfredo Fernando tenía 19 y una vocación definida: quería ser abogado. Sin embargo, relegó sus deseos y decidió quedarse al frente de la empresa familiar. Dos años después asumió formalmente la conducción de Giesso y todo cambió.
“Hacía la vidriera cada sábado”
En 1936, Alfredo Fernando recibió un negocio histórico golpeado por una fuerte crisis internacional. Tenía 21 años, era huérfano, sólo contaba con el apoyo de sus cuatro tías y su hermana menor. A diferencia de su padre, dedicó su vida a Giesso. Tenía una idea fija: quería renovarla, quería hacerla crecer. “Abrían toda la semana, hasta los sábados. Y él personalmente armaba la vidriera”, repasa Ana María.
Poco a poco, la crisis se fue disipando y el empuje de Alfredo Fernando hizo remontar el negocio. Era, además de dueño, un gran vendedor. Y tenía ideas de marketing novedosas. En 1944, para festejar el 60 aniversario de Giesso, vendió todas las prendas de su stock al mismo precio que tenían en 1884, el año de la fundación. Tuvo una fila interminable frente a su tienda, que mantuvo abierta hasta la madrugada. Un año después, en 1945, incorporó suéteres y comenzó el desarrollo de las “creaciones Giesso”.
Ya habían nacido sus tres hijos. Vivían en un departamento en la esquina de Suipacha y Córdoba. Todos los días, Alfredo Fernando caminaba las cuatro cuadras hasta el trabajo. “Me encantaba acompañarlo. Antes de abrir el local, siempre paraba en un bar en la calle Suipacha donde se encontraba con algunos proveedores, jugaban a los dados y tomaban un café”, recuerda Ana María, su hija mayor.
Después de 10 años de arduo trabajo, Alfredo Fernando consiguió reflotar la empresa familiar. Y en 1955 abrió un segundo local, en la avenida Santa Fe.
Su hija, Ana María, lo recuerda con mucho orgullo: “No tenía un súper departamento, ni un chofer esperándolo en la puerta... tampoco se compró un campo. Pero era muy generoso, hacía fiestas en su casa. Después, cuando logró que la empresa creciera otra vez, comenzó a disfrutar. Solía viajar seguido a Mar del Plata. Se iba por lo menos una vez al año a Europa. Conoció muchas partes del mundo”. Su nieto, Mariano Rodríguez Giesso, añade: “Cuando yo lo conocí, no lo veía como un tipo que trabajaba en exceso”.
-¿Cómo empezó usted a trabajar en Giesso, Ana María?
-Primero estudié Traductorado Público. Pero cuando me recibí y empecé a trabajar, me pareció un opio. No era mi vocación, me gustaba más la docencia. Tenía 22 o 23 años, estaba recién casada y quería trabajar en algo, así que le pedí a papá de ir a trabajar a la empresa. No fue fácil. Un vendedor una vez me dijo: “A usted, su padre le hizo lamer el piso de la tienda”.
-¿Qué quiso decir?
-Que hice de todo cuando empecé. Armé paquetes, de ahí pasé a ser vendedora, después fui creciendo en la estructura...
Buenos Aires, en los 60, era “todo vidrieras”. Así lo recuerda Ana María. Las personas recorrían por largas horas las veredas de Santa Fe, de Alvear y de Corrientes. Para ese entonces, Giesso tenía un local en cada una de las tres avenidas. Las fechas más concurridas eran Día del Padre y Navidad. Las filas desbordaban las tiendas: cada persona debía tomar un número en el mostrador y después formarse. “Era de panadería dar números, así que lo dejamos de hacer. Pero la realidad es que no sabíamos cómo hacer con tanta gente”, admite Ana María.
Con el correr de los años, Ana María tomó cada vez más protagonismo dentro de la empresa. Pero siempre continuó en la dirección que había fijado su padre, Alfredo Fernando. “Mi mamá no estaba como directora de batuta propiamente dicho. Cuando yo entré, mi abuelo seguía al frente con sus 71 años. Era un tipo gracioso, pero era duro. Todos se referían a él como ‘el señor Giesso’. Y él creía que mandaba”, añade Mariano.
-¿Creía que mandaba?
-Sí, porque mi mamá tomaba la mayoría de las decisiones. Mi abuelo trabajaba cinco horas en la empresa y había cosas que resolver luego.
Mariano comenzó a trabajar en Giesso por pedido (e insistencia) de su abuelo. Estudió Economía y pensaba en probar suerte en los Estados Unidos cuando fue convocado por Alfredo Fernando: “Me empezó a comer la cabeza: ‘Vení a trabajar conmigo, vení a trabajar conmigo’”, recuerda.
-¿Por qué no quería entrar en el negocio familiar?
-Yo quería trabajar en un lugar que funcionara como una empresa moderna, y Giesso tenía otro manejo, más personalizado. Quería expandirlo, llegar a otros lugares.
-¿Qué cambió?
-Tuve posibilidad de impulsar esos cambios que buscaba. Empezamos a crecer. Entre 1986 y 1994 abrimos varias tiendas: pasamos de 3 a 21 sucursales.
Durante la gestión de Rodríguez Giesso, abrieron una línea de ropa para mujeres y empezaron a vender perfumes. En el 2016 y 2020 vistieron a la Delegación Olímpica Argentina.
-¿Son la marca de ropa más antigua de la Argentina?
Mariano: Sí. A través de los años tuvimos muchos competidores en el país, empresas que miramos con atención. De esas marcas hoy no existe ninguna... Mucho menos en las manos de los mismo dueños.
-¿Cómo sobrellevaron todos los cambios históricos y las crisis económicas que golpearon al país?
Ana María: Tenés que bailar al compás de la música que está sonando. Creo que nuestro éxito recae en haber sabido bailar al compás de la música que marcó cada momento.
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