Es argentina, ganó una beca para estudiar en Nueva York y cuenta el lado B de vivir en el extranjero: “No hay que idealizar”
Florencia García se recibió de abogada con honores en la UBA y está a punto de terminar una maestría en la NYU; en diálogo con LA NACION desde los Estados Unidos habló sobre la scholarship que le permitió cumplir sus sueños: “Quiero contar mi historia para que otros sepan que se puede”
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Cada año, la New York University (NYU) abre las inscripciones para la Hauser Global Scholarship, una exclusiva beca que solo se le brinda a diez personas en todo el mundo. María Florencia García, una abogada de 28 años nacida y criada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fue una de las seleccionadas de la camada 2022-2023 y posa orgullosa en la lista de becados de la página oficial.
Hoy, ya instalada en el corazón de Manhattan y a punto de terminar lo que describe como “un año académico extraordinario”, reveló en diálogo con LA NACIÓN cómo fue el proceso de aplicación, qué sintió al recibir el mail de aceptación y mostró el lado B de la vida como extranjera en la soñada ciudad de Nueva York.
Del arduo proceso de admisión al mail que creyó que nunca llegaría
Años atrás, recién salida del secundario y enfrentada con la decisión de qué quería hacer con su vida, Florencia García optó por la carrera de abogacía, llamada por el “poder transformador capaz de cambiar realidades” que veía en dicha profesión. En 2018 se recibió entre las mejores de una clase de 2300 estudiantes y se introdujo de golpe en el mundo laboral de la mano del estudio de abogados Mitrani, Caballero & Ruiz Moreno.
Pero, a sus ojos, a esa larga lista de logros le faltaba algo: poder estudiar en el exterior. A sabiendas de que tanto su realidad como la situación económica de la Argentina le dificultaban la posibilidad de cubrir sus propios gastos, se dispuso a aplicar a universidades en Estados Unidos y buscar becas que la acercaran un poco a su meta.
Tras meses de llenar formularios, hacer trámites, escribir cartas de motivación y ensayos, un día, en plena jornada laboral, le llegó la notificación que marcaría un antes y un después. “En algunos momentos de la vida te pasan cosas que son extraordinarias”, dijo, citando a su mamá. Y remató: “Ese mail fue una cosa extraordinaria”.
En el correo le informaban que no solo había sido aceptada en la NYU, sino que era una de las diez integrantes del programa de becas que cubrirían toda la maestría: alojamiento, comida y gastos necesarios para vivir los próximos nueve meses en Nueva York.
“Dije ‘bueno, esto es real’ y ahí empezó la vorágine. Las aceptaciones llegan en marzo y en agosto tenés que estar acá. Yo tenía un contrato de alquiler, tuve que cerrar mi casa, vender todos los muebles o regalarlos, comprar un pasaje, hacer los trámites para la visa, seguir trabajando; mientras en la Argentina tenés que empezar a hacer cosas para la facultad, que ya te piden elegir las materias”, explicó. Y admitió: “Me sentía mareada porque me dio vuelta el mundo. Mi cabeza estaba en otro lado. A nivel personal y emocional lleva tiempo”.
El salto de fe: dejar atrás lo conocido y animarse a los nuevos desafíos
Finalizado el papeleo, llegó quizás la parte más compleja del proceso: la despedida. La alegría de ver un sueño hecho realidad se mezcló con la pena de dejar atrás lo propio, las amistades, los seres queridos y a esos familiares mayores que puede que no vuelva a ver. “La vida sigue en tu país, entonces es muy difícil saber que todo puede pasar y vos estás afuera. Pero, todos fueron tan positivos y compañeros que me sentí acompañada en todo momento”, reflexionó.
Mientras tachaba los días para el gran viaje, organizó una fiesta de despedida para marcar el cierre de una etapa y agradecer a todos aquellos que estuvieron con ella en cada paso. Después llegó Ezeiza donde, entre lágrimas, saludó a la comitiva que fue a despedirla y se subió al avión en compañía de su mamá, quien estuvo durante la primera semana para ayudarla a instalarse.
“Cuando la vi irse en el taxi se me partió el corazón. No sabía cómo iba a hacer, estaba por mi cuenta”, recordó, con la tristeza del momento manifestándose en su voz. En un tono más esperanzador, continuó: “A la vez es muy emocionante, es el resultado de todo lo que trabajaste a lo largo de los años y en ese punto tenes que confiar en tus decisiones, dar el salto de fe”.
Instalada en el campus ubicado en el corazón de Manhattan, justo en frente del Washington Square Park, conoció al norteamericano que sería su roommate y empezó a vincularse con los otros 400 abogados que integran el programa general, muchos de los cuales son latinos y forman “una comunidad muy fuerte”.
Así, y a pesar de que el corazón siempre tira hacia el hogar, se enfocó en disfrutar al 100% esta experiencia única. Entre clases, actividades extracurriculares -las cuales le permitieron hacer una práctica de misiones diplomáticas en la ONU-, los eventos organizados por la misma institución para que los alumnos se conozcan entre sí y su trabajo como asistente de investigación de un profesor, Florencia también aprovechó a pleno lo que la ciudad tiene para ofrecer. “Estoy aburrida una tarde y me voy al MoMA”, dijo, casi sorprendida de esta especie de sueño hecho realidad en el que vive actualmente.
Desde las ventajas de ser argentino hasta el lado B de ser un extranjero en Nueva York
A miles de kilómetros de su tierra natal, y en medio de una realidad tan maravillosa como abrumadora, Florencia llegó a valorar aún más algunas de las ventajas de ser argentina. Con orgullo, expresó: “Tenemos una identidad muy destacada y apreciada a nivel mundial, que lo noté más cuando ganamos el Mundial, que yo estaba acá. También tenemos una resiliencia muy grande y la habilidad de buscar recursos y soluciones, acá se valora mucho. Nosotros sacamos oportunidades de la galera y es algo que es muy positivo a nivel personal y también a nivel país”.
A modo de ejemplo, sumó: “Acá los profesores te dejan todo servido. Dicen ‘lean este paper’ y te lo dan. En la UBA es ‘andá y buscalo’”. Sobre esta misma línea, la graduada de la Universidad de Buenos Aires no tardó en celebrar el nivel educativo de dicha institución. “No tiene nada que envidiarle a una universidad internacional. Con un título de la UBA venís acá, te sentás al lado de alguien que fue a Princeton (universidad que integra la Ivy League) y tenés una conversación de igual a igual”, manifestó.
Sin dejarse empañar por el orgullo nacional, también destacó que vivir en un país que es potencia en el mundo le hizo ver a la Argentina bajo una mirada más crítica. Además de remarcar que la inseguridad es un problema esencial, admitió que las constantes crisis económicas no facilitan el crecimiento de los estudiantes.
“Cada vez nos cuesta más llegar porque los sueldos cada vez son peor. Si no fuera por la beca, yo no estaría acá”, señaló. Y agregó: “Por eso quería contar mi historia, para que otras personas sepan que se puede, que existen becas por mérito, pero también por necesidad y hay un montón de oportunidades”.
No obstante, tampoco tomó la postura de idealizar la vida del que emigra. “La estabilidad económica es un gran plus, pero no hay que idealizarlo. Al momento de conseguir un trabajo o cualquier otra cosa, sos extranjero. En un contexto abstracto tal vez si hay beneficios fuertes, pero no es que vivís en una serie y sos uno más de los de los del elenco de Friends. No es esa tu vida. Tenés que estar constantemente trabajando para conseguir las cosas, todo requiere más esfuerzo porque tenés que demostrar que sos igual de bueno que el americano”, sentenció.
Se acerca el final... ¿Qué sigue?
La maestría está a punto de terminar y la casilla de mails de Florencia empieza a llenarse con mensajes referidos a la graduación. Una vez que termine esta experiencia, ¿cuál es el siguiente paso?
Según explicó en diálogo con este medio, su visa le permite quedarse un año para trabajar y, en este momento, está en plena búsqueda laboral en un mercado que calificó de “demasiado competitivo”. Pero, a fuerza de contactos y gracias a los argentinos que conoció en este proceso que están en posición de ayudarla, tiene varias “puntas abiertas” para asegurarse doce meses más en Nueva York.
Sin embargo, todavía no hay nada decidido. “Estoy considerando todas las opciones: quedarme, volver a Argentina, trabajar en otros países latinoamericanos. Europa está muy idealizado, tenemos que mirar a nuestros vecinos porque la integración regional es importante. Estar en Lima o São Paulo me permitiría tener un balance con mi vida de Argentina”, justificó.
Florencia tiene todas las puertas necesarias abiertas, pero por ahora, está enfocada en algo que quizás es más importante: sus vacaciones. Después de años de trabajo y meses de llevar un intenso ritmo de vida en Nueva York, le toca descansar y, para esto, eligió organizar una divertida escapada con amigas a Chicago y Nueva Orleans. Al menos por un par de semanas, su futuro puede esperar.
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