Leo Travaglio, el fundador de Esperanto, cuenta cómo nació el boliche, revive las anécdotas más memorables y revela por qué decidió ponerle fin a una leyenda de la noche porteña
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Esperanto abrió sus puertas en los ‘90. Primero estuvo en un rincón de Las Cañitas y luego se mudó al barrio de Palermo. Casi de inmediato, el lugar que su nombre estaba inspirado en un recuerdo de la infancia de su dueño, se convirtió en un ícono de la noche porteña. Allí, futbolistas, estrellas del espectáculo y modelos se daban cita para protagonizar fiestas que parecían no tener fin. En sus pistas nacieron romances “de revista” y muchos aseguran que también ahí se acuñó el término “botinera” (término que define a las jóvenes que, con mucho encanto y quizás un poco de estrategia, buscaban conquistar el corazón de algún futbolista en ascenso).
“Cuando era chico, mi papá me compraba el Billiken y en la última página había una especie de diccionario con palabras traducidas a varios idiomas. Uno de esos idiomas era el ‘esperanto’. Me llamó tanto la atención que le pregunté qué significaba. Él, que es ingeniero, me contó que ese idioma lo había creado otro ingeniero… y me quedó grabada la idea de un ‘idioma universal’. Cuando fundé la disco decidí llamarla ‘Esperanto’ porque entiendo que la diversión es, en sí misma, un idioma universal”, cuenta su creador, Leo Travaglio (56).
El comienzo: “Provócame”
Antes de crear Esperanto, la vida de Travaglio podría haber tomado otro rumbo: estudió para profesor de Educación Física y llegó a jugar al voley en la primera de Boca Juniors, pero una lesión lo obligó a retirarse. Hizo sus primeros pasos en el mundo del entretenimiento desde muy joven. En los 80, cuando apenas rozaba los veinte, ya trabajaba como tarjetero en un boliche de Villa Gesell. Ahí nació su ambición por abrir su propio lugar. “Cuando cumplí 19 me peleé con el dueño del lugar donde trabajaba porque no dejó entrar gratis a mi primo y lo amenacé, le dije que el año próximo iba a abrir mi propio boliche y no paré hasta conseguir la plata para abrirlo. Así nació Dixit, una disco que aún existe y que fue mi primer emprendimiento”, cuenta.
Travaglio, fiel a su estilo innovador, supo marcar la diferencia. “En lugar de tarjetear en la playa firmé un convenio con un parador y hacíamos actividades deportivas durante el día para toda la familia en la playa. Yo daba clases de gimnasia y ahí convocábamos para que vinieran bailar a la noche. Era un éxito. ¿Te acordás del paso de Provócame, la canción de Chayanne? Lo inventé yo, un verano. Todos los años, cuando aún no existía Internet, jugando en la playa sacábamos el paso al tema de ese verano. De hecho, en una entrevista, el mismo Chayanne reconoció que ese paso surgió en la Argentina”, agrega.
-Resulta un poco inusual que un profesor de Educación Física termine dedicándose a la noche. ¿Cómo fue esa transición?
-En realidad, los profes de Educación Física somos “multitasking”. Estamos en todo, nuestra carrera es muy versátil. Fui profe en escuelas, fui personal trainer y durante más de 20 años tuve mis propios gimnasios. Nos adaptamos a todo tipo de roles.
“Un auténtico zoológico”
-¿Cómo nació Esperanto?
-El 30 de octubre de 1996 inauguré el primer Esperanto en Las Cañitas, en Migueletes 944. Tenía ganas de crear un espacio en Buenos Aires que ofreciera una propuesta gastronómica innovadora. Empecé con una idea de 70 por ciento restaurante y 30 por ciento disco, pero la pista de baile fue ganando terreno hasta “comerse” al restaurante. Era esa época en la que después de cenar se levantaban las mesas y la gente empezaba a bailar. Competíamos con Crobar, Coyote... Una época increíble.
-¿Esperanto se llenó de famosos, futbolistas y “botineras” desde el principio?
-No, no realmente, aunque yo conocía a muchos famosos por el gimnasio de La Imprenta. Esperanto estuvo en Las Cañitas ocho años y venían figuras como Julio Chávez, Florencia Peña, Yuyito González... infinidad de famosos. Mi política en ese entonces era no contarlo, mantenerlo en reserva para que ellos se sintieran cómodos. Después sucedió lo de Cromañón y nos mudamos a Juan B. Justo. Entraban alrededor de 800 personas, no era una megadisco y eso te permitía cuidar el ambiente. Era muy aspiracional. Y fue más mediático, un auténtico zoológico.
-¿Cuándo te diste cuenta de que era un zoológico?
-En 2010, una noche estaban Sergio Dalma, que andaba de visita en la Argentina, Cristian “el Ogro” Fabbiani, el Roña Castro y Carlitos Tévez, rodeado de su grupo de amigos. Todos juntos. También estaban las bailarinas de Tinelli, que primero pasaban por Tequila y, cuando se aburrían, venían para Esperanto. Además, me habían avisado por teléfono que al día siguiente vendrían los Black Eyed Peas... ¡con la única condición de que les cebaran mate! Pasaban cosas maravillosas.
-¿Cosas maravillosas?
-Cristian Castro, cada vez que venía, tomaba el micrófono y cantaba desde la cabina. Ariel Puchetta, de Ráfaga, tenía su propio ritual: después de sus shows venía a Esperanto a cualquier hora, fueran las cuatro o las seis de la mañana, se subía a una mesa y, con un micrófono inalámbrico, cantaba ‘Agüita sobre tu cuerpo’ porque era la canción que todos le pedían. Era una locura total.
En Palermo, la fama de Esperanto explotó: “Aparecieron Nazarena Vélez, el Ogro Fabbiani, las mellizas griegas, Carlitos Nair Menem... ¡hasta Gerardo Sofovich festejaba ahí su cumpleaños! Me acuerdo que una vez lo celebró con Jessica Cirio, la ex de Martín Insaurralde. Todos los elencos querían venir a festejar porque era un lugar muy divertido y relajado. Aunque el ambiente era careta, la música era entretenida: sonaban desde Cristian Castro, Luis Miguel y hasta Nino Bravo... la gente quedaba encantada. Era una fiesta”, explica.
-En esa vorágine, un día llegó Ricardo Fort
-A Ricardo lo conocía desde comienzos de los 90 porque había sido alumno mío del gimnasio. Pero en ese entonces él era otra persona: pesaba 30 kilos menos y aún no era el personaje que todos conoceríamos luego. Después él abrió The Probe, una disco en Almagro que era increíble, el boliche de todos soñábamos tener... pero no le fue bien y eso lo llevó a pelearse con su padre y mudarse a Miami. Cuando volvió al país, su gran amiga Fernanda Callejón me llamó para decirme que Ricardo quería venir a Esperanto.
-¿Y cuál fue tu reacción?
-No me entusiasmaba mucho la idea; él se movía rodeado de custodios y sentía que eso iba a generar una energía rara en el lugar. Pero decirle que no a Ricardo fue peor. Entonces le propuse que viniera un domingo, que es un día más tranquilo... más futbolista... y así veíamos cómo se daba la cosa.
-¿Había días para cada tipo de celebridad?
-Claro. Los jueves eran para las modelos, con desfiles incluidos. Los viernes eran noches más glam... Los sábados se daba una mezcla total. Y los domingos eran, definitivamentes, las noches de los futbolistas. Fort vino un domingo e hizo todo bien. Al principio, se portó de diez. Era todo un personaje: le gustaba tomar tequila y siempre llegaba acompañado de Violeta Lo Re, su novia mediática y sus amigos facheros. Así comenzó a construir su fama.
-Imagino que en Esperanto se formaron muchas parejas...
-Sí, algunas... Aunque creo que hubo más rupturas. Me acuerdo de una pelea bastante fuerte entre el Ogro Fabbiani y Amalia Granata. Ella vino a buscarlo una madrugada, a eso de las 6, y armó un escándalo terrible. Se enojó conmigo porque el portero no la dejó pasar, pero fue para protegerla a ella, no para salvar al Ogro.
-¿Y políticos? ¿Se animaban a bailar?
-Sí, pero eran de muy bajo perfil... salvo el juez Oyarbide. Ese hacía mucho ruido, pero era divertido, tenía gracia. Le gustaba bailar en el caño.
-¿Cómo fue el tema de las botineras? Dicen que el termino nació ahí...
-Afuera del lugar, las chicas veían los autos estacionados y preguntaban quién era el dueño de cada uno. “¿Quién es el dueño del Mini Cooper?” o “¿Quién maneja el BMW amarillo?”, preguntaban. Muchas iban a buscar a los jugadores, especialmente los domingo porque era el día que ellos tenían libre. Me acuerdo que una vez Evangelina Anderson vino a festejar su cumpleaños, creo que fue antes de salir con Martín Demichelis. En esa época, Maradona estaba detrás de ella y la perseguía bastante. Y justo ese día me avisan que Diego iba a venir a Esperanto. La verdad, no me hacía ninguna gracia, ¡me quería morir! Que llegara Maradona revolucionaba todo el lugar.
-¿Qué sucedía cuando llegaba Maradona?
-El tema era cómo llegaba él. Diego podía venir genial, fresco y de buen humor, o llegar en otra sintonía… y si venía complicado, podía armarte un lío bárbaro. Esa noche había mucha gente esperando afuera, algo que era común, porque siempre venía más gente de la que podía entrar. Cuando llegó, salí a recibirlo. Le dije que lo acompañaba para ingresar por otra puerta y él me miró y me dijo: “Pará, pará, pará. ¿Qué hace toda esta gente afuera? Si no entran todos, yo no entro”. Me armó un lío y terminó metiendo a 80 personas de un saque. Era como un Robin Hood… pero “pour la gallery”. Fue una noche estresante, aunque divertida.
-¿La conquistó?
-No, aunque desplegó todo su encanto no pudo [risas]
Travaglio recuerda que las historias con Maradona se repetían de forma similar con Charly García: “Pasaron de ser ídolos absolutos para mí a tener que echarlos del lugar. Charly rompía todo. Era así, una vez en el boliche de Gesell tiró un sillón desde un primer piso... ¡menos mal que era de goma espuma! Otra vez, empezó a romper las luces de la barra con una botella. Tuve que pedir que por favor se lo llevaran porque me iba a romper todo”.
-¿Es cierto que los entrenadores de fútbol te llamaban para saber si había ido algún jugador?
-Sí, es verdad. Me llamaron un par de veces; no voy a decir quién, pero fueron técnicos muy conocidos de Boca y de River. Yo les pedía que no me preguntaran porque los jugadores eran jóvenes y yo no quería meterme en esos temas. Incluso, una vez, hasta llegaron a culparme de que River había perdido. ¡Cualquier cosa!
-¿Hubo algún famoso que te hubiera gustado recibir y no fue?
-Me hubiese gustado que viniera Messi, pero entiendo que en esa época, cuando jugaba la selección, era muy joven. Muchos de sus compañeros vinieron, no sé si se escapaban o no, pero Messi nunca vino. Eso sí, una noche vino toda la selección de España...
-¿Cuál fue la época de oro de Esperanto?
-Creo que fueron siete años fuertes, desde 2008 a 2014. Fue la época que abrimos hasta un Esperando en Mar del Plata, para la temporada de verano, además del que estaba acá en Buenos Aires.
-¿Por qué cerró Esperanto?
-Fue en 2015. Básicamente, fue una decisión personal. Hubo un momento en que me convertí en casi un esclavo del lugar, porque Esperanto era prácticamente sinónimo de Leo Travaglio. Sentía la obligación constante de estar presente y, aunque lo disfrutaba porque soy muy anfitrión, a los 45 ya estaba agotado de acostarme tarde, perderme las mañanas, y sentía que mi cuerpo empezaba a pasarme factura. Sentí que esa etapa había llegado a su fin. Además, siempre me gustó “matar el juego antes de que se muera”. Eso me lo enseñó la Educación Física. Así que sentí que lo tenía que matar, en el buen sentido. No descarto que, algún día, Esperanto pueda volver, ya que la marca sigue siendo mía y tal vez alguien quiere revivir la magia del lugar.
-¿Cómo sigue la vida después de ser “el rey de la noche”?
-Puse toda mi energía en Gorriti Art Center, un espacio gastronómico y de espectáculos donde hoy está Sex, el show de José María Muscari. Es el lugar que yo dirijo y siento que es la evolución de Esperanto.
-Mirando hacía atrás, ¿Esperanto es un buen recuerdo?
-Esperanto es una historia que me da mucho orgullo. Nunca vi la noche como algo negativo y hoy, en mi etapa con Gorriti Art Center, me siento en una fase diferente. También retomé la música, algo que había dejado de lado. Componer, tocar la guitarra y el piano es algo que siempre hice, pero puertas adentro. Ahora sentí la necesidad de mostrar esa parte de mí, mi faceta artística. ¿El detonante? Hace unos años haciendo limpieza, encontré un cuaderno con todas mis letras y canciones de cuando tenía una banda en la adolescencia. Me di cuenta de que esa era una parte importante de mí que había dejado relegada, y me volví a enamorar de la música.
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