Fue casi como una corazonada, algo que el instinto les indicaba hacer. Y, aunque los amigos y la familia aconsejaban no embarcarse en semejante aventura, Iane Vukosich y Sebastián "Tatan" Fernández, decidieron que era el momento de dar el gran salto. Lo habían conversado mucho, estaban seguros de que quería criar a sus hijos en contacto con la naturaleza. Y aquella casita que habían logrado comprar con mucho esfuerzo en una de las islas del Delta del Tigre -y que todavía no estaba siquiera lista para que se mudaran- les presentaba una oportunidad única que no querían ni podían dejar pasar.
"Decidimos mudarnos porque era nuestra casa y teníamos el sentimiento de que era lo que teníamos que hacer, pese a que todo el mundo opinaba lo contrario. Fue como hacer lo que nos decía el corazón. Sabíamos que queríamos criar a nuestros hijos en la naturaleza pura, como cada uno se había criado. Ya de novios nos habíamos propuesto que el día que tuviéramos chicos, queríamos que disfrutaran de la naturaleza. Era el momento, no el más racional, pero era el indicado".
Al principio costó mucho. Sebastián había empezado a pintar casas, mientras que Iane cursaba el ultimo año de la carrera de Arquitectura. Fue muy duro al principio, lo hicieron a puro pulmón. Con Maia de un año y embarazada de Milo, el segundo hijo de la pareja, ella sentía el peso de las responsabilidades. Sebastián, por su parte, después de más de 15 años ininterrumpidos en el alto rendimiento, había dejado de remar para la Selección Argentina. Alejado en un comienzo por un fuerte dolor de espalda e indeciso ante las indicaciones de algunos médicos que sugerían una cirugía, mientras otros recomendaban reposo, optó por pedir licencia médica y descansar hasta que se terminara su contrato con el seleccionado. De todos modos, siempre siguió vinculado con el deporte a través del Club San Fernando, donde tenía varias medallas en en su haber.
Basura y ruido
Ese año comenzaron las modificaciones fuertes. Y, como corolario, el tema de la basura empezó a hacer mucho ruido. "Al mudarnos a un lugar tan virgen como la isla en la que vivimos, no quisimos que nuestro habitar perjudicara el lugar existente. En el Delta pasa un bote de la basura municipal, que recolecta las bolsas que están apoyadas y a veces cuelgan de los muelles. Obviamente que hay perros que rompen las bolsas, o crecidas de marea esporádicas que se llevan con la corriente las bolsas colgadas y nunca llegan al relleno sanitario".
Conscientes de esas posibles complicaciones para que la basura llegara a destino, decidieron comenzar a separar el compost y a sacar, cada semana, una bolsa de 60x80 de residuos. "Todos los lunes esperábamos el bote a las 6 am y se la entregábamos. Pero sentimos que eso estaba mal. Así que el segundo años de vida isleña, comenzamos a llevar la bolsa nosotros a la ciudad, hasta que a fines del 2018 decidimos no tener más tacho, obligarnos a lavar todo y separar". La transición fue durante el verano y arrancaron 2019 sin generar basura, sino descartes que son materiales en su mayoría reciclables.
"Sí, es cierto que meter todo en una bolsa y que un camión mágico se lleve la bolsa de la basura es cómodo. El compost permite reducir hasta un 50% la basura de un hogar. Es muy simple: solo hay que separar lo orgánico y colocarlo en un cajón de madera, tachos apilables, cajón directo a la tierra o composteras preparadas para intercalar cajones. Hay muchas opciones. Hay que elegir la que mejor se adapte a cada hogar y trabajar en familia el ciclo de los restos de orgánicos hasta que se convierten en tierra"
Los hábitos de consumo se modificaron. Las compras ya no eran como antes, la pareja comenzó a ir al mayorista, a cocinar más de lo habitual, a hacer panes, pastas, tortas y, de a poco, por una decisión de dejar de producir basura, también dejaron de comprar galletitas, lo que les exigió cocinar los desayunos y meriendas. Más adelante abandonaron las compras en el mayorista, los insumos para la limpieza -hoy limpian con productos naturales o derivados- y suplantaron todo eso por compras a granel. "Dividimos algunos de los descartables que ingresan a casa, los limpiamos, secamos y clasificamos y, a veces, hacemos botellas de amor con algunas cosas que no se puede llevar".
Las botellas de amor son envases plásticos que se rellenan con paquetes limpios y secos bien aplastados para que quepa en el interior la mayor cantidad de residuos posible. Las botellas se llevan al centro de acopio más cercano y desde allí son trasladadas a la Fundación Llena una Botella de Amor que utiliza ese contenido para molerlo, mezclarlo con madera y fabricar muebles y viviendas.
Otro aspecto que consideraron fue el agua. En un comienzo compraban bidones de agua y los recargaban. "Era muy engorroso ya que quedarnos sin agua era sumamente complicado. Hasta que Sebastián hizo una instalación de agua de lluvia, y desde entonces nos solucionó lo más importante del hogar".
Vida isleña
Nacida y criada en Ushuaia, en el extremo austral de Sudamérica, Iane sintió desde adolescente que tenía que hacer algo por cambiar la realidad de los desechos. "Pasar por los basurales era algo que me afectaba desde chiquita, o cuando paseaba por la costa de la bahía ver toda la basura entre las piedras o flotando en el mar me molestaba mucho. Cuando me imaginaba toda la basura que salía de mi casa, de todo un barrio, de todo el mundo, se me estrujaba la panza. Nunca supe cómo canalizar esta energía. Cuando llegué a estudiar arquitectura a Capital el malestar creció. Seguía sin saber qué hacer, sentía que no era nadie importante para hacer algo al respecto".
Hasta que el año pasado y alentada por sus amigas, decidió comenzar a mostrar en Instagram una forma de vida diferente que no implicara generar basura. Otra forma de canalizar su energía fue empezar a formar parte de limpiezas, organizadas por Unplastify y Parley. "Conocí mucha gente que está en la misma sintonía, y aprendí que somos muchos con la misma intención de cambiar las cosas, de que este sistema se modifique, y saber que somos cada vez más motiva el alma".
De la mano de los hábitos de limpieza, la alimentación de la familia sufrió cambios significativos. Evitan los ultraprocesados, consumen pocos lácteos y priorizan las frutas, las verduras de estación y las legumbres sobre las carnes rojas. También lograron afianzar la marca de muebles 100% hechos con pallets a la que llamaron La Isla Muebles. "Este año fue intenso en el cambio de hábitos. Somos cuatro personas que cambiamos el chip. No es fácil. Hay que poner energía. Pero estoy convencida que es la única manera de terminar con la contaminación".
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