En 1776. El desenlace del violento robo a Santa Coloma
Con ocho heridas de arma blanca y socorrido en casa de su vecino Isidro Balbastro, Gaspar de Santa Coloma, recibió la visita de tres funcionarios: el alcalde de primer voto Ignacio Irigoyen, el teniente Manuel Cerrato y el escribano José García Echaburu. Les detalló la pelea con los ladrones durante el intento de robo que había sufrido esa misma noche, ya comenzado el viernes 9 de agosto de 1776. Si bien no pudo aportar descripciones físicas que fueran de utilidad para los investigadores, les entregó objetos que quedaron en el escenario del forcejeo: el gorro con manchas de sangre y la redecilla que usó el principal agresor para no ser reconocido, además del cuchillo con el cual aquel lo había herido.
Acto seguido declaró Martín de Álzaga, empleado de la tienda de Santa Coloma, quien ofreció su visión de los hechos. Mencionó los dos sospechosos que se había topado a comienzos de la semana, a la salida del trabajo. También, la aparición de un misterioso sujeto, el miércoles; más el gato y el hombre de la capa, que vio el jueves a la noche, horas antes de que se produjera el ataque. Y acercó un dato que podría ser esclarecedor. El joven Álzaga le contó a los investigadores que pocos minutos antes de declarar, había tenido la oportunidad de conversar con Antonio Rodríguez Figueredo.
El hombre, de 58 años, vivía en la esquina, enfrente de la tienda de Santa Coloma, y le confió que aquella noche había visto a otro vecino que, en vez de meterse en su casa, se había quedado expectante en la calle, mirando hacia lo de don Gaspar. ¿De quién estamos hablando? Del cordonero José Joaquín Silva (21 años, nacido en San Isidro). ¡Y tenía puesta una capa! Coincidía con las vagas descripciones físicas que se habían dado, se sabía que era jugador y, además, la ruidosa madrugada del robo no se hizo presente en la calle como la mayoría de los vecinos. Es más: los primeros en acudir a socorrer a don Gaspar golpearon la puerta de la casa que alquilaba Silva y nunca nadie respondió. Como si eso no bastara, su compinche, el platero José Antonio Sosa, que también era vecino cercano, tenía un físico acorde con los imprecisos indicios dados. Tampoco sumaba a su favor el hecho de que el teniente Cerrato, al escuchar el nombre de Silva, lo calificara de "pícaro" y "haragán".
No habían pasado doce horas del incidente y ya tenían dos sospechosos. Se trataba de ver si todas las piezas encajaban. En la calle se habían agolpado vecinos y curiosos. Al salir Cerrato de lo de Balbastro, hizo un comentario dando a entender que ya estaba resuelto el caso. Esa noche detuvieron al maestro cordonero Silva. Aclaramos que esa era la profesión del que se dedicaba trenzar todo tipo de cuerdas.
El sábado 10 por la mañana comenzó el desfile de testigos en el edificio del Cabildo, lugar donde se impartía justicia. El primer convocado fue un sobrino de Silva, llamado Luis Gonzaga Báez Denis. Tenía 15 años, era aprendiz de cordonero y vivía con Silva. Por lo tanto, cabía preguntarse por qué él tampoco había respondido a los golpes de auxilio en la madrugada. Báez Denis respondió que "sintió como entre sueños que daban unos golpazos a una puerta y por la mañana cuando se levantó y abrió la de su casa, oyó decir en la calle que lo habían herido a don Gaspar Santa Coloma y que lo habían robado". Aseguró que esa noche habían comido en casa de su abuelo -y padre de Silva- y que a eso de las once ambos regresaron a su casa y se fueron a dormir.
¿Podría ser que el maestro Silva, su tío, hubiera salido otra vez? Contestó que no sabría decirlo porque se quedó dormido en cuanto se acostó. Agregó que su tío estaba durmiendo a la mañana, cuando él lo despertó para contarle el incidente. El alcalde Irigoyen, juez de esta causa, le mostró el gorro con sangre, la redecilla y el cuchillo. El aprendiz dijo que era la primera vez que veía esos objetos.
Salió Luis Báez y entró el platero Sosa, 33 años, nacido en Lisboa y compinche del acusado Silva. Contó que esa noche no había visto a su amigo y que se enteró de lo ocurrido a la mañana siguiente, cuando Silvia concurrió a la platería para contarle.
El alcalde ordenó a un empleado del Cabildo, Juanito Ibarra, que se presentara en la casa del cordonero e hiciera un inventario de sus pertenencias, ante un testigo. Todos los objetos inventariados deberían ser entregados a un pariente de Silva, mayor de edad. Se hizo presente su cuñado Juan Navarro. Como testigo del acto firmó Santiago Posadas, otro de los vecinos de la cuadra. Antes de revisar el listado de pertenencias, deseamos compartir un detalle secundario que no se relaciona con el robo, pero sí con personalidades de la historia argentina.
Existía un parentesco político entre Santiago Posadas e Isidro Balbastro (el hospitalario vecino de Santa Coloma). Posadas era el marido de María Antonia Dávila, hermana de Bernarda, casada con Balbastro. El mayor de sus hijos, era Gervasio Antonio, de 18 años, futuro Director Supremo. Por su parte, en el hogar de los Balbastro Dávila, figuraban las hermanas Josefa y Eulalia, que fueron consideradas entre las más atractivas y codiciadas de Buenos Aires.
Josefa, prima hermana de Gervasio Antonio de Posadas, casó con Diego de Alvear y fue madre de Carlos María de Alvear, futuro Director Supremo, general del ejército que peleó la Guerra del Brasil y padrino de boda de San Martín.
El inventario de pertenencias arrojó un listado de tres páginas. Destacamos cierto elementos de trabajo como diez carretes con hilos de plata y oro, veinte botones de oro grandes, siete pares de charreteras, una balancita, diez cajetillas de botones, trozos de sedas de diversos colores: blanco, negro, morado, amarillo y azul, entre otros.
De su vestuario, cinco camisas con vuelos y una lisa, un par de calzoncillos, cuatro pañuelos: dos blancos de seda y dos de estopilla; un par de calcetines, tres pares de medias: dos de seda y una de lana; tres pares de zapatos viejos, seis pares de calzones: dos de terciopelo, uno de paño, uno de raso liso de lana, uno lila y el restante de "melania" (o negro bien oscuro), más otra ropa.?Entre los objetos personales, mencionamos: tres sábanas, una de ellas colorada, un catre de suela y su colchón, una frazada, dos almohadones, un cesto de caña, un vaso para agua, una linterna (es decir, un farol portátil), espuelas de plata, un molinillo para chocolate, un mate con su bombilla de plata, una tinaja para el agua y una bacinilla.
Resta incorporar poco más de quince pesos que se encontraron debajo del colchón de su cama.
En los días posteriores, se tomaron nuevos testimonios. Concurrieron al Cabildo a declarar Tomás García, su primo Alejo García y Bernardo Mesciado, todos participantes de las noches de truco y otros juegos de cartas a las que asistía el cordonero. También Manuel Lopez y Juan Félix Acosta, aprendices que trabajaban con el sospechado platero Santos. Y los parientes de Silva: sus padres, Antonio Silva y Francisca Merlo; sus hermanas Francisca y María Prudencia; más los maridos de ambas. Nos referimos a Juan Báez Denis (padre del aprendiz que vivía con Silvia) y Juan Navarro (quien había quedado como depositario de las pertenencias del detenido).
Los testimonios generaron una confusión por el hecho de que todo el grupo familiar aseguraba que la noche del robo Silva había estado comiendo con ellos. Mientras que los compañeros de juego sostuvieron que en esas horas el detenido jugaba a las cartas. Y los plateros que trabajaban con Sosa aseguraron que en aquella oportunidad el cordonero comió con ellos. ¿Cómo era posible que Silva estuviera en tres lugares a la vez? Además, los jugadores dijeron que el hombre había ganado doce pesos apostando "en el juego del Pecado" (brevemente, se entregaban cuatro cartas por jugador y se hacían una serie de manos, quien se pasaba de los nueve puntos había pecado y perdía).
En algo todos coincidieron: nadie había visto jamás el cuchillo, el gorro y la redecilla que habían quedado en la casa de Santa Coloma. De todas maneras, el horario del robo no estaba relacionado con las posibles coartadas que plantearon los que declararon.
Irigoyen entendió que era tiempo de escuchar a Silva. Fue conducido desde el calabozo, que estaba en el mismo edificio del Cabildo, a la sala en donde se le tomó declaración. Lo primero que querían establecer era dónde había estado efectivamente esa noche. José Joaquín no dudó: aseguró que había ido a comer a la casa de sus padres con su sobrino Luis. Es verdad que una noche había ido al juego de cartas: pero eso no ocurrió el jueves 8 sino el miércoles 7. En cuanto a la comida con Sosa y los plateros, tuvo lugar en la noche del viernes 9, es decir, después del incidente en la tienda del vasco Santa Coloma.
El detalle delator
Pero hubo un detalle que no pasó desapercibido para el alcalde. Silva había declarado que él no había jugado a las cartas, sino que solo había sido espectador. Recordemos la declaración de los primos García: aquella noche el cordonero ganó doce pesos. Cuando ya iban a enfocarse en el asunto de la contradicción, un empleado interrumpió la declaración y llamó al juez Irigoyen aparte. Luego de escucharlo, el alcalde suspendió el acto y Silva regresó al calabozo.
¿Qué había ocurrido? Un testigo de peso había comunicado que Santa Coloma deseaba modificar su declaración y que esto podría librar de culpas a Silva. Por ese motivo, a la mañana siguiente, Irigoyen regresó a la casa de Balbastro donde se encontraba el herido. Pero no le demandó mucho tiempo. Santa Coloma dijo que no pensaba cambiar ni una coma de su declaración inicial. Por lo tanto, volvió al Cabildo y una vez más convocaron a Silva.
Lo primero que se le preguntó fue por qué dijo que había ido a ver jugar cuando García contó que había ganado apostando. El cordonero de 21 años reconoció que no había dicho la verdad. Lo avergonzaba el hecho de que su padre se enterara de que era jugador. Aclarado el punto, se le preguntó por los restantes días de la semana para completar sus actividades en esas noches y luego se lo devolvió al calabozo.
El 23 de agosto, las autoridades llegaron a la conclusión de que no había elementos para vincular a Silva, y menos a Sosa, con los hechos del viernes 9. El sospechoso fue puesto en libertad.
Santa Coloma se repuso de las heridas. Resulta inquietante pensar que un comerciante que alcanzó a figurar entre los principales de su tiempo, y cuya descendencia ha tenido notable participación en la historia argentina, pudo haber muerto en aquella noche violenta.
Cuatro años después del incidente, en septiembre de 1780, Martín de Álzaga contrajo matrimonio con María Carrera. Padrino de bodas: Gaspar Santa Coloma quien en 1781 celebró sus esponsales con Flora Azcuénaga, hermana de Anita, quien casó con el virrey Olaguer, y de Miguel, futuro integrante del primer gobierno patrio. Al año siguiente fue el turno de una de las hijas de Isidro Balbastro, Josefa, quien se unió a Diego de Alvear. Fueron solo tres bodas; pero, gracias a Dios, ningún funeral.
Otras noticias de Historias inesperadas
Más leídas de Lifestyle
Escalofriante. El sitio argentino que encabeza el ranking de los lugares más embrujados del mundo
No fallan. Los siete trucos de un neurólogo para fortalecer y cuidar la memoria
La última entrevista. Cuando Roberto Giordano habló sobre sus problemas de salud: “Ya tengo tres bypass”
“Era un viejito ciego y sordo”. Recibió un pedido de ayuda para un animal atrapado en una alcantarilla y estaba por darse por vencida hasta que escuchó un ladrido