El tesoro de Petra
Una ciudad entera tallada en una roca, epicentro de una caminata memorable
Después de un par de horas de atravesar el desierto en una desvencijada camioneta nos adentramos en las calles de Wadi Musa, el Valle de Moisés, en Jordania, en una fría noche de comienzos de primavera. Las risas nerviosas ocultaban una preocupación: llegar a tiempo.
Creo que nunca hice un check in en un hotel tan rápido como esa noche. Bajé del vehículo con el pasaporte ya en la mano, firmé los registros y subí por las escaleras velozmente, ya que por el ascensor resultaba imposible: medio mundo se preparaba para hacer lo mismo. Tiré literalmente los bártulos en la habitación y en cuestión de segundos estaba nuevamente en la calle. Quería ser el primero en llegar y tener ese momento a solas con la grandiosidad de un lugar único.
Rápidamente y con apenas cruzar la calle me acerqué a la entrada cuidada celosamente por la presencia de un guardia que con mucho recelo nos negó –a mí y a mi equipo– atravesar la barrera. No era todavía el momento de la apertura. Pero hete aquí la magia de viajar acompañado por alguien que conoce y se hace conocer por todo el mundo. Omar, bonachón, guía, ex diplomático y con una gran capacidad para contar historias de todo tipo, alzó su vozarrón y con tres o cuatro palabras en árabe hizo que mágicamente se levantara nuestro obstáculo y con una pícara sonrisa nos señaló el camino que se abría frente a nosotros.
De todas las caminatas que he realizado en mi vida esta fue una de las más memorables.
El famoso siq, o cañón, se extendía ante mis ojos como una herida abierta en la roca. Unos fanales de papel depositados sobre la arena y las piedras hacían juegos de luces y sombras mientras nos mostraban el camino. La bóveda celeste completamente estrellada brillaba sobre nuestras cabezas. Un silencio maravilloso (el silencio puede ser por momentos tan gratificante), interrumpido tal vez por nuestras voces de asombro, nos introdujo en una especie de entonación. El sendero rocoso se abría y cerraba, tanto es así que a veces el ancho no llegaba a los tres metros. La altura cambiaba drásticamente y ensombrecía aún más el camino. Omar comenzó a contarnos cómo, y según los libros de historia, los nabateos crearon esta ciudad completamente tallada en la roca y poseedora de uno de los sistemas de acueductos más complejos que se hayan visto para la época y que hoy todavía sorprende a los expertos.
Las leyendas locales, relataba, se mezclaban con las fábulas. No sólo habían tallado una ciudad entera en la roca, con templos y auditorio incluido, sino que también se habían encargado de realizar perforaciones en las paredes en busca de un tesoro de proporciones astronómicas.
No se imaginan cómo volaba mi imaginación con cada paso que daba, ya que el final del camino se encontraba a un centenar de metros. Mi primer encuentro con Petra no pudo ser mejor.
Después de atravesar el último recodo del siq, miles de velas me recibieron. Distribuidas en el suelo formaban un haz de luz que iluminaba una de las más impactantes joyas arquitectónicas creada por el hombre: Al Khazneh, el tesoro. Este templo, originalmente construido como mausoleo y cripta hace 2000 años, mostraba orgullosamente su fachada, redescubierta hace poco más de dos siglos por el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt.
Lo primero que hicimos con Omar fue darnos un fuerte abrazo, palmeándonos las espaldas y felicitándonos mutuamente por haber logrado el cometido. Nadie más que nosotros se encontraba en el recinto y simplemente nos sentamos en el piso y nos dejamos envolver, en silencio, por la solemnidad y majestuosidad del lugar.