En Camino hay una historia en cada rincón. Una pared con objetos con la nostalgia de los gloriosos 50, una vitrina con cascos antiguos, encendedores de bronce, medallas. También hay carteles de chapa al estilo de la ruta 66, murales enormes, fotos de chicas en bikini, algunas calaveras y libros de recetas. En cualquier punta en la que pongas la mirada, hay algo para ver en este restaurante de San Isidro. Así lo decidieron sus dueños, Matias Ricciardelli y José "Satán" Martín Dell Acqua.
Ellos diseñaron este restaurante, que funciona como un club de amigos, desde cero. Pero la parte más llamativa de Camino Restaurante es el taller que está emplazado en el fondo del local: un lugar que más que ser una adición de último momento, fue la excusa de estos dos fanáticos de las ruedas para crear un emprendimiento gastronómico.
Ricciardelli arrancó Camino Motor Coffee, en Primera Junta 1118, cuando todavía no era un restaurante, hace unos años. El taller mutó a café cuando se dio cuenta de que sus amigos se podían transformar también en sus clientes si se quedaban a algo más que a "ranchar". Años después, en octubre de 2016, "Satán" se sumó al proyecto, le dio su toque de especialista y le terminó de dar forma a una carta que era más bien simple. "Nació como un lugar para juntarse a hablar. Si salís con la moto y no tenés dónde caer parado, este es el lugar, pero también se juntan pasiones de diferentes gustos acompañado por una rica comida y una buena cerveza", contó "Satán" a LA NACIÓN.
Para ellos, comer, sentarse e irse es "obsoleto". Por eso decidieron traer su propia memorabilia y darle un estilo particular al restaurante para que sus clientes puedan estar horas. Con un pinball en la entrada y un metegol, los más chicos se entretienen mientras los padres disfrutan de un trago y admiran lo autos. "Acá podés comprarte un casco, un gin, arreglar la moto, comprarte un cuadro, es toda una experiencia", contaron. Es que el taller no solo tiene "fierros" a la venta, también exhiben cuadros de fotógrafos amigos e incluso organizan muestras para que los clientes se animen a llevarse una pieza a sus casas.
La obsesión que comparte Matías y "Satán" por las motos y los autos clásicos se refleja en cada lugar de Camino. Pero este restaurante no es excluyente para los fanáticos de la velocidad. Los dueños están determinados a que todos los que lleguen a la barra de Camino participen del lugar, se sientan cómodos y conozcan los autos. "La onda es que la gente venga acá y se sienta libre de hacer lo que quiera, no tenés que ser motoquero para venir". Tampoco pretenden que sea como uno de esos lugares al paso, en el que los clientes toman una cerveza, pican algo y se van: ellos prefieren sus clientes pasen largos ratos y sea un lugar de encuentro.
Cuando nació Camino Motor Coffee, los platos fuertes eran las hamburguesas. Pero con la llegada de "Satán", sumaron en la carta los pescados y las ensaladas, como también un menú vegetariano. Aunque no se definen como una cervecería, tienen 8 canillas de artesanales, y hay una barra para tragos. "Queremos que pueda venir cualquiera y tenga algo para comer o para tomar, hay una opción para todos", contaron.
Si estos socios se aburren del manejo de la cocina, van al taller a arreglar motores, cambiar cubiertas y mejorar las pinturas. "Costumizamos motos por hobby y es parte de nuestra esencia. Vendemos, armamos, compramos, ahora queremos hacer un vintage store. Si no estamos cocinando, estamos arreglando autos y si no tenemos nada para arreglar, nos ponemos a cambiar todo de lugar. Somos muy inquietos".
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