La presencia argentina dejó su marca en una edición donde los tres grandes ausentes fueron Alemania, Japón y Rusia
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La mañana del 17 de junio de 1948, una multitud agitaba banderillas argentinas en la Dársena Norte del Puerto de Buenos Aires. Esa mañana partía el vapor Brasil, de bandera panameña, llevando doscientas trece ilusiones. Los representantes olímpicos partían rumbo a Londres. Habían transcurrido doce años sin competencia desde Berlín 1936. Eran los Juegos de la posguerra y a muchos daba curiosidad ver cómo se encontraba Londres, la ciudad castigada con las bombas. Los tres grandes ausentes a la cita mundial fueron Alemania, Japón y Rusia.
El 16 de junio, en la víspera del viaje, fueron convocados al Salón Blanco de la Casa Rosada, donde los despidió el presidente Juan Perón. En esa oportunidad, se recordó que el gobernante había estado a punto de concurrir a los JJOO de 1924, representando al esgrima, y finalmente no concurrió “por razones de servicio”. En realidad, había sido una decisión de Agustín P. Justo, ministro de Guerra, quien había dado de baja a algunos designados porque “ya hay muchos militares argentinos en Europa”. Terminada la actividad oficial, cada atleta marchó a completar los preparativos para el viaje soñado.
Los Juegos se disputarían entre el 29 de julio y el 14 de agosto. Los argentinos viajaban con tiempo suficiente para aclimatarse. La mañana de la partida tuvo notas de color imborrables para la memoria de nuestros representantes olímpicos. Cada vez que algún deportista era reconocido en la cubierta, los convocados coreaban su nombre y recibían a cambio el saludo del competidor. La felicidad de los deportistas se reflejaba en sus rostros. El joven boxeador Pascual Pérez los disfrutaba: era su primer viaje fuera del país. Los fondistas Alberto Sensini, Eusebio Guiñez, Ricardo Bralo y Delfo Cabrera conversaban con su entrenador, Francisco Mura.
Noemí Simonetto, eximia atleta, se despedía de su marido. Luego de casarse había declarado que a partir de entonces, su sueño era participar en los Juegos de Londres. Y allí estaba, camino a cumplirlo. Las nadadoras Liliana González, Elena Hold, Adriana Camelli, Dorotea Turnbull repartían sonrisas y agitaban sus manos despidiéndose de la multitud. También sus pares, Carlos Espejo Pérez y José María Durañona desbordaban entusiasmo. El presidente de la delegación Ricardo Sánchez de Bustamante estrechaba la mano cada deportista.
En medio del bullicio, se abrieron paso por el muelle camioncitos con altavoces. El del Club Deportivo América, que llegó para despedir a sus ciclistas, tuvo la grata idea de hacer sonar el Himno Nacional Argentino. Desde el barco y el muelle, todos entonaron la canción nacional. Fue el momento más emotivo de aquella mañana. Luego desde el altoparlante del mismo vehículo se escuchó una versión de “Mi Buenos Aires querido”, cómo una forma de despedida a los atletas.
213 competidores, 25 instructores, médicos, parientes y amigos
Además de los doscientos trece competidores, viajaban veinticinco instructores, médicos, las autoridades de la comitiva, treinta y seis parientes y también algunos amigos. Los integrantes de los equipos de equitación y de tiro viajaron en avión. La Argentina tuvo la tercera mayor representación en JJOO 1948. Solo fue superada por las delegaciones de EEUU y de Gran Bretaña.
El 20 de junio, mientras navegaban en aguas brasileñas, se realizó un acto de homenaje a la bandera y a la memoria del General Belgrano. Todos concurrieron a la cubierta. Los deportistas llevaban con orgullo su buzo azul con la palabra “Argentina” impresa en su espalda. Una vez más, el Himno sonó con fuerza.
Cada día era una jornada de entrenamiento. El Brasil parecía un gimnasio flotante. Ofrecía buenas condiciones para los que practicaban atletismo, natación, lucha greco romana y box. El resto solo podía hacer ejercicios para mantenerse en forma. De los diecinueve boxeadores embarcados, solo iban a participar ocho. Pero se llevaban reservas por si había lesionados. Los “titulares” eran: Pascual Pérez, Oscar Pita, Cirilo Gil, Manuel López, Tito Yanni, Héctor García, Mauro Cia y Rafael Iglesias. Los que quedaron afuera de la lista ayudaron a los que participaban asistiéndolos y actuando como sparrings.
Los espacios de recreo durante la travesía fueron los conciertos y las vistas de cine. También organizaron una gran fiesta cuando cruzaron el Ecuador. En cuanto a la navegación, soportaron tres días agitados donde algunos sufrieron mareos. También hubo casos de resfríos, pero fueron controlados.
Arribaron a Cannes el 6 de julio. Almorzaron en un lujoso hotel y luego tomaron el tren a Calais, desde donde cruzarían el Canal de La Mancha. La experiencia ferroviaria no quedó como un buen recuerdo porque la formación no contaba con suficientes camas y algunos apenas pudieron dormir. Por fin, luego de veintiún días de viaje, llegaron a Londres el 7 de julio. Fueron recibidos en la estación Victoria por otros competidores argentinos —tiradores y jinetes— que ya se encontraban en la ciudad. Aún quedaban veintidós días antes de que se iniciaran las competencias. Había que entrenar y, en algunos casos, atender a la prensa. Para los periodistas que cubrían los Juegos, la atracción de la delegación argentina era la nadadora Beryl Marshall. Tenía dieciocho años y su belleza no pasaba desapercibida.
La estadía en Richmond Park presentó varios inconvenientes. Por empezar, debieron enfrentar el desabastecimiento. Lo resolvieron comprando en el mercado negro. De esta manera se proveyeron, entre otras cosas, de carne, un alimento tan habitual para los argentinos. Pero las mayores quejas eran porque no disponían de una pista de atletismo ni canchas para entrenar. Las dificultades también tenían que ver con que algunos que practicaban deportes de agua estaban muy lejos de la zona donde podían prepararse. Fue el caso de los remeros, que optaron por trasladarse de la concentración argentina a un hotel para evitar hacer viajes de una hora —de ida y de vuelta— cada día.
En la concentración se tomaba mate y la camaradería era ejemplar. Todos colaboraban con todos. Pero, cuando arribaba el cartero, cada cual se separaba del resto y se concentraba en las noticias de sus seres queridos.
El día de la inauguración de los Juegos
La Argentina ingresó al estadio de Wembley en tercer lugar luego de Grecia y de Afganistán, manteniendo el orden alfabético. Los varones lucían pantalón gris y las mujeres túnicas del mismo color. Todos usaban sacos azules. Los integrantes del equipo de equitación acudieron con una elegante chaqueta blanca y desfilaron a pie, pero con la fusta en sus manos. El nadador Alfredo Yantorno tuvo el honor de portar la bandera nacional.
Dos nadadoras dieron la nota al ingresar con otra bandera argentina, pero desplegada en sus manos. Cada una tomaba un costado del pabellón y ese fue un rasgo especial de la ceremonia porque todos los países que participaron (59 naciones se presentaron; Bulgaria se retiró a último momento) solo llevaban la bandera oficial con el asta, como lo hizo el nadador Yantorno.
Por lo general todos tenían uniformes parecidos en donde se combinaba un color más claro con un saco o chaqueta más oscuro. Los dinamarqueses, en cambio, usaron uniforme rojo, de acuerdo con su bandera. Con turbantes participaron los representantes de la India y Paquistán. Los primeros celestes y los paquistaníes, turquesas.
Fue un ceremonia emotiva por lo que significaba renacer luego de la guerra. Los JJOO de Londres fueron los primeros que se transmitieron por televisión. La Argentina no se encontró entre los países privilegiados, ya que las transmisiones televisivas recién se iniciarían en 1952. En el país pudieron seguir las alternativas de los Juegos por radio El Mundo, a través de los informes de Félix Frascara, quien también escribía las crónicas olímpicas en la revista El Gráfico.
El podio de los logros
Para nuestro país los JJOO de 1948 perduran en el podio de los logros. Han sido los de mayor éxito por la cosecha de medallas y diplomas. En esa oportunidad, la delegación argentina obtuvo siete medallas (tres doradas, tres plateadas y una de bronce) más quince diplomas. Con esas distinciones, superó su actuación en Ámsterdam 1928 y Berlín 1932. En cada uno de los Juegos mencionados también había obtenido siete medallas, pero menor cantidad de diplomas. Por otra parte solo en Ámsterdam y en Londres se obtuvieron tres doradas, tres de plata y una de bronce.
Los boxeadores Pascual Pérez y Rafael Iglesias conquistaron medallas doradas en Londres, mientras que la restante fue para Delfo Cabrera, un bombero que logró vencer en la Maratón a un competidor belga en los últimos tramos, ante la ovación del público en el estadio de Wembley.
Las medallas plateadas coronaron los esfuerzos de Noemí Simonetto de Portela, en salto en largo, Enrique Díaz Saenz Valiente en tiro y el equipo de yachting (Emilio Homps, Julio Sieburger (56 años, el mayor de la delegación), Enrique Sieburger y su hijo, Eugenio Adolfo Sieburger, Ruffino Rodríguez de la Torre y Rodolfo Rivademar).
Simonetto fue la primera mujer que logró subir al podio en la disciplina de atletismo. De esta manera se convirtió en la segunda argentina premiada, luego de la nadadora Janette Campbell, quien había obtenido un segundo puesto y la medalla plateada en Berlín.
Aún hoy —y con la esperanza de que esta oración final pierda vigencia cuanto antes—, los JJOO de 1948 continúan siendo la mejor producción de la Argentina.
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