El pasaje escondido de Belgrano que sorprende con sus originales locales de comida callejera
Del ramen al Gin Tonic para llevar: esta zona aledaña a la estación Belgrano C y al Chinatown porteño se consolida como un polo gastronómico emergente
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“Siempre pasaba por el Barrio Chino, veía Pony Pizza y me encantaba este lugar. Lo que los chicos habían hecho con esta pizzería tenía algo único, muy relajado. Ellos tenían ese público trendy que se juntaba a comer pizza, que yo imaginaba para mi proyecto: que focalizara en el producto y no tanto en el confort”. Así comienza a explicar el cocinero Roy Asato la creación de Orei: un local chico, sin espacio ni baños para el público (por ende, sin mesas adentro), en medio del pasaje que bordea la estación de tren Belgrano C. Allí vende nada más ni nada menos que ramen, el tradicional plato japonés.
La idea original era que la gente lo comprara y comiera cruzando las vías, en el parque de Barrancas de Belgrano. “No quería mesas ni nada, sino que el producto hablara por sí solo. Que, aunque fuera medio incómodo o casual, la gente quisiera venir porque el producto estaba bueno”, declara Roy a LA NACION. Degustar ramen en la calle en invierno, arriesgarse a los días de lluvia y al agobiante calor. Y así salió, solo que los clientes no cruzan ninguna vía: lo consumen ahí mismo, sentados donde pueden en el pasaje.
Orei no tuvo tiempo de arreglar su fachada, poner un cartel ni ordenar sus días de apertura. El boca a boca sobre este lugar en medio de locales chinos vintage funcionó tan bien que Asato tuvo que darle forma al local sobre la marcha. Las personas no solo se animaron a este plato con noodles y caldo caliente en días de calor extremo, sino que también se acomodaron donde y como pudieron en su vereda. “¡Y el lugar se terminó poniendo buenísimo!”, dice. Cada jornada, Orei sirve ramen y onigiri hasta estar sold out. Algo frecuente, lo que invita a acercarse temprano. Oficialmente abre de miércoles a domingos de 12 a 16 y miércoles a sábados de 19 a 22.30.
“Le había contado a Tato Giovannoni que estaba alquilando acá y con sus socios vinieron a ver locales. Les encantó y dijeron: ‘Armemos un polito gastronómico’. Con Pony como inspiración se terminó dando esto”, explica Roy.
Un pasaje, una idea y un público aventurero
El Pasaje Echeverría se transformó en una seguidilla de buenas ideas hechas realidad que siguieron el camino marcado por Pony Pizza, el pionero que abrió hace poco más de tres años. “La idea de Pony fue plantarse en un lugar fuera del circuito. Porque era una pizza distinta, en lugar distinto, con formato de ‘food truck empotrado’”, explica a LA NACION su dueño, Sebastián Lahera. “Simple, canchera y accesible donde el producto -tenemos productores agroecológicos, orgánicos y biodinámicos- fuera el protagonista”. Y agrega: “Buscamos un lugar que nos hiciera acordar a películas tipo Blade Runner o Mad Max, algo bien callejero pero que no estuviera lejos de un público receptivo y con poder adquisitivo que entendiera el mensaje que estábamos dando”.
En Pony Pizza aún recuerdan el contraste de los primeros días. “Nuestro público no era el que iba al bar de al lado -locales mayormente asiáticos- ni el que bajaba del tren de Belgrano C. ¡Y al principio era una mugre esto! No podíamos creer como se hacían colas y grupos de gente comían de parados y se quedaban horas. Era como un lugar secreto que con el boca a boca fue ganado mucha fuerza”, dice Lahera. “Las personas seguían a otras que veían con nuestras cajas y, una vez que les decían cómo llegar, debían tomar la decisión de entrar en el pasaje (que no era ni luminoso ni accesible)”, recuerda.
“Para muchos, durante las restricciones, venir a buscar su pizza fue la única excusa para poder salir a tomar aire. Los clientes nos decían eso y nos hacían tener más fuerzas”, rememora Sebastián. Ver cómo Pony salió a flote tras la pandemia atrajo a otros deseosos de ser dueños hacia este corredor de bolichitos extra small. “La pandemia los fortaleció y me siento orgulloso de esta situación. En el pasaje hoy nos complementamos, nos apoyamos mucho. Como la tacita de azúcar entre vecinos, pero acá más profesional”, se ríe.
Así sintetiza la comunidad que forman el café de especialidad Morro (martes a domingos de 10 a 20), la hamburguesería Bastardo, la panadería Pandanés (lunes a domingos de 8 a 20), Vina (miércoles a sábados de 19 a 23, sábados y domingos de 12 a 16), Copetín y sus bagels, y el moderno Preto justo cruzando la calle. “Hoy tenemos la idea de construir la marca Pasaje Echeverría y hacer eventos, cosas”.
Va cayendo gente al baile
“El público es supervariado. En la semana te encontrás con gente que trabaja en la zona, a la noche empieza a generar tracción y la gente joven que se acerca por la variedad de propuesta. ¡El fin de semana es un megamix! Las familias que se acercan a visitar el Barrio Chino”, comenta el renombrado bartender Tato Giovannini desde Londres (recientemente rankeó a su bar Florería Atlántico como el número cinco del mundo y el mejor de Latinoamérica). Junto a sus socios, Adrián Glickman y Dario Leibovic (del restaurante veggie Let it V), Giovannoni acaba de abrir en el pasaje no uno sino dos locales: Sando de América y Chintonería.
“En esta vecindad nos encontramos con un grupo con mucha identidad, colaboración y sinergia. Promovemos el pasaje en conjunto, nos recomendarnos. Tratamos de que las propuestas sean complementarias: que si te querés tomar un buen café vayas a Morro. ¿Algo calentito y confortable? En Orei. Y que Chintonería sea el bar del pasaje”, destaca Adrián en conversación con LA NACION.
“El street food llegó para quedarse y eso algo que se vive a nivel mundial. Para los ‘sando’ -sandwiches japoneses- buscábamos el local perfecto. Roy nos contó del pasaje e ¡inmediatamente pensamos en Asia y en una estación de tren! Así desembarcamos con la cocina de Pablo Chinen -que, como Asato, es nikkei latinoamericano-, quien dio con su propia visión de este sándwich japonés”. Abre de jueves a domingos por la noche y los fines de semana desde el mediodía. Glickman cuenta que la propuesta (con platos como katsu sando con salsa tonkatsu casera de ananá a $800 o el sando de pollo frito a $750) ya cuenta con aperturas en España y en México, todas con el desarrollo de diseño de Eme Carranza, quien jugó diferenciando los proyectos entre fucsia y naranja.
Es que a Sando se suma la Chintonería, con ventanita interna a su local hermano: “La interpretación de nuestra Gintonería pero en Chinatown y con esto tan porteño de brindar con el ‘chin chin’”, describe Tato. “Tenemos a Pablo Pignatta como socio operador y alma del local, el bartender que mejor representa a la coctelería argentina”. Dicen que la carta busca el primer acercamiento a los cócteles de la gente joven, con el Gin Tonic como un aperitivo fácil, dos Negroni y un Martini. “Vamos a agregar ‘los martes bizarros’ para honrar un poco la historia con coctelería más amplia”, detallan sobre este refugio que abre desde las 18. Además, proponen un buen blend: tomarse un Bananarama con un sando de pollo picante o el tempura de coliflor.
El pasaje está que arde y cada espacio libre cotiza. Esta semana también inauguró Zarpado, con su café. Todas propuestas express que tienen al público del Pasaje Echeverría encantado. Que conviven en una armonía que esperan se mantenga (y potencie) con el desembarco de los locales del proyecto ViaViva, que construye distintas propuestas bajo las vías del ferrocarril Mitre, justo adelante.
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