Esta joya arquitectónica levantada en 1899 y demolida en 1929 es uno de los tantos edificios históricos de la ciudad de Buenos Aires que se perdieron en nombre del progreso durante el siglo XX.
En las primeras décadas del siglo XIX esta zona de Palermo era un bajo inundable, alejado de la ciudad, a merced de sudestadas y las crecidas de los arroyos que lo atravesaban. A partir de 1838, el gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas, comenzó paulatinamente a comprar distintas fracciones de terreno en el lugar y, además de parquizarlo, mandó a construir durante la siguiente década una de las más importantes residencias privadas de su tiempo, bisagra entre la arquitectura poscolonial y la de raigambre italiana.
Bautizó a la propiedad con el nombre de Palermo de San Benito. Tras su derrota el 3 de febrero de 1852, sus bienes fueron confiscados, entre ellos Palermo. En 1871, por iniciativa del presidente Domingo Faustino Sarmiento, se fundó en ese lugar el Parque 3 de Febrero, inaugurado por el presidente Nicolás Avellaneda en 1875. Fue el primer parque público del país. Como parte de la necesidad del paseo de contar con un lugar apropiado para reunirse y alimentarse, se levantó en 1899 el Pabellón de los Lagos, el mismo año que se demolió el antiguo caserón de Rosas. Estaba ubicado entre la avenida Iraola y el Lago del Rosedal, en el actual sitio del Patio Andaluz.
Era un ejemplo notable de la llamada "arquitectura del hierro y del vidrio", y guardaba cierto parentesco con el Royal Pavilion de Brighton, obra de 1815-1823 del arquitecto John Nash. El ejemplo porteño fue diseñado por el arquitecto Rolando Le Vacher, de quien poco sabemos. Pese a su apellido francés, traducible como "el vaquero", Dionisio Petriella y Sara Sosa Miatello en su Diccionario Biográfico Ítalo-Argentino, lo dan como nacido en Parma. Y, de hecho, en obras suyas aún en pie, estuvo vinculado a la colectividad italiana, como el edificio de Av. De Mayo y Chacabuco, de Juan Pastine; el de Av. Callao y Sarmiento, de Elvira Colonnese, y el de Bartolomé Mitre y Montevideo, de la familia Brizzolese. Fue también Le Vacher quien proyectó la antigua sede del Nuevo Banco Italiano, en Rivadavia y Reconquista, demolida a comienzos de la década del ‘30. También se le atribuye participación en el proyecto del Bon Marché Argentino (actual Galerías Pacífico), junto con el arquitecto Emilio C. Agrelo.
La construcción del pabellón estuvo a cargo de Ferruccio Togneri, prestigioso constructor de la época, de activa participación en los círculos itálicos, nacido en Barga (Luce) en 1861 y fallecido en Buenos Aires en 1941. La otra participación importante en la obra es la de Carlos Zamboni, propietario de una de las fundiciones de hierro más importantes de su tiempo, que realizó toda la estructura metálica y la herrería artística. El edificio, en el que además del hierro se destacaba el uso de vidrios de diferentes colores –hecho este que lo hacía sumamente luminoso– combinaba libremente elementos de la arquitectura hindú con la china, no exento del modernismo en boga en ese entonces. Como ha escrito el arquitecto José María Peña: "Tenía esa característica desaprensión de la época, que utilizaba y mezclaba con libertad total los modernos sistemas constructivos con románticos exotismos". Sobreelevado del nivel de su terreno, se accedía a través de una escalinata que desembocaba en una gran terraza abierta. En el eje estaba el espacio central de forma octogonal del que arrancaban dos brazos curvos hacia izquierda y derecha, que terminaban en otros dos octógonos de menor dimensión que el primero.
Fueron sus propietarios los señores Riva, Ponizio y Brunengo. Además del restaurante, había teatro de verano, cinematógrafo y góndolas venecianas en el lago. Rendez-vous social por excelencia, se utilizaba para reuniones benéficas, de colectividades extranjeras, estudiantiles, entre otras. Quizá visto como algo démodé a la luz de las nuevas tendencias arquitectónicas, lamentablemente llegó a su fin en 1929. "No volvería a ver el Pabellón de los Lagos,/ sobre la orilla del lago,/ con la gallina que ponía huevos igualitos llenos de confites/ y la bailarina en una caja de vidrio/ que bailaba por un centavo/ siempre la misma danza" (Silvina Ocampo, Invenciones del recuerdo).
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