El nuevo Francella
La familia como pilar, la vida después del Oscar y los proyectos de un cómico en serio
Es viernes. Todavía El secreto de sus ojos no ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Guillermo Francella -el de Los bañeros más locos del mundo, Los Exterminators, Poné a Francella - no se arrojó sobre el escenario del Kodak Theatre, en Hollywood. Todavía no se paró cerca de Almodóvar y Tarantino, con los brazos cruzados para no salirse de sí y los ojos entornados como para que varios millones de personas no lo vayan a ver llorar de emoción. Nada de eso ocurrió. Todavía.
Es viernes. Hay una mesa. Hay un plato envuelto en papel film con tres facturas sin tocar. Hay otro plato, con frutas, envuelto con papel film, sin tocar. Hay una botella de dos litros de agua mineral, cerrada. Hay un reloj de pulsera, un celular de última generación y unos anteojos de sol. El resto: un horno, un sillón rígido, cortinitas y adornos que cuelgan por aquí y por allá. El motor-home que funciona como camarín de Francella luce indolente, como todo espacio que no termina de ser de nadie. Francella está serio, reconcentrado. Vive un momento bisagra en su carrera: muchos acaban de enterarse de que puede ser un actor de carácter, además de cómico.
Es la quinta jornada de filmación de la última realización de la directora Ana Katz, la película Los Marziano , que, aunque su título pueda confundir, nada tiene que ver con otras películas protagonizadas por Francella: Los Marziano es una tragicomedia.
"Relata el reencuentro entre dos hermanos que llevan bastante tiempo peleados", empieza a contar Francella.
Llaman a la puerta. El asistente que entra -auriculares, cables colgando y una planilla agarrotada en la mano- piensa dos veces antes de hablar.
-Guillermo, nos esperan en maquillaje.
***
El más famoso de los Francella llegó al mundo el 14 de febrero de 1955. Le pusieron Guillermo Héctor. Lo recibieron: mamá -Adelina-, papá -Ricardo Héctor- y un hermano cuatro años mayor -Ricardo Ernesto-. Vivió sus dos primeros años en Villa del Parque y después en Beccar, en una casa que era dos. Que era un mundo: mamá, papá, su hermano y él, al frente; después, un patio; después, la casa de don Domingo y Zaída -los abuelos paternos-, y al fondo, un gallinero. Vivían sin grandes apremios gracias a los malabarismos de ama de casa de Adelina y a los tres trabajos que Ricardo padre tenía para llegar a fin de mes (era jefe de Valores al Cobro del Banco Supervielle, entrenador de levantamiento de pesas en Racing y profesor de gimnasia modeladora a domicilio).
A esa época, a esa casa y a esa gente se remontan todas las ideas que Guillermo Francella tiene de lo que debe ser la vida. Las bases y los mandatos a los que todavía hoy responde: el concepto de familia, el respeto por los mayores, el valor de la palabra, el honor, el trabajo, la integridad.
Ricardo Héctor Francella falleció un día de 1981. A su hijo Guillermo se le nubla la mirada cuando lo recuerda. Sufre por no tenerlo. Y sufre porque su padre no pudo ver nada de lo que vino después. Y lo que vino después fue un Guillermo Francella periodista (una excusa para estar cerca del mundo del espectáculo), extra de telenovela, comediante y finalmente estrella nacional del humor en cine, teatro y televisión.
***
La cuchara hace equilibrio en el filo del plato. La espuma del cortado agoniza. Francella, con barba de siete días, ofrece una mirada seca y dice que tiene una enfermedad. Estando, como estamos, en una clínica neuropsiquiátrica, la declaración inquieta.
-Tengo una enfermedad y me trajeron a este lugar...
Ahí, sin luces ni cámaras, en el bar de la clínica que sirve como locación para la película, delante de una moza pasmada y mientras la espuma de su cortado se desbarranca, Francella está actuando su papel en Los Marziano . No cuenta el argumento, lo actúa. Clava su mirada en algún lugar impreciso y sus movimientos se vuelven lentos. Actúa su papel en la película, pero también su nuevo papel en la vida. Impresiona verlo así, aletargado, tan pendiente del trazo fino cuando muchos lo consideran el rey del trazo grueso. El nuevo Francella está fascinado por el mundo de las sutilezas.
Detrás de sus cables y su planilla vuelve a aparecer el asistente.
-Guillermo, deberíamos filmar -titubea-.
***
Todo comenzó como suelen comenzar estas cosas: una pasión inquebrantable que avanzaba contra toda lógica. Guillermito quería ser actor, y era común que su papá le dijera: "Che Alcón, vení", "che Alcón, ¿vamos a la cancha?". Francella se ríe con candor de niño cuando lo recuerda. "Alcón, me decía... El me cargaba", y ahora lo dice con el tono con que podría estar diciendo: qué pena inmensa que ya no está.
La pasión de Francella por el teatro tuvo su primera consecuencia cuando, en 1972, recién terminado el colegio secundario, se confabuló con tres compañeros y dos compañeras y se pusieron a buscar una obra. Encontraron la comedia Charlatanes , de Julio Escobar, la ensayaron durante tres largos meses y la representaron durante dos cortas noches. Bastó para que el fervor por el teatro se volviera incontenible. Al tiempo, Francella estudiaba con la gran maestra de actores que fue Alejandra Boero. Hoy su currículum enumera unas 15 obras de teatro, 25 películas y 19 programas de televisión. La mayoría, de gran éxito.
En julio subirá a escena con Los reyes de la risa , del dramaturgo norteamericano Neil Simon. La va a hacer con el mismísimo Alfredo Alcón.
Si su papá lo viera...
***
Francella sale del minúsculo consultorio esquivando cables, faroles, cámaras y técnicos. Acaba de terminar unas pocas tomas que llevaron muchas horas.
-Ahora sí, al fin, charlemos.
No era la idea. La entrevista está pautada para otro día. Pero Francella quiere charlar. Y charlamos. De Los Marziano , de El secreto de sus ojos , del Oscar, de lo calmo que está. De cómo hay cosas que ya no lo hacen explotar. Hasta que mira la mesa, donde, tal vez, debería estar el grabador y sólo hay una libreta, cerrada.
-Es una pena que nada de esto lo anotes, ¿no? Porque tal vez todo esto que hablamos se pierde, ¿no? ¿O está en tu cabeza? [pausa] Ah... vos sos como yo, entonces. Mirás todo y registrás... [pausa] Claro, pero una lástima que no grabes, ¿no?
Lo dice. Pero no explota.
***
Andar por la calle con Francella supone un particular ejercicio de tolerancia. Vecinas de barrio, chicos, señores, señoritas... Los que no lo paran para besarlo y abrazarlo lo encaran con un brazo en alto voceando: "¡Vamos, que ganamos el Oscar!" Francella está en su salsa. Le importa mucho ser querido.
Supo de qué iba la fama un día del verano de 1981. Entraba a la pileta de Sunset, en Olivos, y vio a la chica más linda del lugar. Una divina, dice. Sin pensarlo -esas cosas no se piensan- se le tiró al lado y empezó a hacer todo el "trabajo" que, sabía, tenía que hacer. Habló y habló. Recurrió al humor y a la lástima con tal de llevarse, por lo menos, un número de teléfono, un pase a la segunda etapa. Pero no dijo que era actor y que acababa de participar en un comercial de Cinzano -filmar un comercial de Cinzano era por esos tiempos adquirir una popularidad instantánea-. La chica no había visto televisión.
Francella se pasó toda la tarde hablando. Trabajando, dice. Antes de abandonar la causa hizo un último intento: "¿Nos vemos para cenar?" "No, no puedo". Silencio. En ese momento, un amigo apareció para decirle, delante de la chica y a viva voz, que lo había visto en la tele. Cuando se quedaron otra vez solos, la mujer lo miró. Era el mismo tipo de bigotes con el que había hablado toda la tarde. Pero algo sucedió: antes de girar para irse preguntó: "¿A qué hora decías de vernos?" ¡Madre mía! ¡Esto es la fama!, pensó Francella.
***
Es lunes. Son las ocho menos cuarto. Es una noche cálida en Buenos Aires. Francella llega al café arrastrando un par de bolsos. Arrastra también a Guillermo Francella: estuvo filmando desde las nueve de la mañana y las once horas de trabajo se le notan, una por una, en la cara. Lo mueve el (por momentos agobiante) peso de la responsabilidad. Y cierta curiosidad: no termina de entender por qué alguien (un periodista) puede querer hablar con él sobre temas de los que por lo general no habla. Hablar menos de sus latiguillos de humorista, de su pasión por Racing, de lo que se siente al trabajar con Luciana Salazar y más de cuestiones como, por ejemplo, su familia.
La familia que Guillermo Francella formó está compuesta por su mujer, María Inés, y sus dos hijos, Nicolás y Johana. Dice que como marido tuvo sus etapas. Que su nivel de exigencia le trajo algunos problemas pero que, como en todo, ahora está más relajado.
Francella habla de "relajar" con la carga con la que un ex alcohólico habla de "no tomar". Relajar es su objetivo móvil. Una batalla permanente. Ahora mismo trata de relajarse con el hecho de que sus hijos estén grandes y empiecen a soltar amarras.
-No sabés lo que es esperarlos a la madrugada con el celular en la mano. Hasta no tener noticias no respiramos.
-¿Qué tipo de padre sos?
-Presente. ¿Viste esa frase "se me vino la vida y me crecieron de golpe"? Eso para mí es un cuento. Si querés ser un padre presente sos presente. Yo nunca trabajé tanto como cuando ellos eran chiquititos; hacía cine, teatro y televisión, pero era capaz de detener cualquier cosa para estar cinco minutos en un acto escolar. Dejaba el coche en doble fila, pero llegaba.
-¿Con qué trabas te encontraste a la hora de intentar replicar la idea de familia que tenías?
-Y... las diferencias de los tiempos. Este exceso de información, de computación, de celulares, de televisión. Es como que no tenés nada que contarles. Hay como un acelere muy grande. Pero yo creo que hay valores que todavía existen: la importancia de los abuelos, de esperar a que estemos todos en casa para comer juntos, el respeto a la palabra, el beso antes de acostarnos. No sé, valores que yo, cuando los miro de reojo, veo que tienen. Veo que son chicos educados, respetuosos, queridos por los demás. Son personas felices. Y no sabés lo que es eso para un padre...
Francella no tiene representante. No quiere que nadie le cuente las reuniones en las que se decide su sueldo ("No me gusta que me digan: «¿Sabés como la peleé? Te querían dar ocho y te la peleé por 20». Yo quiero estar ahí y que me digan que hay ocho"). Y tiene a sus más estrechos colaboradores en su propia casa: sus hijos, buscadores permanentes que suelen proponer personas y personajes para sus programas. Y su mujer, que le hace una incansable marca personal con cuestiones como las cremas antiarrugas, "la pancita" y la alimentación ("si se entera que me comí tres panes charlando con vos, me mata").
-Son fuente de consulta para mí. A veces les traigo algo medio cocinado y me ponen cara de que no, me hacen replanteármelo. No es que decidan, pero ayudan mucho.
-Para alguien como vos, que por su trabajo está rodeado de gente que le dice todo el tiempo lo lindo, lo cómico y lo bueno que es, debe de ser importante una opinión sincera.
-Sí, siempre hay aduladores. Pero María Inés y los chicos son casi lo contrario. Valoran mucho mi trabajo, pero muchas cosas que hago no les han gustado. Por ejemplo, cuando yo cantaba... Bueno... cantaba..., intentaba cantar para el teatro, tenía a Johana y a María Inés atrás mío marcándome cada vez que estaba fuera de tono. No son descalificadoras, pero pueden decir tranquilamente: "Papá, cantás como el orto".
-Valorás esas críticas brutales...
-Me gustan. Me hinchan las bolas con otras cosas...
-¿Por ejemplo?
-Con el inglés. Cuando viajamos, yo estoy tratando de armar una frase y los hijos de puta se me ríen en la cara. Se ríen porque hablo como el culo... Yo me hago entender, pero sufro (exagera sufrimiento, un Francella auténtico), porque tardo mucho en armar la frase.
Hay algo que los personajes de Francella comparten: el sufrimiento. También esa mezcla de ineptitud y picardía, pero sobre todo el sufrimiento. No son personajes cómicos por naturaleza. Es Francella el que los vuelve graciosos. Tal vez, gracias a esa capacidad que tiene para salirse de lo establecido: puede hacer a un lado el guión, la escenografía, y a sus propios compañeros, para disparar implacables dardos a través de la pantalla y generar una identificación instantánea en el espectador.
Lo hace tan bien que pocos supusieron que pudiera hacer otra cosa. Logró alguna participación en programas como Tiempo final y Vidas robadas (Telefé), pero no mucho más. Entre productores y realizadores, el miedo no era menor. Los supuestos indicaban: primero, que Francella no podría respetar los límites y las condiciones de un personaje de ficción, que se saldría de la vaina para mirar a cámara y hacer alguna humorada. Segundo, que la gente, en vez de ver al personaje, vería a Francella y se frustraría esperando, justamente, la mirada a cámara y la humorada.
Tuvo que llegar un extranjero menos cargado de prejuicios para juzgarlo (casting mediante) como actor y proponerle hacer otra cosa. Fue el mexicano Carlos Cuarón (guionista de Y tu mamá también ), que en 2008 lo eligió para interpretar, en Rudo y Cursi -junto a Gael García Bernal y Diego Luna-, a un personaje que nada tenía que ver con el pícaro de los guiños a cámara. "Yo no conocía a Francella -dijo Cuarón al presentar su película-. La verdad es que para mí era un Don Nadie. Recién supe quién era cuando le dimos el papel. Dudé mucho, pero me ganó con sus ganas de reinventarse a los 50 años, ese hambre de gloria y esa actitud del novato que se quiere comer el mundo".
Más tarde, Campanella lo convocó para hacer a un alcohólico lleno de matices en El secreto de sus ojos . Tiempo después comentó que inicialmente no había pensado en Francella porque "lo tenía registrado haciendo otro tipo de cosas". Pero que un día empezó a intervenir sus fotos con photoshop y se definió. La mejor manera que encontró Campanella de graficar la transformación (tanto física como actoral) de Francella fue con una anécdota de rodaje: "Hacía tres días que filmábamos con Francella cuando se me acerca un técnico del equipo y me pregunta: «¿Y?, ¿cuándo viene Francella?»".
-¿Por qué correrse de la comodidad que habías logrado?
-Porque quería que me pasasen otras cosas. Ya no tenía tantas ganas de seguir con aquel tipo tan para arriba o loquito por las minitas. Había cosas que yo sabía que podía hacer y que quería transitar.
-¿Cuánto hubo de búsqueda personal, cuánto de casualidad, cuánto de la mirada de los otros en la aparición de este nuevo Francella?
-Hubo mucha búsqueda. Mucha tenacidad y mucha convicción. También una gran cuota de suerte. Pero creo mucho en los objetivos trazados. He tenido un deseo ferviente de que me pasen cosas. Fui muy tenaz toda la vida. Para todo.
Quizá sea cuando dice la palabra tenaz -la dice con una carga sentimental sobrecogedora-, tal vez con lo que dice después, lánguidamente, como dibujado con humo en el aire, aparece un Francella sin disfraz.
-Siempre fui muy tenaz... Te lo digo hasta desde el cansancio... Tardé mucho tiempo en relajarme. Siempre estuve en la búsqueda, siempre al pie del cañón. Es algo con lo que despotrico mucho.
Despotrica, dice, contra lo impulsivo, lo visceral, lo poco relajado, lo hiperquinético que hay en él. Aunque, sabe, mucho de eso fue lo que lo ayudó a transitar el camino entre aquel chico que quería vivir de actuar y la estrella del humor en que se convirtió después. Y entre eso y el inesperado actor de matices en que se está convirtiendo.
-No sé, yo no conozco otra manera de hacer esto. Para mí, cuando me dan un papel tengo que dejar la vida...
Dejar la vida. Haciendo Los bañeros más locos del mundo o El secreto de sus ojos . Dejar la vida. En el aire, la imagen de humo se vuelve nítida. Como nunca.
-¿Sabés qué siento? Que soy como esos malabaristas chinos que tienen que sostener veinte platos girando en el aire. ¿Y sabés cuándo estoy pleno? Cuando todos los platos, que son mi mujer, mis hijos, mi madre, mi hermano, el trabajo... están dale que dale en el aire. Y yo estoy fumándome un habano, disfrutándolo. Un plato me empieza a corcovear y yo estoy arruinado. Y eso es lo que me cansa, eso es lo que no me relaja.
Y se desvanece.
***
Es martes. Hace una semana que El secreto de sus ojos ganó el Oscar. Francella ya subió al escenario junto a Almodóvar y a Tarantino. Y ya está harto de contar una y otra vez cómo fue el minuto-a-minuto de la entrega (pero vista desde la platea). A la alegría desnuda que lucía hace unos días se le cronificaron las palabras a fuerza de repetirlas una y otra vez. De mala gana cuenta cómo fue el momento en que desde el escenario Almodóvar anunció la película de Campanella como la ganadora. Lo hace con una ristra de palabras de ocasión -indescriptible, fuerte, hermoso, soñado- y poco personales. Cuenta que pensó en la alegría que significaba eso para el pueblo argentino. Que se imaginó a la gente festejando en las calles. Y dice que ahora la vida continúa.
Ahora, hay que encargarse de que los platos sigan girando en el aire. Y de disfrutarlos, tan relajado como se pueda.
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