En Bahía Blanca tenía un pasar predecible hasta que un evento trascendental lo llevó a vivir en países como España y Finlandia, y preguntarse dónde queda el hogar.
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Sentado en su oficina de Bangladesh, el argentino Pablo Moragrera observa el paisaje a través de la ventana y reafirma convencido: “La vida está ligada a nuestros sentimientos, y los lugares son una consecuencia de ellos”.
Su vida, sin dudas, fluyó por los caminos menos pensados. Alguna vez, en tiempos que hoy parecen remotos, Pablo soñó con “escapar” de su Bahía Blanca natal para ver el mundo, vasto, intrigante. Pero países tan diversos como España, Irlanda, Finlandia, Bélgica, Italia, Argelia o Estados Unidos significaban tan solo nombres escritos en el atlas del colegio; a pesar de ser un soñador, ni en sus más alocadas fantasías imaginó que gracias a su trabajo llegaría a conocer a estas y varias naciones más, y que sus andanzas lo llevarían a un país asiático de extremos, donde todo es blanco o negro, complejo de explicar: “Bangladesh es todo y nada, en las calles hay una pobreza difícil de describir e imposible de entender sin vivirla. Pero pienso, a veces, que no es necesario tener para ser feliz, ¡tienes que ver la felicidad en la cara de los niños!”.
Un evento inesperado, una oportunidad para “escaparse” de Bahía Blanca y otra para ver el mundo
Pablo nació el 5 de junio del 72 en Bahía Blanca, una ciudad tranquila por aquel entonces. Se crio junto a su hermano en el seno de una familia de padres muy trabajadores, que lo alentaban a concentrarse en sus estudios para acceder a la universidad local, algo que logró concretar junto a los amigos de su infancia y adolescencia. Su vida fluía predecible, sin sobresaltos, hasta que un día su primera novia, luego esposa, le anunció que estaba embarazada y todo cambió.
Ella estudiaba en Córdoba y hacia allí viajó el joven para criar juntos a su primer hijo, Franco: “Siempre coqueteaba con la idea de irme de Bahía y ver más del mundo, y creo que esa fue la oportunidad perfecta para escaparme. Sí, esa es la palabra, escaparme”.
Córdoba lo albergó durante diez años en los cuales experimentó el primer impacto cultural: no era necesario cruzar las fronteras nacionales para descubrir diferencias y una calidez humana sin igual. Santiago, su segundo hijo, llegó a sus 22 y, a los 28, su matrimonio había culminado.
Fue en ese tiempo, con la carrera aún sin terminar, que Pablo recibió una oferta de una empresa en el sector del entretenimiento para mudarse a Madrid y abrir una sucursal, la primera de la compañía fuera de la Argentina: “Entre la alegría y el miedo, acepté la propuesta luego de acordar con mi exesposa que ella también se mudaría con nuestros hijos. Sin ellos no hubiese sido capaz de moverme”.
Años en Madrid, un año en Irlanda, dos en Canarias, dos en Finlandia y unos meses en Bélgica: ¿dónde queda el hogar?
Al llegar a Madrid, Pablo sintió ingresar en otro mundo. Pocos días bastaron para quedar deslumbrado ante su arquitectura, estilo de vida y su seguridad en las calles. No podía hablar acerca de otros destinos europeos, pero en aquel, creyó encontrar la perfección: “Pero como todo lo perfecto, termina cansando. Algunos seres humanos vivimos de desafíos y yo me considero un fiel representante”.
En Madrid, el argentino terminó la universidad y para el 2006 completó un MBA a fin de potenciar su carrera en administración de empresas, hasta que comprendió que debía perfeccionar su inglés si deseaba ingresar realmente en el juego empresarial: “Decidí dejar la compañía para ir a Dublín a estudiar inglés”, cuenta el hombre de 49 años. “En Madrid quedó la que se convertiría en mi segunda esposa, la mujer de mi vida. Ella siempre me ha acompañado, ayudado y soportado, balanceando mis sueños para que no se desvanezcan antes de comenzar, es el ojo crítico que me baja a la tierra”.
Con Irlanda llegó un nuevo impacto. Allí estudió durante un año e hizo un voluntariado para una ONG, que resultó ser la verdadera escuela del idioma. En Dublín, una ciudad cosmopolita y atractiva, descubrió nuevas maneras de ser y relacionarse: “Irlanda es un país con gente muy humilde, incluso aquellos que tienen mucho no lo demuestran, son austeros, con una historia de hambruna y sometimiento sobre los hombros… Gente muy real, silenciosa, amable, linda gente”.
A su regreso a Madrid, en el 2010, sus esfuerzos comenzaron a rendir frutos. Pablo fue contratado para dirigir un zoológico y parque acuático en las Islas Canarias y se mudó junto a su pareja, con quien vivió dos años y medio de ensueño, en una isla paradisíaca que le obsequió grandes amigos, hasta que una nueva propuesta cambió el rumbo: dirigir un resort de esquí y parque acuático en Helsinki, Finlandia: “Un capítulo aparte, otro mundo, donde no existe la corrupción y ni siquiera conocen una palabra que equivalga a una ´mala palabra´ ya que simplemente no la tienen”.
“Pero, por otro lado, es un país extremadamente frío y con mucha oscuridad, razón por la cual hay pocas sonrisas, poco contacto. Mi mujer, una máquina, estudió fines (allí te pagan por hacerlo con la idea de que te quedes a vivir) mientras yo trabajaba. Encontramos un grupo de expatriados con el que hemos hecho grandes migas e incluso hasta el día de hoy nos hablamos”.
Los dos años en Finlandia fueron ricos, y sorprendentes en los paisajes y los comportamientos de una sociedad introvertida, y donde la pareja llevó una buena vida, llana, sin sobresaltos, hasta que Bruselas apareció en escena de la mano de una organización mundial relacionada al sector laboral de Pablo: “No lo dudamos y nos fuimos para allá. Pero el cuento belga no duró mucho en ningún sentido. Ni mi trabajo ni la vida allí era lo que esperábamos: gente difícil en las calles, inseguridad, suciedad, un poco de caos en cada lugar al que teníamos que ir para arreglar papeles, entre otras dificultades. A los meses regresamos a Madrid, nuestra base de operaciones”.
La cara oculta de Nueva York: ¿hay que dejar de moverse?
Madrid, siempre emocionante y lugar de residencia de sus hijos mayores, de pronto tuvo sabor a hogar, a segunda Patria, sin embargo, al poco tiempo una nueva oportunidad surgió y Pablo decidió seguir viaje, esta vez para trabajar en uno de los parques de atracciones más icónicos de Estados Unidos, en Coney Island, Nueva York: “Mientras se tramitó mi visado llevé y coordiné la apertura de un parque de atracciones en Argelia”, continúa el argentino con una sonrisa. “Aquello era muy complicado, la diferencia cultural es muy difícil de sobrellevar”.
Nueva York los recibió en el 2016 y allí el matrimonio le dio la bienvenida a su hijo, Martín, al mundo. A pesar de la enormidad y el atractivo de la Gran Manzana, del sueño americano y del hecho de vivir cerca de las playas de Brighton Beach, sintieron que aquel no era un lugar para llevar adelante una vida familiar.
“La cara oculta de Nueva York, a mi modo de ver, deja mucho que desear: el frío del invierno, la mala educación en las calles, la agresividad de la gente, los trenes, los sintecho… Contacté a otra empresa del sector y me contrataron, ¡oh casualidad! para regresar a Madrid”, cuenta Pablo, quien allí terminó dirigiendo otro parque icónico, el Parque Warner.
Madrid, como siempre, les sonrió. Tal vez era tiempo de pensar en la capital española como el hogar definitivo, se dijo Pablo. Allí los meses transcurrían felices, su hijo menor ya tenía amigos en el colegio e incluso decidieron buscar un hermanito. Pero entonces llegó el COVID para dañar irremediablemente la empresa en la cual se desenvolvía el argentino. Justo cuando Pablo había decido dejar de moverse, se vio obligado a hacerlo.
“Gracias a la red de contactos conseguí un proyecto para abrir un hotel 5 estrellas con un parque acuático en Dhaka, Bangladesh. Mis amores se quedaron en nuestra querida Madrid y yo voy cada dos meses a visitarlos”.
Bangladesh: “A veces pienso que acá el tiempo no marca el día y la noche”
Desde el primer día, Bangladesh surgió fragmentada, extrema, con polaridades marcadas. En aquella nación del sur de Asia, Pablo tuvo una recepción cálida por parte de seres humanos que ofrendan todo lo que tienen en un territorio que se encuentra prácticamente rodeado por la India, en el delta del Ganges y que está sujeto a inundaciones provocadas por los monzones y los ciclones.
Allí, sentado en Dhaka, la capital del octavo país más poblado del mundo, el argentino convive con la pobreza, pero también se ilusiona al pensar que colabora con el crecimiento marcado de una economía que hoy forma parte de “los próximos once”, por ser considerado un país en alza, prometedor para las inversiones.
“Bangladesh es un país distinto, con otros valores, modismos, muy difícil de hacerlos propios”, revela. “En una oportunidad, alguien que viajó mucho por Asia me ha dicho que nunca antes había visto tanta pobreza, excepto en Calcuta. La gente vive en condiciones que no entendemos. Incluso a veces pienso que acá el tiempo no lo marca el día y la noche. Es una ciudad que vive las 24 horas, nunca para, gente yendo y viniendo en toda clase de transportes, cargando cosas, se vive como hace siglos, hay mercadillos, intercambio, todo es muy manual, y se observa por doquier personas muy pero muy pobres que viven con lo básico”.
“Todos somos buenas personas”
Lejos de su familia, más lejos aún de la Argentina, Pablo repasa su vida, tan inesperada como enriquecedora y sonríe; jamás hubiera imaginado que su “escape” de Bahía Blanca significaría una apertura magnífica hacia el mundo y el autodescubrimiento: en el planeta habitan seres apegados a una determinada tierra y él no es uno de ellos. Tal vez algún día llegue el momento de “echar raíces”, pero aún queda un trecho por explorar.
“La verdad es que nunca he sentido arraigo hacia un lugar, mi arraigo viene dado por mis seres queridos, que son mi mujer y mis hijos. Hoy, un regreso significa volver a Madrid a verlos a ellos”, manifiesta pensativo. “Aunque puedo decir también que las veces que regresé a la Argentina sentí la alegría de volver y la tristeza del choque al percibir que lo que recordaba era distinto, pero reencontrarme con mi madre, hermano, tíos, primos, siempre es muy lindo. Los pocos amigos que tengo son amigos y allí siguen como tal, en sus vidas”.
“Mi camino, sin dudas, me enseñó muchas cosas, pero, por sobre todos los aprendizajes, creo que el mayor fue cultivar la tolerancia hacia el prójimo y hacia la diversidad de culturas y creencias. Todos somos buenas personas, pero cada uno de nosotros quiere volver allí donde nuestros corazones se encienden, por eso digo que nuestra opinión acerca de los lugares está ligada a nuestros sentimientos”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, NO LOS PROTAGONISTAS. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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