Desde hace un tiempo, lo que comemos está bajo sospecha. Y hay cifras: según un estudio reciente de las universidades de Buenos Aires y de La Plata, el 42% de la fruta y la verdura que consumen los porteños no cumple con las normas sobre uso de plaguicidas. La alternativa para quienes eligen una alimentación más consciente, por ahora, viene de la mano de los bolsones que se ofrecen a través de las redes sociales como si fuera un boca en boca con precios, a veces, mucho mejores que en las verdulerías de barrio.
Soberanos en Agronomía
Dos veces al mes, frente al pabellón de Agronegocios de la Facultad de Agronomía de la UBA se acumulan bolsas colmadas de verdura. Son los Bolsones Soberanos, una iniciativa de la Cátedra de Soberanía Alimentaria (CaLiSA) que apunta a colaborar con la Asociación de Productores Hortícolas de la 1610, de Florencio Varela, en proceso de transición agroecológica.
"Eso significa que dejan de producir convencionalmente y ya no usan fertilizantes, pesticidas, insecticidas ni una amplia gama de químicos. La contracara es que no pueden vender en el Mercado Central, donde si la hoja está picada no te la aceptan", dice Lautaro Otal, miembro de CaLiSA.
Mediante un formulario virtual, cada 15 días la Cátedra entrega en Agronomía más de 200 bolsas de 8 variedades de verdura de estación (alrededor de 6 kilos) a inverosímiles $200 cada una. El precio se fija cada tres meses en una asamblea entre productores, comercializadores y consumidores.
"A la gente –dice Lautaro– cada vez le importa saber que lleva a su mesa algo que se cosechó el día anterior y combatir la inflación, porque al no pasar por seis intermediarios como en las verdulerías, los precios suelen ser más bajos".
Campesinos unidos
Algo parecido impulsan desde El Click Orgánico, que distribuye los martes en 12 puntos de la ciudad bolsones de 8 kilos de frutas y verduras sin agrotóxicos a $400. Uriel tiene 31 años y es uno de los creadores de esta propuesta ligada a la Unión de Trabajadores de la Tierra, un movimiento campesino cuyo núcleo está en Provincia de Buenos Aires: "Son familias mayoritariamente de origen boliviano que desde hace varios años laburan muy seriamente en la producción agroecológica y constituyen una parte muy importante de toda la verdura que nos llega".
A diferencia de la producción orgánica, que cuenta con procesos de certificación realizados por empresas que garantizan la calidad del producto y que se exporta en un 98%, lo agroecológico propone cadenas de consumo más cortas y tiene como único aval la palabra del agricultor.
"La agroecología carece de sello, pero incorpora aspectos que en la producción certificada no son requisito, como la no explotación, un uso responsable con el ambiente, el comercio justo y el precio digno", dice Uriel. Pablo Coronel compra desde hace algunos meses en el Click: "Las ventajas son absolutas: alimento sin veneno y con sabor", dice como si fuera un eslogan. "Lo importante es acostumbrarse a organizar la semana, saber qué freezar y no colgarse porque la mercadería dura menos".
Para mí y para todos
No Cualquier Verdura (NCV), el emprendimiento que Inés Sainz inició en 2016 junto a su pareja, nació de la necesidad que tenían ambos de acceder a una alimentación más saludable: "Dimos con una cooperativa, empezamos comprando para nosotros, después sumamos familiares y amigos hasta que un día nos preguntamos ¿y si ofrecemos esta mercadería a más gente?".
Así decidieron abandonar sus respectivos trabajos (periodista ella, publicista él) para encargarse de los 500 pedidos semanales que llegan a través del mail. "El detrás de escena de la agricultura industrial empezó a quedar al descubierto: el uso descontrolado de agrotóxicos es funcional a un negocio y no a la salud, ni del consumidor ni de aquellos que trabajan", dice Inés sobre la matriz que dio impulso a su emprendimiento.
Además de la logística de retirar el bolsón y de cocinar según el designio de las estaciones, uno de los puntos más resistidos de la agricultura sin agrotóxicos es, en realidad (también), cuestión de costumbre: "La primera vez que pedí bananas me quise morir", dice la periodista Natalia Concina mientras recuerda el manojo de frutas pequeñas, amarronadas, a kilómetros luz de las amarillas y homogéneas que cuelgan en las verdulerías. Hoy celebra el descubrimiento de variedades como el kale, o de otras a las que jamás les había prestado atención como el pak choi, los echalotes, la cúrcuma en raíz, el akusai y los nabos.
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