“Si no puedo elegir dónde nacer, puedo elegir dónde vivir”, pensó el protagonista de esta historia, y cambió el curso de su destino
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Fue durante sus viajes de mochilero, que José Isidro Gil descubrió por primera vez que Buenos Aires no era el centro del mundo. Salvo por aquellos dos años en Comodoro Rivadavia durante su pubertad, las calles porteñas supieron ser su vida entera, dictando el pulso de los días, entre amistades, estudio y una fascinación creciente por la arquitectura de una urbe estimulante.
Con el paso de los años, su pasión por el diseño de las construcciones se transformó en su área de estudio. Allí, en la querida Buenos Aires, se recibió de arquitecto sin imaginar que, con la llegada de sus 30 abriles, los paisajes de su cotidianeidad cambiarían de colores para siempre: “Amo Buenos Aires, pero con el tiempo no solo supe que no era el centro del mundo, sino que tampoco era la mejor”, cuenta José, mientras recuerda aquellos días de transformación.
Genes nómades: “Si no puedo elegir dónde nacer, puedo elegir dónde vivir”
El principio del cambio lo marcó una estancia en Porto Alegre, Brasil, un suceso que le abrió los ojos a otras culturas, lo que enriqueció su incipiente carrera de maneras extraordinarias.
En sus regresos, Buenos Aires amanecía día a día más oscura. Corría el año 1976 y para entonces, José ya se había casado con una mujer oriunda de Castilla, España, y tenía una vida que parecía dirigirse hacia un buen rumbo según los parámetros sociales, pero que a él lo agobiaba con aquellas falsas libertades en cuotas.
“En mí creció una resistencia a una vida programada: estudiar, ponerse de novio, casarse, trabajar, tener el autito, tener dos hijos, una mascota, quince días de vacaciones, ¡demasiado estructurado!”, manifiesta. “Mi conclusión fue: si no puedo elegir cuándo y dónde nacer, puedo elegir dónde vivir”.
Con aquellos pensamientos danzando en su cabeza, José supo que era tiempo de volar. Como arquitecto, ya con experiencia en su haber y una carrera que se anticipaba prometedora, Canadá emergió en el mapa y le abrió las puertas. Renunció a su puesto, tramitó una visa de trabajo y aspiró conquistar al frío país del norte a fuerza de talento.
Junto a su entonces mujer, decidió que era tiempo de empezar de cero en otro país. Tal vez, suele decir José, se fue por la inestabilidad política y laboral de la Argentina. En el fondo, sabe que lo más seguro es que se haya ido alentado por sus genes nómades.
Despedidas, dólares falsos y el ritmo de las cuatro estaciones: “Por fortuna, cosas como el fútbol, el asado, buenos vinos, no interferían en mis emociones”
La idea, aún así, era irse para trabajar, crecer, ahorrar y volver algún día al país de su corazón. A pesar del plan, José jamás olvidará las despedidas, envueltas en tormentas emocionales intensas, tal vez anticipando que cuando uno se va ya no hay regreso posible, todo se transforma para siempre.
Lo primero que pesó en tierra canadiense fue el idioma. José se sentía un bebé a pesar de ser adulto, mientras intentaba desplegar su inglés con mucha dificultad. El trago más amargo llegó de inmediato, cuando se dirigió al banco a cambiar los pocos dólares que había ahorrado tan solo para ser confiscados: “Eran falsos”, revela. “Pese a haberlos cambiado en una casa de cambio prestigiosa de Buenos Aires”.
“Asimismo, al comienzo pesó lo precario de los trabajos y no tener apoyo de familia y amigos, era una carga que había que aguantar y cada paso era un riesgo”, continúa. “Otro impacto fue sentir el paso del tiempo en ritmo con el cambio de estaciones y sus manifestaciones intensas respecto a los paisajes, clima, como ocurre en latitudes cercanas a los polos. Las cuatro estaciones intensas aceleran la percepción del tiempo”.
“Por fortuna, cosas como el fútbol, el asado, buenos vinos, no interferían en mis emociones”.
Sin la madurez de la permanencia y las dificultades laborales: “Te piden experiencia canadiense y no reconocen tu experiencia en el exterior”
La incertidumbre parecía gobernar en aquellos tiempos. José, decidido a trabajar de lo suyo, despertó cada mañana dispuesto a conquistar su espacio. Disconforme con las opciones que surgían, se mudó varias veces, cada traslado de ciudad en ciudad en búsqueda de oportunidades creaba una sensación de invisibilidad: “No se forma una comunidad; los vecinos son desconocidos y las amistades no tienen la madurez de la permanencia”.
En sus tiempos en Toronto, José quedó impactado por el orden y el espacio personal intensamente celado, incluso en los medios de transporte cargados de gente. Todos se movían de manera rápida, casi acelerada, pero la prolijidad prevalecía y jamás vio a nadie empujar.
“Recuerdo que en el trabajo creían que en Argentina siempre dormíamos la siesta”, agrega José entre risas. “No es fácil, para conseguir el primer empleo te piden experiencia canadiense y no reconocen tu experiencia en el exterior”.
Los frutos, dos clases de personas, y una vida dedicada a una pasión: “Si no hubiera sido así, me hubiese preguntado qué hacía tan lejos de mi país”
Las estaciones transcurrieron, las buenas oportunidades llegaron, el matrimonio se disolvió y los propósitos tomaron nuevos rumbos. Con los años y el esfuerzo, José obtuvo su residencia y registro como arquitecto para Ontario, Alberta e inclusive Estados Unidos. Trabajó para importantes empresas internacionales, obtuvo reconocimientos por su liderazgo en competiciones de envergadura mundial y fue presidente de L.A.C.A.C (Local Architectural Advisory Committees) en Simcoe, en el suroeste de Ontario.
En su camino, descubrió que la calidad de vida es una creación propia y que él había elegido dedicar gran parte de su tiempo al trabajo: “Si no hubiera sido así, me hubiese preguntado qué hacía tan lejos de mi país”, reflexiona.
“La calidad humana, por otro lado, varía como en todos los países, habiendo en principio dos clases de personas: los del pueblo y los de las grandes ciudades”, continúa. “Una de las experiencias más positivas que tuve fue por parte de un amigo canadiense y su apoyo total cuando se desató el conflicto de las Malvinas”.
La humildad en los regresos, el agradecimiento a la Argentina y la sensación de que la vida nada debe: “En paz”
¿Qué hago tan lejos de mi país?, es una pregunta que José no dejó que ingresara a sus pensamientos para atormentarlo. Su pasión por la arquitectura y el movimiento fueron, en definitiva, fuerzas mayores que lo invitaron a seguir por la senda canadiense. Allí, en el país de las cuatro estaciones, el arquitecto argentino se involucró intensamente en los asuntos de la arquitectura y el medio ambiente, lo que lo llevó a ser pionero del Green Architecture Movement de Canadá, así como miembro de la junta de CARP Ottawa Chapter, una asociación cuya función es colaborar y educar, junto a otras ONG y entidades gubernamentales, en la obtención de mayores derechos para las personas retiradas.
Tener base en el norte del mundo le permite mantener sus genes nómades siempre vivos. A la Argentina regresa cada tanto, convencido de que sus amistades siguen vigentes gracias a su partida temprana: “La amistad mantenida a pesar de tantos abriles de ausencia la atribuyo a esa condición el habernos ido cuando todo era alegría con nuestros amigos, donde permanecen los recuerdos tales como las travesuras, salidas, noviazgos, casamientos, graduaciones, nacimientos , compartir proyectos y tanto más”.
“Pero, sin dudas, al regresar lamento que entre ellos hubo divorcios, cansancio, hartazgo, competencias, pérdidas…”, continúa. “También hay eso de comparar los países aunque uno no quiera y aceptar esas diferencias, no obstante, esas diferencias se van nivelando con el tiempo, para bien y para mal. Lo que duele mucho es ver la destrucción del patrimonio arquitectónico pese a los esfuerzos de conservación de muchos”, agrega.
“Uno de mis aprendizajes en esta travesía de vida fue distinguir que una cosa es la experiencia curiosa de viaje como turista, y otra, competir buscando con los locales una posición laboral”, dice pensativo. “Una cosa es viajar sin hijos y otra con ellos. Esperamos a tener nuestro hijo una vez asentados y estoy orgulloso de su crecimiento”.
“Aprendí la importancia de llevar títulos o certificados, cartas de recomendación, pero todos reales sin exageraciones. Los trabajos de oficio son bien compensados y necesarios”, continúa. “También entendí la importancia de no quemar puentes en tu país de origen y ser humilde desde la salida y hasta en las visitas esporádicas. En mis años fuera de Argentina desarrollé una pertenencia y amor hacia Latinoamérica muy fuerte”.
“Aprendí a apreciar la actitud de tirar para adelante del inmigrante en Argentina, caso de bolivianos, paraguayos, migración interna, y tanto más. Deseo que todos los emigrantes integren en su experiencia lo expresado en una poesía de Amado Nervo, titulada En paz, y que dejo a continuación para finalizar”.
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
*
Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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