Su figura se vio manchada por corrupción y por vínculos con paramilitares; el testimonio del militar que aportó las pruebas necesarias
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Pablo Escobar murió un 2 de diciembre de 1993 en un profundo barrio del alto Medellín. Fue abatido mientras escapaba desesperado de una decena de policías que lo perseguían a toda marcha. Lo habían ubicado gracias a un sistema de triangulación de llamadas. Estaba acorralado. Una bala lo alcanzó y produjo que se desplomara estómago arriba sobre las tejas de las casas vecinas a su escondite. Luego le dieron dos tiros más: uno en la pierna, para que no pudiese levantarse, y otro en la cabeza, de gracia. Del operativo participaron distintas autoridades, tanto colombianas como internacionales. También paramilitares y narcotraficantes de los bandos enemigos de Escobar.
Hasta el día de hoy existen tres teorías sobre quién fue la persona que ejecutó los disparos letales. Juan Pablo Escobar, el hijo de Pablo, insiste en que su padre “se dejó rastrear por las autoridades a propósito”, a modo de ser capturado, y que luego se efectuó un auto disparo en el oído. Los peritajes realizados posteriormente le quitan fundamento a esta versión.
Por otro lado, el hecho quiso ser adjudicado por “Los Pepes” (Perseguidos por Pablo Escobar), un grupo de guerrilleros y narcotraficantes enfrentados con Pablo. Su líder, Diego Murillo -alias Don Berna-, afirma en su libro Así matamos al Patrón que el tiro fue efectuado por su organización; más precisamente por su hermano Rodolfo, alias Semilla. “Pablo corría por el techo cuando mi hermano llegó a la ventana, le apuntó y le disparó en la cabeza con su fusil M16 calibre 5.56″, dijo Don Berna.
Por último, está la versión oficial, que sostiene que al ex narcotraficante le disparó únicamente Hugo Aguilar Naranjo, el efectivo de la Policía Nacional de Colombia que lideraba el “Bloque de Búsqueda”, una coalición de fuerzas especiales cuya misión era encontrar y capturar al capo narco. Aguilar se adjudica la hazaña hasta el día de hoy.
De Buenos Aires a Medellín
Hugo Aguilar entró a la policía a los 22 años. De niño quería ser médico, pero un día vio una publicidad de la Escuela de Cadetes General Santander en televisión, y se inspiró. Aplicó a la academia e ingresó. De un total de 80 aplicantes, fue una de las cuatro personas que aprobaron.
En julio de 1991 vino a la Argentina a hacer un curso de criminalística en el Instituto Universitario de la Policía Federal Argentina. El programa duraría un año y medio. El 24 de julio de 1992, cinco meses antes de terminarlo, recibió una llamada del director de la Policía Nacional de Colombia, Miguel Gómez, quien le dijo que el entonces presidente de Colombia, César Gaviria, quería hablar urgentemente con él.
En su libro, ‘Así maté a Pablo Escobar’ (2015), habla sobre ese episodio:
Segundos después, el mandatario saludó cordial pero se notaba muy agitado.
—Mayor, buenas noches. Lo necesitamos en Medellín. Usted sabe que se nos fugó este bandido. Usted tiene toda la experiencia. Confiamos en ustedes.
—Como usted disponga, señor Presidente.
Tras la corta conversación con el presidente Gaviria, hablé de nuevo con mi general Gómez y le pedí que me permitiera terminar el curso. Le expliqué que faltaban escasos cinco meses y me comprometí a regresar una vez culminaran las clases y recibiéramos el diploma. Mi general aceptó.
Apenas llegó a Colombia, se hizo cargo del puesto de Jefe de Inteligencia del Bloque de Búsqueda. El grupo táctico estaba compuesto por 1500 hombres de la Policía, Ejército, Armada, Fuerza Aérea y agentes de inteligencia encubiertos. Los resultados llegaron rápido: a través de reportes de inteligencia, ubicaron a Escobar en distintos lugares de Medellín y de las zonas aledañas. El narcotraficante cambiaba de lugar constantemente.
Los policías se sorprendían con las estrategias que Escobar utilizaba para esconderse. A veces lo hacía ante las narices de las autoridades. “Confirmamos que se disfrazaba de pordiosero, de lustrabotas, de mujer… En ocasiones se ponía el uniforme de oficial del Ejército y montaba retenes sorpresivos”, describe Aguilar. Una vez, en un almacén, lo tuvieron muy cerca:
“La primera información que obtuvimos era de no creer: Pablo Escobar hablaba por radioteléfono con su cuñado ‘HH’ y le decía en clave que iba de compras al almacén ‘Éxito’ de la avenida Colombia. Y digo que no creíamos porque a quién se le ocurre pensar que este criminal, un hombre amante de las excentricidades, de los lujos, iba a hacer compras a un almacén [...] Recuerdo que salimos veinticinco hombres armados con fusiles R-15, pistolas, chalecos antibalas y vestidos de civil. Llegamos al parqueadero [estacionamiento] en cinco vehículos tipo campero y decidimos dejar los fusiles y los chalecos y entrar al almacén sin generar sospecha, solo con las pistolas bien escondidas. Oh, sorpresa. El mismísimo Pablo Escobar caminaba por los pasillos del almacén con su esposa Victoria y sus hijos Juan Pablo y Manuela. Lo malo era que iban escoltados por un sinnúmero de hombres armados con R-15 pequeños que parecían subametralladoras”, describe Aguilar.
“Terminaba 1990 y estábamos maniatados”
La persecución alcanzó niveles violentos. En una llamada telefónica que fue interceptada por la policía, Escobar le dijo a su mujer: “¿Las gonorreas de esos policías? Vea, usted preocúpese por los niños que yo me encargo de ellos. A Pablo Emilio Escobar Gaviria no le queda grande nada, le gano porque le gano esta guerra al Estado. A punta de bombas los arrodillo”.
Un día, el Bloque y Escobar obtuvieron los números telefónicos de uno y otro. Escobar llamó muchas veces a los policías para realizar amenazas. Siempre preguntaba por el jefe del bloque.
—¿Aló? —¿Quién habla? —¿A quién necesita? — atendió una vez Aguilar.
—Vea, hiena gonorrea, si usted es el mayor Aguilar, le voy a meter un poco de dinamita por ese c...
—Y yo le voy a meter un roquetazo [bomba], psicópata infeliz.
La “guerra al Estado” había empezado. Las bombas sorpresa estallaban aleatoriamente en juzgados, redacciones de diarios, en la calle misma... Es especialmente recordada la que explotó en la sede del diario El Espectador el 2 de septiembre de 1989. Ese día, una bomba manipulada por control remoto reventó a 20 metros de la sede del periódico, causando graves daños en sus instalaciones. “Terminaba 1990 y estábamos maniatados. La mente criminal de Pablo Escobar había superado nuevamente la capacidad de reacción del Estado”, relata Aguilar en su libro.
Eventualmente eso terminó. Ocurrió un quiebre a favor de las autoridades. A través de la intervención de llamadas telefónicas, la ubicación de Escobar pudo ser precisada. El narco, afectado por el prolongado aislamiento al que se sometió para huir de la ley, comenzó a cometer errores. Llamó a su familia muchas veces, exhibiendo, involuntariamente, su ubicación.
Lo abatieron un día después de su cumpleaños número 44. Escobar había sido encerrado en una residencia ubicada en el oeste de la ciudad. Parecía que no tenía escapatoria. Álvaro de Jesús Agudelo, alias “Limón”, uno de sus sicarios, esperó a los efectivos con una metralleta, pero fue abatido. Sin embargo, esto le dio tiempo a Escobar para escapar por los tejados de las viviendas.
Steve Murphy, uno de los agentes de la DEA presentes, recordó en su libro Caza al hombre: Cómo atrapamos a Pablo Escobar, que Pablo “trepó descalzo por la ventana y pasó al tejado de la casa contigua tratando de huir. Se mantuvo cerca de la pared de otra vivienda, que quedaba a la derecha de la ventana. Ese muro lo protegió un poco de los agentes en tierra, pero no de los que le estaban persiguiendo. Escobar llevaba dos pistolas y disparó a los agentes que se encontraban detrás de él mientras cruzaba el tejado. Esos hombres y los que estaban en tierra respondieron a los disparos y dieron a Escobar varias veces”.
Uno de esos hombres era Aguilar. Haber asesinado a Escobar lo transformó en héroe y lo catapultó al estrellato en la política: fue diputado y luego se postuló para gobernador del Departamento de Santander, de donde es oriundo. Ganó. No obstante, después fue declarado culpable de hacer “para-política”, es decir, de usar la fuerza de los paramilitares para ganar la votación, y terminó en la cárcel.
“Yo creo que lo mató Don Berna”
El Coronel (r) Julio Prieto, del ejército colombiano, conoce a Aguilar a fondo. Fue quien presentó pruebas en la justicia para que éste fuese preso 20 años después de ese 2 de diciembre. Se enfrentó con él en circunstancias límite. Prieto comprobó que el ex policía había recibido ayuda de grupos paramilitares para ganar la elección a gobernador. Describe todo en su libro Desenmascarando al hombre que mató a Pablo Escobar.
-Coronel Prieto, ¿cómo siguió la vida de Aguilar después de haber matado a Pablo Escobar?
-Más adelante se retira de la policía. Se vincula a una organización gremial de comerciantes, donde trabaja un tiempo, y luego se lanza a la asamblea departamental, incursiona en la política del Departamento de Santander. Se lanza como diputado y gana un escaño. No lleva un año como diputado cuando le proponen que se lance a la gobernación, la cual gana en 2003.
-¿Por qué se lo acusó de corrupto?
-Por haber hecho para-política. Ganó las elecciones porque había paramilitares que obligaban a los ciudadanos a votar por él. Hay que remontarse a finales de los 80, cuando el gobierno crea el bloque de búsqueda, el cual, a razón de la dificultad que tenían para dar de baja a Escobar, se alía con los ilegales: carteles del narco del bando contrario y las estructuras armadas de extrema derecha. Indudablemente esa relación venía desde antes. Él ya había utilizado esa estrategia para obtener un resultado como policía. Y la repitió para obtener resultados como candidato.
-¿Con quién se alió, precisamente?
-Cuando Aguilar llega a la asamblea como diputado y le ofrecen la gobernación, se postula. En ese momento, año 2003, había amplias regiones que eran controladas por grupos armados de derecha, también de izquierda. Y la mayoría del departamento de Santander, un 90 por ciento, era controlado por los grupos de extrema derecha. Aguilar se alía con el llamado Bloque Central Bolívar.
-Existen distintas versiones sobre quién abatió a Escobar, ¿Se inclina por alguna de ellas?
-Yo creo que fue el hermano de Don Berna -alias “Semilla”. Aguilar fue el primero que llegó al tejado, y la primera foto que capturan es la de él al lado del cuerpo de Escobar. Esa imagen lo catapultó a nivel nacional y mundial como la persona que había dado muerte a Escobar.
-¿Usted piensa que él usa el hecho a su favor?
-Él aprovecha el hecho de manera inteligentemente siniestra para aportar a su imagen. Yo no tengo elementos de juicio, pero pienso que a Pablo lo mató “Semilla”, porque Los Pepes actuaban en la ilegalidad. Podían hacer lo que quisieran, no como los organismos del Estado, que estaban sometidos al cumplimiento de la Constitución y a las normas de derecho internacional humanitario.
-¿En qué momento su historia se cruza con la de Hugo Aguilar?
-En diciembre de 2003. Yo era oficial del Ejército. Me mandaron como comandante de un batallón en el municipio del departamento del cual era gobernador Aguilar. Cuando llego, evidencio la triste realidad de que, en esos 9 municipios, el control absoluto lo ejercían los ‘paras’. Cuando empiezo a combatirlos, se me viene encima la clase dirigente del departamento, cuya cabeza era... el gobernador Aguilar. Empiezo a recibir presiones para que no los combatiera.
-¿No tenía a nadie a su favor?
-Bueno, sí. Justo, en esa “guerra”, empiezo a obtener mucha información que evidenciaba que Aguilar había llegado por el apoyo de los “paras”. Llegaban testimonios de ex paramilitares que se habían reinsertado en la sociedad- dando cuenta de todo. Entonces yo se los remitía a las autoridades judiciales. Pero qué pasaba: como Aguilar manejaba el departamento, todo ese trabajo que yo le adelanté a las autoridades no surtió ningún efecto. Aguilar hizo muchos intentos por destituirme y para que me cambiaran de región. Pero no lo logró. Y unos años más tarde, en 2007, la Corte Suprema de Justicia inició un proceso llamado “parapolítica”, me llamaron a declarar, y yo entregué todos los elementos de prueba que tenía. Gracias a mis aportes, Aguilar resultó condenado.
-¿Es cierto que a usted le quitaron estrellas y acabaron con su carrera por estos hechos?
-Sí. Cuando tenía grado de Coronel, aplico para ascender a General. Yo era el primer puesto de mi promoción. Pero en 2013 soy descalificado, a pesar de tener una hoja de vida impoluta. El combo de Aguilar me dio donde más me podía doler. Soy consciente de que tengo unos enemigos poderosos. Hasta hace cuatro años tenía un esquema de seguridad que me brindaba el gobierno nacional. Pero me lo quitaron. Con mis medios me compré un vehículo blindado. Me cuido.
-¿Aguilar sigue siendo visto como el “héroe” que mató a Escobar?
-Un porcentaje mínimo lo ve así. Yo estoy convencido de que es un delincuente de cuello blanco.
En 2013, Hugo Aguilar Naranjo fue condenado a nueve años de prisión. Cuando cumplió tres cuartos de la pena, quedó en libertad, con la condición de que pagara U$S 1.326.000 a víctimas de paramilitares. No los pagó, se declaró insolvente económicamente, aunque semanas después, los medios divulgaron una imagen suya manejando un Porsche de U$S 73.000. A raíz de eso se inició una investigación que comprobó que tenía una fortuna inmensa a nombre de terceros. Entonces le quitaron todos los beneficios que había obtenido, y tuvo que volver a la cárcel. Logró la libertad por cumplimiento de la pena hace cinco meses, en agosto de 2022.
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