Dejó todo para vender tortas y un giro inesperado la llevó a triunfar como fotógrafa gastronómica
Magalí Polverino retrata alimentos de forma profesional; logra capturar escenas que son historias en movimiento; define su producción como “imágenes que se devoran con los ojos”
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“Todavía no comas, le tengo que sacar una foto”. Esa frase podría haberla dicho cualquier comensal promedio. Es que, en los tiempos que corren, el retrato del plato parece ser fundamental a la hora de sentarse a comer en un restaurante. Mientras la mayoría saca su celular para inmortalizar la cena, Magalí Polverino lleva sus trabajos como fotógrafa culinaria a otro nivel.
Sus fotos son historias en movimiento, aunque se trate de una imagen y no de un video. Las migas caen, las salsas chorrean, las nueces parecen crujir y se puede sentir la suavidad de las cremas al detenerse en sus retratos.
Las texturas se sienten con los ojos y los colores brillantes, acompañados por los tonos pasteles, son los grandes protagonistas de las fotografías. Facturas, galletas y vegetales dispuestos en serie, como las sesentosas latas de sopa Campbell de Andy Warhol, son sus modelos.
Magalí define su producción como “imágenes que se devoran con los ojos”. Hace 20 años se dedica a la fotografía, aunque sus intereses fueron variando. En sus comienzos, estudió unos años Publicidad y otras disciplinas más afines al arte. Fue entonces cuando se volcó a la moda, aunque una década más tarde, su carrera pegó un volantazo, en una autodenominada “crisis de los 30″.
Encontró su camino un día como cualquier otro, de una forma impensada. La idea original era dedicarse a la gastronomía. “Siempre me gustó mucho cocinar, ir a comer. En ese momento estaba muy enganchada con la pastelería, es un mundo que me apasiona. Decidí dejar todo para vender tortas. Hice todo un menú y me puse a cocinar”, cuenta Magalí, en diálogo con LA NACION.
Cámara en mano, hizo una importante producción fotográfica que, entre horneados y capturas, duró tres días. El proyecto inicial era vender sus productos en las redes sociales, pero todo cambió en esas 72 horas.
“No llegué a vender ni una torta, me duró dos semanas esa carrera”, recuerda. Sin elegirlo ni pensarlo mucho, aceptó una propuesta inesperada que la trajo hasta su presente como fotógrafa gastronómica.
“Las publiqué en Facebook y una persona que conocía de una agencia de publicidad me dijo que estaba haciendo un libro de cocina para una marca y me ofreció participar. Ahí empecé y nunca paré”, dice Magalí, que suele trabajar con restaurantes y marcas para sus producciones.
Su paso por la escuela de bellas artes y sus estudios en iluminación teatral marcaron su estilo. “Me gusta relacionar mis fotos con el dibujo. Sacar fotos es mi manera de dibujar. A veces pienso las cosas en términos de color o en las series. Creo que mis fotos pueden ser un dibujo”, comenta.
Magalí encontró, hace 10 años, un nicho que estaba poco explorado. Hoy, en el gran momento que atraviesa la gastronomía, es cada vez es más solicitada. “Mi sueño siempre fue fusionar mis ideas con lo comercial: que alguien me pague por hacer lo que a mí me gusta. Hago colaboraciones con directores de arte, con cocineros”, explica.
Su serie de posters invita a jugar, y por eso se hizo tan viral en las redes sociales. “Se armó mucha polémica en Twitter por los nombres. Que en una provincia se dice de una forma o de otra”, cuenta Magalí, que se sorprendió por la pasión que despertaron las facturas argentinas que retrató hace unos meses. Los usuarios de las redes, además, votaron cuál era su galletita favorita, qué factura eliminarían del poster, y cuál faltaría sumar.
“Lo argentino tiene eso, toca la fibra de la infancia. Un montón de gente me escribe, me dicen que me olvidé de agregar tal o cual”, dice.
Dentro de sus series argentinas están las facturas, las galletitas, los postres, las empanadas. Salvo en el caso de las galletitas, que hay marcas en el medio, cada ítem tiene debajo su descripción.
“Trabajo mucho con las texturas y los enchastres. Hay vida. Pocas veces uso modelo, pero me gusta que se siente que alguien se acaba de ir”, reconoce Magalí. Sus fotos cuentan una historia. Aunque no se vean manos, queda reflejada la sensación de la acción que antecedió la imagen final.
Algunas de sus fotos más destacas
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