Conoció Buenos Aires, donde descubrió la magia del abrazo argentino para no dejarlo ir nunca más
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Sin importar cuántas veces lo intente, Anita Pouchard Serra no logra que su abuela comprenda cómo funciona el dólar blue. “¡No le entra en la cabeza!”, suele decir, entonces trata de hablarle en otro idioma: el de su amor por la Argentina.
Es que, en Buenos Aires, la francesa descubrió la magia del abrazo argentino para no dejarlo ir nunca más. Todavía recuerda a su cuerpo aquellas primeras veces, tan incómodo y despegado, al recibir semejante expresión de cariño: “Hoy trato de implementarlo en cualquier rincón del mundo y explicar la belleza de este gesto”, sonríe la mujer de 36 años.
Oriunda de París, hay una frase de Taiye Selasi que a Ana siempre la movilizó: "Don't ask me where I'am from, ask me where I'am local" (No me preguntes de dónde soy, pregúntame dónde soy local). "Argentina es el lugar donde me siento local", afirma sin dudarlo. "Amo y odio esta bendita ciudad, pero el hecho de poder odiarla, creo que me permite pertenecer aún más. Reconozco sus cualidades y sus defectos; extrañamente, el caos urbano me inspira y brinda paz. El país entero y su cultura me estimulan. Y mis amigos en esta parte del planeta, tan únicos, me alientan para que siempre vaya por más; me empujan en mis estudios y emprendimientos. Acá revelé una parte de mí que amo y que no encuentro cuando estoy en París".
De Europa a Buenos Aires
Fue durante sus veinte, que Anita emprendió su aventura laboral por Europa, intentando develar lo profundo de cada cultura. Pronto, intrigada por la inmensidad de la Tierra, e inspirada por un amor, posó sus ojos en Sudamérica. A Buenos Aires llegó con el mismo espíritu de siempre, eligiendo lugares casi al azar, con mapa en mano, caminando las calles sin destino. "Nunca fui muy turista de mis viajes. De hecho, lo primero que conocí fue Moreno, en la provincia, donde estuve una semana antes de llegar a capital, allá por el 2009. En la ciudad podía pasar un día entero en un café, dibujando, mirando y escuchando lo que me rodeaba, algo que sigo haciendo".
Cruzar fronteras nunca formó parte de las costumbres de su familia, aunque sí parte de su historia: su madre española, nacida en Argelia durante la guerra, había migrado de niña en el 62, y su abuelo paterno llegó deportado de Alemania durante la segunda guerra mundial. Que ella, Anita, nacida en Bagneux, un pedacito del conurbano popular parisino, iniciara aquella travesía a una Argentina misteriosa, emergió como una locura que aún hoy impacta a su abuela, a quien le tuvo que señalar en qué parte del mundo iba a habitar:
"Cuando miro el mapa que le dejé colgado en su cocina, lo siento surrealista. Es un vértigo hermoso", reconoce. "En mi caso no me escapé de ninguna guerra o crisis económica, sin embargo, creo que siempre nos vamos porque necesitamos cortar con ciertos sucesos y dejar parte nuestra atrás, algo que lamentablemente tiene sus consecuencias: hay lugares y personas que quisiéramos llevar con nosotros. Pero en Argentina, me di cuenta de que me había ido de Francia no solo físicamente, sino relacional y emocionalmente".
Otros hábitos, nuevas costumbres
En suelo austral, Anita descubrió el significado de "lo atamos con alambre". Con el paso de los meses, y ante una realidad tantas veces cruda de una economía inestable, comprendió que esta imagen a veces triste, improvisada y provisoria, refleja una capacidad de enfrentar las adversidades con otra actitud, en donde paralizarse no es una opción y, como sea, hay que encontrar la vuelta y avanzar.
Y en este avance impregnado por una curiosa inventiva, la francesa se encontró desafiando al tiempo, rompiendo rutinas y estructuras alejadas de una Europa previsible: "Los argentinos tienen la capacidad de decir `estoy llegando´ cuando recién se están lavando los dientes. Al principio avisaba si tenía algún retraso, hoy, dependiendo de la situación, también puedo llegar a ser esa persona. Lo tomo como una manera de vencer al tiempo, aunque, en una sucesión de actividades, puede llegar a ser un caos total al final del día".
"Pero, en otro orden de las cosas, sigo sin entender actitudes como la de obstruir la parte izquierda de la escalera mecánica, que debe quedar vacía para las personas que por alguna urgencia tengan que circular", dice convencida de que, con pequeños cambios, sumados a las capacidades argentinas, una mayor eficiencia es posible. "Y que le digan pan francés a algo que no se le parece ni de lejos, ¡menos!", ríe con ganas. "Aun así, hay características que me hacen sentir como en casa por partida doble, como el humor sarcástico o manifestarse en las calles, al igual que en Francia.
Trabajar, ser extranjero y el mito del DNI
Alguna vez, Anita intentó dejar la Argentina sin éxito. A pesar de un romance fallido, su amor por esta tierra creció hasta echar raíces y obligarla a obedecer el dictado de su corazón. Los años transcurrieron enamorada del suelo porteño, en donde su nuevo hogar se transformó en una escuela colmada de claroscuros:
"Llegué con pocos ahorros como joven adulta, con una formación previa como arquitecta – de hecho, hice el trabajo de campo en Argentina -, pero arribé con una hoja en blanco, con ganas de construirme como mujer, ciudadana y profesional, desde cero", cuenta. "Encontré trabajos en el área de arquitectura y, poco a poco, la fotografía comenzó a ocuparlo todo hasta convertirse en mi vida. Una amiga suele decirme que soy una arquitecta francesa y una fotógrafa argentina", continúa.
"Sin embargo, cabe remarcar que llegué desde una posición privilegiada: una rubia, blanca, que vivió en París. Correspondo física y culturalmente a un extranjero bienvenido. En un café, una señora que me preguntó de dónde era, me dijo: `qué lindo París, pero qué tema tienen con los extranjeros´.`¿Extranjeros como yo en su país?´, la indagué. Enseguida aclaró que no había ningún problema con los emigrados como yo. Esta diferenciación la siento muy presente en Argentina y tiene consecuencias nefastas en nuestra sociedad. A su vez, sin saber, ella criticó la Francia multicolor con la cual me identifico, ya que me crié en un barrio de pura diversidad, es parte de mi ADN".
A pesar de las ventajas, el claro privilegio no la privó de una pesadilla: el trámite de migraciones. Anita atravesó por dos intentos fallidos por obtener el DNI, lo que la convenció de que es un mito que otorguen el documento con facilidad:
“Pasé por oficinas y llantos con el apoyo de mis amigos argentinos. Soy trabajadora independiente, no me quiero casar y no estudié en lugares reconocidos por el Estado, por ello me lo negaban. Como consecuencia, trabajé en negro varios años, gasté fortunas en visitar Colonia del Sacramento, y cobré con facturas prestadas”, manifiesta. “Tuve mi primer DNI el año pasado, no puedo describir la felicidad, ¡lo paseaba y sacaba por todos lados! Acá te lo solicitan para cualquier cosa; un día, cuando aún no lo tenía, creé el libro DNI 23N, allí junté pruebas de mi argentinidad y de mi pertenencia al país. Es una reflexión sobre lo que nos hace ser parte, más allá de la sangre o los documentos. Desde 2015, la migración es también mi tema de interés como fotógrafa. Hoy trato de colaborar desde una campaña nacional llamada Migrar no es delito”, continúa Ana, quien recibió un Pulitzer Center Grant for Crisis Reporting, el Grant We, Women de United Photo Industries (2019), la beca MOVING WALLS del Open Society Foundations (2018), y la beca ADELANTE del IWMF (2017).
Regresos y aprendizajes
Para Anita, cruzar el Atlántico es una odisea que padece. Esas 14 horas, 11000 kilómetros, con un océano de por medio, le resultan un cocktail emocional por momentos demasiado intenso y aniquilador:
"Volver a tu país de origen te revela lo que no viste ni viviste y eso puede doler. No es posible estar en los dos lugares a la vez. A veces, prefiero viajar por mis recuerdos o soñar que estoy en Francia, que estar realmente allí", confiesa.
Doce años han pasado desde que Anita dejó tierra gala en cuerpo y alma. Con el abrazo, el caos, la improvisación, los paisajes federales, las postales urbanas y la amistad, Argentina la conquistó para siempre.
"Estar acá me enseñó a mirar la historia mundial con nuevos lentes, desde otro continente y otro país, con otra posición en las relaciones de poder. Crecí con un relato único sobre los acontecimientos mundiales; hoy, en cambio, pongo en duda, en paralelo, cruzo miradas y discursos de lo que acontece a ambos lados del océano. Hace poco, en un debate entre amigos en Francia, dije que Colón no había descubierto América, tal como nos enseñaron en las escuelas, y sostenían que aprenderlo así no tenía importancia, desvalorizando el peso de los pueblos originarios y sus sociedades. Hoy, considero que no son temas ligeros, estos afectan nuestros mecanismos y construyen más brechas de las que creemos".
"Argentina también me enseñó mi profesión. Acá me formé con maestros locales y latinoamericanos. Mi red, mi pertenencia, están sin dudas en esta nación. Fuera de las fronteras de este territorio, siento que represento a este lugar en el mundo. En París, durante una muestra, me definieron como "franco-argentina", ¡mi propio país ya duda acerca de quién soy! Pero me gusta mucho eso, porque me atraen las mezclas y poder dibujar identidades que superan lo nacional. Hoy, con orgullo, me siento transnacional: una construcción propia creada a lo largo de estos últimos diez años en Argentina, un suelo que elijo, que siento mío y que amo".
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron esta parte del mundo para vivir . Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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