En primera persona, Adolfo Drescher y Rosa Pankiewicz cuentan la historia de la marca que revolucionó la lencería en el país
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Quince días antes de volar a Brasil para radicarse definitivamente en San Pablo, Adolfo Drescher conoció al amor de su vida: Rosa Pankiewicz. Fue en el club Macabi, durante una obra de teatro, hace 63 años. Semejante descubrimiento hizo temblar sus más firmes convicciones, volvió a pensar la idea de emigrar, pero ya no podía dar marcha atrás: sus padres habían vaciado la casa de Almagro y desarmado la fábrica de maletines de cuero que tanto les había costado construir. Manejó el tema como pudo: “Durante los días previos, nos vimos tanto como pudimos... y después me fui”, recuerda.
En Brasil, de la mano de su padre, Julio Drescher, Adolfo tuvo su primer contacto con la industria de la ropa interior femenina. Mantuvo su relación con Rosita a través del correo y con visitas intermitentes. En las encomiendas que enviaba a Buenos Aires, entre los productos que le pedía su novia, estaba el producto que cambiaría su vida, sobre el que construiría un imperio.
Los maletines de Don Julio
Julio Drescher llegó a la Argentina en 1933. El hambre lo expulsó de Polonia. Trajo poco en los bolsillos. No sabía ni una pizca de castellano, pero rápidamente logró instalarse. Se convirtió en viajante de comercio: compraba mercadería en Buenos Aires, principalmente ropa, y la revendía en el interior del país. “Cargaba el auto con pantalones, camisas, medias... y salía a recorrer pueblos y ciudades del norte”, recuerda Adolfo.
Fue un comienzo duro, sacrificado. Pero logró hacerse un nombre entre sus pares. Unos años más tarde conoció a una chica, también polaca y también judía, de quién se enamoró y poco después se casó. Algunos miembros de su familia política se dedicaban a la marroquinería. Fabricaban maletines artesanales. Junto a ellos, Julio Drescher aprendió a trabajar el cuero. “Cuando el hermano de mi madre enfermó, mi padre tomó el control del negocio y lo hizo crecer. Después, cuando su cuñado mejoró, se convirtieron en socios. Hasta que, finalmente, mi padre decidió abrir su propia empresa”, resume Adolfo.
Julio Drescher compró un galpón en el barrio de Almagro y montó allí su fábrica. Sobre ella, en el primer piso, construyó un hogar para su mujer y sus dos hijos: Adolfo y Claudio. El edificio tenía impregnado un aroma a cuero mezclado con hierro y el sonido de las máquinas de coser parecía nunca desaparecer.
En el negocio trabajaban ocho operarios, no necesitaban más. Su mercado era chico: médicos, abogados y empresarios cuyos bolsillos pudieran apreciar la más alta calidad. Fue un esfuerzo inmenso, pero llegado el final de los 50, los Drescher acumulaban una pequeña fortuna: “Vendíamos a las grandes casas de Barrio Norte y de Florida”, añade Adolfo.
El dinero dejó de ser un problema para la familia. Sin embargo, Julio Drescher estaba obsesionado con la inseguridad y temía que algo pudiese pasarle a su familia. En 1959 decidió emigrar a Brasil. Justo cuando Adolfo conoció a Rosita con quien, no lo sabía aún, construiría una empresa que marcaría época en la Argentina.
Una historia de amor
Hoy, Adolfo y Rosita comparten oficina en el Palacio Alcorta. Desde allí reviven ahora su historia de amor, que es imposible de separar de la historia de Caro Cuore.
-¿Cómo se conocieron?
Rosita: Él tenía 19 y había terminado el secundario. Yo recién comenzaba el primer año.
Adolfo: Me vio y quedó loca (ríe). Estábamos en un torneo de fútbol del club Macabi. Nuestras familias eran socias desde siempre y cada año había un torneo deportivo mixto. Al final del evento participábamos en una obra de teatro. Yo interpreté a un director de escuela italiano que tenía un bastón. Cuando terminamos me acerqué a ella y le regalé mi bastón. No lo pensé mucho en el momento, pero el regalo funcionó. A partir de ahí, no nos separamos nunca más. Ya son 63 años juntos.
-Había mucha diferencia de edad. No fue fácil, imagino.
Rosita: Era polémico. Un día mi papá nos descubrió hablando en la calle Corrientes. Cuando volví a casa me preguntó: “¿Quién era ese señor que estaba con vos?”. Y no se me ocurrió mejor idea que contestarle que era mi profesor de gimnasia. Obviamente le mentí. Fue una relación oculta durante dos años.
Adolfo: Y a la distancia, al principio, cuando me fui a Brasil. Mi padre se instaló en el barrio mayorista de San Pablo con un amigo, que fue quien lo ayudo en un primer momento. Ese amigo tenía un negocio de lencería y lo introdujo en la industria. Yo, por supuesto, estaba en otra. Pasaron dos o tres meses cuando me acerqué a mi padre y le dije que quería viajar a Buenos Aires, le inventé que quería estar con mis amigos, qué sé yo... Así empecé a ir y venir durante un tiempo largo.
Rosita: Con mis amigas siempre le pedíamos un corpiño que solo vendían en Brasil, pero que estaba muy de moda. Les decíamos “Darling”, que en realidad era el nombre de la marca. Tenían un armado con forma muy puntiaguda.
Adolfo: Un día mi viejo me dijo: “Voy a abrir un negocio más en la otra cuadra y quiero que vos estés a cargo”. Pero yo tenía la cabeza en otra cosa. Me preguntó: “¿Vos qué vas a hacer al final? ¿Te vas a quedar acá o te vas a ir a la Argentina?”. Recién ahí me animé a contarle que me quería volver a Buenos Aires. Mi viejo se quedó duro. Después de unos segundos, me dijo: “Mirá yo vine acá por vos. Yo quería construir un futuro para vos, para tu hermano, para la familia... ¿y vos me estás diciendo que no lo querés acá?”. Yo le respondí: “Sí, viejo. ¿Qué querés que haga? Estoy enamorado...”.
-¿Qué hizo su padre después de que le confesó que quería volver a la Argentina?
Adolfo: Vendió la tienda y nos volvimos todos. Eso sí, me advirtió que él no trabajaría más, que era mi turno. Lo último que hizo fue darme un capital inicial para que inventara un negocio. Me preguntó si sabía lo que iba a hacer. Yo le dije que las amigas de Rosita me volvían loco pidiéndome corpiños Darling y que en la Argentina nadie los producía. Le dije que los iba a fabricar yo. Al final de la charla, mi papá me dijo: “Esta plata es la única ayuda que te voy a dar. Si te vas a los caños, pedí limosna”.
De Darling a DMibel, el origen de Caro Cuore
En 1960, Adolfo Drescher volvió a la casa de Almagro, sobre la fábrica de maletines vacía. Trajo consigo, como mayor tesoro, algunas muestras de corpiños Darling. Desde el primer momento encontró dificultades para copiar el modelo: necesitaba una goma que no existía en el país, tampoco había máquinas para coser esos corpiños.
“Me salieron úlceras de la angustia. No dormía porque no encontraba los materiales necesarios. Un día me di cuenta que la goma que necesitaba para mis corpiños era la misma que usaban en las zapatillas, era la plantilla de las Pampero y las Flecha. Entonces me fui solo, con mis 19 añitos, a la fábrica y les pregunté si me podían vender la goma. Después me traje al brasileño que diseñaba las máquinas de coser especiales. Así fundamos nuestra marca: DMibel”, recuerda Adolfo.
Rosita todavía cursaba el secundario. Todas las tardes, al terminar el colegio, tomaba el colectivo y se iba a trabajar a la fábrica. “Apenas me recibí, me casé y empecé a trabajar formalmente en DMibel. Aprendí de todas las etapas de la producción. Recuerdo a Julio Sodano, el capataz, que fue un gran maestro para mí. Yo estaba embarazada de nuestra primera hija y, aun así, seguí trabajando”, describe.
La expansión fue explosiva. En poco tiempo dejaron la fábrica de Almagro y se mudaron a un galpón gigantesco. Pero pronto les quedó chico. Años más tarde construirían un edificio entero en Haedo, donde aún continúa la producción de Caro Cuore.
En dos décadas se consolidaron como una de las empresas de lencería mayorista más importantes del país. “Estábamos en plenitud. Teníamos dos hijas y estábamos por tener a la tercera. Construimos una casa enorme en el barrio de River. Había poco a lo que no pudiéramos llegar, pero para ser sinceros, nos aburrimos”, confiesa Adolfo.
Para romper la monotonía, decidieron encarar nuevos desafíos. Contactaron a un especialista en el mercado y le pidieron que analizara su empresa. “Nos dijo que había un nicho ABC1 en el que podíamos entrar. Eso requería crear una marca nueva, hacer una línea de primer nivel, de productos netamente artesanales”, explica Rosita.
Renovaron la estructura comercial y, como nunca, encararon una campaña de marketing. “Mi cuñado Claudio Drescher, el hermano menor de Adolfo, que se sumó al equipo en 1977, fue el que se encargó de eso al principio”, añade.
Con la letra de Coca Cola
Rosita comenzó a estudiar diseño. “Me instruyó un dinamarqués, profesor de Arquitectura, nada que ver con corpiños. De repente, me di cuenta que podía diseñar cualquier cosa”, explica. Al mismo tiempo, comenzó a viajar regularmente a Europa para estar al día con las nuevas tendencias. “Seguía muchísimo a La Perla que era una marca extraordinaria. Tenían diseños cápsula que eran fascinantes”, añade. Así llegaron al producto deseado, completaron el camino que los llevó a Caro Cuore.
-¿Por qué Caro Cuore?
Rosita: En un viaje por Europa encontré una lata de caramelos con el logo de Coca-Cola pero, con la misma tipografía, tenía escrito Caro Cuore. Y me encantó. Además, en italiano quiere decir “querido corazón”. En una lata muy parecida presentamos la primera bombacha Caro Cuore. También hicimos un corpiño con un envase especial. Era transparente y tenía una V impresa. A nuestros antiguos clientes, los distribuidores de lencería, les pareció una pésima idea. Nos preguntaban: “¿Dónde querés que meta este envase si no lo puedo estibar?”.
Enseguida comprendieron que tenían que apuntar al mercado minorista, que su competencia estaba en las vidrieras. Sigue Rosita: “Así logramos que un producto funcional se convirtiese en una necesidad. Que una mujer se sintiera valorada cuando le regalaran ropa interior. Cada mes les dábamos diseños nuevos. Logramos que los hombres entraran a una tienda de lencería, algo que no se veía en la época, ya que les daba vergüenza. Incluso les dábamos bolsas blancas sin el logo para que salieran de la tienda tranquilos”.
-Dice Pancho Dotto que, en aquella época, para triunfar, una modelo tenía que ser tapa de Para Ti y hacer la campaña de Caro Cuore.
Adolfo: La primera campaña, las primeras fotos, las hicimos en casa. No teníamos capital para mucho más. La modelo fue Miriam Marcheto, que murió en el terremoto de México, en 1985.
Rosita: Después apareció Pancho Dotto con sus modelos, que eran estrellas. Nosotros lo contactamos y fue él quién nos sugirió a las modelos para cada campaña. Tuvimos mucha suerte porque en esa época todo el mundo estaba loco por las modelos. Ahora la farándula pasa por otro lado.
-Todas las grandes modelos argentinas pasaron por Caro Cuore.
Adolfo: Imposible nombrarlas a todas. María Inés Rivero era una nena de 14 años cuando empezó. Carola del Bianco, Daniela Urzi, Elizabeth Márquez... Valeria Mazza fue un ícono de nuestra marca.
-Hasta Claudia Schiffer, en la cumbre de su reinado, fue modelo de Caro Cuore.
Adolfo: Tremendo. Eso fue en el 93. Cuando la trajimos a la Argentina, cercaron el hotel Alvear, que era donde se iba a quedar. El hotel se ofreció a hospedarla gratis y Mercedes Benz nos envió tres autos último modelo para transportarla a ella y a sus guardaespaldas. Los restaurantes se mataban por tenerla, nos decían: “Traéla y te damos la comida gratis para todos y 20.000 dólares”. Después apareció Alto Palermo, que pidió que la lleváramos, y eso fue otra locura.
- ¿Qué pasó en el shopping?
Adolfo: Como todavía no teníamos locales propios en Alto Palermo, le vendíamos a negocios multimarca, tuvimos que transformar una tienda, poner un cartel con el logo de Caro Cuore y sacar todo lo que vendía de otras marcas para hacer la foto. Pero ese no fue el problema. De pronto, los responsables del shopping nos dijeron que temían que se produjera un derrumbe por la cantidad de gente que había entrado a verla. Tuvieron que cerrar las puertas del shopping. Parecía una cancha de fútbol a punto de explotar. Nunca nos pasó nada igual. Esta nena, Claudia, apenas tenía 23 años.
“Rosita siempre fue el alma mater”
Las campañas de Caro Cuore causaron sensación. “No existían celulares ni redes sociales, la comunicación se hacía a través de las imágenes que podías encontrar en la vía pública y en las revistas. Compramos el 80% de las contratapas de la revista Gente, estábamos siempre en la revista de La Nación. A los padres les llegaba el diario y las chicas leían la revista”, retrata Rosita. En 1993, Claudio Drescher salió de la empresa. “Por diferencias de criterio”, dice Adolfo.
Caro Cuore, en expansión, traspasó las fronteras de la Argentina. Abrieron locales en Miami, Toulouse, Madrid, Lisboa y Verona, entre otras ciudades. “Solo en el país llegamos a tener 50 locales”, cuenta Adolfo.
En 1995, ya era considerada icónica. Dos años más tarde, IBOPE la eligió como una de las “marcas del siglo”. Adolfo Drescher no tiene dudas: “La responsable de todo esto es Rosita. Yo era bueno en los negocios, pero todo lo demás fue gracias a ella”, asegura.
-¿Cuál es la campaña que recuerdan con más cariño?
Rosita: Definitivamente Tango, de 2003. Hicimos una presentación en vivo con Valeria, frente a cientos de personas. Además tenía un packaging espectacular, una caja fileteada por Martiniano Arce, el artista que pintó todos los colectivos de la ciudad, el número uno. Yo, personalmente, lo fui a buscar a La Boca.
Después de aquella campaña, la pareja sostuvo la empresa 14 años más. Sin embargo, en 2017 decidieron venderla. Ya se habían desprendido del 60% de las acciones al final de los 90, aunque mantuvieron una absoluta libertad creativa. Pero esta decisión fue definitiva.
-¿Por qué vendieron Caro Cuore?
Adolfo: Te voy a contar lo que me dijo el CEO de Lacoste en Argentina antes de que vendiera. Estábamos en la Cámara Grande de Marcas y anunció que vendía todo. A mí me sorprendió, así que me acerqué y le dije: “¿Qué te agarró? Vi tu balance, están muy bien”, le dije. A lo que me respondió: “Estamos en la Argentina. Me cansé, no puedo luchar más contra esto. Estoy cansado. Hoy estamos bárbaros, pero mañana no sé”. Creo que en parte me deshice de la empresa por esa razón.
-¿A qué se dedican ahora?
Rosita: Tenemos tres hijas y cuatro nietos. Viajamos mucho con la familia. Hace poco les dijimos a todos que cualquiera que quisiera hacer un posgrado en el exterior, que nosotros se lo financiaríamos. Una de ellos se especializó en diseño de indumentaria, otro en producción de música, la mayor es bióloga y tenemos una nieta que se está por recibir de Arquitectura.
Adolfo: Seguimos disfrutando, viviendo con pasión, como siempre.
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