Fundado por inmigrantes españoles, el espacio comenzó a funcionar a fines de la década del ‘30
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“Abrió sus puertas en 1939. Sus fundadores eran españoles de Alicante. Dicen que el nombre es en honor al color del mar Mediterráneo”, afirma Carlos Encina Alarcón, detrás de la alargada barra de madera del bar notable “Mar Azul”, en la esquina de Rodríguez Peña y Tucumán.
“Marche un sándwich de crudo y queso en pan francés”, canta, mientras le acerca a un habitué un café con leche con medialunas. “Acá vine con tres facturas, como en los viejos tiempos”, dice y saluda a una pareja que se fue a ubicar al fondo del salón. Previo a sentarse, los treintañeros toman varias fotografías.
Pareciera que están sorprendidos con la estética. “Sí, estoy seguro que fue acá. En esta mesa se filmó una de las escenas de la serie de Fito Páez, “El amor después del amor”, le dice la joven al novio y se sienta en una de las sillas Thonet. Enseguida Don Encina les toma el pedido. El sol invernal se cuela en los amplios ventanales. Afuera está fresco, pero en Mar Azul el clima es cálido e invita al disfrute. Algunos parroquianos leen el diario, otros conversan sobre los vaivenes económicos. La mayoría bebe café, pero otros pidieron “un vermucito” para finalizar su jornada laboral. “¿Qué haces Carlitos?”, lo saluda el del puesto de diarios. En este reducto porteño todos se conocen.
Mesas a medida y ventanales de roble
“Mantiene su estética original de la década del 40. No se modificó nada”, reconoce Encina, luciendo su impecable chaqueta blanca de camarero. Cuenta que todas las mesas del bar fueron hechas a medida y que los ventanales son de roble macizo. En las paredes lucen azulejos de vidrio celestes algo desgastados por el paso del tiempo. Mar Azul inauguró en 1939 y desde entonces no cambió de nombre ni locación. Dicen que sus primeros dueños eran españoles, de la ciudad de Alicante. “Le pusieron el nombre del lugar donde ellos tenían recuerdos gratos, buscaron algo que los conectara con su tierra”, suma Carlos, quien conoció el bar en el 2006 y se enamoró.
Los inicios en el “Británico”
Don Encina es oriundo de Santiago de Chile y toda su vida estuvo vinculado a la gastronomía. En 1974 emigró a Buenos Aires para estudiar Bellas Artes, pero un año más tarde comenzó a trabajar de barman en distintos bares porteños. “En el 76 con la dictadura militar me tuve que ir del país. Ahí viví un tiempo en Río de Janeiro, Brasil, trabajando en barras y años más tarde en La Riviera Maya, México, donde me había armado un chiringuito con batidos y licuados con alcohol. Salían mucho los de banana, guayaba, fresas”, rememora. En 1986 regresó a Argentina. Primero comenzó a pintar en distintos puestos callejeros en el barrio de La Boca, en Caminito, hasta que le surgió la posibilidad de arrancar detrás de la barra de “El Británico”, en San Telmo. “Estaba abierto las 24 horas. Había una movida nocturna impresionante. Venían todos los músicos del rock nacional”, confiesa, sobre aquel refugio de la cultura y la bohemia. Por sus mesas, atendió a Fito Páez, Charly García, el Indio Solari, Enrique Symns, Fabiana Cantilo, Willy Crook, entre otros. Allí estuvo hasta el 2006, cuando el café cerró sus puertas.
Entusiasmado por recuperarlo
Una tarde, Don Encina descubrió en la esquina de Tucumán y Rodríguez Peña, un pintoresco barcito. Hace seis meses que estaba cerrado. Sus antiguos dueños vendían el fondo de comercio. “Cuando entré por primera vez fue amor a primera vista. Fue mi cable a tierra y una de las razones por la que decidí quedarme en Argentina”, confiesa, quien estaba entusiasmado por recuperarlo.
Carlos comenzó a recopilar historias y anécdotas de los vecinos del barrio. Todos tenían alguna. “Qué lástima que esté cerrado”, “Estamos huérfanos”, eran algunas de las frases que repetían al unísono los parroquianos. “El lugar me atrapó”, dice Encina, quien se puso manos a la obra para rescatarlo. Optó por mantener su esencia: mobiliario, los clásicos sándwiches, la vajilla y los recuerdos de otras épocas. Como las botellas de vermú y whisky y la radio de la década del 50. “La barra es la original, pero la tuvimos que revestir ya que estaba muy deteriorada. Los taburetes de cuerina son los mismos de siempre”, reconoce, quien decoró las paredes con fotografías antiguas de la ciudad de Buenos Aires: el tranvía, el Obelisco a medio construir, oficios de otros tiempos (como el lustrabotas o una antigua fábrica lechera), entre otras reliquias. También incorporó una pequeña biblioteca con libros de arte y de clásicos de la literatura. En poco tiempo, el bar recuperó su esplendor y regresaron los habitués. Entre ellos, los oficinistas, abogados y estudiantes de las facultades cercanas.
La esquina de la bohemia: encuentro de artistas y políticos
“La esquina de la bohemia”, dice una caricatura en una de las paredes. Es que allí fue y será lugar de encuentro de cientos de artistas. Al estar ubicada a pocos metros de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC) el bar es una de las paradas obligadas. Cuentan que pasaron por sus mesas pasaron Lito Vitali, Hilda Lizarazu, Kevin Johansen, Fito Páez, Juan Carlos Baglietto y Charly García, entre mucho más. Los escritores y poetas también encuentran allí inspiración.
Aseguran que el bar fue una musa para Arturo Cuadrado y en su poema “Prohibido mirar” dice: “Mar Azul. Cielo azul. Blanca vela…”. Otra parroquiana era Martha Mercader, quien era vecina y pasaba todos los días o David Viñas. Así como el periodista Enrique Symns. También personalidades de distintos partidos políticos Es que casi lindero se encuentra el Comité Capital de la Unión Cívica Radical. “En un azulejo del fondo hay una bala de una pelea radical de los años 50″, cuenta Carlitos. Antes de convertirse en presidente Alberto Fernández se reunía allí con Santiago Cafiero.
Una locación para cine y series
Por su estética de otras épocas el bar ha sido elegido para filmaciones de comerciales, películas y series. Desde publicidades de cerveza hasta de los Mundiales de fútbol. “Les gusta la locación porque mantenemos todo original”, afirma Encina, orgulloso. Allí transcurre una escena de la serie “El Robo Mundial” protagonizada por Joaquín Furriel, Benjamín Amadeo y Marcelo Subiotto. “El bar es el lugar donde planean el robo. Para esa filmación pintaron todas las paredes de negro. Estuvieron filmando quince días”, detalla.
Otra grabación que le dio gran empuje fue la serie de televisión “El amor después del amor” de Fito Páez. “Aquí sucedió la escena en la que el joven músico rosarino está sentado en la mesa del fondo. Luego se descompone, se lleva las mesas por delante y se arrastra por la vereda en un estado calamitoso”, dice.
En tanto, adelantó que recientemente se filmó una escena para la película “No me rompan”, la comedia argentina con Julieta Díaz y Carla Peterson, que se estrenará pronto en los cines. Carlos hizo de extra. “Me maquillaron y peinaron (risas). En el film actuo de mozo”, expresa, mientras le sirve a una mesa un café con leche (en el tazón de la casa de 350cc) con tres medialunas. “Este es nuestro caballito de batalla”, agrega. Otros dulces para acompañar que tienen gran salida son los alfajores de maicena y la pasta frola.
El show de sándwiches
Aunque la gran especialidad de Mar Azul son sándwiches caseros. Todos se preparan en el momento y tienen la particularidad de tener “mucho fiambre”. El cliente puede elegir los panes: árabe, pebete o francés y sus respectivos rellenos. El preferido es el de crudo y queso; y le sigue el de matambre. Sin embargo, la gran vedette es el de milanesa completo con jamón, queso, tomate y lechuga. Además, todos los días hay un plato especial. Desde pastel de papas, spaghetti con bolognesa hasta mondongo a la española (cuando bajan las temperaturas). De postre, pican en punta el flan casero y el queso y dulce. Por las tardes, a la hora del vermut, desfilan los aperitivos con soda y triolet.
“Hay clientes que vienen hace más de tres generaciones y se emocionan al ver que está todo igual. Creo que es importante conservar estos bares históricos, sino nos quedamos sin memoria. A mí me encantó recuperarlo”, concluye Carlos con una bandeja en la mano. A su lado, sobre la barra se encuentra una vasera de acero inoxidable giratoria. Una reliquia de otros tiempos que en Mar Azul continúa brillando.
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