Connie Isla, la rebeldía de la chica perfecta
Aunque ya va por los 25, mantiene en su pera un hoyuelo casi infantil, que podría usar como coartada para cualquier berrinche que se le ocurra. Los prejuicios son crueles, no hay caso. Los haters y odiadores seriales más amateurs se preguntarán cuán verosímil puede ser una chica con trenzas que se filma tocando el ukelele, reparte viandas veganas a gente en situación de calle, critica el maltrato animal y abona casi todas las causas políticamente correctas. "Están los que te dicen rubia, hippie o cheta con prepaga para descalificar lo que hago. Yo sigo en la mía, porque estoy convencida de que estamos en una época de deconstrucción", explica Connie Isla , cantante, actriz, activista vegana y una de las argentinas más seguidas y admiradas en Instagram. Siempre en la suya, está lanzando nuevas canciones y, fiel a las banderas que defiende, elige descartar de sus redes a empresas que no estén comprometidas con la sustentabilidad y el cuidado del medio ambiente.
Acaba de lanzar "No" –su nuevo single– y en los próximos meses va a donar una segunda tanda de 50 ukeleles, diseñados por ella, a escuelas de la Villa 31, La Boca, Tigre y San Martín (ya entregó otros 50 hace poco). Fue elegida Joven Destacada por Presidencia de la Nación y una de las 15 personas más influyentes del mundo por Fox Entertainment. También, escribe su primer libro, que saldrá por Penguin Random House y que abordará temas como concientización animal y ambiental, además de música (con ilustraciones propias y recetas veganas, además).
Una primera mirada al Instagram de Connie es tramposa. Al verla cantando y rasgando en su ukelele un tema de Britney Spears (Toxic), mostrando recetas o mimando a su miniperro, podría uno pensar que esto de ser instagramer no tiene tanta ciencia ("yo también puedo hacer eso y tener miles de seguidores", dirán los facilistas). Pero el asunto no va por ahí. Para nada.
Primero, porque a ella no le interesa ser instagramer como un fin en sí mismo, sino que lo usa para agitar sus propias luchas. Y porque en sus 25 años, Constanza Isla se anotó suficientes porotos para derribar cada uno de los prejuicios que cualquier resentido virtual o real podría tener sobre ella. Ser políticamente correcta, en este caso, parece una forma de rebeldía mucho más sofisticada que las formas tradicionales de oponerse. Es decir: se puede ser antisistema defendiendo las partes del sistema que todavía valen la pena. Y sumar nuevas células, si hace falta.
El mismo día de la entrevista con LA NACION revista, se da un episodio inédito en la Rural: un grupo de veganos irrumpe con pancartas en ese coliseo para protestar contra el maltrato animal. Como respuesta, son corridos a caballo por un puñado de gauchos furibundos con bombacha de campo y facón a la cintura. Algunos de los manifestantes, inclusive, ligan rebencazos y se pegan el susto de sus vidas. Connie está al tanto de lo que pasó en la Rural porque tiene muchos amigos en esas filas y porque viene peleando desde hace mucho contra toda forma de explotación animal.
De hecho, si le hubiera dado la espalda a estas cuestiones, hoy sería una máquina de facturar. Es que hace unos años, Connie generaba su dinero de bolsillo citando marcas en las redes, pero cuando se hizo vegana tuvo que empezar a filtrar y decir que no. "Me terminé alejando de eso porque muchas empresas tenían actitudes que iban en contra de lo que yo pienso, como testear sus productos con animales o producir en talleres clandestinos", decidió entonces.
La cantante se metió hasta la nariz con su militancia veganista, pero desde un enfoque social. Cada semana, a través de la ONG Health Save Argentina, cocina y distribuye viandas veganas a gente que vive en la calle, desde Flores hasta Belgrano, Caballito e Ituzaingó. "Son cerca de 100 viandas de calidad premium y nutricionalmente completas, en packs biodegradables y biocompostables", detalla. A todas las marcas que se le acercan ahora, ella les ofrece publicidad si a cambio recibe alimentos veganos como donación.
Además de colaborar con la distribución de las viandas, Connie se involucra en actividades puntuales contra el maltrato animal y ha participado de vigilias en mataderos, como el de Morón. Muy temprano a la mañana, se aposta al costado del camino para ver llegar los camiones cargados de ganado. Entonces conversa con los choferes y les pide que la dejen filmar el estado calamitoso de las vacas. También, les dan agua y algún mimo antes de su entrada en el patíbulo. "Los choferes ya nos conocen", afirma, y no pierde la oportunidad de postear estas situaciones en las redes sociales (hizo un video sobre el tema que, claro, se viralizó).
–Cuando uno entra en tu Instagram y te ve tocando el ukelele, no se imagina precisamente a una activista vegana tan comprometida. ¿Para qué te sirven las redes?
–En principio, para meterme con todas las causas que defiendo, que molestan y tocan intereses de muchas industrias de distintos rubros, además de cuestionar usos y costumbres culturales e intelectuales que la gente no quiere ver. Las redes te muestran todo perfecto y a mí me parece muy nocivo porque la vida no es perfecta. De hecho, hay que generar conciencia de que, casi siempre, las redes son mentirosas.
Hubo un tiempo en que Connie apuntaba a ser algo así como Rihanna, rodeada de 20 bailarines y enfundada en un catsuit a lo Britney. Componía canciones en inglés y soñaba con llegar a Los Ángeles, firmar con una disquera y ascender a estrella pop. "Me di cuenta de que no era el camino. Miro para atrás y digo: ‘Menos mal’".
Pero lo cierto es que sí fue a Los Ángeles a intentarlo. Tenía 18 años. Llegó sin recomendación (sus padres son abogados, sin contactos con el show business) y se puso a remar. En la mochila llevaba un videoclip grabado en Buenos Aires con sus ahorros y en LA interesó a una discográfica independiente y al sello Atlantic Records. Le quisieron hacer firmar un contrato leonino, tuvo algún que otro problema con la visa y, finalmente, decidió que no era el camino que quería.
Desde los 6 años, Connie se venía formando en canto, baile y actuación. "Mis viejos me acompañaban mucho a todos lados; mi mamá me impulsaba a tomar clases de comedia musical cuando no teníamos mucha plata", cuenta. Mientras su papá le hacía escuchar rock, cumbia y blues, desde Freddy Mercury hasta Los Palmeras y Vivaldi, su abuela, profesora de música (el abuelo era tenor), le enseñaba a leer partituras. De esa herencia conserva un gusto particular por las bandas de los 70 y 80. "Siempre fuimos una familia de clase media y hubo épocas en que realmente estuvimos fundidos. Pero hay quienes siguen pensando que me crie en un country, arriba de un Mini Cooper", se ríe.
A los 16, ya daba clases particulares de canto y a los 18 tuvo un papel en Aliados, la serie de la factoría Cris Morena, en la que actuaron Peter Lanzani, Julián Serrano y Oriana Sabatini. Después de la escuela, se metió en un terciario de actuación y estudió Producción musical en la UCA, antes de partir a Estados Unidos a probar suerte y regresar con una mochila de sueños completamente cambiados. Se iba Rihanna y entraba la chica del ukelele.
La chica del ukelele
En 2012, Connie dio su primer show en La Dama de Bollini. La entrada costaba 25 pesos y se aprendió por YouTube los acordes de dos canciones que quería tocar con el ukelele: "Muerte en Hawaii", de Calle 13, y el clásico "Somewhere Over The Rainbow". Después, se fue de vacaciones con amigos a Ferrugem, Brasil, y se llevó el instrumento para conocerlo bien. A partir de 2014, ya subía videos tocando covers y se había ganado el apodo de la chica del ukelele".
Desde el vamos pisó fuerte en Instagram, haciendo también temas propios. Sis videos fueron compartidos en sus propias redes por J Balvin, Wisin y Carlos Vives. "Siempre escribí letras, pero me costaba ponerles música", dice. Recién con sus últimos tres singles, "Luz y fuego", "Equidad" y el recién estrenado "No", logró que las composiciones fueran enteramente suyas. "Encontré mi estilo, todo mi activismo lo plasmé en esas canciones", celebra.
El año pasado, una empresa local que fabrica ukeleles –la marca Bamboo– contactó a la cantante para hacer publicidad. "Yo justo estaba en el Hospital Gutiérrez por el festejo del Día del Niño, por un proyecto en el que colaboro que se llama Músicos del Alma. Le pedí a Bamboo si podían donar ukeleles y tuve una buena respuesta. A los dos meses, me dijeron que querían lanzar un ukelele diseñado por mí".
–¿Y cómo fue la experiencia?
–Les contesté que me encantaba la idea, pero que yo no me quería quedar con nada. Les propuse una acción solidaria y les pedí que buscaran la forma de que les fuera redituable. Yo ponía el diseño y mi cara para hacer toda la acción. Me respondieron que, de cada cuatro ukeleles que vendieran, uno iba a ser destinado a escuelas de música de bajos recursos. Así lanzaron la campaña en marzo con 200 instrumentos a la venta, que se agotaron en un mes. Los 50 se donaron a escuelas de música de bajos recursos de distintos barrios. Ahora relanzamos la campaña con el mismo diseño y ya están a la venta otros 200, ¡que están volando!
–¿No te asusta ser tan políticamente correcta? ¿O en el peor de los casos, un poco demagoga?
–Tengo un millón de preocupaciones antes que preocuparme por quedar bien o mal. Muchas veces la gente busca el error, la falla en el otro para quedarse con la conciencia tranquila. No quieren ver ni hacerse cargo. Y soy consciente de que el cambio siempre implica sacrificio y voluntad para salir de la zona de confort. Que cada cual se haga cargo de la causa que crea necesaria.