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Su nombre figura entre las confiterías clásicas porteñas, como la del Molino, la del Águila o la París. Surgió en 1850 como Confitería del León, en la acera de San Miguel (actual Bartolomé Mitre y Suipacha), fundada por la Francisco Roverano, inmigrante genovés que llegó a mediados del siglo XIX con cinco de sus hijos: Pedro, Catalina, Pascual, Blanca y Ángel. En Buenos Aires nació el sexto, Vicente.
Hacia 1870 ya llevaba el nombre de Confitería del Gas y se había mudado a Rivadavia y Suipacha, muy cerca de la Compañía Primitiva de Gas que empezaba a iluminar Buenos Aires. Por esos años la firma quedó a cargo de los hermanos Pascual y Ángel –los mismos que dieron vida al pasaje Roverano junto al Cabildo, en 1878– y acuñó el nombre y el logo de "Roverano Hermanos", con las iniciales RH entrelazadas que resultaron una marca registrada muchas décadas después.
Antes de 1900, la confitería se había mudado a la esquina de Rivadavia y Esmeralda, donde permaneció hasta que cerró en 1960, en un edificio del ingeniero y arquitecto José Canale que se caracterizaba por las catorce farolas redondas que lucía en su frente. Los Roverano dejaron el negocio en manos de sus primos Capurro y Marini (hijos de Catalina y Blanca Roverano), y, en 1901, Juan y Ángel Marini quedaron como únicos sucesores.
La confitería ya tenía su fama, como se desprende de la sentencia de la Cámara Federal de 1904, en la que los Marini entablan juicio por usurpación de nombre contra Nicolasa García, que había inaugurado la "2da Confitería del Gas" en Venezuela esquina Entre Ríos, por lo que fue condenada a pagar 260 pesos de multa y seis meses y medio de arresto.
En 1909, los Marini vendieron la Confitería del Gas a otro genovés, Pedro Nani, dando comienzo a una nueva etapa. Nani (1863-1935) había tenido la confitería La Legal en Cuyo 1801 (actual esquina de Sarmiento y Callao).
De su mano, el establecimiento consolidó su fama. Elaboraba licores, oportos, cognac, caramelos, dulces, además de masas y tortas.
Eran importadores directos, reconocidos por sus Jamones de York, queso Chester y la fruta cristalizada de Clermont Ferrand, entre otras exquisiteces. La vajilla era de Limoges, la cristalería Baccarat y los cubiertos de Christofle.
Entre sus habitués estaban Susana Torres de Castex, Leonardo y Martín Pereyra Iraola, y hasta José C. Paz, quien alentó desde sus inicios a Francisco Roverano.
En 1937, los sucesores de Pedro Nani –Miguel, Elena, María Rosa y Julio– contrataron al arquitecto Roberto J. Cardini para modernizar la esquina. En 1952 murió Miguel Nani, que llegó a ser presidente de la cámara gremial de confiterías. Julio Nani continuó como cara visible. Las hermanas, Elena y María Rosa, trabajaban a la sombra de sus hermanos varones hasta que el 30 de diciembre de 1960, mientras el bar automático ganaba posiciones ante el tradicional salón de té, la Confitería del Gas cerró sus puertas. El edificio fue demolido en 1964.
María Rosa, la más joven de las Nani heredó botellas, etiquetas, menús, frascos, vajilla, bandejas, y hasta remitos y facturas. Su hijo Luis César Álvarez Nani es el único descendiente y conserva buena parte de ese tesoro. Abrió la página de Facebook de la Confitería del Gas, conserva los objetos patrimoniales de valor histórico y decidió vender el resto (moldecitos, chapitas, cubiertos y demás) por internet. “Mejor que lo tenga alguien que lo aprecie, antes de que termine todo en la basura”, dice este callado custodio de parte de la memoria porteña. Despliega los objetos que le quedan y abre con cuidado un frasco de caramelos. Están intactos. “Pero son solo para la foto”, ríe.
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