Conclusiones a los 40: lo que las millennials pueden aprender de la generación X
No se puede evaluar el pasado con el criterio del presente porque, en general, siempre habrá cosas para cambiar y porque además hablamos de otras épocas. Eso lo tenemos claro. Pero tampoco es cuestión de ir por la vida sin reconocer las malas decisiones o los errores que son los que, en definitiva, nos permiten aprender e ir hacia adelante. Crisis, como dicen, es sinónimo de oportunidad. No somos perfectos y por eso podemos equivocarnos. Frente al reproche acerca del pasado lo único y más útil que podemos hacer es perdonarnos y dejar de lamentarnos para encarar un futuro novedoso con experiencias de aprendizaje.
Amigos, familia y trabajo son algunas de las pocas certezas que se tienen al llegar a los cuarenta. Claro que esto no significa que la vida haya concluido ni mucho menos: todavía queda -si la existencia no se apaga antes- una mitad de camino por recorrer y con ella un sinfín de nuevos senderos para conocer. Nada está cristalizado, lo que no implica que no haya crisis y miradas hacia atrás. La experiencia colectiva tiende a considerar a los cuarenta años y a sus alrededores como un punto de quiebre que contempla el pasado para hacer una inevitable evaluación de lo atravesado. Se trata de la famosa crisis de la mediana edad que pone el foco en lo sucedido entre los veintes y los treintas, un período de tiempo que se entiende como de construcción del presente que vivimos. En este caso, hablamos de las que fueron adolescentes en los 90, transitaron sus veintes en la primera década de los 2000 e iniciaron el camino de los treintas después de 2010 aproximadamente. En resumen, las chicas de la generación X educadas a medio camino entre el mandato del matrimonio y del éxito profesional.
El calendario maya divide la vida en septenios: del cero al siete y así hasta los 84 años. Es decir, cada siete años aproximadamente sucede una crisis vital y, entre ellas, la de los 42 suele ser una de las más fuertes. ¿Por qué? Porque evaluamos la mitad de nuestras vidas. De vuelta, no se trata de barrer con todo el pasado sino de entender que lo vivido nos trajo al presente. En otras palabras: no conviene pegarse la cabeza contra la pared por una realidad que de una manera u otra eligimos. Y lo cierto es que es mejor que la apreciemos si no queremos vivir en un estado de frustración constante o que, si no nos complace, trabajemos para modificarla sin quedarnos en el lamento por un pasado que no vuelve y que ya no podemos cambiar.
Pero la sabiduría puede compartirse y puede ayudar, orientar o servir de guía experimental para las generaciones que nos siguen. Ese puede ser otro de los sentidos del arrepentimiento. Aquí mujeres de cuarenta les hablan a las más jóvenes sobre aquello que les gustaría haber hecho de manera diferente.
"Perdí mucho tiempo en dramas amorosos y, en cambio, podría haber hecho un posgrado"
"Hoy mi vida profesional apesta. Estudié, hice maestrías, pero me enfoqué en la vida de pareja, en novios, en llorar, les daba demasiada importancia", cuenta Gabriela (41), arquitecta. "Creo que si hubiera puesto la misma energía en el amor que en el trabajo hoy viviría en mejores condiciones", asegura Julieta (44), licenciada en letras. "Perdí mucho tiempo en dramas amorosos y pensamientos existenciales y la verdad es que podría haber hecho un posgrado", señala Victoria (40), contadora, con una pragmática aprendida a los flechazos.
Educadas en las cuestiones sentimentales por telenovelas latinoamericanas regidas bajo los principios del amor romántico, corrimos durante toda la juventud detrás de un corazón que nos enamorara y nos concentramos tanto en el asunto que nos olvidamos del desarrollo de la carrera profesional y del bienestar económico. "Me enamoré de alguien que se iba a estudiar afuera y me fui con él. Así de inconsciente. Tuve mi primer hijo a los treinta y se me complicó mucho trabajar. Me reprocho la actitud porque mi mamá tuvo un juicio de divorcio larguísimo por la división de bienes y yo debería haber aprendido a no depender económicamente", cuenta Laura (41), secretaria.
El auge del feminismo de los últimos años pareciera haber abierto los ojos de las Topacios de la generación X. "Me apena no haber aprovechado una experiencia laboral interesante que tuve. Durante ese tiempo la pasé muy mal por un novio que se fue a vivir afuera y no podía conectar con nada. Creo que si hubiera sido ahora, otra época, lo viviría de otra forma, pero, a la vez, es indemostrable", cuenta Florencia, traductora a punto de entrar en la cuarta década.
El afán de la pareja también puede ser contraproducente respecto del deseo de formar una familia. Cuando entendemos el amor romántico como un drama existencial tendemos a elegir a las parejas incorrectas, a las más tóxicas. Así lo relata Agustina (44), licenciada en arte: "Lo que más ruido me hace viendo mi presente es el haber puesto tanta energía en relaciones de pareja que no iban a ningún lado. Estaba enamorada de esas imágenes de desencuentro y de sufrimiento. Eso lo enlazo con la imposibilidad de formar una familia porque me hubiese gustado ser madre más joven".
"Hubiera viajado más antes de tener hijos"
Viajar más, vivir afuera para conocer otras culturas, trabajar o estudiar en el exterior son algunos de los ítems de las bucket lists frustradas de las mujeres de cuarenta. "Me cuestiono no haberme animado a estudiar afuera, así sea para trabajar de cualquier cosa", es la sensación de Julia (39) que estudió administración de empresas.
Las razones para no haberse dedicado a la vida de trotamundos van más allá de lo amoroso. Es el caso de Luciana (42), ingeniera en sistemas, que se lamenta de no haber viajado más por dedicarse tanto al trabajo: "Se me fue el tiempo laburando sin que me diera cuenta, hoy tengo hijos chicos y no cuento con la libertad de los veinte años para hacer lo que me da la gana que es viajar sola".
Nadie se arrepiente de tener hijos, pero sí de no haber planificado otras actividades antes de tenerlos: "Hubiera viajado más antes de tener hijos y lamento no haberme animado a vivir un tiempo en otro país para conocer bien otra cultura o varias", se reprocha Jimena, periodista de 41 años.
El caso de las que se reprochan no haber tenido experiencias de viajes suele relacionarse con los miedos y la incertidumbre pero también con los tiempos que una no controla. "Siempre tuve el anhelo de irme a vivir afuera. Sé que la conciencia de mundo me hubiera venido muy bien. Tuve el plan de irme de au pair a Francia pero justo cuando lo estaba planeando conocí al mi marido –y padre de mis hijos- y me quedé. Si bien conocimos el mundo juntos, sé que a los 25 y en soledad hubiera sido otra cosa", asegura Stella (42), socióloga.
"Si hubiera ahorrado tendría mi casa"
El reproche alrededor de no haber comenzado a guardar plata desde los veinte y pico viene siempre por el deseo de la casa propia. "Cuando terminé la carrera, me fui a vivir sola y alquilaba. Lo que ganaba me alcanzaba justo para vivir. A veces pienso que si me hubiera quedado más tiempo en la casa de mis padres, habría podido ahorrar más. En esa época se podían sacar créditos hipotecarios, alrededor de 2005, y me hubiera podido anotar en uno. Hoy sigo alquilando con mi marido y mis hijos. Nadie me quita la experiencia de haber vivido vivir sola, pero ahora no tendría que preocuparme tanto por la plata", se lamenta Virginia (37), abogada. "Cuando tenía 23 años ganaba 1400 pesos que, en esa época, eran 1400 dólares. Me acuerdo que yo tenía un compañero que ahorraba y ahorraba, en cambio yo gastaba en ropa, en salidas, en muchas pavadas. Él cuando explotó la economía en 2001 con lo que ahorró se pudo comprar un PH en Colegiales. La hizo perfecta, supo ver a futuro lo que yo no", recuerda Florencia (42), especialista en marketing.
"Me hubiera gustado tener más conciencia acerca de cuidarme en lo físico"
"Si no hubiera tomado tanto sol durante mis veintes hoy no tendría la cara llena de manchas", confiesa Alejandra (43), psicóloga. El tema del cuidado físico también es uno de los reproches más importantes que se hacen las representantes del grunge y del minimalismo.
Decidirse a los cuarenta tomarse en serio el gimnasio o empezar a comer sano no es lo mismo que hacerlo a los veinte y tantos. A su favor, hay que decir que si bien en los 90 y en los 2000 ya había comenzado el movimiento de lo fitness y saludable, no era lo que es hoy: un auténtico auge. Andrea (40), docente, dice que de lo único que se arrepiente es de no haberse hecho el hábito de ejercitar: "Siempre estuve muy cómoda con mi cuerpo flaco y creía no necesitarlo. Ahora me da bronca porque me cuesta mucho más moverme y veo que claramente lo necesito".
No sólo se trata de omisiones, sino también de lo hecho. Así lo cuenta Valeria (39), profesora de inglés: "Empecé a fumar a los 28 después de que me separé. Lo malo fue que ya no era el impulso curioso de una adolescente, sino que fumaba un paquete por día. Me hubiera gustado tener más conciencia acerca de cuidarme en lo físico. Por otro lado, siempre tuve la inquietud de no comer carne pero no fui constante hasta ahora. Me pregunto por qué no seguí ese impulso. Por qué siempre era más fácil comprarme un atado de cigarrillos que hacer un curso de comida saludable".
"Me hubiera gustado ser menos dramática"
"Soy parte de una generación criada en el sufrimiento, educada según la idea de que para te vaya bien, tenés que sufrir. Pareciera que sufrir para lograr algo es buen síntoma y, en realidad, no está bueno. A los catorce o quince años nadie me dijo que eso marca patrones de conducta que después no te permiten disfrutar. Hoy veo una foto mía a los veinte y digo soy divina, pero en ese momento no lo veía. Tenía todo por delante y no lo disfrutaba. Me hubiera gustado darme cuenta antes de que la vida no tiene por qué ser tan sufrida", concluye Eugenia (38), diseñadora de indumentaria.
Dejar de tomarse la vida como un drama también forma parte de los aprendizajes que llegan junto con los cuarenta. "Me hubiera gustado ser menos dramática y haber perdido menos tiempo en hacerme problema por todo. Siempre preocupada por lo que me faltaba: si no era el trabajo, era la pareja o era que me sentía gorda o que tenía muchas cosas para hacer. Siempre el vaso medio vacío. En lugar de disfrutar de tener una vida más o menos normal, me la pasaba con la energía puesta en el debe y en un sufrimiento por anticipado que al final no lo era tanto. Hoy trato de ser más feliz y de valorar lo que tengo", confiesa Natalia (44), médica.