Cómo evitar que la meritocracia derive en elitismo
La meritocracia puede asociarse a diversos significados, dependiendo de la época y del lugar donde se emplee, por lo que puede ser una definición riesgosa
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¿Cree que el mejor Gobierno posible sería el formado por los más inteligentes en la sociedad? Eso es lo que pensaba Platón y esbozó sus ideas al respecto en La República. El filósofo argumentó que aquellos con la mejor educación son también los más justos y, por lo tanto, los más aptos para dirigir los asuntos públicos. Que al tener un conocimiento más profundo y cultivado de la realidad, las personas inteligentes razonan más rápidamente y están mejor preparadas para identificar problemas y ofrecer soluciones efectivas. Y que, en el lado contrario, la ignorancia y la falta de cultura conducen a la barbarie y al desorden.
La estructura social de Platón se configuraba como una pirámide. Los sabios ocupaban la parte superior, en el nivel inmediatamente inferior estaban los soldados y, en la base, los trabajadores. Por otro lado, las mujeres no tenían derechos y los esclavos eran tan solo una parte esencial de la economía.
Las virtudes del gobernante ideal
Dejando a un lado la naturaleza autocrática de la sociedad, según Platón, ¿estaría de acuerdo con que nuestros gobernantes también deberían ser los más inteligentes? Imagine que la campaña electoral incluyera test de inteligencia, pruebas de conocimiento general y otros ejercicios que revelaran las capacidades intelectuales, e incluso de gestión, de los candidatos. ¿Utilizaría esta información para decidir por quién votar?
Lo cierto es que, independientemente de que se disponga de estos datos, la experiencia demuestra que mucha gente no vota de acuerdo con criterios racionales, sino que nos motivan otros factores que nada tienen que ver con la inteligencia de los candidatos.
La mayoría aceptaría que la inteligencia implica una mejor capacidad de razonamiento y, por lo tanto, da como resultado decisiones más expertas y potencialmente exitosas. Y la mayoría de los políticos de reconocido prestigio poseyeron, por lo general, atributos asociados con la inteligencia, como buenas habilidades de comunicación, visión, prudencia o gravedad.
Además, algunos estudios muestran que un buen número de presidentes estadounidenses tenían coeficientes intelectuales superiores a la media, con John Quincy Adams y Thomas Jefferson a la cabeza. Lógicamente, la carrera por la presidencia pone a prueba todos los atributos generalmente asociados con la sabiduría.
Un Gobierno de sabios
La meritocracia se asocia a ideas como el gobierno de los sabios, el reconocimiento de las personas por el rendimiento de sus capacidades intelectuales, o el reconocimiento de los buenos resultados, más que del esfuerzo. La meritocracia fue la alternativa para organizar las sociedades democráticas, así como para distinguir y premiar el aporte de los ciudadanos, al menos desde la Revolución Francesa de 1789, reemplazando a los regímenes aristocráticos donde la distribución de los bienes estaba determinada por el nacimiento.
Para el periodista y escritor Adrian Wooldridge, la meritocracia sigue siendo la mejor de las alternativas disponibles, a pesar de ser objeto de muchas críticas. La definición de meritocracia de este autor va más allá del enfoque autocrático formulado por Platón, e incluye las aportaciones más relevantes que fue incorporando la filosofía liberal desde la Ilustración.
Una sociedad meritocrática combina cuatro cualidades que son admirables en sí mismas:
- Se enorgullece de que las personas puedan progresar sobre la base de sus talentos naturales.
- Trata de asegurar la igualdad de oportunidades ofreciendo educación para todos.
- Prohíbe la discriminación por motivos de raza y sexo y otras características irrelevantes.
- Otorga puestos de trabajo a través de la competencia abierta, en lugar del clientelismo y el nepotismo.
Pero este ideal liberal de meritocracia también fue cuestionado. Más recientemente, desde dos frentes distintos:
Desde una posición liberal radical
Ante el aumento de la desigualdad social, y en particular de la discriminación racial –concebida como estructural, incrustada en las instituciones sociales–, que sostiene que la meritocracia perpetúa los privilegios de las clases más pudientes.
Una de las figuras más conocidas de este movimiento es Michael Sandel; en su libro La tiranía del mérito (2020), Sandel argumenta que se distorsionó el acceso a las mejores universidades estadounidenses, dando prioridad de admisión a candidatos relacionados con el legado, por ejemplo, los hijos de graduados o donantes.
Además, para Sandel existe una alta correlación entre el acceso a los recursos o haber crecido en un entorno próspero, y tener una mejor educación o cultivar el talento. En su opinión, sería más equitativo seleccionar a los estudiantes a través de una lotería que a través del sistema actual.
Desde una perspectiva comunitaria
El profesor Daniel Markovits en su obra The Meritocracy Trap critica cómo el acceso a universidades prestigiosas y al mercado laboral favorece a los descendientes de los ricos. Sus argumentos y algunas de sus propuestas son similares a las de Sandel.
En opinión de Markovits, se debería ampliar el acceso a las universidades más prestigiosas para permitir la entrada de jóvenes de muy diversa procedencia, así como fortalecer el mercado laboral para trabajadores de cualificación media.
Otros detractores
Curiosamente, otro grupo de detractores de la meritocracia, los populistas conservadores, también comparten la iniciativa progresista de promover aquellos colectivos laborales más afectados por la globalización y la reubicación de los empleos de cualificación media.
Los argumentos presentados por sus representantes pueden ser falaces pero ahora son parte del discurso público. Los objetivos de sus ataques son principalmente: las élites intelectuales, los partidos políticos históricos y los defensores del progreso, la globalización y la sostenibilidad.
Estos populistas critican la meritocracia como el sistema que favoreció el surgimiento de tecnócratas y empresarios y, en consecuencia, de la globalización y el desplazamiento de puestos de trabajo a los países en desarrollo.
En defensa de la meritocracia
Wooldridge usa sus habilidades dialécticas para desplegar una amplia gama de argumentos, desmantelando los ataques de ambos lados a la meritocracia. Consciente de que la meritocracia necesita renovarse, y sobre todo que debe responder a las críticas basadas en el comunitarismo, plantea propuestas que resumo a continuación, a riesgo de simplificar los sofisticados argumentos que utiliza:
- La necesidad de una educación universal y de calidad desde la primera etapa de la educación infantil. Según explica, las primeras etapas del desarrollo de la personalidad, en la infancia, son cruciales para adquirir habilidades, fomentar hábitos de comportamiento, inculcar virtudes y despertar el interés por el conocimiento. Se comprobó que los países que prestan especial atención a las primeras etapas de la educación obtienen mejores resultados agregados en las etapas siguientes de la educación de sus ciudadanos. La educación es el mejor instrumento para la igualdad, y es más eficaz si se implementa tempranamente.
- El uso de pruebas relacionadas con el coeficiente intelectual para seleccionar a los beneficiarios de becas y ayudas al estudio, independientemente de su origen social, para incluir al mayor número de personas. A cambio, los beneficiarios se comprometerían a trabajar para el Estado durante un periodo de su carrera profesional, contribuyendo a la mejora del sector público. Aquí vemos una cierta conexión entre Wooldridge y Platón.
Sin embargo, vale la pena señalar que desde los primeros intentos de analizar y medir la inteligencia, se especuló sobre qué determina un coeficiente intelectual más alto, si el resultado de la genética, el medio ambiente o la educación. El debate naturaleza vs. crianza sigue muy vivo, pero lo decisivo es que todos los factores mencionados anteriormente contribuyen, en diversos grados, al desarrollo de la inteligencia.
Por otro lado, la psicología cognitiva demostró que existen diferentes formas de inteligencia, y que la inteligencia emocional puede ser más decisiva para el éxito que la inteligencia analítica y que, en cualquier caso, definir la inteligencia es un ejercicio controvertido.
Regeneración moral y esfuerzo personal
Wooldridge también pide una regeneración moral de los líderes en todo tipo de instituciones sociales, desde la política hasta los negocios y la academia. Su recomendación es enigmática porque los defensores de la meritocracia también creen en la idea de progreso moral. Posiblemente se refiera a promover los principios de la deontología profesional y el buen ciudadano, así como los ideales de la cultura de la sostenibilidad y la sustentabilidad, que prevalece especialmente entre los mileniales.
De igual manera, Wooldridge propone fortalecer la formación profesional y ofrecer más oportunidades a segmentos de trabajadores que quedaron rezagados en la economía digital. Quizás esta propuesta podría complementarse con la necesidad de formación y aprendizaje continuo, muy en línea con el enfoque meritocrático, y la necesidad de renovar el esfuerzo personal a lo largo de la carrera.
La conclusión de Wooldridge es que la mejor forma de defender la meritocracia y combatir a sus críticos es, precisamente, fortalecer las instituciones meritocráticas en la sociedad. La máxima atribuida a Goethe parece particularmente aplicable: “Si quieres sentir la satisfacción de tu propio mérito, debes conceder mérito al mundo”.
*Por Santiago Iñiguez de Onzoño.
Este texto se reproduce de The Conversation bajo licencia Creative Commons.
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