El fotógrafo José Pereyra Lucena orquestó su mundo para vivir como en la playa, pero de cara a la gran ciudad.
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“Lovely Day”, de Bill Withers, suena desde un vinilo mientras entramos en lo del fotógrafo José Pereyra Lucena. Por el inmenso ventanal del fondo asoman las torres, las vías del tren, un avión que enfila hacia Aeroparque: una postal porteña pura que le quitó el aliento la primera vez que visitó el lugar. “En esa época era la casa de un amigo, y yo enseguida me soñé viviendo ahí”. Ese amigo fue el que reformó el departamento en el último piso de esta torre en Retiro; también, el que se lo ofreció antes de mudarse.
José se apropió de este lugar a su modo: lo pobló de plantas, trajo algunos muebles regalados, otros reciclados. Y regó –de manera espontánea, sin regirse por mandatos decorativos– sus obras fotográficas y la colección de piedras y miniaturas de animales que atestiguan los kilómetros que lleva recorridos.
Como estaba todo unido y sin puertas, mandé a hacer barrales con cortinas de lino gris para separar el dormitorio del resto.
José sacó la fotografía “Resplandor del Este”, colocada sobre la cama, una noche de bruma en Punta del Este con una exposición larga que atrapó los reflejos de luz de la ciudad sobre el mar. Alfombras del Norte, silla ‘Eros’ de Philippe Starck y una cómoda de un antiguo local de camisas, hoy pintada de turquesa.
“Tengo ventanales con vistas tan urbanas que pensé que las obras que colgara deberían generar un contraste marcado: ser ventanas al campo y a la playa”.
Además de libros, la biblioteca de piso a techo frente a la cocina acomoda vajilla y todo lo que no tiene lugar en las alacenas. Las sillas del escritorio se tapizaron con géneros de La Serine, la marca de decoración de su hermana Milagros. "Ella fue mi gran consejera cuando tuve que decidir los qué y los cómo de mi casa", comparte José.
"Me guío por la intuición. Trato de mezclar lo que tengo de la mejor manera posible".
La mesa ratona es un poco más alta de lo normal, muy cómoda para comer aprovechando una vista genial. Los sillones años 50 fueron regalo de una amiga. "Compré esta alfombra persa en un remate de Breuer Moreno y la puse dada vuelta para que pareciera más rústica".
José estuvo a punto de pintar de blanco los ladrillos del techo, pero está feliz de no haberlo hecho: “Me hace sentir que estoy en una casa de verano, no en un departamento de Retiro”.
La paisajista Elena Macome fue de gran ayuda para organizar la terraza y aconsejar a José en la elección de las plantas adecuadas a su orientación.
"Ver tanto cielo y tanto verde en la ciudad es un privilegio. Cuando hay semejante amplitud detrás de la ventana, para mí la cantidad de metros cubiertos puede pasar a un segundo plano".
“El baño era color crema, muy normal. Fue notable el cambio cuando lo pinté de azul”. Esta elección, sumada al género de gran caída que le da otra categoría a la cortina y la lámina de calavera comprada en Los Ángeles hacen la enorme diferencia.
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