Coleridge, Platón y el colosal albatros
Nunca leí mucho o tanto. Ya de grande los libros me encontraron casi circunscripto al ámbito de la poesía, quizás por su brevedad, por su incisiva mirada y canto a la vida. Cada una de ellas va abriendo puertas que me hacen viajar y estudiar.
Esta mañana me encontré con una larga poesía de Samuel Taylor Coleridge, "La balada del anciano marinero", que relata un viaje épico hacia el Polo Sur, donde el barco a la deriva es seguido en augurios por un albatros, considerado como buena suerte. Después de unos días, el capitán decide matarlo con su bayoneta. Los marineros, en represalia, se lo atan al cuello.
Este enorme pájaro sureño, puede estar semanas volando sin posarse; vuelve todos los años al mismo lugar para anidar un único huevo, vive mas de sesenta años y se empareja de por vida, aunque no practica la monogamia. Además, durante la larga incubación del huevo -ochenta días- la pareja se va turnando para darle calor de a semanas, mientras que el otro sale a buscar alimentos. Está comprobado que en estas salidas pueden llegar a viajar quince mil kilómetros en pocos días, usando los vientos con sus corrientes ascendentes y planeando con sus enormes alas, que llegan a tener más de tres metros de extensión. Las alas, según Platón, son un jeroglífico de la inteligencia. Terminé viendo un largo y bellísimo documental realizado por Chris Jordan sobre estos pájaros -prometidos, proféticos-, en peligro por los plásticos que flotan en los océanos.
Pero siento que no solo leí libros. Con la innata intuición que albergó, cuidó y gestó mis pasos desde niño, he leído las veredas, sendas y acciones de la vida, la expresión del arte y la música, el antiguo hacer de telares, algodones, damascos, hemp, lanas en petit point y sedas de las rutas de china, diamantes de Golconda, rubíes de Birmania, jade de China, perlas del Golfo Pérsico, ámbar, esmeraldas, laca, especies, porcelanas, vidrios o coral. Insistentemente, estos bienes venerados por la humanidad forjaron lo que soy.
Las profecías milenarias de las geografías y costumbres, el camino del Inca, el Brasil con caudal de cariño nordestino y sencillez, los Himalaya del Bután de rododendros y magnolias o los arroces de Vietnam. Mis sueños de Afganistán, Persia, Mongolia y Uzbekistán. Los rasgos de Alejandría, los sabores de Malasia, Indonesia y Filipinas.
Ellos me educaron, fueron mis escuelas y posgrado. Lejos de bibliotecas y cerca del hacer, aquella acción de caminar absortos por el mundo que a veces nos lleva por el alboroto y otras embebido por un silencio de minuciosa observación.
Aquel roce de vivir que otorga el mirar. Las arrugas y talento de la vejez. La mojada generosidad de mujeres que me albergaron entre susurros de deseo una y otra vez en aquellos acantilados de placer que parecen iluminados por el don de la vida, frescos, salobres. Magnánimos de vértigos y candor en las orillas de mañanas, siestas o noches desesperadas de alivio.
Pero ahora ya llegó la noche y estoy solo. Cautivo de estos hermosos pensamientos puedo entregarme al descanso. Hoy fui honrado por Coleridge, Platón y el colosal albatros, centinela de océanos y sueños.
Al vivir, se puede llegar en descansos. O, sin aquella conformidad, poner ímpetu en cada escalón, para advenir con la gloria del esfuerzo en los mismos romances que nos regalan los días. Ellos a veces se esconden entra las sombras de la comodidad. Sal y pimienta.
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