Ubicado en la Costanera Norte, el parque recreativo tuvo su apogeo en la década del ´90; figuras como Diego Maradona eran habitués del lugar
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Aunque se inauguraron en 1988, fueron un símbolo de la recreación de la década del noventa ostentosa y, por momentos, obscena. A la altura del extremo norte del Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery, Buenos Aires albergó las llamadas piletas Coconor, simplificación de Complejo Costa Norte, tal el nombre de la empresa que ganó la concesión de esa porción de tierras de alrededor de seis hectáreas que abrazaban la costa del Río de la Plata, cerca de la desembocadura de la calle La Pampa.
Las piletas Coconor rápidamente se convirtieron en un lugar de moda y referencial del verano porteño, frecuentado por gente joven, modelos y figuritas famosas de la era menemista. A pesar de sus dimensiones, el lugar nunca fue pensado como un sitio masivo, sino como un reducto para cierta elite que buscaba alternar allí sus vacaciones de verano fuera de la ciudad. El complejo se levantó donde antes funcionaba Saint Tropez, otro balneario aspiracional de Buenos Aires.
La instalación de Coconor generó quejas, debido a que se trató de una privatización de la ribera que, de a poco, iba contando con una mayor cantidad de emprendimientos que incluían, además de piletas, boliches bailables, estaciones de servicio, centros de convenciones y amarraderos.
Aquellas dos grandes estructuras metálicas ancladas al lecho del río, con sus miradores y elevados mástiles con banderas multicolores flameando, se convirtieron en la postal inequívoca del ampuloso enclave “fashion”, como se decía entonces, donde algunos desafiaban el sopor impúdico de cada verano porteño.
Pertenencia
Coconor contaba con dos grandes piscinas de 2500 metros cuadrados y una más pequeña, cuyas aguas límpidas resaltaban el fondo celeste que se contrastaba con el típico color de león del ancho río que separa a la Argentina de Uruguay.
Además, en el complejo había canchas de paddle, voleibol, básquet y fútbol y un sector de juegos para niños que incluía toboganes y puentes colgantes a baja altura. Para los veraneantes, se ofrecía un buen servicio de buffet y cómodos vestuarios con duchas.
La atractiva novedad solía convocar a los móviles de la televisión que encontraban allí la fiel radiografía de la postal estival. Como era frecuentado por famosos, también las cámaras de los ciclos de espectáculos se aparecían por el lugar. Para una producción de fotos con una top model, nada mejor que el marco de este balneario artificial y con cemento excesivo, aunque de agradable infraestructura y un entorno soñado. Para muchos, era la posibilidad de alternar la vida laboral en la gran ciudad con momentos de disfrute al aire libre.
Tal como lo plantearon los arquitectos que generaron el proyecto, el complejo contaría con sendas aeróbicas y espacios que penetrarían en el río buscando la conjunción de la tierra firme con el agua. El efecto visual estuvo logrado y Coconor parecía penetrar en la ondulante masa cúbica de horizonte indefinido.
El clima en Coconor era festivo. Durante los fines de semana solían organizarse juegos grupales, gym en el agua y hasta se podía disfrutar de la atracción de alguna banda de música que con su sonido amortiguaba los estruendos de las turbinas de los aviones que parecían rozar a la gente, dada la vecindad con la terminal aérea.
Por las noches, los partidos de fútbol eran moneda corriente. Los deportistas tampoco se privaron de visitar el balneario. Desde los más ignotos hasta Diego Armando Maradona pasaron por este lugar que también solía ser un buen ámbito para las conquistas amorosas en tiempos sin redes sociales ni Tinder.
Cercano y lejano
Buenos Aires es una ciudad que se irguió de espaldas al río, paradoja en torno a una urbe que Juan de Garay y Pedro de Mendoza fundaron con un criterio portuario. Las edificaciones que observan al coloso marrón y contaminado lo hacen desde cierta lejanía, tal como sucede con los edificios más altos de Núñez, Belgrano, Palermo, Recoleta, Retiro y San Telmo.
Sin embargo, hubo un tiempo en el que los porteños, sobre todo los vecinos de los sectores más populares, disfrutaban de los balnearios de la Costanera Sur. Allá por la primera mitad del siglo XX, la costa de Buenos Aires, entre lo que sería la continuación de la avenida Belgrano y la avenida Garay, contaba con un polo de diversión que incluía grandes escalinatas que se internaban en el agua para que todos pudieran acceder cómodamente a darse un baño en tiempos donde la contaminación aún no era avanzada ni tan nociva para la salud humana.
Confiterías como la vieja Münich y los famosos puestitos callejeros ofrecían el servicio gastronómico. Por las noches se armaban bailes y tocaban las orquestas típicas. En algunos sectores se organizaban números artísticos con los populares “cómicos de balneario”.
Ya en la segunda mitad del siglo pasado, pasando el puerto y Retiro, Punta Carrasco, en la punta sur del aeroparque, se convirtió en otro de los lugares más famosos para disfrutar del agua, pero ya no del río, sino de cómodas piscinas. En el otro extremo, Coconor continuó con esa tradición, en una zona sin bajadas al lecho natural y con los típicos murallones bajos con aberturas cuadradas, muy aprovechados por los pescadores.
Originariamente, la zona donde se emplazaba Coconor pertenecía al Parque 3 de Febrero (donde actualmente se sitúan los Lagos de Palermo y el Rosedal), un predio que fue perdiendo hectáreas a través de los años.
Final anunciado
El apogeo de Coconor duró una década, hasta que terminó abruptamente envuelto en un escándalo. En 1997, el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Fernando de la Rúa, inició una investigación sobre el tipo de concesión y el cumplimiento de las cláusulas de parte de la empresa que tenía a su cargo el complejo de esparcimiento.
En base a esa investigación se comprobó que los responsables de Coconor no habían cumplido con la instalación de parrillas y acceso público al río, la construcción de una senda peatonal y un salón de convenciones. Tampoco era modalidad permitir que, un día por semana, los jubilados pudiesen entrar gratis y que los colegios tuvieran la posibilidad de realizar excursiones, tal como estaba estipulado. Además, se comenzó a investigar las subconcesiones que se hacían a la disco Pachá, restaurantes, bares, una agencia de venta de automóviles y una estación de servicio.
En ese momento se dijo que, por todos esos acuerdos, la empresa recibía alrededor de 70.000 pesos, pero solo abonaba a la ciudad un canon de 1716 pesos. A fines de 1998, la ciudad colocó las fajas de clausura e impidió una celebración con fuegos artificiales para iniciar la temporada de verano. Los responsables de la empresa sostenían que el contrato que les permitía sacar provecho de Coconor vencía recién en 2007.
El 30 de septiembre de 1999, las cuadrillas de la municipalidad comenzaron a desmantelar el predio ante la mirada atenta de los agentes de la policía y el interventor de Concesiones y Privatizaciones porteño, Virgilio Loiácono. El principio del fin comenzó con un decreto que declaró la caducidad de la concesión el 12 de mayo de 1998, por iniciativa de Fernando de la Rúa.
Recién en 2001 el predio volvió a la órbita de la Ciudad, una vez que la Justicia cumplió con todos los pasos que permitieron rechazar la medida cautelar impulsada por la empresa concesionaria.
Así como en los ´70, Saint Tropez se ganó las preferencias del público, los ´90 fueron de Coconor. Hoy, el predio forma parte de los nuevos paseos públicos que rodean la costanera, esa porción limítrofe de una Buenos Aires que casi siempre pareció darle la espalda y que poco tuvo en cuenta a ese coloso de correntada marrón.
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