PUERTO VALLARTA.– Es mitad de julio en el Pacífico mexicano y un calor bochornoso invade Puerto Vallarta. Nuestro chofer maneja hábilmente por callejuelas de piedra que suben y bajan adaptándose a los cerros, de cara el mar. De repente, nos detenemos bajo un pequeño puente veneciano que comunica dos casas, una a cada lado de a calle, y al bajar del auto nos topamos con una placa y una escultura de bronce. La placa dice: "Hotel Casa Kimberly, hogar de Elizabeth Taylor y Richard Burton". Y en la escultura se los ve a ellos dos, a tamaño real, sentados en un banco, besándose como dos jóvenes enamorados. Enseguida, una imponente escalera con paredes de piedra y escalones de cerámica tallada dan la bienvenida a uno de los lugares con más encanto y glamour hollywoodense del mundo.
Lo primero que vemos al subir las escaleras es la casa de Liz, que conecta con una cúpula dorada de venecitas color marfil, al otro lado del puente, por donde se ingresa a la casa de Burton. El atardecer se asoma y desde arriba comienza a verse todo naranja, como tornasolado: el mar, los cerros, las casitas, la cúpula. Queremos cruzar, pero una cadena con el cartel de propiedad privada nos detiene. La casa de Burton, a diferencia de la de Taylor, no está abierta al público, y su acceso queda restringido a un comprador anónimo que prefirió mantener la privacidad.
¿Por que hay dos casas, un puente que las une y una cadena que las divide? ¿Por qué una está abierta al público y otra completamente cerrada? La tormentosa historia de amor entre Richard Burton y Elizabeth Taylor encierra algunas respuestas y despierta la curiosidad de quienes visitamos casi por casualidad este refugio mágico en medio del paraíso mexicano.
Cleopatra
Unas de las primeras golden couples que vio nacer el universo hollywoodense vino de Gran Bretaña y causó tanto revuelo en los tabloides del mundo entero que hasta hoy es recordada. Dice la prensa de entonces que Taylor y Burton se odiaron el mismo día en que se conocieron en Roma, el 22 de enero de 1962, mientras transcurría la filmación de Cleopatra. Burton venía de una familia de obreros galeses, y aunque había estudiado en Oxford conservaba las formas rudas de su crianza. Taylor, por el contrario, siempre había sido rica y famosa gracias a la actuación, y su vida de caprichos y excentricidades no parecía ser compatible con la simplicidad de Burton. Hasta que se encontraron, físicamente hablando, y todo cambió: a las tres semanas de verse las caras por primera vez y detestarse mutuamente, tuvieron que grabar su primera escena romántica juntos.
Entonces, la llama se encendió.
Aunque los dos estuvieran casados en aquel momento (Taylor con Eddie Fisher y Burton con Sibyl Williams), decidieron no ocultar su incipiente romance y se pasearon por las calles de Roma como dos jóvenes en luna de miel, al punto de mudarse juntos y generar un escándalo mundial que los puso en la mira del mismísimo Vaticano. Su relación fue condenada por la máxima institución de la Iglesia católica a través de un comunicado de prensa en donde se los acusaba de ser "personas de dudosa moral que practicaban el vagabundeo erótico". Literal.
Elizabeth Taylor se rió de aquel comunicado que fue tapa de todos los diarios, y sin hacer caso a sus mánagers y asesores de prensa, sin detenerse a pensar en las implicancias morales que este escándalo podría tener en su familia o en las consecuencias de aquel romance prohibido en su carrera cinematográfica, pasó un verano mágico y sin culpas en la bella cuidad italiana junto con su nuevo amado.
Terminado el rodaje de Cleopatra y casi llegado el otoño, Burton se marchó a Londres y Taylor quedó sola en Roma. A los pocos días, sumida en la tristeza y baja de toda defensa física y anímica, enfermó por un extraño virus y fue ingresada en un hospital, acompañada de su equipo de asistentes. Enterado de la noticia, Burton tomó el primer vuelo a Londres y llegó a la clínica romana una hora antes que el marido de Liz, quien se encontraba junto con los hijos de la pareja de vacaciones en Lisboa. Convaleciente, la actriz decidió ahí mismo que Burton era su nuevo y definitivo gran amor. Y escaparon juntos a Puerto Vallarta.
La noche de la iguana
La fama de aquel pequeño pueblo de pescadores alcanzó el plano mundial con la filmación de esta película del director John Huston. Burton llegó al set acompañado de la mismísima Elizabeth Taylor, en plena tormenta mediática y con la conocida orden de caputura moral del Vaticano. El escándalo era tan rimbombante que hasta se trató en el Congreso de Estados Unidos la posibilidad de prohibirles la entrada al país por cometer adulterio público, comprometiendo la integridad de la familia y sus respectivos hijos. El rodaje de La noche de la iguana, en pleno verano del 63, estuvo marcado por el escándalo y los paparazzi, que perseguían a la incipiente pareja en cada rincón de las bellas y tropicales playas de Puerto Vallarta.
"Un romance secreto en un paraíso secreto", titulaban los tabloides de la época, horrorizados porque Taylor seguía casada con otro hombre y demostraba sin culpa su amor por Burton y su afición por la calidez del pueblo mexicano.
El fanatismo por Puerto Vallarta y la explosiva pasión de la pareja llegó a nieveles tan altos que, en un acto inconsciente y y durante aquella fugaz estancia, Burton compró para Taylor la famosa Casa Kimberly, donde pasaron juntos los días frente al mar, escapando de todo y de todos. Como la casa no tenía piscina, Burton compró luego la propiedad de enfrente, donde mandó a hacer una pileta de ensueño para su amada y construyó el famoso puente (una réplica del Puente de los Suspiros de Venecia) que une ambas propiedades a través de una pequeña calle empedrada.
La leyenda cuenta que con el tiempo una casa quedó para Richard y otra para Liz, manteniendo a la pareja lo suficientemente junta y lo convenientemente separada para los momentos de tormentas amorosas.
El pueblo los acogió no como las grandes estrellas que eran, sino como unos vecinos más, y Liz se sintió por fin a gusto de estar en un lugar donde podía ser tratada como una persona normal, al menos durante ciertos períodos en los que necesitaba quitarse el traje de diva y dedicarse a llevar una vida simple junto a sus hijos. La gente de Vallarta conserva anécdotas de la pareja, cuenta de sus explosivas peleas en las que se insultaban de un lado al otro del puente y de las grandes reconciliaciones que los mostraban juntos navegando por el Pacífico o en compañía de sus hijos con un ejército de niñeras y sirvientes a su merced. Todos en esa zona de Vallarta guardan anécdotas de sus padres o sus abuelos hechizados por la mirada estelar de Liz Taylor.
Uno de los mánagers actuales de la vivienda, ahora convertida en hotel, cuenta, mientras realiza el recorrido por la propiedad, que el famoso puente que unía las dos casas fue mandado a demoler por Taylor al momento de la primera separación, para luego ser reconstruido por la estrella una vez que la pareja se reconcilió y volvió a casarse.
Porque Richard Burton y Elizabeth Taylor se casaron y se divorciaron dos veces. Entre sí.
La pareja se unió por primera vez en una ceremonia civil el 15 de marzo de 1964. Ella tenía 32 años; él, 39. El matrimonio duró una década, pero eran tantas las peleas que optaron por divorciarse legalmente. El dato curioso es que a los 20 minutos de firmar el documento, Liz llamó por teléfono a Burton para decirle que quizás no deberían haberse separado.
Y al poco tiempo volvieron.
La pareja se dio otra oportunidad durante unas vacaciones exóticas en África, y al año de haberse reconciliado volvieron a casarse en una ceremonia al aire libre celebrada en Botswana.
El segundo matrimonio duró diez meses y, aunque aquella vez la separación resultó definitiva, volvieron a encontrarse a comienzos de los 80 para interpretar juntos una obra de teatro en Broadway. La química se mantenía intacta, aunque se llevaban mejor separados que juntos.
El lujo y los excesos fueron otra de las características que marcaron el rumbo de la pareja. Burton demostraba su debilidad por Taylor a través de las joyas y los diamantes: llegó a gastar unos 24 millones de dólares en este tipo de regalos. El famoso diamante Krupp de 34 kilates o la exótica perla La Peregrina, que perteneció a la familia real española, fueron algunos de los obsequios de Burton a Liz en sus picos más altos de romance. El diamante Cartier, uno de los más caros de la época, estaba valuado en 1.100.000 dólares al momento en que Burton lo adquirió para su amada. Y el Taj Mahal, la joya de diamantes y rubíes que Burton le regaló a Taylor cuando cumplió 40 años, fue valuada en 8.800.000 de dólares.
En todos su viajes Burton y Taylor llevaban cámaras frigoríficas para transportar y conservar los abrigos de piel de Elizabeth. Su séquito, además, llegaba a 40 personas entre agentes, representantes y asistentes personales, más los seis hijos de ambos –tres de ella, dos de él y una hija en común, Maria Burton, adoptada por la pareja–, a los que se sumaban cinco perros y dos gatos de los que nunca se separaban. Cada vez que llegaban a un hotel, reservaban tres plantas enteras para que todos estuvieran cómodos. Y causaban el mayor revuelo posible.
Nadie sabe por qué la relación fue tan tormentosa, intensa y cargada de conflictos, peleas y discusiones por cualquier asunto. En su autobiografía, Burton escribió que en sus peores momentos Taylor llegó a beber dos botellas de vodka cada noche y él fumaba cinco atados de cigarrillos por día mezclados con grandes cantidades de whisky. Nadie dudaría en afirmar que la muerte algo prematura del actor, a los 58 años, fue producto de estos excesos.
Nadie puede a negar que los escándalos duraron hasta el final. El día del funeral de Burton, Liz Taylor no apareció en la ceremonia y le dejó todo el protagonismo a la viuda oficial, Sally Hay. Sin embargo, al día siguiente, en Londres, ella concurrió a otra despedida familiar, donde coincidió con Hay y dejó que su brillo opacase todo lo demás. "Todavía lo ama", titularon los tabloides, y ella, sin afirmar ni desmentir nada, se dedicó a llorarlo tras el velo de bordados italianos digno de una glamorosa viuda europea.
La Casa Kimberly de hoy
Tras la muerte de Richard Burton, Elizabeth Taylor conservó su refugio en Puerto Vallarta hasta el año 1990, cuando decidió vender la casa con todo lo que tenía adentro: muebles, fotografías, su vestuario, sus recuerdos. La compradora de la propiedad, una multimillonaria norteamericana coleccionista de antigüedades, transformó el lugar en un hotel de lujo, convirtiendo a Casa Kimberly en un spot turístico destinado a quienes estén dispuestos a pagar sus altas tarifas de alojamiento (la habitación de Liz, de 150 metros cuadrados, se encuentra disponible, con meses previos de reserva, a 3000 dólares la noche) o de su exclusivo restaurante, bautizado La Noche de la Iguana, en honor a la película.
El patio principal de la casa de Liz está decorado con decenas de fotos vintage en blanco y negro enmarcadas como cuadros, testigos de las fiestas y galas que la pareja celebraba en su refugio de playa. También hay afiches de La noche de la iguana, esculturas de ángeles y santos y un inmenso retrato de Liz con su cara perfecta y sus ojos azules custodiando la entrada.
Esta pintura nos recibe en el vestíbulo de la Casa Kimberly. Al ingresar, es inevitable sentir el espíritu de Elizabeth Taylor merodeando por los lujosos salones del hotel y se instala en nosotros el impulso de quedarnos ahí observando su presencia a través de la belleza que emana de esos muros. No hay duda, Liz está ahí.
Elizabeth Taylor tenía 79 años cuando murió, el 23 de marzo de 2011. Debajo de su almohada, en la cama de una lujosa habitación en donde permanecía retirada pasando sus últimos días como una reina, escondía la prueba irrefutable del gran amor de su vida: una carta de puño y letra de Richard Burton, que el actor le había escrito pocos día antes de morir. Así permanecieron juntos, hasta que la muerte los separó.
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