En 27 El club de los malditos, Diego Capusotto y Sofía Gala Castiglione encarnan a un detective y a una groupie que resuelven uno de los grandes mitos del rock mundial.
Qué dirá el futuro de Nicanor Loreti, no podemos saberlo. Sin embargo, dentro del panorama del cine argentino, es una rara avis. No escasean los cinéfilos entre los directores nacionales, aunque no suelen ser precisamente de la banda de John Carpenter, por mencionar un nombre de peso para este caso. Me consta que los estudiantes de cine ven poco cine, y mucho “histórico” lo ven por obligación. Loreti –a quien, aclaro, no conozco personalmente– no parece encuadrarse en esa categoría. Más bien parece que ve todo lo que puede, que sobre todo ama las sensaciones fuertes que ha sabido crear en una larga tradición el cine americano. Lo mastica, lo copia, lo vuelca a la pantalla. A veces con mejores resultados, otras menos. Pero no se puede negar que hay “algo” en sus películas que no está en otra parte.
No era raro, entonces, que hiciera Kryptonita, la adaptación de la novela de Leonardo Oyola en la que Superman y la Liga de la Justicia, en lugar de haber surgido en Estados Unidos, viven una existencia nómade en los pliegues más oscuros del conurbano bonaerense. La película tiene sus altas y sus bajas, y el modelo es Asalto al Precinto 13 mucho más que los films de franquicia superheroica. Las referencias estaban, claro, y uno podía entender de modo transparente quién era Flash y quién la Mujer Maravilla y quién Batman. A esa película, de todos modos, le faltaba un golpe de horno. Pero tuvo y tiene sus fans, y hasta una serie derivada para el cable. No es poco y sigue siendo inédito para el cine local.
Ahora Loreti entrega 27 El club de los malditos. Es algo extraño: una fantasía que tiene bastante del cine clase B, mucho de barrio y sudor, mucho más –los encuadres, la manera de organizar el espacio, el uso del color– de la historieta, tanto de la de superhéroes como de las viejas El Tony o D'Artagnan, esos empastes populares de editorial Columbia. La historia gira alrededor de esa extraña coincidencia de que muchos grandes del rock y del pop murieran a los 27 años. El misterio se resuelve en Buenos Aires –o en una ciudad como Buenos Aires, el prólogo nos aclara que estamos, de algún modo, en otro mundo, un poco a lo Calles de fuego y la sombra de Walter Hill sobrevuela la película– y de un lado tenemos a una banda comandada por un tremendo villano (Daniel Aráoz) y, del otro, a un detective demasiado hincha de Racing (Diego Capusotto) y a una groupie envuelta en el misterio y la violencia por azar y por tener un celular (Sofía Gala Castiglione). El misterio se va develando de a poco, pero no importa tanto como las maneras (bastante humorísticas) en las que se “acaba” con Sid o con Amy, en esos flashbacks realizados en blanco y negro que hacen contrapunto con la historia central. Que en el fondo es de celos y resentimientos, los mejores motores en estas circunstancias.
Por cierto, todo termina en una batalla campal donde Jimi lleva una ametralladora y las secuencias de acción están bastante bien. El delirio les cae perfecto.
Ahora bien: los actores hacen bien lo que saben hacer y en los casos de Capusotto y Aráoz, que son sobre todo comediantes, comprenden a la perfección la caricatura, la sátira que se esconde hasta en los gestos más (supuestamente) trágicos de los personajes. Siempre hay que tener en cuenta que los comediantes tienen un bagaje mayor de recursos que los actores que se refugian exclusivamente en la tragedia. Mantener ese tono bidimensional del relato dibujado y la desmesura que permite el lápiz en la pantalla grande también es mérito de los intérpretes.
Y está Sofía Gala. Seamos claros con esto. Sofía Gala Castiglione es de lo mejor que le ha pasado al cine argentino en los últimos años. No solo se trata de una extraordinaria actriz natural (de esas raras apariciones de personas que lo tienen todo claro frente a una cámara o un escenario, que, cuando estudian, lo hacen para perfeccionarse), sino que es capaz de levantar cualquier cosa en la que trabaje. Es cierto que en Alanis hace un trabajo monumental, pero esa película tiene el truco de estar construida para que su trabajo se note. En 27..., estamos en una película construida como un álbum de figuritas, donde los actores pueden hacer todo bien, pero lo que importa es el conjunto y la locura que lo sostiene. Es en esta clase de películas donde un intérprete muestra su verdadero talento: hacer lo justo, restringirse para que brille la escena, poner toda la carne en el asador cuando se debe. 27… puede no ser de su agrado, estimado lector. Pero es una rareza noble, hecha con amor por ciertos elementos en general descartables de la cultura popular, y con el objetivo de que el espectador se crea un mundo inventado y se sume a una aventura hecha a pulmón donde el asma no se nota. Y eso no es poco.
Las películas de Loreti
Tiene 39 años, varios cortos y algunos largos en su haber. El primero fue Diablo (2011), que ganó en Mar del Plata y tuvo un reconocimiento notable. Le siguieron dos intentos de comedia loca a la americana, Socios por accidente y Socios por accidente 2 (2014 y 2015). Y luego Kryptonita (2015). Más varios guiones de género (Ataúd blanco, por ejemplo). Es un cineasta excéntrico haciendo un cine decididamente de barrio, con una calidad que “aquel cine de barrio” nunca tuvo. Veremos qué sigue.