Luego de la pandemia tomar conciencia sobre la sustentabilidad se volvió primordial, por eso cobra fuerza el turismo regenerativo, la importancia de ser frugales y de priorizar los destinos cercanos frente a los exóticos
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¿Quién recuerda aquella viñeta de Mafalda donde la niña más famosa de la Argentina había puesto un letrero de advertencia -”¡Cuidado! Irresponsables trabajando”- sobre un globo terráqueo? Ese dibujo de Quino es más actual que nunca. La pandemia es solo uno de los síntomas de nuestro planeta enfermo. El turismo masivo tiene su parte de responsabilidad en la degradación de la salud del mundo, pero la buena noticia es que se trata de una industria con capacidad para reinventarse y aportar soluciones, como demuestran varias tendencias actuales. Y entre ellas, la que llega más lejos es el turismo regenerativo.
Por supuesto no es algo nuevo ni es tampoco la única solución que se intenta aportar desde una industria que se jacta de crecer sin chimeneas, pero contamina por igual (pensemos solo en el carburante barato y dañino que usan los cruceros o el total de las emisiones de los aviones). En Europa ya antes de la pandemia se había tomado conciencia del problema y cada vez más personas sentían “vergüenza de volar”. La tendencia se conoce como flygskam, en sueco, porque fue en ese país nórdico donde se sintió más que en otros lugares (Greta obliga).
Más allá de la sustentabilidad
Pero limitar los desplazamientos no es la única solución que aportan los turistas. Podríamos mencionar muchos otros caminos que abrió el sector para proporcionar un remedio a los excesos del turismo masivo: turismo comunitario, turismo responsable, turismo verde, turismo participativo, turismo humanitario, turismo solidario, turismo equitativo; pero también slow-tourism o agroturismo. La pandemia puso focos de distintas intensidades sobre estos conceptos que quieren reemplazar a “lo de antes”, aquello que generó sobreturismo y hasta provocó olas de turismofobia en ciertas ciudades del mundo como Barcelona o Kioto, donde los vecinos tenían la sensación de haber sido transformados en el blanco de safaris humanos.
Pero hay un movimiento que va mucho más allá que todos los demás. Es el turismo regenerativo, y nunca estuvo tan en el centro de los debates y las reflexiones de los viajeros y profesionales como desde el estallido de la pandemia.
En la Argentina, Hervé Landetcheverry es quien aporta la definición más clara y más gráfica. Sabe de qué habla porque es el cofundador de Mater Turismo Sustentable, una de las pocas agencias dedicadas al viajar sostenible, tanto en las palabras como en los actos, dentro de la Argentina. “El turismo regenerativo -dice- es como dar un paso más allá en el proceso de la sustentabilidad. No solo tenemos que pensar en cómo reducir el impacto del turismo, sino también debemos actuar en la regeneración; es decir, revertir lo que hicimos mal hasta ahora, tanto a nivel social como natural o patrimonial”. En otras palabras, el turismo regenerativo quiere que todos se desarrollen armoniosamente: naturaleza, locales y visitantes, con los niveles de calidad más completos que cada lugar pueda ofrecer. Podría ilustrarse con un cartel que diga “favor de dejar este mundo en un estado mejor del que encontró”.
Landetcheverry estuvo a cargo de la parte turística de la mega Bioferia que en septiembre de 2019 colmó el Hipódromo de Palermo y convocó a artesanos y prestadores de comunidades rurales de todo el país. Agrega que “tanto el turismo regenerativo como el sustentable son modelos económicos más que conceptos; y lo más interesante es que son transversales. Se trata de prácticas que se pueden aplicar a todos los ámbitos del turismo. Algunos países están más avanzados que otros y en la Argentina son movimientos todavía incipientes”. La Bioferia, que se hizo de manera virtual en 2020 y repetirá este formato una vez más en noviembre, demuestra que hay sin embargo una gran demanda por parte del público.
Aprender a ser frugales
El turismo regenerativo figura en la agenda de muchos mercados. Lo demostró el reciente foro A World for Travel, que se presentó como el primer gran evento internacional de turismo luego de la pandemia. Su propósito es convertirse año tras año en una especie de Davos de la Sustentabilidad para el sector del turismo y de los viajes. Durante la primera edición, organizada el pasado septiembre por un grupo de profesionales franceses en Évora, Portugal, el turismo regenerativo estuvo en boca de todos.
Su secretario general, Christian Delom, comenta que “es muy importante que la sustentabilidad abarque los tres campos del medioambiente, de la economía y del impacto social. Lo ideal además es adquirir la capacidad de sanear o revertir cuando se provocan impactos negativos; así pasa de ser meramente duradero a una acción capaz de regenerar tanto la naturaleza como las sociedades y las economías locales, desvirtuadas por el turismo masivo. El físico y conferencista Marc Halévy fue uno de los oradores en A World for Travel y encaró el turismo de manera aún más radical: tenemos que aprender, dijo, a ser frugales. La frugalidad se convertirá en un valor importante a partir de ahora y será buscada por los consumidores. Pero atención, no significa que hay que satisfacerse con productos de baja gama. Es más bien una reacción contra la abundancia descontrolada y el despilfarro”.
Tenemos que aprender a ser frugales. La frugalidad se convertirá en un valor importante a partir de ahora y será buscada por los consumidores. Pero atención, no significa que hay que satisfacerse con productos de baja gama. Es más bien una reacción contra la abundancia descontrolada y el despilfarro
Seguramente no lo contradecirán los viajeros europeos que de a miles eligen el tren en lugar del avión y modificaron sus comportamientos sin esperar el estallido de la pandemia. La situación provocó cambios importantes y hasta preocupación en las compañías. En Austria, por ejemplo, volvieron los trenes nocturnos Intercity y la empresa aérea local abandonó la mayoría de sus conexiones nacionales. En Suecia el tráfico aéreo interno perdió el 8% de su público entre 2018 y 2019 y no fue por razones económicas sino por una mayor concientización. En Francia, cada vez más son los encuestados que afirman estar dispuestos a limitar sus viajes y dejar de conocer destinos exóticos si no pueden alcanzarlos saliendo de su casa con un tren. Se van menos veces, pero más tiempo y más lentamente. Y todos los que lo probaron lamentan no haber cambiado de hábitos antes.
La frugalidad que comenta Delom ya se está instalando. ¿Se convertirá alguna vez en el paradigma elegido por la mayoría? La pandemia provocó mucho debate sobre la globalización de los viajes y la sustentabilidad de algunos de sus sectores, como el MICE o los cruceros. Pero es llamativo ver que las reacciones ya habían empezado a brotar antes de las olas de contagios y la parálisis mundial de principios de 2020.
Menos pero mejor
Marc Halévy hizo una intervención muy comentada en Évora. Su charla aportó pistas de reflexión y algunas explicaciones sobre el cambio de paradigma que estamos viviendo en estos tiempos. Sus impactos abarcan todos los aspectos de nuestra vida y por supuesto también nuestros hábitos de consumir viajes, creando las condiciones ideales para una instalación duradera de formas de turismo como el regenerativo.
Explicó que la humanidad vive grandes cambios de paradigmas cada 550 años aproximadamente. El último provocó una “extraordinaria transformación civilizacional que nos hizo pasar de la feudalidad a la modernidad”. El anterior quiebre había visto el fin de los imperios bárbaros germánicos y, 550 años antes, el derrumbe de la supremacía romana. “Vamos de un período de abundancia a una lógica de escasez. Por eso es indispensable instalar la noción de frugalidad. Es decir: hacer menos pero mejor”.
Son palabras que suenan como un lema y tienen una aplicación directa en el turismo. Es lo que viene haciendo Hervé Landetcheverry desde hace años. “La agencia Mater, que fundé con mi prima hace ya ocho años, nació con un ADN sustentable y regenerativo. Desde el primer día hemos trabajado con comunidades rurales para comercializar sus propuestas. Y no solo nos quedamos en este papel. También participamos en la formación de estos actores turísticos. Por ejemplo, estuvimos en 2017 en Tumbaya para explicar lo que es un tarifario de servicios turísticos y ayudar a una comunidad campesina que se quería abrir al turismo creando uno. No tenían claros conceptos acerca de cómo calcular el precio de un plato de comida, lo que tiene que abarcar la tarifa de una experiencia o cómo comunicarla a una agencia. Por ejemplo no incluían su tiempo de trabajo o los productos de sus huertas, que son valores agregados muy importantes”.
Pensar global, actuar local
Mater Sustentable creó un modelo exitoso que trabajó hasta la pandemia con extranjeros deseosos de vivir realidades más íntimas de la Argentina y no limitarse al glaciar, los shows de tango y las cataratas, las facetas habitualmente promovidas por el turismo masivo. Está en sintonía con corrientes que ganan cada vez más espacio en el mundo y terminan generando los valores más importantes que el turismo puede dejar, porque son duraderos y vuelven a sus comunidades. América Latina tiene varios modelos virtuosos de este tipo, como el complejo regenerativo Playa Viva, en México, o la consultora chilena Camina Sostenible.
En Portugal, mientras tanto, Marc Halévy terminó su charla pronosticando que el público privilegiará cada vez más actividades creativas y riquezas intelectuales por sobre el placer inmediato. ¿Menos resort y más intercambios? Pero al mismo tiempo, augura un crecimiento del turismo de proximidad y una búsqueda intrínseca de raíces, de realidad y de autenticidad. “Fini les quêtes d’exotisme et les voyages vers le lointain” (basta de búsquedas de exotismo y los viajes hacia lejanas tierras), advierte.
¿Previsiones de futurólogo o una realidad que nos cuesta ver todavía? Lo que no está en duda es la urgencia de encontrar nuevas recetas, incluso cuando se trata de turismo intercontinental. La salud del planeta dejó de ser una preocupación y es una emergencia absoluta, como lo demuestran los desastres ambientales cada vez más recurrentes, los extremos de temperatura, la suba del nivel de los mares (la Argentina está en primera línea frente a esta catástrofe) y por supuesto la actual crisis sanitaria…
“Los turistas tienen un papel que desempeñar”, concluye Delom. “Por sus elecciones pero también por sus actos. Estoy convencido de que el turismo puede aportar su cuota de soluciones para curar el mundo, con reinversiones, reparto de valores, contratación local, simbiosis y muchos otros conceptos. Escuchamos siempre que hay que pensar local y actuar global. Yo creo que, por el contrario, hay que pensar global y actuar local. Es así que el turismo será aún más que sustentable, será regenerativo. La tecnología nos permite lograrlo por primera vez en la historia. Por supuesto, todo el mundo no cambia al mismo tiempo y hay mercados menos maduros que otros. No es algo uniforme, pero notamos que los cambios van en el buen sentido y es lo que queremos profundizar”.
El Consejo Mundial de los Viajes y del Turismo y la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas también reconocen que el turismo necesita ser pensado de nuevo. Y no solo para la salud del planeta, sino por el futuro mismo de la industria del viaje. Hasta que los efectos de las nuevas prácticas se hagan sentir a escala planetaria, tendremos que estar como Mafalda, al lado de nuestro globo terráqueo cubierto de vendajes y vigilando el termómetro. Ella sí hubiera sido una buena promotora del turismo regenerativo.
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