Benito Laren, el rey de un territorio interplanetario
La Fundación Fortabat fue el escenario de una performance donde se coronó al artista majestad de "Larenland"
El ovni no llegó a tiempo. El plato volador desde el que iba a descender Benito Laren quedó varado en San Nicolás. Fuimos muchos los que lamentamos no ver esa suerte de homenaje a Xuxa, o mejor aún, a su competidora de bajo presupuesto, Patsy, en la puerta de la Fundación Fortabat. Un cadillac dorado tomó el lugar de la nave espacial de hojalata que usó en otras ocasiones, y aunque su efecto no fue tan fantasioso, para la entrada triunfal, valió igual.
Sobre una red carpet, furiosamente roja, vestido con un traje blanco con charreteras doradas, y escoltado por dos jóvenes pajes a lo victoriano, Benito entró a un recinto repleto de gente dispuesta, loca, por seguirle el juego. Los sonidos de las trompetas apenas dejaron oír lo que tenían para gritarle: "¡Usted se lo merece!", "¡Viva el rey!" y "¡Dios lo bendiga, su majestad!". Muchos se pusieron de rodillas, se persignaron y hasta besaron sus manos. Una nena lloró asustada. Mágicamente, todos perdieron interés en lo que hasta entonces los entretenía: la presencia de Barbies humanas ("los juguetes de Benito"), de comitivas internacionales, y también interplanetarias. Con su majestad en el salón ¿a quién podían importarle los marcianos? Hasta al Arzobispo se lo llevaron puesto las miniavalanchas que se formaron entre los doscientos invitados de la crème porteña que deseaban manifestarle su apoyo. Así, en la boite de su mecenas, uno de los epicentros arty porteños por excelencia, Laren comenzó su autoproclamación como "rey de su propio reino": Larenland.
-¿Amalia Adriana Amoedo, jura por Dios y la Patria desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de ministra de Belleza para el que habéis sido nombrada, cumpliendo y haciendo cumplir en cuanto a vos dependa la constitución de la Nación?
-Sí, juro.
-Si así no lo hiciese, que Dios y la Patria se lo demanden.
Frente a un río teñido de plateado por las luces de Puerto Madero, y con otro de champagne corriendo por los pasillos de su Fundación, la anfitriona tomó posesión de un organismo creado para embellecer a los ciudadanos. Su rutilante vestido de lentejuelas brillaba casi tanto como esos ríos, a la altura de la función. Detrás de ella, una fila de personajes aguardaba otras designaciones. Nocturnos, como Nacho Marciano (ministro de Música), de vidriera, como Verónica de la Canal (ministra de Moda) o auténticos funcionarios, como el juez Gustavo Alfredo Bruzzone (juez del Supremo Tribunal Unipersonal) se unieron a coleccionistas, curadores y amigos para recibir otros ministerios que podían intercambiarse o incluso inventarse, como el Ministerio "de algo" o el de "saludos", además del de Salud. Minutos antes, cuando Benito pidió que se entone su himno nacional, que proclamaba la "naranjoda" como bebida patria y que desembocó en una furiosa coreografía electropop a cargo de una tropa de bailarines susanescos, las preguntas ya flotaban en el aire.
¿Había algún metamensaje en tanta diversión? ¿Era esta jura, un "revoleo" de Ministerios como crítica social? ¿Era ironía? ¿Cinismo? ¿Era arte o parodia? ¿Estaba Benito completamente loco? El pack de preguntas no sólo aplicaba al acto, aplicaba también a cada una de sus obras exhibidas un piso más arriba. Para el retrato warholiano de Mirtha Legrand, para el de Marcela Tinayre y para el de Michael Jackson.
Un poco más para la bañera adornada con fotos de delfines de alguna revista ochentosa, emplazada delante de las latas estampadas con sirenas. Aplicaba también para el cuaderno forrado con boletos vintage de colectivo y en especial, para la versión abrillantada de El Grito de Edvard Munch. Cuando Benito dio su discurso como rey, repasando hitos de su vida, ya ni siquiera era fácil entender qué partes de su biografía eran verdad y cuáles un disparate. ¿En serio lo declararon ciudadano ilustre en su San Nicolás natal sólo por eso? Y su hijo ¿repitió tres veces tercero como cuenta?
En un vértice del recinto, frente a uno de esos encuadres que hacen a Puerto Madero lucir como alguna lujosa ciudad asiática, el nuevo rey cantó algunos de sus hits. Uno, sobre "lo complicado que está el tránsito", brindaba a los asistentes claves de resignación urbana: "Este es el mantra del estacionamiento, si no hay lugar, cuánto lo lamento".
Arrastrada por la atmósfera festiva, Lucía Galán subió eufórica a unirse a su coro de "bailarinas cósmicas" y junto al artista, hizo una coreografía que consistió en "chocar los cinco" como cinco mil veces. Pero aún la noche se guardaba una perla, un alto momento pop art. Cuando la ministra de Belleza subió a cantar "Una Noche en el Museo", la magia kitch llegó a su clímax. En la canción, juntos parodiaron al mundo de los coleccionistas ("Cuántos cuadros que yo quiero/ por tenerlos yo peleo") e ironizaron sobre las posturas esnob del ámbito en el que reinan. Mientras los asistentes disfrutaban la última media hora de barra libre, todo pareció adquirir sentido. Con su corona, su capa y peluquín, parado en el centro de la Fundación Fortabat, Benito agradeció con todo su corazón: "Gracias. Muchas Gracias, Fundación Costantini". Los aplausos no se oyeron firmes. Si fue un chiste, nadie está seguro. El pack de preguntas volvió a flotar.
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