Alegre, fresca, espontánea. Barby Franco (30) no tiene dobles discursos. Es ella misma, sin ningún tamiz, y eso se refleja en cada una de sus respuestas cuando, sin dudar, dice lo que piensa y lo que siente. En apenas minutos, repasa la historia de su infancia humilde en esa casilla de chapa que compartía con sus padres en la Villa 21-24 de Barracas, su primer sueldo como modelo, el debut en la televisión y su romance con el abogado Fernando Burlando (55), con quien convive en Barrio Parque desde hace unos diez años. "Me impresiona ver cómo la vida me sorprende a cada paso. Yo crecí mirando el mundo mágico creado por Cris Morena. Veía sus programas y flasheaba que vivía en un castillo, pero abría los ojos y estaba en una casilla en la Villa 21. Pero nunca lo sufrí, yo amaba esa casita de techos de chapa, era mi mejor lugar en el mundo, allí fue muy feliz. Entonces, también fantaseaba con salir en la tele, hacerme famosa y otras tantas cosas…".
–Y un día eso dejó de ser una ilusión…
–¡Sí! Soy el ejemplo de que los sueños se hacen realidad. Yo soy una eterna soñadora. Mis amigas me dicen que madure, que no puedo seguir siendo tan infantil, pero llevo una niña interior muy dentro de mi. Hace un tiempo, mandé hacer una cama para colgar en un árbol del campo… Es medio una locura, pero a mí me parece sacado de un cuento de hadas.
–Seguís muy conectada a tu mundo de fantasías.
–Puede ser. Pero, así como puedo resultar infantil, tuve que crecer de golpe. A los 9 años me hice adulta, tuve que hacerlo porque si no se pudría todo. Mamá nunca me lo pidió, pero a esa edad, sola me di cuenta de que si no salía a laburar, no tenía leche al día siguiente. Así que me puse a hacer changas y lo primero que hice fue repartir volantes… Me pagaban dos mangos, pero para nosotros era oro.
–¿Alguna vez te sentiste discriminada por contar de dónde venías?
–No tanto porque todavía era chica cuando nos mudamos con mi familia a un barrio más lindo, urbanizado, con paredes de cemento. Entonces para mí no fue un problema. Sí para mi mamá, la Vero, que vino de Paraguay y le costó un montón conseguir trabajo. Cuando ella mencionaba en unas entrevistas que vivía en la manzana 19, casilla 106 bis de la Villa 21, ya perdía la posibilidad de tomar el trabajo. Pero la peleó siempre. Hoy en día agradezco haber nacido ahí porque a pesar de tener poco y nada, mamá siempre me inculcó valores. Desde hace treinta años, mamá trabaja en la misma empresa: empezó como empleada de limpieza, terminó la primaria, hizo la secundaria a la par mía y hoy trabaja como secretaria. La admiro mucho.
–¿Cómo fueron tus inicios como modelo?
–A los 14 hice el curso en la escuela de Anamá Ferreyra porque mamá decía que tenía que ser más femenina. Yo en aquella época era tremenda, jugaba al fútbol en el barrio, quería probarme en Boca. Después del curso empecé a ir a castings, mientras seguía laburando. A los 15, por ejemplo, ganaba plata polarizando autos.
–¿Te acordás qué hiciste con tu primer gran sueldo?
–Sí, cómo no. Después de participar de un importante evento de desfiles me pagaron 800 pesos. Tenía 16 y me acuerdo que llegué a casa e invité a todos mis amigos de la manzana y armamos frente a la placita del barrio un tremendo asado, con parlantes en la vereda. Ese día no me lo olvido más: los 800 pesos más inolvidables.
–Tu salto a la televisión llegó de la mano de Guido Kaczka.
–En realidad, todo cambió desde que me llamaron para ser la azafata en su programa El último pasajero. Fue, de verdad, un antes y un después en mi vida. Trabajaba fijo, hacía presencias en boliches, me pagaban bien y, además, ahí lo conocí a Burlando. Yo tenía 22 años y él 47, pero la diferencia de edad nunca se notó. Él había ido a jugar al programa con su hija Delfina y ahí nos vimos y nos enamoramos a primera vista. Él me invitó a comer al Alvear Palace y yo no tenía idea dónde quedaba. Con las chicas del barrio nos tuvimos que fijar en la guía telefónica para buscarlo. Me acuerdo que él estaba de traje, un potro, y yo caí con zapatillas, short y remera... Fue un papelón. Esa noche le conté mil historias, estuvimos cinco horas hablando y después cada uno a su casa. Yo pensé: "Este tipo no me llama más". Y me llamó. Desde entonces no nos separamos más. Hoy tenemos una relación muy loca, donde él me educó un montón y yo, a mi manera y en lo que pude, también.
–Hace dos años que estás en Pampita on line. ¿Cómo es tu relación con ella?
–Como dije al principio, no puedo creer todo lo que la vida me está dando. Cuando menos lo pensás, viene lo mejor. Después de haber participado con Burlando en "Bailando por un sueño" y de hacer teatro con Flavio Mendoza, me llamaron de la productora para trabajar con Carolina, que para mí ella ya era un ícono zarpado. Vengo de una generación donde todas queremos ser como ella. Es lo más, ella me ofreció su amistad enseguida y eso lo valoro un montón.
–Contanos de tu guardarropa. ¿Sabés cuántos pares de zapatos tenés?
–Ni idea, son muchos… Igual, si me preguntás qué me vuelve loca, te puedo decir que son las carteras. De chica, yo podía estar en jean y zapatillas, pero siempre me veías con un bolsito a mano, cosido por mi mamá, con algún brillito. Me encantan y Fernando siempre me regala alguna, pero para mí los regalos tienen que tener un valor sentimental. Me gustan las Louis Vuitton, pero también amo una cartera chiquita, de mimbre, que me regaló mi mamá, con todo el amor del mundo, después de ahorrar durante dos meses. Por eso te digo, me encanta el lujo, pero tengo muy claro dónde está lo realmente importante y siempre les doy a las cosas el valor que tienen que tener. Muchos me dicen "¡Ay, mirá hasta dónde llegaste…" y yo me pregunto: ¿Adónde llegué? Solamente estoy recorriendo un camino con respeto y trabajo y cumpliendo mis sueños".
Fernando [Burlando] me lleva veinticinco años, pero eso nunca fue un problema. De hecho, estamos juntos hace casi una década
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