Julián Strassera recuerda cómo influyó el histórico juicio en la intimidad de su familia y analiza la personificación de Ricardo Darín en la película del momento
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Todos hablan de “Argentina, 1985″. La película de Santiago Mitre (candidata argentina para los premios Oscar 2023) recrea el histórico Juicio a las Juntas Militares desde la óptica del fiscal Julio César Strassera, personificado por Ricardo Darín. Si bien es un film “de juicio” que hace foco en su valiente trabajo, distintas escenas muestran su vida familiar: aparecen reflejadas en pantalla, con nombres de ficción, su mujer Marisa Tobar, y también su hija Carolina Strassera. Pero tiene especial trascendencia el papel de su hijo adolescente, Julián Strassera, a quien llaman Javier y es representado por el actor Santiago Armas.
Julián Strassera tiene 51 años. Es abogado. Heredó de su padre la pasión por la Justicia. Dice que le revuelven el estómago las situaciones en las que lo injusto triunfa por sobre los valores éticos. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de su familia. Su padre, su madre y su hermana ya no están. La película lo hizo revivir momentos entrañables, recuerdos de “los cuatro juntos”.
Pasaron 37 años desde el “Juicio a las Juntas”. Julián tiene su propia versión de la historia, la más íntima. Dice que su madre no estaba de acuerdo con la película. “Porque en una ficción se pierde una parte de la verdad frente a la necesidad de darle al espectador un hilo conductor atrayente”, repetía Marisa. Sin embargo, a Julián le interesó la idea. No participó del guión, pero tuvo una entrevista con Santiago Mitre y un par de encuentros con sus productores.
La charla con LA NACION es en un café, en la zona de Abasto. “Darín hizo un gran esfuerzo para caracterizar a mi viejo, pero la imagen que yo tengo de papá en mi cabeza es muy fuerte. Su mirada, sus gestos... Está muy parecido, pero mi padre era más vehemente de lo que muestran en la película”, comienza Julián.
-¿Cuál fue su primera impresión al ver Argentina 1985?
-Me conmocionó porque, aún estando ficcionada, sentí que estaba reviviendo una parte de mi vida. De los cuatro, el único que queda soy yo: mi hermana falleció en 2008, después murió mi padre y mi mamá se fue hace muy poco, en junio de este año. Todavía estoy atravesando el duelo, muy conmovido, y las ausencias se hacen sentir cuando ves la película.
-¿En qué rasgos del personaje que interpreta Ricardo Darín encuentra a su padre?
-Creo que lo caracteriza muy bien. Lo que pasa es que yo soy el hijo, a ese hombre lo conocí desde siempre. Hay una escena en la que Darín mira a cámara y se destacan sus ojos claros... ahí me despegué del personaje porque mi papá tenía ojos oscuros, marrones. Más allá de eso, creo que lo estudió muchísimo en lo gestual, en la forma de vestirse. Cuando lo vi con un saco blanco y una corbata a rayas dije: “Es igual a mi viejo”.
-¿Y usted se ve parecido al personaje que interpreta Santiago Armas en la película?
-Sí, en esa época yo tenía 14 años. Evidentemente, buscaron a un chico con un cierto parecido físico a mí. También supieron reflejar las inquietudes que yo tenía en esa época. Pasaba muchísimas horas en la fiscalía. Yo cursaba la secundaria en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE), que estaba sobre la calle Libertad, y casi todas las tardes cruzaba la plaza y visitaba a mi papá en la fiscalía.
-A propósito de sus inquietudes, en la película lo muestran haciendo trabajos de inteligencia: investigando al novio de su hermana y espiando a los jueces de la cámara.
-(interrumpe) No, jamás, jamás... Eso tiene que ver con la necesidad de ponerle condimento a la película, algo de ficción. Mi padre jamás me hubiese enviado a seguir a mi hermana, de ningún modo.
-También sugieren que usted habría contribuido en la composición del alegato del juicio.
-Yo vi a mi padre escribir el alegato y también lo escuché leerlo en voz alta. Pero lo del gesto neroniano (hace referencia al “pulgar hacia abajo” que hace su personaje) no es verdad. Sin embargo, pese a haberlo acompañado durante mucho tiempo, el final no lo sabía.
-¿Se refiere al párrafo más conocido, donde su padre dice “Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más”?
-Exacto. No lo sabía. De hecho, cuando terminó el alegato, en la sala de audiencias, le pregunté a mi padre por ese agregado. Él me contó que se le ocurrió cuando se estaba levantando del escritorio para ir a la sala de audiencias, ahí le vino a la mente y lo escribió a mano. Fue un agregado de último momento.
-¿Qué pasó ese día? ¿Qué hicieron después de que su padre dio su alegato?
-Esa noche fuimos todos a cenar: el equipo de la fiscalía, mis viejos, mi hermana, yo... Fuimos a una parrilla que había en la calle Lavalle, fue un momento de desahogo. Estábamos todos entusiasmados y aliviados al mismo tiempo.
-Si bien aún faltaba la sentencia, imagino que estarían satisfechos por cómo habían llevado el juicio.
-Creo que fue fundamental la estrategia que tomaron, la de Claus Roxin de los casos paradigmáticos. La Conadep había hecho una investigación increíble, tenía hasta ese momento casi 10 mil casos... y era una lista que se sabía que iba a seguir creciendo. Tomar todos los casos era imposible. Entonces mi padre eligió los casos que a él le permitieron representar los hechos sin tener que llamar a todas las víctimas. Demostró que fue un plan sistemático de secuestro, tortura y, en muchos casos, homicidio, que se dio a nivel nacional, porque había centros clandestinos de detención en todo el país.
-Volviendo a su personaje en la película, queda claro que no hizo de espía. Pero debe haber otras escenas que lo conmovieron por su fidelidad.
-Sí, hay una escena en especial. Un día después de enterarnos que se iba a realizar el juicio, yo estaba en la fiscalía con mi padre y le pregunté si él podía negarse a hacer ese trabajo, si podía decir que no. Y él me dijo: “No, no puedo decir que no” y siguió escribiendo en la máquina. Eso fue así.
-¿Por qué piensa que su padre no podía decir que no?
-Mi padre tenía un compromiso muy profundo con el valor Justicia. Estaba convencido de que tenía que hacerlo. Él era Fiscal de Cámara y asumió el juicio porque era su deber. “Yo no he hecho más de lo que correspondía que hiciera”, me decía.
-¿Cómo fue el día en el que se enteró que iba a ser el fiscal del juicio a la juntas militares?
-Estábamos al tanto de que podía suceder, que existía esa posibilidad. Yo estaba en la fiscalía cuando lo visitó un amigo y le dijo: “Negro, se viene el juicio porque los militares no van a juzgar a sus pares”. Y se vino.
-Imagino que el juicio afectó la dinámica familiar. ¿Cómo vivieron esa época puertas adentro, en su hogar?
-Recibimos amenazas hasta el cansancio. Incluso a través del portero eléctrico. Vivíamos cerca de Tribunales, sobre la calle Marcelo T. de Alvear, entre Paraná y Montevideo. Básicamente, decían que nos iban a matar a todos. A mi viejo le decían que nos iban a matar a mi hermana y a mí.
-¿Es cierto, como refleja la película, que encontraron una carta con una bala dentro de su hogar?
-La bala fue una licencia que se tomó el director de la película. Sí hubo una carta membretada dentro de la casa, pero que llegó por correspondencia. Nadie se metió en el departamento. Cuando vi la carta le dije a mi padre: “Esto tiene el sello del Ejército”. Y mi viejo me respondió: “En el Poder Judicial las hojas son todas membretadas, cualquier persona tiene acceso a una hoja membretada y puede hacer una carta y decir cualquier cosa. Vos no te preocupes”.
-En la película “La vida es bella”, que trata el tema del holocausto, el protagonista intenta que su hijo no dimensione la gravedad de lo que sucedía. ¿Pasó algo así en su caso?
-No. Mi viejo siempre me dijo la verdad, por más brutal que fuera. En La vida es bella, papá me hubiese dicho: “Mirá eso es un alambrado. Nos tienen acá, de este lado, para no dejarnos salir. Y nos quieren masacrar a todos”. La realidad tal cual.
-La realidad argentina en 1985 era muy compleja para un adolescente.
-Yo iba mucho a la fiscalía y llegué a hablar con testigos que estaban esperando a mi viejo. Un hombre me contó todo: cómo lo habían secuestrado, cómo lo habían torturado con la picana... Yo tenía 14 años, pero era un adolescente muy maduro. Sentía que era un adulto, aunque en realidad no lo era.
-¿Hasta qué punto era consciente del peligro que corría?
-Éramos todos muy conscientes. Yo iba al colegio con custodia. Pero en casa nunca se dudó si tenía que ir al colegio o no. Sí puedo decir que yo sentía temor...
-¿Cómo vivió el juicio?
-Cuando empezó, me apasioné por saber lo que había pasado. Cómo pasó, en qué lugares... Además, hay algo que refleja muy bien la película, que es cierto: mi padre armó un grupo de trabajo con gente muy joven y yo los sentía casi pares míos. Capaz que algunos tenían 19 años... El más grande, que era Nicolás Corradini, tendría treinta y pico.
-La película muestra el encuentro de su padre con el entonces presidente Raúl Alfonsín ¿Qué recuerda de ese momento?
-Ahí disiento con la película. Mi padre jamás se hubiese subido a un auto sin saber a dónde lo llevaban. Lo que pasó en realidad fue que un funcionario de la SIDE fue a la fiscalía y le dijo a mi padre que Alfonsín pedía “una acusación liviana”. Frente a esto, mi padre pidió una audiencia con el Presidente, que lo recibió en Casa Rosada. Ahí lo confrontó, le preguntó si él le había mandado a decir que quería “una acusación liviana”. Alfonsín le dijo: “De ninguna manera, doctor. Eso no tiene nada que ver conmigo”. Y en un momento, cuando mi padre se estaba yendo, Alfonsín le dijo: “Lo único que le pido es que no se vuelva loco”. A lo que mi viejo respondió: “Demasiado tarde, señor Presidente”.
-Justamente, a su padre le decían “el loco”. ¿Por qué?
-Porque era un tipo extremadamente temperamental. Mi padre podía ser muy sereno, pero había cosas que lo sacaban de eje. Básicamente, era un calentón. Muy vehemente. Mi mamá lo bancaba en todo. Ella también tenía su carácter y creo que por eso se llevaban bien, se entendían.
-¿Cuál fue la enseñanza más importante que le dejó su padre?
-Recibí grandes enseñanzas tanto de mi padre como de mi madre. Fueron una pareja muy valiente y honesta. Pero el legado más trascendental que me dejaron es de llevar siempre una conducta honesta en la vida y hacer aportes positivos a la sociedad. Por eso, cuando veo que lo injusto triunfa por sobre los valores éticos y las conductas que corresponderían, me revuelve el estómago. Es algo visceral. En gran medida estudié derecho por esto, por el interés que tengo en el valor Justicia.
-Su padre fue crítico del gobierno kirchnerista y de la utilización de los Derechos Humanos como bandera política.
-Sí. Han querido opacar o pasar por alto que la lucha por los Derechos Humanos comienza con la decisión política de Alfonsín. Empieza con los decretos que deciden el enjuiciamiento y anulan la ley “de autoamnistía”. El kirchnerismo parece olvidar que en su momento se abrazó a Menem, que fue quien indultó a los militares, y que ellos lo consideraban el estadista más brillante que había tenido la Argentina desde el regreso a la democracia.
-Las declaraciones que hizo su padre sobre el kirchnerismo, ¿le trajeron alguna consecuencia?
-No, en ese momento él estaba retirado. Era un hombre grande que estaba más allá del bien y del mal. Podía decir lo que quisiera. Además, era muy difícil retrucar a mi viejo porque la verdad es que él se había jugado el pellejo por la defensa de los Derechos Humanos. Lo podrían haber matado, nos podrían haber matado a todos. No sucedió, pero era una posibilidad. ¿Qué le iban a decir?
Luego del juicio, Julio César Strassera fue nombrado embajador argentino ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con sede en Ginebra. Antes de asumir su nueva función, renunció a su cargo como Fiscal de Cámara. “En lugar de tomarse una licencia sin goce de haberes, consideró que era más ético renunciar porque iba a ocupar otro cargo”, recuerda su hijo.
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