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Apareció en un barrio privado de zona norte de la provincia de Buenos Aires, un día de enero en que el calor golpeaba con fuerza y el aire parecía calentarse cada vez más. Caminaba con una pata recogida, probablemente producto de un golpe. Estaba tan delgado que se le contaban las costillas aún a la distancia. Asustadísimo y, con los ojos desbordados de una tristeza infinita, imploraba ayuda. “Su cuerpo y su alma eran el reflejo de la desidia que desafortunadamente, los que rescatamos animales, vemos a diario. Estaba literalmente en los huesos”, recuerda Cristina Chardon.
No era la primera vez que Cristina rescataba a un animal necesitado. Y aunque contaba con las herramientas y los recursos para asistir a los animales con los que se encontraba, le costó muchísimo que confiara. Al principio sólo le daba de comer y beber, porque Firu, como había bautizado al perro que aquella tarde de enero le imploró ayuda con la mirada, no se dejaba tocar.
“Me llevó cinco meses de amor y paciencia lograr que confiara”
De modo que decidió que lo mejor era instalarle una cucha en un lugar seguro para que allí pudiera refugiarse. Finalmente, después de varias semanas pudo comprobar con alegría que el perro se había animado a usarla. “Eso me llenó de felicidad. Había pasado rápidamente el tiempo y las noches se estaban poniendo frías y lluviosas”.
Con el correr de los días, de a poco, Firu fue entendiendo que ella sólo quería ayudarlo y fue así que pudo, con mucha cautela, ponerle un collar. Se notaba que Firu nunca había tenido familia. Entonces era lógico que desconfiara de los humanos que tan indiferentes le habían sido a lo largo de su vida. “Ese trabajito de hormiga me llevó cinco meses. Sí, cinco meses de perseverancia y mucho amor: un logro que festejé llevándolo a la veterinaria. Fue todo un desafío para mi y para él también”.
En la consulta veterinaria Cristina pudo saber que Firu era un perro adulto, de unos seis o siete años; que estaba en buen estado de salud general y que caminaba con la pata recogida porque había sufrido el choque de un automóvil. Su cadera se había desplazado por el impacto y, de vez en cuando, el dolor lo obligaba a caminar en tres apoyos.
Gracias a la paciencia con la que ella había actuado y a la dedicación de llevarle comida todos los días, Firu se encontraba para ese momento en un peso saludable para su contextura. Entonces supo lo que venía pensando hacía ya varios días. Había llegado la hora de buscar una familia para el perro de pelaje dorado que había recobrado la sonrisa.
“A veces no hay grandes lujos, pero sí mucho amor”
“Firu es mega cariñoso, le encanta jugar y disfruta muchísimo del aire libre. Se lleva muy bien con hembras y no le tiene ningún interés en los gatos. Está castrado, vacunado y desparasitado. Me cuesta mucho creer que nadie le de una oportunidad por su edad. Es verdad que es un perro adulto pero todavía le queda muchísimo por vivir. Y ganas no le faltan. Firu es un perrito de movimientos suaves, asustadizo con los ruidos fuertes y un poco tímido al principio. No necesita paseos muy largos y sabe quedarse solito varias horas sin problemas. Es un perrito muy noble, que sabe esperar y principalmente sabe agradecer todo el amor que recibe”, escribió en una publicación que hizo en Facebook con la esperanza de encontrar un adoptante para él.
A los pocos días recibió un mensaje de Franco, un joven de José C. Paz que estaba interesado en darle un hogar a Firu. “Me cayó bien de entrada. Es de esa gente transparente, respetuosa. Desde un principio me di cuenta de que era una buena persona. Charlamos varios días, me mandó videos de la que sería la casa de Firu y cuando ellos dos se conocieron me terminó de caer la ficha de que era la persona perfecta para él. A veces no hay grandes lujos pero hay mucho amor, y del bueno. Ahora los ojitos de Firu desbordan alegría y amor. Su triste pasado ya quedo atrás”.
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