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CORDOBA.- Barbara Kummer-Behrens es la hija del piloto Otto Behrens -famoso por su acción en la II Guerra Mundial- quien murió en Córdoba en octubre de 1952 mientras probaba el avión Pulqui II. La mujer, de 78 años y residente en Alemania, un día escribió en Google “monumento a los aviadores en Alta Gracia”. La sorprendió encontrar un ala de 82 metros de altura (más que el Obelisco) en conmemoración de Myriam Stefford. “¿Quién era?”, se preguntó y así nació un libro sobre ella que todavía está escribiendo.
Stefford no era una piloto consumada ni mucho menos; sí había descubierto su pasión por volar y en dos meses había conseguido el brevet de piloto civil. Eligió como instructor a Ludwing Fuchs, alemán veterano de la Primera Guerra que había sido parte de la troupe del Barón Rojo. El 26 de agosto de 1931, en un viaje a San Juan, el motor de avión se paró y ambos murieron cuando la aeronave cayó.
En ese momento ella tenía 26 años. Había nacido en Suiza el 30 de octubre de 1905 con el nombre de Rosa Martha Rossi; hija mayor del comerciante Antonio Rossi y Rosa Emma Hofmann, tenía una hermana menor, Julia. Su casa de la infancia –cuenta Kummer-Behrens a LA NACION- sigue en la ciudad de Berna en la calle Beaumontweg número 36.
Rossi cambió su nombre a Stefford cuando se convirtió en actriz. Llegó a la Argentina cuando unió su vida a la del excéntrico millonario y escritor Raúl Barón Biza. “No me importa si algo sale mal, porque uno de los mayores logros de mi vida será no haber muerto de forma ordinaria”, le dijo a él antes de subirse al avión. Sería el primer vuelo piloteado por una mujer que recorrería más de 10.000 kilómetros en cinco días; quería unir 14 ciudades argentinas. En medio del raid hicieron un aterrizaje de emergencia; la aeronave quedó inhabilitada para seguir,
Barón Biza les envía, a los pocos días, una nave igual a la que llaman “Chingolo II”. Cuando el avión cayó a tierra no había viento, el clima era el ideal. La Junta de Investigaciones Aeronáuticas determinó que la unidad perdió una chaveta y por eso fue a tierra. ¿Estuvo el marido de Stefford detrás? La pregunta –sin respuesta- alimenta la leyenda del “escritor maldito”.
¿Cómo fue que se conocieron Barón Biza y ella?
Hay que contar algo de quién era el, por entonces, joven nacido en Córdoba en 1899 en una familia tradicional. Su padre, era un millonario inmigrante francés Wilfrid Barón y su madre, Catalina Biza, una tucumana de familia tradicional y católica de la alta burguesía. Para tener una idea del perfil de la familia, el predio del Colegio Vilfrid Barón de la Obra de Don Bosco en Ramos Mejía (Buenos Aires) fue donado por ella; el pueblo pampeano de Colonia Barón fue bautizado así en honor a Wilfrid.
Fue educado en Europa, continente que recorrió de punta a punta y donde disfrutó de la belle epoque parisina. En uno de sus pasos por Viena conoció a Stefford y se enamoraron. “Boca pequeña de labios pintados, tibios, húmedos. Boca de carmín, tenía ese rictus embustero, delicioso y un poco canalla de todas las divinas bocas nacidas para mentir y besar”. Aunque dijeron que se casaron en Venecia, en la basílica de San Marcos, nunca apareció la documentación de esa unión. El matrimonio registrado en los libros de la iglesia.
Eduardo Sánchez, director del documental “Agosto Final” (2016) -protagonizado por Daniel Aráoz, Emilia Claudeville y Marcelo Vernengo- realizó toda una investigación del tema y no encontró ningún comprobante de la boda que ellos se encargaron de publicitar a través de los diarios, a los que mandaron telegramas anunciaándola. Ni una foto existe. La realización de Sánchez alimenta de datos, testimonios y de su propia búsqueda personal: el piloto Fuchs que se mató con Stteford era el novio de su abuela, con quien estaba a punto de casarse.
Después de la muerte de Stteford, Barón Biza ordena construir el ala en su honor. Inspirada en la arquitectura egipcia se eleva en medio de la nada, al costado de la ruta 5 que lleva de Córdoba a Alta Gracia. Allí está sepultada quien fuera su mujer. Parte de la leyenda es que lo hizo con sus joyas. En paralelo esgrimió una maldición para evitar profanaciones. El monumento fue varias veces saqueado y está abandonado.
En 2015 los legisladores provinciales aprobaron la expropiación del predio, pero una causa judicial hace que el trámite siga irresuelto. Es que hay dos propietarios en conflicto, por un lado la empresa Las Peñas, que afirma haberlo comprado y por otro, Santiago Magán, nieto de Baron Biza, quien dice ser único heredero del terreno.
Stefford era actriz en Alemania cuando se cruzó con el cordobés; dejó su casa a los 15 años para ir a Viena y Budapest. Había trabajado en tres películas, La duquesa de Chicago, Poker de ases y Moulin Rouge. Con el millonario todo fue excentricidad, viajes y lujos. Llegaron a Buenos Aires en mayo de 1928 y provocaron un revuelo en los medios de la época, que encontraron en la pareja decenas de historias para contar. Ellos las alimentaron sin cuidar el apego por la verdad.
Ella contó, por ejemplo, que la esperaba un millonario contrato en Hollywood y que había venido a “la París de América” sólo por unas semanas para “conocer una estancia, bailar unos tangos y tomar mis buenos mates”. Incluyó que la United Artists le había propuesto hacer una película “sobre gauchos”. La estancia, efectivamente, la conoció. Estuvo en Los Cerrillos, la propiedad de la familia Barón Biza en Alta Gracia muy cerca (al frente) de donde está su mausoleo.
Regresaron a Europa para el casamiento del que no hay pruebas, pasaron tres años de glamour y volvieron para instalarse entre Buenos Aires y Alta Gracia. No hubo películas ni contratos millonarios, según dijo Stteford porque por “expreso pedido” de su marido se retiró del espectáculo. En Buenos Aires vivieron en un palacete frente a Plaza Francia, se movían en la “alta sociedad”, Stteford siempre envuelta en pieles, con joyas de Cartier y con un anillo con un diamante de cuarenta y cinco kilates, llamado Cruz del Sur.
En medio de esa cotidaneidad, la suiza decidió que quería aprender a volar. Vivió apenas unos pocos meses más. La velaron a cajón cerrado en el Centro de Aviación Militar. Una multitud fue a su entierro y, años después, su cuerpo fue trasladado a la cripta debajo del ala monumental, en la que trabajaron unos cien obreros levantándola. Unas cariátides rodeaban el sepulcro.
“Maldito sea el que profane esta tumba” escribieron en el lugar en cuya cúspide hay cuatro ventanas para que fuera mirador. En la entrada del monumento quedaron el casco de Stteford, su reloj de vuelo y el timón del Chingolo II. “Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas”, reza una leyenda.
La estancia fue vendida en 1946, pero no el predio donde está el monumento. Barón Biza mandó a sellar la entrada con dos chapas de acero del acorazado alemán Graf Spee, hundido en el Río de la Plata a fines de 1939.
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